En la siguiente entrevista el académico y activista ecomarxista Andreas Malm aborda algunas de las principales tesis de sus publicaciones recientes en torno al capitalismo fósil, la crisis ecológica y la pandemia global.
Con Capital fósil. El auge del vapor y las raíces del calentamiento global, publicado en castellano en 2020 por Capitán Swing y traducido por Emilio Ayllón Rull, Malm revolucionó el debate sobre la crisis climática al señalar su vínculo histórico con el establecimiento de un nuevo régimen de producción durante el primer capitalismo industrial. Según Malm, una serie de transformaciones hicieron que este pasara a depender del carbón como fuente primaria de energía, de la explotación intensiva por unidad de tiempo de la fuerza de trabajo, de la creación de un ejército de reserva que presionara a la baja los salarios, de un despliegue tecnológico que aplacara la combatividad social, de la fractura metabólica entre el campo y la ciudad, y de las dinámicas extractivistas del imperialismo energético.
Retomando en clave ecológica los planteamientos del marxismo político, donde las mutaciones de la historia social aparecen como consecuencia de las transformaciones en las relaciones de producción –y no del desarrollo de las fuerzas productivas, según plantea el determinismo tecnológico, también en su variante marxista–, Malm hace aflorar a la superficie el íntimo vínculo que subyace entre el calentamiento global y la lucha de clases. Más recientemente, Malm también ha explorado el modo en que la reconversión neoliberal del capitalismo fósil está acompañando la emergencia de opciones de extrema derecha en diferentes partes del mundo, cuyo impulso de un nuevo nacionalismo blanco prefigura una gestión ecofascista de la crisis y del posible colapso ecosocial. Sus reflexiones en este sentido aparecerán próximamente en el volumen que ha escrito con The Zetkin Collective, White Skin, Black Fuel: On the Danger of Fossil Fascism, y que será publicado en inglés por Verso. Por último, y a raíz de su libro El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social, publicado en castellano por Errata Naturae, con traducción de Miguel Ros González, Malm repasa en la entrevista una serie de valoraciones sobre la irrupción de la pandemia de la covid-19 en el contexto del desfondamiento ecológico del planeta, así como su apuesta por una recuperación del leninismo en clave ecologista, en la que los aspectos estratégicos de la toma y el uso del poder político vuelven a cobrar una importancia fundamental para la izquierda.
Jaime Vindel y Alejandro Pedregal: En Capital fósil argumentas que el calentamiento global representa un desafío para los historiadores. ¿Qué tipo de desafío es ese? Y desde el ámbito del materialismo histórico, ¿cómo podemos leer ese reto en relación con la disputa entre el capital y el trabajo?
Andreas Malm: El calentamiento global extiende su influencia sobre (al menos) dos siglos de historia: todo ese carbón, petróleo y gas, todos estos coches, aviones y centrales eléctricas, todo el desarrollo capitalista basado en los combustibles fósiles (dejando aquí al margen el paréntesis soviético no capitalista) no tenían un significado evidente hasta hace poco. Solo ahora sabemos lo que realmente significaba usar la energía de esa manera. Esto debería llevar a los historiadores a volver sobre estos dos últimos siglos con una nueva mirada. Y eso está sucediendo: existe un floreciente campo de investigación que vuelve a indagar sobre los acontecimientos a la luz de la crisis climática. Un libro del que acabo de tener noticia es The Whites are Enemies of Heaven. Climate Caucasianism and Asian Ecological Protection, de Mark W. Driscoll (Duke University Press, 2020), que se centra en las Guerras del Opio como un momento clave en el surgimiento de la economía fósil o del Antropoceno, por emplear el término que utiliza el autor. Para los historiadores comprometidos con el materialismo histórico, el desafío, supongo, es estudiar el desarrollo de la crisis climática –y la crisis ecológica en general– a través de la lucha de clases. Yo mismo estoy actualmente inmerso en un gran proyecto que lleva esta cuestión más atrás en el tiempo, a un nivel más general, discutiendo cómo se ha relacionado la dominación de la naturaleza con la explotación de la mano de obra, desde las primeras sociedades clasistas (me preocupa el antiguo Egipto) en adelante. ¡Este proyecto corre el riesgo de crecer de manera absurdamente inabarcable! Lo dejo aquí, solo para decir que la profundización de la crisis climática está llevando a todo tipo de historiadores a interrogar al pasado con nuevas preguntas. Por resumir: ¿cómo nos vimos atrapados en este lío? ¿Qué nos trajo hasta aquí? ¿Es algo innato e intrínseco a la humanidad, una disposición de la especie como tal, o lo que nos ha empujado hacia el colapso climático es una configuración histórica específica y una estructura social concreta? Ya que estoy interesado en las sociedades clasistas precapitalistas, me gustaría advertir contra la opinión de que todo es culpa del capitalismo. Aunque, por otra parte, insisto en el carácter excepcional de la dominación compulsiva y destructiva de la naturaleza bajo las relaciones de propiedad capitalistas.
J. V. y A. P.: El libro disputa tanto el paradigma ricardiano-malthusiano como el determinismo de la fuerzas productivas, este último enfoque adoptado por ciertas tendencias dentro del marxismo. ¿Cuáles son los problemas de esos análisis y qué significan en términos del modo en que entendemos el desarrollo del calentamiento global? ¿Cómo afecta esta crítica al debate dentro del propio marxismo y del ecosocialismo en general?
A. M.: El núcleo de Capital fósil es una investigación sobre un cambio histórico muy específico: el tránsito de la energía hidráulica a la energía de vapor en la industria algodonera británica, la punta de lanza de la Revolución industrial. En relación con esa transformación particular, ni el paradigma ricardiano-malthusiano ni el determinismo de las fuerzas productivas pueden sobrevivir a una confrontación con los datos empíricos básicos. El primero dice que las fuentes de energía tradicionales no fósiles –el agua, en el caso de la industria– se agotaron y se encarecieron. Pero, en realidad, el agua era abundante y más barata durante toda la transición. El determinismo de las fuerzas productivas es la vieja idea de que “el molino de vapor te da el capitalista industrial”, que son los diferentes tipos de tecnología los que introducen las relaciones de propiedad correspondientes; un punto de vista que representó la ortodoxia en el movimiento comunista (con algunos disidentes) hasta el decenio de 1970. Pero las relaciones de propiedad capitalistas precedieron a la adopción de la energía de vapor y la causaron. El capital nos dio el vapor, no al revés.
Las relaciones de propiedad capitalistas precedieron a la adopción de la energía de vapor y la causaron
Ahora bien, estos dos errores no son meramente de importancia historiográfica. El paradigma ricardiano-malthusiano reaparece con la expectativa de que una vez que la energía solar y la eólica se abaraten, habrá una transición desde los combustibles fósiles a estas energías renovables. Sin embargo, ya son más baratas –sobre todo la solar, que en muchas partes del mundo puede generar ahora la electricidad más barata que se haya visto en la historia–, y aun así no estamos viendo una sustitución de los combustibles fósiles por las energías renovables. Por el contrario, el mismo hecho de que las energías renovables sean baratas –debido a su disponibilidad y a no depender de mano de obra (los humanos no tienen que trabajar para que el sol brille, pero sí para que el carbón o el petróleo salgan de la tierra)– es una maldición bajo las relaciones de propiedad capitalistas porque los precios mínimos significan pequeños beneficios. Y el capital se orienta hacia los mayores beneficios. De ahí la tendencia de los últimos años –y no está claro cómo se verá afectada por la pandemia– a que más inversiones fluyan hacia los combustibles fósiles.
La transición actual tampoco dependerá del precio de la energía. Y no se producirá por algún tipo de cohete tecnológico que despegue y traslade a todo el mundo a otro planeta. La transición –si tal cosa sucede alguna vez– será política en su raíz. En otras palabras: presupone, en primer lugar, un cambio en las relaciones de propiedad, una derrota del capital fósil. Más específicamente, el capital que se beneficia directamente de los combustibles fósiles tendrá que ser expulsado del negocio para siempre. Esto no sucederá porque la energía solar y la eólica se vuelvan ridículamente baratas, ni porque las tecnologías para captar estas fuentes de energía sean fantásticamente eficientes. Solo podrá suceder a través de la lucha política.
J. V. y A. P.: Capital fósil redefine desde la perspectiva del marxismo político y ecológico la interpretación de la modernidad industrial, enfatizando el vínculo entre los combustibles fósiles y la lucha de clases. ¿Cómo se relaciona esta contribución con la confluencia actual de intereses entre las nuevas derechas y el capital fósil?
A. M.: Debo decir que, en retrospectiva, cinco años después de que apareciera Capital fósil, creo que una de las debilidades del libro es que se centra en el lado de la demanda: por qué los capitalistas compraron combustibles fósiles en el siglo XIX y por qué lo siguen haciendo hoy en día. Aborda mucho menos el lado de la oferta: las empresas que venden combustibles fósiles (o capital fósil primitivo, como lo llamo en el libro). La razón de este sesgo es que los proveedores tuvieron muy poco o ningún papel en el tránsito del agua al vapor. Los propietarios de las minas de carbón respondieron más bien pasivamente a la demanda, hasta donde pude deducir de mi investigación. Pero el lado de la oferta es absolutamente central ahora. Gran parte del movimiento climático –incluido un grupo como Ende Gelände en Alemania, con el que me identifico– ha apuntado a los proveedores frontalmente, por una muy buena razón: el interés más concentrado en mantener el status quo proviene de los capitalistas que producen petróleo, carbón y gas. También hemos visto en los últimos años lo agresiva que puede ser esta fracción de clase en la promoción de las fuerzas nacionalistas blancas que eliminan cualquier límite a la producción de combustibles fósiles. Esta fue la esencia de la era Trump, pero se ha visto algo similar en países tan dispares como Brasil, Noruega o Polonia. Sobre este tema voy a publicar un extenso libro titulado White Skin, Black Fuel: On the Danger of Fossil Fascism, escrito con The Zetkin Collective, que aparecerá en inglés durante el mes de mayo.
J. V. y A. P.: En los capítulos finales de Capital fósil estableces un cierto paralelismo entre la Manchester victoriana y la China contemporánea, como chimeneas del mundo de entonces y de ahora. Hasta cierto punto, el contexto chino te sirve para rastrear la durabilidad de la economía fósil en el mundo actual. ¿Cuál es la composición del capital fósil contemporáneo y la tendencia que sigue? Considerando los poderosos intereses detrás de él, ¿qué medidas políticas podrían llevar a desafiar el poder de sus corporaciones y cuáles son las posibilidades reales de pensar en un futuro fuera del capital fósil?
A. M.: La avanzadilla del capital fósil, por así decirlo, son los capitalistas cuyo modelo de negocio es obtener beneficios de la producción de combustibles fósiles. No podemos tener algo así por más tiempo. Y lo saben: saben que su existencia como capitalistas que se benefician del petróleo, el gas y el carbón está en juego. ¿Qué medidas políticas podrían desafiar su poder? Entre todos los países, Dinamarca ha ofrecido recientemente una indicación. El gobierno socialdemócrata danés ha decidido poner fin a todas las nuevas licencias de exploración y producción de petróleo y gas en su parte del Mar del Norte. Después del Brexit, Dinamarca es el mayor productor de petróleo y gas de la Unión Europea (medido por la cantidad de petróleo y gas extraído en el territorio nacional de un Estado miembro). Por lo tanto, es muy significativo que el gobierno danés haya resuelto cerrar definitivamente esta industria. La decisión es el resultado de las elecciones climáticas en Dinamarca en 2019, celebradas bajo el impacto de la ola de huelgas climáticas (que fueron bastante grandes allí) y del verano extremadamente caluroso y seco de 2018. El gobierno tenía el mandato popular de hacer las cosas de manera diferente y, en este aspecto particular, ha cumplido. Sin embargo, la decisión no es exactamente revolucionaria: se permitirá que los pozos de petróleo y gas que ya están en funcionamiento continúen hasta que se agoten, dentro de unas tres décadas. Y los inversores se mostraron de todos modos tibios con respecto a las nuevas licencias, debido a la pandemia. Además, poner un límite a los nuevos pozos es realmente una exigencia mínima; debería haberse hecho hace décadas. Sin embargo, tal como está el mundo, con la implacable normalidad que sigue avanzando año tras año, resulta ser algo extraordinario: un Estado traza una línea y dice a los capitalistas que se acabó, no esperéis poder invertir nunca más en yacimientos de petróleo y gas nuevos en nuestro territorio. Esa es una especie de medida política que comienza a desafiar el poder del capital fósil primitivo. El siguiente paso, por supuesto, es decirles a los mismos capitalistas: hoy es el último día en que pueden bombear petróleo y gas y extraer carbón. No solo el fin de las licencias y los permisos, sino el fin de la producción real, ahora: un freno inmediato y un cambio de toda la economía hacia las energías renovables.
¿Se puede realmente intervenir tan radicalmente en los mercados y las propiedades privadas? Los confinamientos durante la covid-19 sugieren que, en realidad, sí se puede. Incluso es posible nacionalizar empresas, y esta, creo, debería ser una exigencia central: hacerse cargo de todas las empresas privadas de combustibles fósiles, ponerlas en propiedad pública y convertirlas en entidades para la extracción de CO2, en lugar de emitir más. Y para las empresas que ya son propiedad del Estado, en países que van desde Noruega hasta China, la exigencia debería estar en cambiar la función de las entidades de ese mismo modo. Obviamente, esto también implica transformaciones masivas en el consumo de energía, y para países sin productores importantes de combustibles fósiles, como Suecia o España, la transición pivotará en ese ámbito. En mi país son el transporte y la industria pesada (acero, en particular) y la agricultura los que deben cambiar rápidamente y de forma integral. Pero ya sea en el lado de la demanda o en el de la oferta, tendrá que haber intervenciones de gran alcance sobre el estado normal de las cosas en los mercados y en la propiedad privada. Y si algo bueno puede salir de esta pandemia, es la percepción, que debería ya estar generalizada entre la gente, de que el Estado puede de hecho cerrar cualquier negocio que quiera. Es solo una cuestión de ejercer el poder sobre el capital.
J. V. y A. P.: En varios pasajes del libro, y otros textos tuyos, ofreces una visión esperanzadora del desempeño de las llamadas alternativas renovables, en términos de energía neta, al tiempo que relativizas los problemas relacionados con los picos de los combustibles fósiles y otros minerales imprescindibles para la implementación de infraestructuras renovables. Esta es una cuestión que, por ejemplo, marca una parte importante del debate ecológico sobre la transición en España. ¿Qué capacidad le adjudicas a las llamadas alternativas renovables para impulsar una transición ecosocial? ¿Qué modelos de transición o ruptura se podrían seguir? ¿Y qué pueden hacer los movimientos populares al respecto?
Tendrá que haber intervenciones de gran alcance sobre el estado normal de las cosas en los mercados y en la propiedad privada
A. M.: Muy brevemente: por supuesto, soy consciente de los problemas medioambientales que conllevan los materiales necesarios para la energía renovable. El litio en Bolivia y demás… Por graves que sean estos problemas, no se pueden equiparar con los del consumo de combustibles fósiles. El genocidio y el hurto son delitos, pero no se puede decir que uno sea igual de malo que el otro. Me opongo firmemente a la tendencia que se puede encontrar en los márgenes del ecologismo, especialmente en la reciente película de Michael Moore, de descartar las renovables por ser destructoras de la naturaleza. Tenemos que producir y consumir energía; de hecho, algunas personas en el mundo necesitan mucha más, por ejemplo, los 300 millones de personas sin acceso a electricidad en la India. Y, por otro lado, las limitaciones ambientales de las energías renovables deben tomarse en serio, razón por la cual también me opongo a ideas como el comunismo de lujo totalmente automatizado que visualizan un suministro interminable, una cornucopia de energía una vez que se haya producido el cambio a las energías renovables.
Soy de la opinión de que debería reducirse el consumo total de energía en los países capitalistas avanzados, pero con diferenciaciones: es decir, debería reducirse drásticamente el consumo de energía de los ricos. No funcionará, por ejemplo, mantener los niveles de consumo de energía de los más ricos (y continuar expandiéndolo) y simplemente electrificar y conectar todos a la energía renovable. Tenemos que conducir menos, no conducir solo coches eléctricos, y algunas personas tienen que conducir mucho menos. Una economía mundial totalmente electrificada y renovable causaría estragos en los ecosistemas si el consumo de energía continúa aumentando y la producción material acelerándose. Así pues, una transición significa pasar de los combustibles fósiles a las energías renovables. Pero también significa recortar el consumo de energía más atroz y alejarse de un modelo de expansión constante; que es, por supuesto, el corazón mismo del modo de producción capitalista. Los movimientos populares son los únicos que pueden impulsar esto. Las clases dominantes no renunciarán a los combustibles fósiles por su propia voluntad espontánea, ni se movilizarán para limitar el consumo de energía en general. Pero estas exigencias son perfectamente compatibles con las exigencias de clase desde abajo, en la medida en que permiten un mayor consumo de energía entre los más necesitados. La idea de justicia energética es central aquí.
La pandemia hasta ahora no ha inspirado ningún movimiento ambiental; una tragedia histórica
J. V. y A. P.: En tu análisis de la crisis del coronavirus, El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social, estableces una serie de diferencias entre la forma en que el poder político ha afrontado sus consecuencias y la falta de acción en relación con el calentamiento global. ¿Cuáles son las posibilidades que, desde el punto de vista de la revolución ecocomunista que defiendes, pueden representar este tipo de hechos críticos, particularmente cuando esta situación de emergencia parece volverse crónica?
A. M.: Lo único que podemos saber sobre los próximos años es que habrá más crisis: más e inevitablemente peores eventos climáticos extremos; más y posiblemente peores pandemias; más síntomas de la crisis ecológica general, sistemas naturales enteros tambaleándose al borde de caer, y así sucesivamente. Cada vez que irrumpe una crisis como esta, el desafío para las fuerzas progresistas es convertirla en una crisis para los causantes de ella. Es decir, transformar el sufrimiento y el dolor para focalizar las causas del desastre. ¡Aquí no habrá escasez de oportunidades! Si al verano extremo de 2018 siguió una ola de activismo climático en Europa, la pandemia hasta ahora no ha inspirado ningún movimiento ambiental; una tragedia histórica. Tenemos que aprender a golpear mientras el hierro está caliente. Si fallamos terriblemente con la covid-19, como al menos ha ocurrido hasta ahora, tenemos que pensar, aprender y reunir nuestras fuerzas y prepararnos para la siguiente ronda, porque está cerca. El persistente fracaso en convertir momentos de crisis aguda en crisis profundas para los causantes de estas significa estar condenados a sufrir cada vez más sufrimiento y dolor. Hasta donde yo entiendo, no hay forma de evitar esa lógica.
J. V. y A. P.: Efectivamente, la capacidad demostrada por los gobiernos para frenar parcialmente la dinámica corporativa dominante, al menos durante los meses pico de muertes e infecciones, contrasta con la parálisis de los movimientos sociales (y del movimiento climático en particular), como hemos experimentado por ejemplo en España. ¿Qué estrategias políticas podríamos implementar para reducir la brecha entre la posición subjetiva de las masas populares y el comunismo de guerra que evocas en el ensayo final de tu libro, cuando planteas una analogía entre las consecuencias de las crisis ecológicas y la guerra civil que sucedió a la Revolución bolchevique? ¿No representa este tema una provocación leninista que subestima la consistencia actual de Estados y sociedades civiles en diferentes partes del mundo, que no pueden asimilarse a la Rusia zarista?
A. M.: Por supuesto, cualquier analogía con la situación rusa es parcial y limitada, toda apropiación del leninismo hoy es selectiva. Vivimos en un momento político diferente al de los bolcheviques. Pero algunas cosas fundamentales se mantienen: el poder abrumador del capital, su destructividad y tendencia a producir catástrofes, la necesidad de enfrentarse a lo primero si se quiere acabar con lo segundo, y mucho más. Los argumentos en torno al leninismo ecológico y el comunismo de guerra son esbozos generales. Planeo volver a ellos e intentar elaborar y llenar algunos vacíos en un futuro próximo. Lo que es inspirador aquí es que estoy lejos de ser el único que piensa en esta línea: personas como Derek Wall, Jodi Dean y Kai Heron han asumido recientemente la idea de una orientación leninista para el movimiento climático, con diferentes énfasis. Confío en que habrá un diálogo en este sentido en los próximos años. Cuando la cuestión que plantea la historia es la de destruir el poder del capital para detener la destrucción de la humanidad, no podemos prescindir de Lenin. Su fantasma estará con nosotros hasta que encontremos un camino.
Jaime
Vindel es profesor de Historia del Arte
en la Universidad Complutense de Madrid
Alejandro Pedregal es profesor en la Universidad
Aalto, Finlandia
Fuente: https://vientosur.info/lucha-de-clases-y-transicion-ecosocial/