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Reseña del libro Los psiquiatras de Franco, de Enrique González Duro

Los rojos no estaban locos

Fuentes: Rebelión

Enrique González Duro, psiquiatra del Hospital Gregorio Marañón, de Madrid, nos enseña en su libro «Los psiquiatras de Franco» el pensamiento que asistía a personajes psiquiátricos como Vallejo Nájera, López Ibor, Merenciano y otros, y cómo instituyeron una psiquiatría nacional católica; con ese pensamiento y esas prácticas que llevaron al hilo del pensamiento y práctica […]

Enrique González Duro, psiquiatra del Hospital Gregorio Marañón, de Madrid, nos enseña en su libro «Los psiquiatras de Franco» el pensamiento que asistía a personajes psiquiátricos como Vallejo Nájera, López Ibor, Merenciano y otros, y cómo instituyeron una psiquiatría nacional católica; con ese pensamiento y esas prácticas que llevaron al hilo del pensamiento y práctica psiquiátricos alemanes de las décadas del 30 y 40 del siglo XX, nazis, calificaban a los defensores de la República como locos. Los libros que empleaban eran traducciones del alemán y hasta los conceptos que verbalizaban eran los usados por los alemanes nazis; sin desarrollar nada propio llegaban a declarar que encontraban grandes analogías entre alemanes y españoles. Deberemos creer que se refieren a ellos mismos: falangistas, nazis y católicos. El pensamiento de los psiquiatras que se denominaban españoles de raza era, por tanto, únicamente copia del nazismo, aquí con el añadido del término «católico».

Francisco Marco Merenciano, católico y falangista, decía que la locura era un castigo por el «pecado que por su naturaleza llevarás al castigo de la imposibilidad de arrepentimiento», con lo que la «locura» era incurable. La solución: convertir al «loco rojo» en católico.

En otra vertiente de sus explicaciones, el psicoanálisis, la obra de Freud estaba prohibida por considerarla subversiva, liberaba «las bajas pasiones», y cuando finalmente reeditaron la obra del fundador de la psiquiatría moderna, lo hicieron con una introducción condimentada para «cristianos». Vallejo Nájera declaraba: «el pueblo español profesa en su mayoría el catolicismo, y es la primera de las condiciones de nuestra psiquiatría que no contradiga el dogma y la moral católica». El mandato divino franquista era articular una psicoterapia que tuviese como objetivo la obediencia del paciente al poder establecido, psicoterapia, que la llamaban española, con la que pretendían hacer volver al «enfermo» a lo que denominaban bases antropológicas, para arreglar el problema mental había de disponer el alma en el camino «hacía Dios del que nos aleja el pecado y nos acerca la Gracia;…» González Duro se pregunta ante este panorama: «¿la psicoterapia debía quedar en manos de los médicos o de los curas?».

Calificando como enfermo psíquico a quien no obedece a los postulados católicos y falangistas se formó en las universidades a las generaciones de psiquiatras que vendrían después, de este modo, los «tratamientos» más bárbaros fueron posteriormente justificados. Enfermos mentales, mendigos, vagabundos y represaliados políticos que pasaban por las manos de semejantes asesinos sufrían sus torturas. Aun así no dejaba de haber respuesta, Enrique González Duro nos recuerda una de ellas: «Se dio en Miraflores (hospital psiquiátrico) la curiosa circunstancia de que desde 1942 a 1949 fuese su administrador el jefe del Comité Regional del Partido Comunista en la clandestinidad. Aprovechándose de su cargo, facilitó la fuga de buen número de republicanos condenados a muerte, que habían pasado de la cárcel al manicomio».

De los escritos de ésta clase de «psiquiatras», González Duro nos expone los tratamientos que aplicaban, terroríficos hasta el punto de que algunos de estos verdaderos locos «psiquiatras» como Ramón Sarró, Solé Segarra, Marco Merenciano, Vallejo Najera, López Ibor …, dejaron constancia escrita de lo que aquellos a quienes trataban les rogaban a gritos «llorando para que no le inyectemos -Cardiazol- invocando la memoria de nuestros padres y nuestros hijos»; el Cardiazol causaba tal estado que llevaba al inyectado al borde de la muerte; y si no era el Cardiazol era el electrochoque, que el doctor González Duro denuncia que aún sigue empleándose, a pesar de los avances en psicofarmacología. ¿Qué queda de la psiquiatría falangista y católica en España? Esta pregunta que hago me recuerda un título de Enrique González Duro: «¿Qué queda del franquismo en España?» Pero los tratamientos de estos doctores asesinos no se reducían al Cardiazol y al electrochoque, sino que aplicaban también la provocación del coma hipoglucémico; el choque acetilcolínico; la carbonarcosis; el bombeo espinal, …, y llevaban a cabo intervenciones neuroquirúrgicas (lobotomía, leucotomía, etc). Sus centros de encierro eran las casas de los horrores católicos y falangistas, donde se llevaban a cabo prácticas empleadas por los nazis. El pecado cometido quienes sufrían semejantes atropellos devenía de su conducta social. El trastorno que podían sufrir algunos provocado por la guerra y sus consecuencias no figuraba entre las causas a tener en cuenta. El terror buscaba reconvertirlos en católicos fieles al orden fascista, orden que despreciaba tanto las causas en los «enfermos» como «el desarrollo psíquico» que llamaba López Ibor. El único objeto del estudio de la psicopatología fenomenológica que empleaban «no era (para) conocer mejor al paciente, sino para diagnosticarlo mejor», declaraba el psiquiatra falangista y católico; él mismo decía «que no había motivaciones para los síntomas psiquiátricos, ni siquiera para los simples actos humanos», todo era físico, hasta las neurosis, de ahí que la intervención se llevase a cabo físicamente.

En contra de Freud también asumieron estos psiquiatras terroristas el existencialismo germánico, que era según Sarró «un retorno a la tradición secular en la teoría del hombre…», con ello se recogía la concepción pesimista de la existencia, de pie metafísico y sin conflicto con la realidad, pero en este caso se recurría a la subjetividad como solución ante el desastre de la posguerra, con lo que los análisis, apartados de la realidad, llegaban a conclusiones abstractas, a especulaciones teóricas y meras exposiciones retóricas. Toda su acción estaba dirigida contra quienes eran calificados de «psicópatas antisociales» para luego ser separados en campos de trabajo hasta lograr su readaptación social: «Y sobre todo procuraremos por todos los medios a nuestro alcance una regeneración fundamental de la Raza … Regeneración que debe ser somática y mental. A la Raza …no puede exponérsela a que degenere por no ejercerse sobre el medio ambiente social de la posguerra una purificación física a fondo».

A todo esto, la iglesia católica tenía hambre de figuración y mientras los internos se morían de hambre física y enfermedades curables sin tratar, por ejemplo en el manicomio de Salt (Gerona) el obispo se llevaba el dinero para la reconstrucción de la capilla donde quería oficiar las misas; mención aparte se merece el que en su objetivo de «reeducación» para hacer retroceder al mundo cabía una práctica más: volver a las corporaciones de beneficiencia del siglo XVIII.

Pero volviendo al estado social que implantaron los falangistas y católicos, nos encontramos con que dio como consecuencia la multiplicación del número de ingresos psiquiatricos, y la teoría del «virus marxista» se hundió, fueron dejando de propagarlo de tan inverosímil como resultaba. Ante el aumento constante e imparable de los ingresos de presos políticos, mendigos, vagabundos, familias sin casa ni porvenir, y gentes que se trastornaban a consecuencia del estado al que dieron lugar, crearon el consultorio privado, abandonando a quienes por desgracia caían en los «manicomios públicos»; las eminencias falangistas y católicas hicieron un negocio con la locura que surgía en las familias pudientes, dando a esos enfermos un trato más considerado en base a su postulado católico: «Allí donde falta la fe, donde hay una ausencia de Gracia, no puede haber solución; es decir, conformidad y consuelo». Desde tal principio negaban toda responsabilidad y se burlaban de los avances de la psiquiatría en Francia o Inglaterra entre otras cosas con la vida fuera del psiquiatrico, declarando, como López Ibor en 1955, que aquí la familia (¿?) asistía a los enfermos y por tanto esos casos estaban resueltos.

Antes de concluir es necesario que señale cómo a lo largo del libro, dedicado en una primera parte al análisis de las circunstancias históricas de las y los defensores de la República tras el golpe de Estado y en el desarrollo de la guerra, González Duro explica, y hace aportaciones muy significativas, algunos conceptos utilizados por los asesinos de Lesa Humanidad como aquel con el que tildaban a los republicanos: «rebeldes»; cuál es la operación mental que emplean en ello, su posicionamiento histórico y el por qué de la llamada reeducación del pueblo bajo los preceptos que ya se han expuesto.

Finalmente, González Duro homenajea a los republicanos que padecieron y murieron bajo el franquismo a manos de estos criminales, y nos recuerda la importancia, para la Historia y la Memoria Democrática, de la recuperación de todos los datos posibles de ese periodo nefasto para liberar la inteligencia, y cómo, sólo así romperemos el silencio hecho de miedo e ignorancia bajo el que católicos y falangistas, han enterrado los Derechos Humanos, y afirma que con ello crecerá la perspectiva republicana.

Un libro impactante, magnífico, que impulsa la necesaria ampliación de la conciencia social del lector.

Los psiquiatras de Franco. Los rojos no estaban locos.
de Enrique González Duro
Ediciones Península (Barcelona 2008)






Ramón Pedregal Casanova es autor de Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios, editado por Asociación Foro por la Memoria y Fundación Domingo Malagón.