La izquierda europea no está acostumbrada a ganar elecciones, por no decir que nunca hemos sentido esa sensación. Quizás sea por eso que los resultados electorales son fácilmente asumidos por las partes, no hacen falta observadores y el pueblo no debe salir a la calle a impedir que se los arrebaten. Ayer en Venezuela no […]
La izquierda europea no está acostumbrada a ganar elecciones, por no decir que nunca hemos sentido esa sensación. Quizás sea por eso que los resultados electorales son fácilmente asumidos por las partes, no hacen falta observadores y el pueblo no debe salir a la calle a impedir que se los arrebaten. Ayer en Venezuela no fue una persona quien ganó un referéndum fue la izquierda mundial la que ha tenido un éxito sin precedentes en las últimas décadas.
Durante los últimos años y ahora los días recientes, los que hemos estado en Venezuela hemos sentido el masivo apoyo de los venezolanos a su presidente, así como la contundencia y firmeza a la hora de defenderse del acoso procedente de múltiples frentes: norteamericano, mediático y oligarquía local.
En Venezuela hemos podido comprobar que conseguir que la izquierda se mantenga en el poder no requiere simplemente una jornada electoral de doce horas precedida de una campaña de quince días como en Europa. Para que los venezolanos puedan tener un gobierno digno e independiente de Estados Unidos, de las instituciones financieras internacionales, que defienda su soberanía en todos los foros y que consigue que la abstención pase del cincuenta al quince por ciento, se requiere someterlo a referéndums revocatorios que no serían aguantados en América Latina por la gran mayoría de sus serviles presidentes ni siquiera tampoco por gran cantidad de los presidentes europeos. Esos que no logran que vote más del treinta por ciento de sus ciudadanos en unas elecciones, sin que por ello se ruboricen. Necesitan también rodearse de cientos de observadores extranjeros pertenecientes a partidos políticos, ong´s, académicos, técnicos especializados en elecciones e instituciones internacionales. Para que los venezolanos puedan tener un gobierno diferente del tradicionalmente dominante en América Latina, deben de salir por cientos de miles a la calle a defenderse del golpismo de la derecha que pierde elecciones o comete atentados terroristas urbanos que aquí, como no es Europa ni Estados Unidos, se le denomina con el nombre de un juego infantil, guarimba. Para que los venezolanos estén gobernados por el hombre que ellos quieren, pero que no acepta las órdenes de poderes económicos extranjeros o nacionales, deben soportar el insulto y la sistemática mentira de los medios de comunicación privados. Deben también que recurrir a rigurosos controles de validez electoral mediante técnicas informáticas de voto, marcado de pintura de la mano, escaneo de huella dactilar y contraste con el banco de datos mediante comunicación de satélite y posteriormente un nuevo recuento manual. Como si votar en un país revolucionario fuese un delito y hacerlo convierte al ciudadano en sospechoso de fraude.
Y si además, la jornada se retrasa algunas horas, las mismas que en este país se retrasaría un congreso de cardiología, reciben además acusaciones de irregularidades y fraude. Mientras en Estados Unidos, se ganan las elecciones con unas papeletas ininteligibles que ni siquiera hay que revisar porque las presidencias las designan los jueces amigos.
Y si después de todo esos obstáculos, la izquierda gana, como ha sucedido ahora por octava vez en Venezuela en seis años, los medios de comunicación internacionales no dirán que ha ganado, sino que «dice que ha ganado». La derecha opositora ignorará a la junta electoral a la que sólo reconoce cuando le da la razón y pedirá la intervención de sólo los observadores internacionales elegidos por ellos, miembros del mismo país que les financia.
Cuando en Europa y en el mundo, la izquierda pierde elecciones, firma y acepta los resultados en breves minutos, sus militantes se quejan en la intimidad de la injusticia del sistema electoral y de las desiguales campañas electorales y a continuación vuelven a casa cabizbajos, disimulando alegría y entereza ante los medios de comunicación que en está ocasión sí están muy interesados por su impresión/aceptación. Esos mismos medios que ya no querrán recoger sus opiniones cuando se quejen de las políticas adoptadas de los triunfantes gobiernos de derechas.
Tras la victoria de Hugo Chávez el día quince de agosto en Venezuela, van a tener que ir con más cuidado. No sea que les pidan a los gobiernos de derechas de América Latina -y nosotros a los de Europa y Estados Unidos- que sometan a sus gobiernos a referéndum revocatorios, que cambien el funcionamiento de los medios de comunicación, el sistema insultante de financiación de las campañas electorales, que tengan que aceptar observadores internacionales de las organizaciones sociales de todo el mundo y que las elecciones sólo son válidas si la gente las legitima con su asistencia masiva a las urnas. Y que la izquierda, cuando gane, no permita ni tránsfugas, ni incumplimientos electorales, ni desalojos militares de sus presidente elegidos.
Esas son muchas de las reacciones por las que podemos decir que el referéndum en Venezuela no lo ha ganado Hugo Chávez, lo hemos ganado todos los que nos estamos levantando contra las democracias de celofán y mentira con las que nos están amordazando la voz y amarrando las manos. Es en Venezuela donde sí ganó la democracia como les gusta a ellos decir cuando salen elegidos, y no cuando celebramos esas liturgias de urna de las que siempre ganan los mismos que pagaron las campañas, que gobiernan la economía y que desayunan con el Fondo Monetario Internacional.