Algunas encuestas muestran que muchos estadounidenses están escandalizados por los pagos astronómicos a los ejecutivos de las grandes compañías. ¿Quién no lo estaría? Hace apenas una generación, los más bien pagados ejecutivos ganaban entre 30 y 40 veces el salario medio obrero. El pasado año, el pago a los ejecutivos dejó muy atrás al salario […]
Algunas encuestas muestran que muchos estadounidenses están escandalizados por los pagos astronómicos a los ejecutivos de las grandes compañías. ¿Quién no lo estaría? Hace apenas una generación, los más bien pagados ejecutivos ganaban entre 30 y 40 veces el salario medio obrero. El pasado año, el pago a los ejecutivos dejó muy atrás al salario medio obrero al superarlo en 344 veces.
Efectivamente, el abismo entre el pago a los trabajadores y el de los ejecutivos se ha multiplicado asombrosamente por 10 desde principios de los 80.
¿Cómo ha podido darse esta situación? ¿Están los ejecutivos trabajando 10 veces más duro que hace tres décadas? ¿Son diez veces más inteligentes? Por supuesto que no. Ni un ápice de evidencia puede aportarse a esta idea.
Así pues, ¿qué ha cambiado? Los ejecutivos de hoy en día pueden no ser más inteligentes o trabajadores, pero ejercen más poder. En abundancia.
La razón: los frenos y contrapesos de nuestro sistema económico de mediados del siglo XX – que constituían la base de la prosperidad de la clase media estadounidense después de la segunda postguerra mundial- han sido abolidos.
Las regulaciones gubernamentales, por ejemplo, usadas para disuadir las prácticas turbias e las empresas para hinchar beneficios a expensas del consumidor. Los grupos de presión empresariales han hecho que estas regulaciones sean abolidas, después de 30 años, en una industria tras otra.
Algo más ha cambiado también. No tenemos desde tiempo ha la presencia de sindicatos vivos en la economía de EEUU.
En los 50, más de un tercio de trabajadores del sector privado de EEUU estaba afiliado a sindicatos. La negociación entre estos trabajadores y los empresarios ayudó a aumentar los salarios para todos los trabajadores y, al mismo tiempo, contuvo las recompensas de los ejecutivos a niveles razonables.
Hoy en día, solamente el 7’4 por ciento de los empleados en el sector privado está afiliado a sindicatos. Esta ausencia de freno sindical sobre su poder alienta a los ejecutivos a llenarse sus propios bolsillos a unas cotas que habrían parecido de una avidez imprudente en tiempos de hace solamente una generación.
Recientes investigaciones académicas han mostrado la diferencia que la presencia de un sindicato puede producir en el pago de los ejecutivos. Un estudio, publicado en Journal of Labor Research, encontró que los ejecutivos de empresas sin sindicatos tenían un sueldo neto cercano a un 20 por ciento más que los ejecutivos de empresas con sindicatos. Los trabajadores en empresas con sindicatos, mientras tanto, disponían de 200 dólares más a la semana que sus compañeros sin sindicatos.
La diferencia entre ejecutivos y trabajadores es particularmente grande en las industrias de servicios, donde solamente un pequeño porcentaje de trabajadores está afiliado sindicalmente. En los servicios de la alimentación, el salario medio obrero solamente es de 18.877 dólares anuales. Los ejecutivos de las 10 firmas principales en esta industria -estamos hablando de un grupo como McDonald’s y YUM Brands, el propietario de KFC y Pizza Hut- percibían, en 2007, 354 veces más.
En contraste, en las industrias manufactureras, las diferencias entre los ejecutivos y los trabajadores estaban por la mitad. Los trabajadores de estas industrias han dispuesto, por muchos años, de la influencia sindical para negociar compensaciones adecuadas. Desgraciadamente, los acuerdos de «libre comercio» y otros factores están recortando drásticamente la ocupación en estos tradicionales baluartes sindicales.
Si estas tendencias prosiguen, la enorme división entre el pago de trabajadores y ejecutivos crecerá, y harán mofa de los valores económicos de «juego limpio» que supuestamente celebramos cada Día del Trabajo [el Labor Day se celebra en EEUU cada primer lunes de septiembre. NdT.]. Pero estas tendencias no son imparables. Podemos parar el deslizamiento nacional hacia la economía totalmente salvaje si devolvemos a los trabajadores lo que tenían a mediados del siglo XX: el derecho a organizar un sindicato.
Una ley ya en trámite en el Congreso, la Employee Free Choice Act, podría ser un comienzo de esta restauración. Si los legisladores la promulgasen, los trabajadores podrían ejercer mucho mejor su derecho legal a organizarse y negociar colectivamente.
Las elecciones de noviembre probablemente determinarán el futuro de la Employee Free Choice Act.
Los ejecutivos, sin duda, lo van a tener muy presente la noche electoral.
Sarah Anderson y Sam Pizzigati son investigadores del Institute for Policy Studies en la John Hopkins University, Baltimore, EEUU.