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Miami: la cultura del simulacro

Luces de la ciudad

Fuentes: Rebelión

No tengo la menor idea de cuántas son, pero sí más de de treinta o, tal vez, cuarenta y algo. Tampoco cuándo apareció la primera ni quién tuvo la suerte de que le tocara la última. Mucho menos quién decide su existencia. Están ahí, por toda la calle Ocho de La Pequeña Habana; frente al […]

No tengo la menor idea de cuántas son, pero sí más de de treinta o, tal vez, cuarenta y algo. Tampoco cuándo apareció la primera ni quién tuvo la suerte de que le tocara la última. Mucho menos quién decide su existencia. Están ahí, por toda la calle Ocho de La Pequeña Habana; frente al Parque del Dominó, el Pub restaurante, el Teatro Tower, la Lili’s Record, la gasolinera de la 13. La gente pasa, voltea la cabeza, camina sobre ellas, se acuclilla para tirarse fotos, pone flores en un pomo plástico, no las toma en cuenta por ser costumbre. No sé si ocurre lo mismo en Hollywood, o en París -si es que hay una calle con tales propósitos- o en cualquier otra parte del mundo donde seguro la misma idea pareció lógica y gratificante. Ni si fue allí antes o aquí después. Lo cierto es que Miami tiene su paseo de las estrellas, su avenida de las luminarias como el que más, su ruta de la fama para que nadie diga y unos premios. Lo Nuestro para «lo mejor de la música latina», y unos tabacos «verdaderamente cubanos» y un guarapo y un café y unos souvenires para el turista europeo que, cree, llegó a la Cuba que debe ser, y cuatro viejos en una esquina que, a las ocho y media, se van a dormir porque ya no quedan comercios abiertos. Y un Fito Páez sin público y un autotítulo de Capital Cultural de las Américas Sin criterio de selección ni nada que se le parezca; sin que importe un comino o alguien cuestione te tropiezas, entonces, con nombres como los de Thalía, Sammy «el estilista de las estrellas», Los Fonomemecos o Trespatines; Los Estefan, Cristina Salareghi, Lucía Méndez, una malvenida conductora de radio llamada Betty Pino -algo así como Julio Iglesias en molde femenino -o Juan Gabriel. Todos, diz que, en representación de lo más genuino y auténtico de nuestras raíces. Ellos son, en efecto, nosotros. Asimismo. Sin gota de vergüenza. Sin sonrojo. Tú, yo, aquel. El orgullo hispano de Miami. El símbolo de nuestra distinción.

Parece que no descubro nada, más nunca sobra oírlo dos veces. Miami, al menos la con eñe, vaga en su círculo lento y cansado; creyéndose lo que se ha fabricado; premiándose y velando, como Bernarda Alba, que ni entre Pepe ni salga Adela. Eso del folclor sonará siempre a protesta de pobre, lo brasilero a liberal, el filo de lo novedoso sospechosamente cercano a lo que más se odia: el comunismo. Además, asuntos tales no proporcionan las ganancias requeridas.

Blanquita Amaro, Libertad Lamarque, Ernesto Lecuona. Otras constelaciones para un mismo cielo. Celia Cruz, Raphael, José Luis Rodríguez, Rocío Jurado. Lentejuelas y oropel, farándula y entretenimiento, matices, vacuidad y gracita de pelo, salvo excepciones. Mezcla inodora. Sancocho rancio. Eclipse total del amor en versión de Lisette con Jon Secada. Luces de una ciudad donde la síntesis no ocurre, la fusión -mexicanos, argentinos, salvadoreños llegan todos los días- no existe y Fernando Ortiz quedaría perplejo al no explicarse por dónde rayos pudiera entrar la transculturación.

El sitio mágico, el espacio del sol, la cacareada meca de la cultura latinoamericana, como en la política, como en la economía, disfruta su falacia, pensándose modelo, vanguardia, puente. Aplaude a Salma Hayek -sus tetas en todo caso-, Ricky Martin -sus caderas, digo yo-, Jennifer López -sus nalgas, a saber- como muestra de «a lo que pudiéramos llegar», ilustración «del triunfo y la fuerza que estamos consiguiendo».Y se regocija de la «gracia criolla» -la auténtica, la genuina- de los inefables Fonomemecos y del «talento y simpatía» que irradian esas puestas «tan raigales»de El Plan Ocho en Hialeah, Mi mujer es un robot, El marido perfecto o La cumbancha. Y cine del Bravo a la Patagonia es el de Pedro Infante, Mirtha Leblanc, Luis Miguel o aquel que defiende el derecho de nacer o la evidencia de que, también, hay negros buenos -con el aparte que significan los esfuerzos particulares de ciertas instituciones y organismos que actúan por su cuenta y, alguna que otra vez, con mil es de esfuerzos organizan un buen ciclo. Y ceremonial cuasi religioso son las tertulias, peñas, los concursos de corte literario, donde, navegando con suerte, puedes ser del total agrado de la audiencia sólo porque tu nombre recuerde al de un perfume francés y, para los cuales, debes tener dispuesta tu ropa de domingo y una cuota extra de educación y paciencia para no pararte y preguntar por dónde coño anda la ética, la coherencia, el buen sentido.

Una Miami que asiste rutilante al desprendimiento de lo que bien se aprendió en mejores sitios. Que da la bienvenida al recién llegado poniendo sus cuotas y sus manitas afectuosas en el hombro. Y el crítico ya no brilla como cuando desde una página del Juventud Rebelde y el cantautor simplifica los textos y el tenor canta salsa en un club. Y el que un día soñó con experimentaciones y performances pinta gallos por docenas con líneas claras y precisas, sin historia, sin lectura. Y corre la actriz -la misma que hablaba de distanciamientos y métodos – tras la novela que filma Telemundo. Y el humorista desternilla de risa, entre alcoholes y sinrazón, con sus cuentos de pingas y maricones. Y baja la parada y explica su chiste porque ha descubierto caras de asombro ante su juego de palabras a lo Luthiers. Y se queja este, el otro, aquel, porque llegó demasiado tarde; porque es viejo; porque es gordo; porque es feo; porque, libre al fin para elegir con quién vivir, hará lo que se dis ponga con tal de pagar sus gastos sin tener que ir a una fábrica a ensamblar celulares. Lo urgente que no deja tiempo para lo necesario. Los ideales que eran cuento de camino. La vida que, al parecer, en realidad era esta.

Roberto Carlos, Olga Guillot, Charityn, Roberto Ledesma. Star o estrella, singer o cantante, actress o actriz, que da lo mismo en la sinfonía de no ser orgánicos ni en el idioma que se estampa en el granito. Los diamantes siguen brillando. La jauría apuntalando el ruedo. Los ídolos dando lustre. Y no sé si lo mismo ocurrirá en Hollywood o en París o en cualquier otra parte del mundo donde la idea pareció igual de genial y grandiosa. No tengo claro, tampoco, cuántas pudieran ser ni el escogido para la próxima; pero Miami tiene, para que no digan, su paseo de las luminarias como el que más, su avenida del triunfo y de la gloria, sus slogan y su souvenir, sus puertas abiertas a la libertad y al creador. En la gasolinera que te conté, al lado del teatro que te dije, frente al Parque del Dominó. Luces de una ciudad que se empeña, al no poder hacer otra cosa, en decir espiritualmente nada.

El autor es un crítico santaclareño radicado en Miami ([email protected]).