En esos días era yo tan desdichado que mis horas se acumulaban en informes y mi memoria se había convertido en sensaciones. La desdicha, como el dolor físico, iguala los minutos. Los días se convierten en el mismo día, los actos en el mismo acto, y las personas en un solo personaje inútil. El mundo pierde su variedad, la luz se aniquila, y los milagros quedan abolidos. La inercia de esos días repetidos me guardaba quieto, contemplando la fuga inútil de mis horas y esperando el milagro que se obstinaba en no producirse. El porvenir era la repetición del pasado. Inmóvil, me dejaba devorar por la sed que roía mis esquinas. Para romper los días petrificados, solo me quedaba el espejismo ineficaz de la violencia, y la crueldad se ejercía con furor sobre las mujeres, los perros callejeros, y los indios. Como en las tragedias, vivíamos dentro de un tiempo quieto, y los personajes sucumbían presos en ese instante detenido. Era en vano que hicieran gestos cada vez más sangrientos. Habíamos abolido el tiempo.
¿Quién narra este bellísimo párrafo?
Nada más y nada menos que su voz protagonista: el pueblo de Ixtepec, trasunto de Iguala (México), en el que creció Elena Garro, autora de la novela que reseñamos: Los recuerdos del porvenir.
Este pueblo contiene a todos sus habitantes, es luz cenital hasta el oscuro de la ultratumba, es sol, y penumbra en el patio. Este pueblo sufre con el paso de los forajidos, y con la alegría y la pérdida.
Nacida en 1916 y fallecida en 1998, Elena fue una escritora y dramaturga excepcional, y auténtica creadora del denominado “realismo mágico”.
Aunque este término fue acuñado en 1925 por el crítico alemán Franz Roh, el género se hizo mundialmente famoso a partir de la obra de García Márquez.
Sin embargo, Los recuerdos del Porvenir se escribió en 1952, mucho antes de la publicación de las mejores obras del “boom latinoamericano”.
Garro nunca se consideró feminista, pero lo fue. Las palabras son importantes, pero los hechos colocan nuestro lugar en el mundo. Se sublevaba esta niña nuestra ante sus familiares que le decían: “en boca cerrada no entran moscas”. Se sublevaba a solas: “Qué dicha ser hombre y poder decir lo que se piensa”.
Ahí es nada: jamás los componentes del mencionado boom invitaron a Elena a formar parte del mismo. Los libros de Elena se retiraron durante un tiempo de las librerías e incluso se le llegó a negar la nacionalidad mexicana. Se paga cara la autenticidad.
La novela se sitúa en la época apenas posterior a la Revolución Mexicana, asesinados ya sus generales: Emiliano Zapata, Francisco Villa, y Felipe Ángeles, en los albores de la Guerra Cristera.
La traición a la revolución se encarna en la lucha por el justo reparto de las tierras, en el combate despiadado entre terratenientes e indios, o en la eterna violencia contra las mujeres.
Un grupo de militares asesinos tiene sitiado a Ixtepec, y descargan su violencia sobre este pueblo desde su centro militar: un hotel en el que tienen encerradas a sus amantes, las mujeres hermosas a las que todo el mundo mira cuando las sacan a pasear.
El contrapunto a ese autoritarismo feroz se sitúa en distintos arquetipos: la familia Moncada, junto a sus amigos burgueses, que nos evocan un ambiente de vida y alegría, el hacendado y su madre, autores de la mayor parte de los asesinatos de indios, o personajes como Juan Cariño, loco entrañable que vive en el prostíbulo, símbolo de la dignidad humana.
A Itxpec le amamos como se representa, como una roca que es cuerpo de tragedia, herida, trauma, y por tanto, historia.
Bajo el poder autoritario de los militares, Itxpetec, el pueblo, vive bajo una amenaza constante, en la que, sin embargo, suenan voces y destinos de huida. Como la vida de la misma autora: “todavía la veo paseándose en el andén, olfateando el aire, como si todo le pareciera poco”, comenta uno de los personajes de la novela.
Esas – estas- nosotras- mujeres hermosas presas de esos machos que se creen sus dueños, y, pese al poder de ellas – la fascinación que despiertan en ellos- o tal vez por eso mismo, las matan si comprueban que son libres.
¿Y los indios?
Pasaron unos días y la figura de Ignacio, tal y como la veo ahora, colgada de la rama alta de un árbol, rompiendo la luz de la mañana, como un rayo de sol estrella, la luz dentro de un espejo, se separó de nosotros poco a poco. No volvimos a mentarlo. Después de todo, solo era un indio menos.
Esta es otra de las historias terribles que atraviesan el libro.
El genocidio fundante, “base de nuestra modernidad”. Hablamos de Walter Benjamin o de Reyes Mate. Pensemos en los ríos de sangre que condujeron al “progreso”.
México, México, su historia, la devastación de sus pueblos, la llama encendida. Se han ganado derechos, pero sigue la injusticia y la masacre prevalecen hoy.
Conocí este país y me dio la vuelta al alma.
Reivindicamos su Constitución fuerte, como la de Weimar, como la de la II República Española. Quizás por eso nos duele más que hoy todo sea nada, que siga predominando la libertad del dinero, que los votos se compren para evitar que una indígena pueda tener un parto en condiciones de salubridad mínimas, o que haya suministro energético en un poblado.
Esta novela habla de opresión: habla de la rebeldía ante las injusticias, ante los crímenes de Estado, ante la impunidad: Pero también habla de libertad. Elena Garro denunció públicamente los asesinatos de los dirigentes campesinos cometidos en Ixtepec, y esta identificación con “los marginales” le costó ese desprecio infinito del que hemos hablado por parte de los “intelectuales”. Otras mujeres sufrieron el mismo coste: Silvia Ocampo o Rosario Castellanos.
Qué fuerza esa paradoja de personajes como la Luchi, madrota del burdel, o de Dorotea, indigente: las heroínas de la historia. Esas personas que no tienen nada pero que están dispuestas a dar la vida para obtener la justicia para todos.
Recordemos el grito del
zapatismo hasta el 15 M: ustedes no nos representan. Y también: mandar
obedeciendo.
Garrro Elena, Los recuerdos del porvenir. Ed. Alfaguara 2019
Bibliografía y citas utilizadas
Un día latinoamericano.- Gabriela Cabezón Cámara
Rescatar con la palabra.- Isabel mellado
Las mujeres de Ixtepec.- Laura Moreno
Un canon por venir.- Guadalupe Nettel
La piedra aparente.- Carolina Sanín