Estamos asistiendo a la tercera victoria de la Revolución Cubana. La primera fue, obviamente, la conquista del poder en 1959; la segunda, la superación del «Período Especial» a primeros de los noventa; y la tercera, el gran salto al continente americano (es decir, al mundo), que se está concretando en el establecimiento de relaciones cada […]
Estamos asistiendo a la tercera victoria de la Revolución Cubana. La primera fue, obviamente, la conquista del poder en 1959; la segunda, la superación del «Período Especial» a primeros de los noventa; y la tercera, el gran salto al continente americano (es decir, al mundo), que se está concretando en el establecimiento de relaciones cada vez más sólidas con Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Argentina…
Tras casi medio siglo de implacable acoso por parte de la mayor y más sanguinaria potencia bélica de todos los tiempos, Cuba ha demostrado que el socialismo es posible incluso en las circunstancias más adversas, o lo que es lo mismo, que un pueblo cohesionado por la fraternidad revolucionaria es irreductible. Y de este modo Cuba se ha convertido en el gran referente y la gran esperanza de la izquierda mundial. De la verdadera izquierda, pues, como nos recuerda Fidel en la cita inicial del libro (que no podría haber sido elegida mejor), el mundo capitalista divide a los socialistas en buenos y malos, entendiendo por «socialistas malos» los que no coquetean con las fórmulas capitalistas.
Por eso casi todos, en el llamado Primer Mundo, atacan a Cuba; la derecha, de forma integral e implacabale; la seudoizquierda (los «socialistas buenos», como esos -estos– que alternan el «talante» con el terrorismo de Estado), de forma solapada y vergonzante, reconociendo «algunos logros» de la Revolución Cubana pero lamentando que en Cuba no haya «democracia». Unos y otros saben que la resistencia de Cuba, el ejemplo de Cuba, ha echado por tierra el discurso neoliberal del «fin de la historia» y señala de forma inequívoca el camino hacia la superación de la barbarie capitalista; y unos y otros tiemblan ante este vigoroso anuncio de la desaparición de sus privilegios. Y por eso los pocos que no atacan a Cuba, en comprensible reacción a las brutales agresiones de unos y la hipocresía de otros, suelen mitificarla, amarla sin reservas, como para compensar el generalizado odio que suscita entre los privilegiados el heroico testimonio de la Revolución Cubana. A Cuba se la ataca sin cuartel o se la elogia sin medida: rara vez es objeto de una crítica serena y objetiva.
Por eso es tan importante, en estos momentos cruciales, un libro como Y en eso se fue Fidel, de Iñaki Errazkin (Txalaparta, 2008), escrito por un «socialista malo» cuyo apasionado amor por Cuba no ciega sus ojos de periodista (que, por definición, es, o debería ser, un testigo objetivo) ni embota su pluma de crítico político. La verdad -toda la verdad y nada más que la verdad– es revolucionaria, y no se le hace ningún favor a Cuba, a su revolución, que es la nuestra, eludiendo verdades «inoportunas». La verdad solo es inoportuna para quienes se sienten cómodos en la ocultación o la mentira, y, por desgracia, de esos en Cuba, como en todas partes, hay unos cuantos. Las revoluciones las hacen, por definición, gentes nacidas y educadas en una sociedad enferma que era necesario subvertir, y no se puede pretender que, de la noche a la mañana (medio siglo, en términos históricos, es apenas un instante, el despuntar del alba), se conviertan en esos hombres y mujeres nuevos que propugnaba el Che. Los vicios y las falsas virtudes de la moral prerrevolucionaria siguen vivos en Cuba, y denunciar los errores -y las vilezas– es tan importante como consolidar los aciertos.
Este libro de Iñaki Errazkin levantará algunas ampollas, dentro y fuera de Cuba; bienvenidas sean: las ampollas son feas y a veces dolorosas, pero constituyen un eficaz recurso del organismo para eliminar toxinas. Puede que algunos burócratas nostálgicos de la «desmerengada» Unión Soviética se revuelvan en sus sillones al leer estas páginas; pero los verdaderos revolucionarios, los «socialistas malos», las acogerán con entusiasmo, pues aunque no estén necesariamente de acuerdo con todo lo que en ellas se dice, sin duda lo estarán con su lúcida honradez y su insobornable apoyo a la Revolución.
Creo que no es casual que un libro como este lo haya escrito un vasco, o, más exactamente, un veterano de la izquierda abertzale. Que no se me malinterprete: no quiero decir con ello que no pudiera habelo escrito cualquier otro tipo de «socialista malo»; pero creo que alguien que vive de cerca (desde dentro, mejor dicho) el llamado «conflicto vasco», puede estar especialmente capacitado para analizar la actual situación de la Cuba revolucionaria y valorar tanto su solidez como sus debilidades. Pues tanto en el caso de Cuba como en el de Euskal Herria, sus poderosos agresores se han estrellado una y otra vez contra un pueblo unido por una idea de patria que, más allá de su contenido mítico, remite a un irrenunciable ideal de libertad, puesto que es la negación de la negación de la soberanía nacional que supone el imperialismo. «Patria o muerte», la consigna nacional de los cubanos, no significa solo que quienes la asumen están dispuestos a morir en defensa de su soberanía, sino, lo que es más importante, que se dan cuenta de que si se renuncia a la propia identidad y al derecho de autodeterminación, no es posible vivir una vida digna de ese nombre. Y cuando los pueblos comprenden que el imperialismo es una consecuencia inevitable del capitalismo, que los «globalizadores» neoliberales intentan arrebatarles su identidad para poder arrebatarles todo lo demás, «patria» y «socialismo» se convierten en términos sinónimos. Así lo han comprendido una buena parte del pueblo vasco y la inmensa mayoría del pueblo cubano.
La identificación de la patria con el socialismo, además de darle un nuevo sentido al «patriotismo» y augurar su superación, hace, por eso mismo, que se desvanezca la ilusoria oposición entre nacionalismo e internacionalismo. No es casual que los pueblos vasco y cubano sean tan sumamente hospitalarios: la solidaridad, por definición, es contagiosa y centrífuga; es demasiado grande para encerrarla en una casa o en un país, y el internacionalismo es su consecuencia natural. En un mundo libre, igualitario y fraterno, es decir, en un mundo socialista, habrá una única nación de naciones, y tantas naciones soberanas como grupos humanos se reconozcan en ellas. Los «socialistas malos» cubanos, como los vascos, con sus aciertos y sus errores, pero sobre todo con el ejemplo de su cohesión y su resistencia irreductible, nos señalan el camino hacia ese otro mundo posible, necesario, seguro.
Viva Cuba Libre y Socialista. Gora Euskal Herria Askatuta.