Dice Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales: «Supongamos que todo el gran imperio de China, con sus habitantes, fuese tragado repentinamente por un terremoto. Y consideremos cómo sería afectada una persona en Europa, sin mayores conexiones con esa parte del mundo, al enterarse de esta terrible catástrofe. Lo primero que haría sería […]
Dice Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales: «Supongamos que todo el gran imperio de China, con sus habitantes, fuese tragado repentinamente por un terremoto. Y consideremos cómo sería afectada una persona en Europa, sin mayores conexiones con esa parte del mundo, al enterarse de esta terrible catástrofe. Lo primero que haría sería expresar su pena por el infortunio de ese pueblo infeliz, y haría muchas reflexiones melancólicas sobre la precariedad de la vida humana y la modestia de los trabajos del hombre que pueden ser aniquilados en un instante. Si fuera dado a la reflexión, pensaría en los efectos de este desastre sobre el comercio en Europa, y las transacciones y los negocios en el mundo en general. Y cuando toda esta fina filosofía hubiera concluido, y cuando todos sus humanos sentimientos hubieran sido expresados, se volvería hacia su negocio y placer, o su diversión y reposo, con la misma calma y tranquilidad, como si no hubiera sucedido tal accidente. El más frívolo desastre que le pueda acontecer le ocasionará una perturbación mayor.»
El mismo economista se hubiera sorprendido al leer los análisis de las corredurías internacionales más importantes sobre el impacto económico de los tsunamis. La mayor parte de esos análisis afirma que los efectos serán leves, si no es que insignificantes. Tal como dice el viejo Smith, primero vienen unas frases piadosas sobre la tragedia, y después viene lo importante: el PIB en la región no se verá afectado seriamente y el del mundo apenas lo notará.
Los flujos de comercio tampoco se verán perturbados porque las instalaciones portuarias no fueron dañadas. Además, la importancia de los países afectados en el comercio mundial es relativamente modesta. Por ejemplo, solamente 5 por ciento del comercio chino a través de Hong Kong es con la región afectada. Esta es una gran diferencia con el terremoto que en 1995 afectó la terminal del puerto de Kobe en Japón precipitando una crisis económica importante en todo el Pacífico norte.
Las corredurías sí advierten que el efecto principal será sobre el turismo. Eso es especialmente importante en tres países: Islas Maldivas, Sri Lanka y Tailandia. En las Maldivas, el turismo representa 74 por ciento del PIB y los tsunamis devastaron este sector. Esta pequeña república, cuyo territorio se compone de mil 190 islas con una altura promedio de un metro sobre el nivel del mar, ha alzado su voz desde hace décadas para que los países ricos reduzcan sus emisiones de gases invernadero que, tarde o temprano, producirán incrementos en el nivel del océano. En esta ocasión los tsunamis de la semana pasada barrieron literalmente muchas de estas islas de costa a costa.
Estos tsunamis fueron los perores en toda la historia, dado el número de muertes. ¿Cómo explicar entonces el débil impacto económico? Los analistas de las corredurías no tardaron en encontrar la explicación. Se trata de áreas de extrema pobreza. Uf, ¡qué alivio! Se estima que las pérdidas para las compañías aseguradoras no superarán los 8 mil millones de dólares. Poca cosa si se compara con los 20 mil millones de pagos a los asegurados en Florida después de cuatro ciclones el año pasado. Los pobres nada tienen; sólo su vida. Y como eso no tiene valor (a no ser como carne de cañón en la industria maquiladora), nada se pierde cuando mueren los pobres en un maremoto.
Para las corredurías todo es corto plazo. Por eso no toman en cuenta el costo de la reconstrucción de infraestructura, vivienda y la necesidad de proporcionar servicios de salud a la población desplazada y golpeada por los tsunamis. Este esfuerzo será monumental sobre todo si se toma en cuenta que la región afectada cubre una superficie que ninguna catástrofe ha tenido en tiempos recientes.
Los tsunamis son series de olas provocadas por perturbaciones como terremotos, avalanchas costeras, desplazamientos de sedimentos submarinos. A diferencia de las olas provocadas por el viento, las olas de los tsunamis pueden recorrer grandes distancias a muy altas velocidades. Pueden viajar a una velocidad superior a los 800 kilómetros por hora en mar abierto. La serie de olas que golpeó Phuket, en Tailandia, viajó 600 kilómetros desde la punta norte de Sumatra a una velocidad promedio de 490 kilómetros por hora. A medida que disminuye la profundidad, la velocidad disminuye y la altura aumenta. Y, aunque no se puede pronosticar un terremoto, los tsunamis sí pueden ser advertidos. Un tsunami tarda 20 horas en cruzar el Océano Pacífico.
En 1989, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó la Década Internacional de Reducción de Desastres 1990-2000. Pero en esos 10 años no se hizo gran cosa en el tema central de la prevención de desastres. Es más, durante ese lapso hubo una caída brutal en la ayuda oficial de los países ricos a los pobres.
Algo parecido al pasaje de Smith ha sucedido a escala global. Cuando se apagaron los aplausos de la Asamblea General, se regresó al negocio y la diversión con la misma calma y tranquilidad, como si no hubiera catástrofes que prevenir.