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Los yanquis en ‘default’

Fuentes: Argenpress

La crisis capitalista mundial ha ingresado en una nueva etapa. El domingo pasado, el gobierno de Estados Unidos anunció el mayor rescate de la historia al tomar bajo su protección a dos gigantes del crédito hipotecario, cuyos activos y pasivos llegan a casi 6 billones de dólares. Al correr de la pluma, el secretario del […]

La crisis capitalista mundial ha ingresado en una nueva etapa. El domingo pasado, el gobierno de Estados Unidos anunció el mayor rescate de la historia al tomar bajo su protección a dos gigantes del crédito hipotecario, cuyos activos y pasivos llegan a casi 6 billones de dólares. Al correr de la pluma, el secretario del Tesoro incrementó al doble la deuda pública norteamericana, que equivale ahora al ciento por ciento del PBI.

Apenas se difundió la información, algunos economistas interpretaron que el tamaño de la nacionalización equivalía a un cambio de régimen social, y que el país debía ser rebautizado con el nombre de Estados Unidos Socialistas de América (Ussa). Pero la ironía tiene, de todos modos, su miga porque el Estado se ha quedado ahora con la mitad de las hipotecas de viviendas (propiedad) y con alrededor de un 12% del patrimonio inmobiliario del país (que está valuado en 60 billones de dólares). Nada mal para un régimen político que ha impulsado la privatización universal de los bienes estatales.

Default

Estamos, en realidad, ante una declaración de ‘default’ que no tiene precedentes. Aunque las empresas en cuestión (Fannie Mae y Freddie Mac) no dejaron de honrar ninguna de sus deudas, dos informaciones dejaron ver que la cesación de pagos era inminente. Una decía que los balances de estos bancos estaban fraguados en dos aspectos esenciales: por un lado, de acuerdo con una auditoría del Morgan Stanley, el valor de las hipotecas registradas en los libros no correspondía a los precios de mercado, o sea que los accionistas no habían reducido el valor contable de las hipotecas a medida que caía el precio de la vivienda en el mercado, ni tampoco a medida que caían los títulos que financian hipotecas en poder de otros bancos. También quedó claro que la valuación del capital declarado no correspondía a la realidad, pues no se había registrado la desvalorización de los bonos que forman una parte del total de ese capital. Hubiera bastado que esta información llegara al público para provocar el derrumbe del mercado financiero internacional, el cual en sus distintas expresiones involucra a 80 billones de dólares (80 millones de millones).

Pero otra información, más conocida, añadía que los bancos centrales y numerosas entidades financieras del exterior habían comenzado a retirar sus inversiones en dichas empresas. Cuatro bancos centrales tienen invertidos más de 1,5 billones de sus reservas en Fannie y Freddie (China sola, unos 500 mil millones de dólares). Interrogado acerca de por qué tenía colocada semejante suma en entidades con una posición tan precaria, un ejecutivo del Banco Central de China retrucó preguntando en qué otro lugar hubieran estado más seguras. Estamos hablando del 25% del total de las reservas internacionales de China.

El objetivo de la nacionalización es prevenir una liquidación (venta) apresurada de los títulos hipotecarios que tienen las dos entidades, que es lo que habría ocurrido en el caso de un ‘default’. Semejante liquidación es capaz de destruir el valor de activos similares que tienen en su poder la mayoría de los bancos y numerosas compañías, ni qué decir de los que prestaron plata a los dos afectados. Por otro lado, ni Fannie ni Freddie hubieran podido pagar a sus acreedores. Con la nacionalización se busca mantener (e incluso abaratar) la obtención de los créditos necesarios para la continuidad de los negocios de ambas empresas. Se estima que una estabilización del financiamiento permitiría al Estado proceder a una liquidación ordenada de los créditos hipotecarios de Fannie y Freddie a partir de 2010.

Todo indica, sin embargo, que ocurrirá lo contrario, en primer lugar porque los precios de las viviendas y de las hipotecas no han dejado de caer, ni tampoco los títulos que financian esas hipotecas. O sea que el incumplimiento en el pago de los créditos por parte de los que compraron viviendas a préstamo deberá crecer. Por otra parte, los bancos entrampados en el negocio hipotecario buscarán que Freddie y Fannie les compren sus títulos invendibles (que es una de las funciones que éstas tienen asignadas por estatuto), más ahora que -con la nacionalización- cuentan con financiación pública del Tesoro. El balance de las empresas se va a inflar con una cantidad mayor de títulos invendibles por estas dos razones, en lugar de reducirse. Es muy difícil, entonces, que en semejantes condiciones las empresas en cuestión vean facilitado el acceso al crédito para sí mismas. Si sirve como ilustración, digamos que el nacionalizado banco escocés Northern Rock, ha tenido que recurrir al dinero público por un monto igual a más del doble (100 mil millones de libras esterlinas) de su cartera de títulos invendibles (40 mil millones). El equivalente para esta nacionalización yanqui es una suma estratosférica. O sea que antes de poder sanear la situación, el Tesoro norteamericano deberá inflar todavía más el esquema de negocios que se ha derrumbado. Solamente para comprar la parte del capital (acciones preferidas) que lo autoriza a manejar la empresa, el Tesoro deberá comprometer 200.000 millones de dólares. La compra oficializará la depreciación de esas acciones, lo que debe provocar un perjuicio rayano en la quiebra a sus tenedores, la mayor parte en manos de bancos regionales de Estados Unidos. Simultáneamente, la entidad que asegura los depósitos de esos bancos regionales, Federal Insurance, se está quedando sin fondos para cumplir con ese cometido.

La gran depresión

Las derivaciones de esta crisis son inconmensurables. La nacionalización, por ejemplo, ha detonado la ejecución de numerosos contratos de seguro de los bonos comprados a esas entidades. Ante el peligro de que se pudiera desatar un reclamo de indemnizaciones por alteración de las condiciones de los contratos, se está buscando un arreglo que le saque a la nacionalización cualquier connotación de cesación de pagos. O sea que los yanquis deberán comenzar a gobernar con leyes de emergencia o decretos de necesidad. El otro tema son los fondos de pensiones, que tienen la mayor parte de su dinero invertido en esas dos entidades, o sea que se encuentran en riesgo las jubilaciones de millones de personas. Como advirtió el ejecutivo ya mencionado del banco de China: ¿en dónde invertir el dinero que se retire de esas empresas? Un dinero que no rinde no paga jubilaciones y erosiona el capital al ritmo de la inflación.

En hipótesis, esta crisis no sería de difícil resolución, incluso ahora que alcanzó proporciones devastadoras. Bastaría que el capital en su conjunto ajustara sus balances a la pérdida de valor registrada por la propiedad inmobiliaria. Sería como una ‘quita de la deuda’ aplicada en forma generalizada a todos los créditos. La producción y su financiamiento se reanudarían sobre la base de nuevos proyectos, y se reiniciaría el ciclo económico. Pero semejante solución es incompatible con el capitalismo. En primer lugar, por ausencia de una contabilidad social y de una autoridad universal, lo cual hace imposible un ajuste generalizado de patrimonios. En segundo lugar, porque la posición de los capitalistas en el mercado no es uniforme, o sea que la crisis los afecta en forma diferente. Tercero, porque la quiebra de algunos capitalistas es la oportunidad de negocio de otros capitalistas, o sea que forma parte de la competencia capitalista. Es así que la posibilidad de un nuevo equilibrio capitalista debe pasar por la prueba de la competencia entre capitalistas, o sea por bancarrotas y crisis sistémicas. Pero estas bancarrotas y crisis pueden marcar y, en última instancia marcan, el fin del proceso capitalista.

Cuando los paniagudos ya estaban celebrando la intervención estatal a Fannie y Freddie como una salida definitiva a la crisis, el cuarto banco de inversión en el mundo, Lehman Brothers, anunciaba que no conseguía un equipo de rescate en ningún lado. Estamos, por lo tanto, en las vísperas de una nueva quiebra y de una nueva intervención estatal, porque alguien deberá hacerse cargo de los títulos invendibles de este banco. Sumando aquí y sumando allá, Estados Unidos va camino a contraer una deuda pública descomunal, sin precedentes, con excepción de la Segunda Guerra Mundial. El déficit de presupuesto, de casi 500 mil millones de dólares al año, se irá por las nubes. La suerte del dólar está echada -no por la competencia del euro, el yen o el yuan, sino por la quiebra de las finanzas públicas.

Crisis mundial

Ninguna crisis es una ‘verdadera’ crisis hasta que no alcanza proporciones internacionales, incluso si en este caso afecta nada menos que a Estados Unidos. Pero la crisis es ya, desde hace bastante tiempo, internacional. La quiebra de la especulación hipotecaria norteamericana ha puesto al descubierto la especulación en hipotecas en numerosos países, uno de los cuales es China. La urbanización fenomenal de China explica, con mayor razón que en cualquier otro país, este fenómeno especulativo. Su derrumbe ha provocado una gigantesca caída de la Bolsa: más del 60% (lo cual barre con cualquier suba anterior hasta un 200%). Para hacer frente a este derrumbe, las empresas chinas han salido a buscar financiación, que ahora es escasa y usuraria. Este endeudamiento, combinado con la desvalorización de las inversiones internacionales de China y con la caída que se registra en la tasa de ganancia e incluso en la producción, plantea allí la emergencia de una crisis industrial.

El ciclo iniciado con la incorporación masiva de China al mercado mundial (luego de la crisis asiática de 1998 y de la recesión internacional de 2001) ha concluido. Más allá de la pedantería de los economistas oficiales, que niegan la recesión, la recesión mundial es un hecho porque afecta en todos lados a la industria, porque hay una reducción sistemática de ganancias y de empleos, porque hay caídas generalizadas de salarios, porque hay quiebras industriales, porque hay una contracción del crédito en la mayor parte de los países. Lo singular de esta crisis mundial es que, en primer lugar, tiene su centro en Estados Unidos y no se limita a una recesión en la industria sino que afecta a todo el sistema de relaciones de mercado. En segundo lugar, involucra a China y a Rusia, que se presentaron al inicio del ciclo como una salida a la crisis mundial. China y Rusia han sido reincorporadas como actores principales de la acumulación mundial de capital como consecuencia de la restauración de la propiedad privada. El derrumbe de los mercados de crédito abre un período que cuestiona el conjunto de las relaciones internacionales establecidas en la pos-guerra fría, aclarando que estas relaciones internacionales expresan, antes que nada, una modificación de las relaciones sociales entre el capital y el trabajo – avance del capital mediante un sistemático proceso de expropiación de la fuerza de trabajo (en ella se incluyen todas sus conquistas sociales, incluidas en ellas a los Estados que habían expropiado al capital).

‘Bye, bye Brazil’

La nueva etapa de la crisis capitalista ya está asestando un golpe descomunal a América del Sur. La presidenta de Argentina tuvo la mala idea de elogiar a Brasil en vísperas del derrumbe del mercado de capitales brasileño, que ha sido la viga maestra de su crecimiento en los últimos cuatro años. Brasil ha atravesado una gigantesca especulación del mercado de consumo, financiado por el ingreso de capitales del exterior, que ha tenido un costo extraordinario en término de endeudamiento de los consumidores. El derrumbe brasileño se lleva puesta a la Argentina en menos de lo que canta un gallo. ‘Bye Bye Brazil’. Pobre Lula, tan cerca de finalizar el mandato, recibirá una soberana lección de marxismo ‘na marra’ (en la práctica, en los hechos).

El mundo ha ingresado en una nueva transición, en la que tendrán lugar batallas decisivas.