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Lula filósofo

Fuentes: Rebelión

Educación pública y popular en el más reciente discurso del mayor líder político de Brasil

El sábado 7, antes de atravesar el escudo humano que lo defendía para salir de la Sede del Sindicato de Metalúrgicos de San Pablo y entregarse a la policía, Lula pronunció un no muy extenso discurso ante la multitud. La crónica periodística resaltó muchas cosas de ese momento que pareciera reservar un lugar en la historia. Uno de sus temas fue la educación, aunque poco se habló de ello. Haremos un recorrido por los fragmentos más destacables; Lula tiene una rica concepción de la educación que vincula una larga experiencia de pedagogía popular con un fuerte compromiso por la educación pública. Sus reflexiones sirven para distinguir educación pública y popular, así como para pensar qué es lo realmente esencial cuando hablamos de educación o formación ciudadana.

Antes de declarar que aceptaría ir prisión, el ex presidente rememoró su experiencia sindical, agradeció uno por uno a los políticos de diversas organizaciones que lo acompañaban y presentó especialmente a las figuras de izquierda más jóvenes, por fuera del PT, con intenciones de disputar la presidencia: Manuela D´Avilia, del Partido Comunista de Brasil, y Guilherme Boulos, del Partido Socialismo y Libertad, nombrándolos reiteradamente, con gran generosidad, como si fuera un diálogo, con el futuro, marcando así su esperanza en la nueva generación y en cierta forma intentando «bendecirlos» y volcándoles parte de su experiencia y su capital político. Además logró pincelar algunos ejes programáticos para un futuro gobierno popular en Brasil: constituyente, regulación de los medios y la banca, promoción de la agricultura familiar, defensa del petróleo.

Lula podría haber hablado de muchas cosas, despotricado contra sus persecutores, explicado la infamia de su condena con detalle, como ya venía haciendo. Pero se limitó a seguir demandando pruebas. «Ciertamente un ladrón no estaría exigiendo pruebas». Podría haberse mostrado muy enojado, estaba en todo su derecho. Se lo veía muy alegre. Podría haber hecho un discurso revanchista. Es el mayor líder del gigante Latinoamericano, con grandes organizaciones políticas dispuestas a defenderlo. Podría haber incendiado Brasil. Como perseguido político, además, podría haber optado por pedir asilo y refugiarse en alguna embajada. Pero decidió someterse a la ley de su país.

Con su gesto Lula demostró tener no solo más legitimidad democrática que sus persecutores, ninguno de los cuales ha sido elegido por el pueblo, sino también más compromiso y autoridad republicana que aquellos que lo persiguen en nombre de las leyes y la constitución. El candidato de la derecha que sigue a Lula en las encuestas es Jair Bolsonaro, un neofascista, defensor de la dictadura militar y Diputado que ante la sesión de destitución de Dilma Roussef dedicó su voto al General que la había torturado cuando tenía 19 años. El miedo a Lula es el miedo a que el miedo cambie de bando. Es el miedo a que el pueblo recupere su autoestima y decida parar la persecución de los negros, el congelamiento de la inversión social, la militarización de los barrios.

Es por eso que varios militares y ex-militares Brasileros amenazaron con un golpe de Estado y un baño de sangre si Lula quedara libre. Claramente no defienden la constitución ni persiguen la corrupción como dicen. El mayor peligro, para ellos, no es que un corrupto (al que se le adjudica la propiedad de un departamento que nunca pudo ser probada y solo está basada en la «convicción» del Fiscal) quede impune. Cualquier persona de bien preferiría un culpable suelto a miles de inocentes muertos. De eso se tratan las garantías constitucionales, los principios procesales, derechos que sistemáticamente a Lula le fueron negados.

El Premio Nobel argentino de la Paz de 1980, Adolfo Pérez Esquivel, postuló a Lula para la recepción del Premio. En su carta hace hincapié a las 30 millones de personas que sacaron de la pobreza las políticas del PT en Brasil durante el gobierno de Lula. Esas son las personas que generan tanto miedo en los privilegiados. Es la gran amenaza que produce la «revuelta de los incluídos» que quiere a Lula fuera de del juego democrático.  

Sin querer queriendo, el cronista argentino Rolando Graña, apostado en las puertas del Sindicato, en las horas previas a que se entregara Lula, hizo la mejor descripción: «Acá nadie maneja nada, esto es un quilombo». Claro, ni si quiera Lula es completamente dueño de la idea que representa. «El problema de este país no se llama Lula, el problema de este país son ustedes». Se estaba produciendo una forma de democracia real, concreta, de expresión de la voluntad popular, que por supuesto a algunos pocos pone muy nerviosos. La palabra quilombo, viene precisamente de las comunidades políticas de los esclavos negros fugados de Brasil. Alguien comparó a Lula Mandela y otro con Espartaco. Mejor hubiese sido la analogía con Zumbi dos Palmares, histórico líder esclavo de Brasil.

Finalmente, Lula eligió beber la cicuta. ¿Por qué lo hizo? Cualquiera de nosotros, ¿qué hubiera hecho? ¿Qué sabe él que nosotros no sabemos? ¿Qué siente que no podemos sentir? Las razones no podrán hallarse en la enseñanza pública, de la que Lula fue privado, sino en la educación popular. La educación fue un tema que atravesó toda su alocución, de diferentes formas, y que no ha sido destacado en general por los medios. Lula es el primer Presidente del país sin título universitario. En ese sentido Lula encarna en cierta forma el ideal democrático. La idea de que un obrero metalúrgico, que en su niñez solo podía soñar con manejar algún día un camión, puede llegar a ser Presidente de la Nación. Algo tal vez impensado en la mayoría de nuestras frágiles democracias, donde formalmente todos somos iguales, pero algunos son más iguales que otros.

Lula no solo representa, como dirían los sociólogos, la legitimidad de origen del gobierno. Accedió democráticamente al poder pero también es un ejemplo de cómo gobernar democráticamente. Platón fue uno de los primeros que se preguntó quiénes deberían gobernar. Se contestó «los filósofos». Pero la pregunta siguió interpelando toda la historia de la democracia. ¿Quiénes son los filósofos? ¿Los expertos? ¿Los que más saben? ¿Los que más saben qué? ¿Por qué ponemos el acento en el saber? Nos enseñan que la palabra Filosofía significa amor por el saber, pero rara vez los profesores nos explican la parte del amor. Una vez, en una entrevista cuando todavía era Presidente, Lula dijo:

«El mejor ejemplo de gobernanza, no lo sacás de un libro, lo sacás de una madre. Ella siempre va a cuidar al que está más debilitado. Si tuviera que dar un pedacito de carne más, ella dará al más debilitado. Si tuviera que dar una mamadera más, ella daría al que está más debilitado. Ella adora a todos, ella ama a todos. Pero aquel debilitado, que no es el más bonito, que no es el más inteligente, es el más necesitado. Y ese es el espíritu de madre. Yo confieso que gobierno el país con espíritu de madre. O sea, tenemos que cuidar de las personas más pobres. El rico no necesita del Estado. Esa la verdad.»

Lula tiene bien claro que no llegó a ese lugar por un error de la Matrix, sino por la acción en la historia de un sujeto social que cuando quiere y se organiza puede torcer el rumbo de los acontecimientos: el proletariado. No en vano eligió la sede del Sindicato que lo vió nacer a la vida política para hacer su último (hasta ahora) gran discurso público. Sin título alguno más que el de tornero mecánico, pero con gran compromiso con la educación, y larga experiencia de educación popular, Lula es, a todas luces, un ejemplo viviente de lo que el pedagogo brasileño Paulo Freire llamó «pedagogía del oprimido.»

«Yo nací en este sindicato. Cuando yo llegué aquí este sindicato era un galpón. Este predio fue construido recién en nuestra dirección. Aquí, para que ustedes sepan, yo fui Director de una Escuela de Formación, que tenía 1.800 alumnos.

(…)

Este sindicato fue mi escuela. Aquí aprendí sociología, aprendí economía, aprendí física, química. Y aprendí a hacer mucha política, porque en el tiempo en que fui presidente del Sindicato, las fábricas tenían 140 mil profesores que me enseñaban cómo hacer las cosas: Cada vez que tenía una duda, iba a las puertas de las fábricas a preguntar a la peonada cómo hacer las cosas en este país. Ante la duda no erres, ante la duda preguntá. Y si vos preguntás, las chances de acertar son mucho mayores.»

Para ser aún más explícito Lula comenzó su discurso con una anécdota del aprendizaje en una gran huelga de 1980:

«(En 1979) Conseguimos hacer un acuerdo con la industria automovilística que fue tal vez el mejor (…) Pues bien, comenzamos a poner el acuerdo para votación y 100 mil personas en el Estadio de Vila Euclides no aceptaban el acuerdo. Era lo mejor posible. No perdíamos un día de vacaciones, no perdíamos salario y teníamos quince por ciento de aumento. Pero los obreros estaban tan radicalizados que querían 83 o nada. Lo conseguimos. Y pasamos un año siendo llamados rompe huelgas por los trabajadores. (…) Yo iba a la puerta de la fábrica y nadie paraba (…) nos tomó un año recuperar nuestro prestigio en la categoría. Y me quedé pensando con aires de venganza: Los trabajadores piensan que pueden hacer 100 días de huelga, 400 días de huelga, que ellos van hasta el fin. Pues voy a probarlos en 1980. E hicimos la mayor huelga de nuestra historia, 41 días de huelga. A los 17 días de huelga fui detenido y los trabajadores comenzaron a romper la huelga después de algunos días. (…) (Los Doctores) iban a la cárcel y me decían: Lula usted tiene que acabar con la huelga, tiene que aconsejarles para acabar con la huelga. Y yo decía: No voy a acabar con la huelga. Los trabajadores van a decidir por su cuenta.

(…) El dato concreto es que nadie aguantó 41 días porque en la practica el compañero tenía que pagar al leche, tenía que pagar la cuenta de luz, tenía que pagar el gas, la mujer comenzó a reclamar el dinero para el pan, entonces él comenzó a sufrir la presión y no aguantó. Pero es chistoso porque en la derrota ganamos mucho más sin ganar económicamente. Significa que no es el dinero que resuelve el problema de una huelga, no es el 5%, no es el 10%, es lo que está metido de teoría política, de conocimiento político y de tesis política en un huelga.»

Pero la reivindicación de Lula no se limita a su propia forma de acceder al conocimiento, no es un defensor de «la cultura de la calle», como dirían algunos, enfrentada a la cultura de la universidad o la supuestamente «alta» cultura. Es un crítico furibundo de una forma elitista de educación. Por eso también defiende la educación formal, siempre y cuando sea para todos. El gobierno de Lula creó más universidades y escuelas técnicas en Brasil que las que se hicieron en toda la historia del país hasta 2002.

«Este país es tan necio que fue el último en tener universidades. ¡El último! Todos los países más pobres tuvieron universidades antes, pero ellos no querían que la juventud brasileña estudiase. Y decían que costaba mucho, hay que preguntarse cuánto costó no crear universidades 50 años atrás.»

(…)

«Quiero que sepan que tengo mucho orgullo, mucho, profundo, de haber sido el presidente de la República que creó más universidades en la historia de este país para mostrar a esa gente que no confunda inteligencia con cantidad de años en la escuela, eso no es inteligencia, es conocimiento. Inteligencia es cuando tenés un lado, inteligencia es cuando no tenés miedo a discutir con los compañeros cuáles son las prioridades.»

De seguro el caso judicial que envuelve a Lula será estudiado en las universidades de Derecho de todo el mundo como un ejemplo de cómo el ideal de Justicia puede ser pervertido por los sistemas judiciales para poner las leyes exclusivamente al servicio de los más poderosos. A esta judicialización de la política se la ha denominado recientemente Lawfare o guerra jurídica. Es el modo en que la actualidad el imperialismo interviene en nuestras débiles democracias conjugando la acción de las corporaciones mediáticas y judiciales. Dos poderes cuyos operadores no son elegidos democráticamente pero sin embargo tienen gran incidencia en la vida de las personas y de los pueblos.

No es nuevo que el poder judicial esté en mano de los sectores más privilegiados de la sociedad. Fueron los mulos de la nobleza y hoy son los primos pobres de la oligarquía, como diría Arturo Jauretche. Pensado en su origen como un poder contra-mayoritario, el poder judicial ha servido históricamente para contener el avance de las mayorías y en nuestro continente respaldar el accionar de las dictaduras, encubrir y dar legitimidad a sus políticas represivas y genocidas. Por eso cuando los dictadores llegan al poder disuelven los parlamentos, pero no los tribunales. En cambio, allí donde se producen verdaderas revoluciones que se proponen cambiar la estructura del sistema se reforma también el poder judicial, ya que de nada serviría tener perfectas leyes sin jueces y fiscales comprometidos a aplicarlas.

Del carácter clasista y elitista de estas instituciones, también da cuenta el discurso de Lula:

«Yo soñé que era posible tomar a los estudiantes de la periferia y colocarlos en las mejores universidades de este país, para que no tengamos jueces y fiscales solamente de la élites. Para que tengamos jueces y fiscales nacidos en la favela, nacidos en la periferia.

(…)

El Ministerio Público es una institución muy fuerte. Por eso esos chicos que entran muy jóvenes, hacen un curso de Derecho y después cursan tres años porque el padre puede pagar, esos chicos necesitan saber un poco de la vida, un poco de política para hacer lo que ellos hacen a la sociedad brasileña.»

Lula dio una clase magistral de ciudadanía, democracia y república, que debería ser analizada también en las cátedras de pedagogía y formación ciudadana de nuestras escuelas y universidades. En resumidas cuentas, dio una gran clase de filosofía. Pero… ¿Lula, filósofo? ¿Un viejo barbudo que no escribe nada y se empeña en hablarle en la calle a los jóvenes para convencerlos de que no confíen en las ideas impuestas por el poder?

El profesor Carlos Fernández Liria explica la filosofía así: Hay algo más importante que la vida, es aquello por lo que merece la pena estar vivo. Los filósofos lo suelen llamar dignidad. Al igual que Sócrates, Lula puede mirar a la cara a sus persecutores y decirles: adelante, aquí estoy para que me condenen. Solo voy a perder la libertad, pero ustedes van a perder algo mucho más importante que eso. «Voy a salir con la cabeza erguida y el pecho en alto porque voy a probar mi inocencia». Ellos en cambio, tal vez no puedan entonces levantar ni la mirada.

Los dueños del poder y sus espadachines mediáticos no escatiman esfuerzos para estigmatizar a los líderes populares como charlatanes que seducen a las masas con discursos alejados de la verdad o la «cientificidad». Emparentan así a estos políticos con sofistas que utilizan las palabras instrumentalmente para acaparar poder. Alguno de ellos, como Lula, son verdaderos filósofos. De los que hacen teoría a partir de la práctica concreta con sus pares y están dispuestos a poner el pellejo para demostrar sus verdades. Su lengua no es la hiedra venenosa que produce urticaria a los beneficiarios de las injusticias, sino apenas la hoja de un árbol con infinitas ramas (imposibles de cortar sin que crezcan más), y raíces hundidas en la profundidad de la historia. Ese árbol, que emparenta a Lula con Espartaco o Zumbi, Mandela o Sócrates seguirá estando ahí. Llegará el otoño, el invierno, o haremos florecer la primavera.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.