Dos causas de fondo, de naturaleza diferente, acompañan la escalada estadounidense contra Venezuela. Una es el fracaso sistemático de todos los recursos empleados para derrocar al presidente Nicolás Maduro sin invadir militarmente al país. La otra, remite a la crisis general del sistema capitalista, a las perspectivas de agravamiento a mediano plazo y al hecho, […]
Dos causas de fondo, de naturaleza diferente, acompañan la escalada estadounidense contra Venezuela.
Una es el fracaso sistemático de todos los recursos empleados para derrocar al presidente Nicolás Maduro sin invadir militarmente al país. La otra, remite a la crisis general del sistema capitalista, a las perspectivas de agravamiento a mediano plazo y al hecho, ahora evidente, de que esa crisis golpeará ante todo a Estados Unidos y acelerará el proceso de una decadencia irrefrenable. Venezuela es una pieza relevante en la evolución y desenlace de esta perspectiva.
En la combinación de ambos factores se entrevé la concreción de un cambio drástico de la política internacional. Resulta obvio que el pensamiento político, sea en los poderes establecidos, sea en las izquierdas integradas al sistema, ha sido incapaz de prever esos cambios. Por eso unos y otros van a remolque de la crisis, apelando a un pragmatismo cada vez más inmediatista.
Véase si no el panorama mundial de estos días. Siempre sobre el telón de fondo de la debacle de 2008, controlada pero nunca realmente resuelta, el deterioro de las relaciones internacionales, la agudización de la pugna interimperialista y sus intrincadas nuevas formas de expresión dibujan un mapa de riesgos planetarios de gravedad jamás igualada en la historia.
Un mundo convulsionado
Por estas horas predomina la denominada «crisis de los misiles» que ubica a Estados Unidos no contra Corea del Norte, sino directamente frente a China. En medio, Japón busca el equilibrio basculando entre su antiguo tutor y los nuevos poderes prevalentes en la región. En cada capítulo de esta confrontación con las autoridades de Pyongyang como protagonistas visibles, se juega el riesgo de una conflagración nuclear que no se limitaría a aquella región del mundo.
No es menos candente la situación creada en Medio Oriente a partir del sonoro fracaso de Estados Unidos en su propósito de someter a Siria y, con ejércitos mercenarios de la región -más sus puntos de apoyo en Irak y Afganistán- atacar y doblegar a Irán, para imponerse en toda el área y a partir de esa supuesta victoria iniciar una nueva escalada contra Rusia. No es éste el lugar para exponer los pasos de Washington hasta llegar a la ciénaga en que ahora se encuentra atrapado, con Rusia como protagonista decisivo. Basta afirmar que el desenlace previsible de este combate regional no será en favor del poderío estadounidense.
Otro frente en el que la táctica del Departamento de Estado se encuentra empantanada es el que tiene a Rusia como antagonista directo. La Casa Blanca no ha podido estabilizar el poder de la ultraderecha ucraniana y, mucho menos, vencer las rebeliones independentistas en Crimea, Donetsk y Lugansk. En el actual contexto esos puntos estratégicos están perdidos para Ucrania, por mucho que sea finalmente incorporada a la Otan (Organización del Tratado del Atlántico Norte, instrumento militar global conducido por Estados Unidos).
Con base en el débil gobierno de Kiev, pasando por Polonia y hasta los países bálticos, Washington tendió un arco de bases de la Otan apuntadas a Rusia. Innecesario explicar los riesgos de guerra a gran escala que entraña esta situación. La complicidad de la Unión Europea (UE) no excluye disidencias en sordina, aumentadas por crecientes conflictos económicos entre ambas potencias. La salida de Gran Bretaña de la UE es apenas un adelanto de lo que vendrá. La eventual recaída en recesión aceleraría el proceso de disgregación y recomposición, siempre en detrimento de Estados Unidos.
Aunque la multiplicación de conflictos en África no se manifiesta en esta etapa sino por la afluencia incontenible de emigrantes a Europa, dificultades de otra naturaleza y envergadura se preparan en el continente, siempre con los imperialismos europeo y estadounidense como enemigos comunes, a lo cual se suma la creciente presencia de China. En este cuadro general, donde proliferan las mafias, el narcotráfico y la trata de personas, el terrorismo que golpea a Europa y repercute cada vez con mayor impacto en su relación con Estados Unidos es sólo una resultante colateral.
La creación de nuevos bloques internacionales sin la participación de Estados Unidos y por lo general desde perspectivas económicas confrontadas, plasmados en instituciones políticas, financieras y militares, prueban la dinámica de debilitamiento y creciente aislamiento de Washington, a su vez envuelto en múltiples frentes de guerra simultáneos.
Desde esta situación global llega la Casa Blanca a lidiar con la Revolución Bolivariana de Venezuela, sólo para ratificar que no tiene respuesta estratégica para ninguno de estos desafíos.
Adónde va la burguesía latinoamericana
En un mapa geopolítico en ebullición y todavía sin relaciones de fuerzas definidas que impide resultados netos en lo inmediato, Venezuela ha sido el ejemplo más desarrollado y hasta el momento exitoso de una revolución sin derrota letal del enemigo. Una y otra vez, a comenzar por el golpe de abril de 2002 contra el entonces presidente Hugo Chávez, sectores del capital intentaron cerrar la vía pacífica al socialismo, avalando una antigua certeza teórica.
Una y otra vez, con vericuetos y zigzags, por veces con retrocesos, la revolución continuó su marcha y logró evitar una confrontación violenta, aunque a partir de 2003 tenía al alcance de la mano, política y militarmente, una victoria inmediata. Esto fue y será así por todo un período porque el choque de fuerzas no es con la burguesía local, sino directa y frontalmente con el imperialismo.
Con el llamado a una Asamblea Nacional Constituyente (ANC) el 1 de mayo pasado y el rotundo éxito logrado el 30 de julio, la dirección político-militar de la Revolución Bolivariana definió en la coyuntura la opción estratégica entre guerra o paz para alcanzar la transformación social. Más aún, se convirtió en un ejemplo para toda América Latina.
En los cuatro meses previos a esta irrefutable muestra de voluntad democrática de la Revolución, Washington y su cadena de medios en el hemisferio llevaron adelante una guerra sin precedentes de mentiras y calumnias, mientras al interior de Venezuela la burguesía lanzó sucesivos ataques violentos que dejaron más de 120 muertes. Pese a todo, más de ocho millones de ciudadanos acudieron a elegir la ANC y ratificaron, a la vez, el camino revolucionario y la institucionalidad de una República en transformación.
Luego de esta demostración cabal de relaciones de fuerzas sociales a favor de la Revolución, luego del llamado a elecciones de gobernadores y alcaldes para diciembre por parte del Ejecutivo, adelantado a octubre por la ANC, la burguesía continuó conspirando. Un paso adelante, la Casa Blanca declaró el bloqueo económico y amenazó con la invasión militar. Más de un millón de hombres y mujeres, militares, milicianos y civiles, adelantaron la respuesta que recibiría Estados Unidos si optara por la invasión. No ha sido suficientemente difundida esta formidable muestra de resolución, valentía y capacidad de combate.
Si la marcha inexorable del imperialismo hacia la guerra es una certeza, se impone otra pregunta: ¿busca conscientemente la burguesía regional empujar toda oposición radical hacia la lucha armada? ¿Sus ideólogos tienen conciencia del futuro que tal conducta inaugura a partir de ahora mismo? Por mucho que en público repitan calumnias contra una supuesta dictadura en Venezuela, no existe analista serio convencido de sus propias mentiras y ajeno a la preocupación por el desarrollo de este conflicto de alcance hemisférico.
Desde México a Argentina la región es un polvorín. Como mecha lenta obra la crisis económica irreversible, el crecimiento de la pobreza y la precariedad; decadencia general a la vista del más miope. Si se toman ambos países mencionados, extremo norte y sur de la región, segunda y tercera economía más importantes en el área, la degradación en todos los órdenes produce vértigo en quienquiera que observe objetivamente. ¿Alguien supone que la violencia obligada de los 1970 no se multiplicará al infinito -con formas diferentes y objetivos más radicales- si la dinámica actual continúa? ¿Es posible seguir denostando a la delincuencia común y el papel de las mafias de todo tipo sin comprender que en la vida cotidiana son expresiones menores de un desequilibrio mayor, fincado en el conjunto de las instituciones burguesas? ¿Se dejará llevar la intelectualidad latinoamericano-caribeña por escribas cargados de premios e ignominias?
Venezuela en la coyuntura histórica
Washington y su séquito no tienen más argumentos frente a Maduro. La Asamblea Constituyente, constitucional y democráticamente elegida, prepara un salto cualitativo en las relaciones sociales bajo institucionalidad republicana. En pocas semanas habrá elecciones para gobernadores y alcaldes, con participación de todos los partidos. En 2018 habrá elecciones presidenciales.
El asedio a la Revolución, ahora transformado formalmente en bloqueo económico y amenaza de invasión no tiene otro fundamento que la sobrevivencia del capitalismo. Apoyado exclusivamente en la violencia. Fascismo desembozado.
A comienzos de siglo las burguesías de la región ensayaron tímidamente un camino de convergencia y resistencia frente al imperialismo. Aquella dinámica se quebró, pero nada la reemplaza. Maduro convoca a la Celac y el Departamento de Estado tiembla. Reaparecen las contradicciones entre metrópoli y capital subordinado. La Casa Blanca no logra afirmar el eje Washington-Buenos Aires. Se le cae el gobierno en Brasil. Washington no alcanza a liderar un bloque homogéneo para la contrarrevolución.
En tanto, Maduro sigue en su puesto y con la totalidad de la iniciativa política. Asediada y sin tregua la Revolución debe satisfacer desmedidas expectativas puestas en la ANC para resolver un prolongado y dramático desajuste económico. No habrá solución inmediata e indolora al saneamiento y puesta en marcha del aparato productivo y de distribución. Pero incluso un paso en esa dirección, cuyo costo no caiga sobre los desposeídos y, por el contrario, vaya en su beneficio, será una señal luminosa de la Constituyente frente al mundo de destrucción y opresión que propone Estados Unidos.
Con la práctica por delante, la Revolución Bolivariana esboza una teoría de unidad social y política para afrontar, no sólo en Venezuela, los espasmos de un sistema agónico.
Fuente: http://americaxxi.com.ve/index.php/news-item/luces-de-una-revolucion-asediada-por-luis-bilbao/
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