«La lucha de clases, si existió alguna vez, pasó a la historia», afirma en un bar un parroquiano divorciado que tiene como únicos ingresos legales los 426 euros mensuales que le han concedido por ser mayor de 52 años y haber cotizado por desempleo más de seis años a lo largo de su vida laboral. […]
«La lucha de clases, si existió alguna vez, pasó a la historia», afirma en un bar un parroquiano divorciado que tiene como únicos ingresos legales los 426 euros mensuales que le han concedido por ser mayor de 52 años y haber cotizado por desempleo más de seis años a lo largo de su vida laboral.
«La lucha de clases es un concepto rancio y obsoleto», pontifica un engominado periodista en la tertulia vespertina de un carpetovetónico canal de televisión en el que colabora a cambio de 3.000 euros semanales.
«Hablar de lucha de clases en el siglo XXI es contrario a las enseñanzas de Jesucristo, pues perjudica la convivencia y perturba la paz espiritual», declama desde su púlpito un joven y amanerado párroco próximo al Opus Dei.
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Lumpemproletariado, trabajadores desclasados, comunicadores millonarios, presbíteros haraganes, políticos corruptos, banqueros oligarcas… La conjura para finiquitar el motor de la historia es un hecho. Sea por ignorancia, desidia, desesperanza, estupidez, convicción o espurio interés, son legión quienes dan por amortizada la lucha de clases.
Sin embargo,
-cada vez que un juez ordena el desahucio de un desposeído,
-cada vez que un policía tortura a un detenido,
-cada vez que un soldado mata a un civil,
-cada vez que un niño se acuesta sin cenar,
-cada vez que un trabajador acepta un contrato basura,
-cada vez que un anciano llora su soledad…
-con cada vagabundo,
-con cada analfabeto,
-con cada persona desempleada,
-con cada mujer maltratada,
-con cada preso represaliado,
-con cada pueblo sometido…
la lucha de clases se manifiesta en toda su vigencia.
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