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Lula, la nueva imagen del paladín de los pobres

Fuentes: El Mundo

La última vez que estuvo en Caetes, su pueblo natal, a los moradores les pareció que Lula se había quitado 10 años de encima. Fue Denise Steiner, la discreta dermatóloga de su esposa, quien le inyectó botox en las mejillas, que se habían vuelto flácidas y le dio unos toques de ácido retinoico para tapar […]

La última vez que estuvo en Caetes, su pueblo natal, a los moradores les pareció que Lula se había quitado 10 años de encima. Fue Denise Steiner, la discreta dermatóloga de su esposa, quien le inyectó botox en las mejillas, que se habían vuelto flácidas y le dio unos toques de ácido retinoico para tapar los poros, semejantes a los cráteres de un volcán. Ninguno de los paisanos, en aquel polvoriento caserío del nordeste brasileño, se atrevió a sospechar de que el presidente se hubiese sometido a una cirugía estética, igual que los petimetres que aparecen en las revistas del corazón.

Para los zafradores de caña de azúcar, de rostros agrietados por la sequía, para las mujeres que se marchitan a los 20 años, Lula sigue siendo el trabajador que conquistó el Palacio de Planalto, bastión de la elites, gracias a la templanza que caracteriza a los hijos de Pernambuco, uno de los estados más pobres de Brasil. ¿Cuánto ha cambiado Luiz Inácio Lula da Silva desde aquel 27 de octubre de 2002, en que llegó al poder, para gloria de los miserables de este continente?

El ex tornero mecánico de 61 años ya no necesita de la ayuda de Duda Mendoça, el arquitecto de su imagen, para anudarse la corbata y prescindir de la ropa de colores chillones. Ricardo Almeida, sastre de la jet set brasileña, acude de vez en cuando a la residencia de los Da Silva, para renovar el vestuario del figurín, que se mantiene en forma practicando gimnasia aeróbica.

Leonardo Materazzo, un empresario que trabó amistad con Lula en los tiempos en que éste presidía el sindicato de los metalúrgicos, desmiente los rumores difundidos por el periodista Larry Rother, acerca de la dipsomanía del personaje: «Le he visto vaciar en un florero las jarras de cachaça [bebida alcohólica brasileña] que le sirven sus anfitriones. Le gusta acompañar las barbacoas con cerveza, como a cualquier varón que se respete».

Siendo una persona extremadamente susceptible, Lula se queja de que los prohombres con quienes se reune a resolver las cuestiones de estado le consideren un advenedizo social. En una entrevista a corazón abierto con la revista Época, el jefe de Estado expresó: «Nunca los encopetados habían ganado tanto dinero como con el revolucionario Lula. Pero ninguno me invita a un café, si no es para conseguir algo a cambio».

Orígenes humildes

En verdad, desde que Lula tomó las riendas del coloso amazónico, el riesgo-país descendió de un pico de 1.440 puntos a un suelo de 230 puntos y los tres mayores bancos, el Itaú, Bradesco y Unibanco duplicaron sus ganancias. Acaso los aristócratas no le perdonen el pecado de sus humildes orígenes. Cuando su padre, Arístides abandonó el hogar y doña Landú se quedó sola con siete bocas que alimentar, Lula tuvo que salir a lustrar los zapatos de los caballeros en las calles de Sao Paulo.

A los 18 años aprendió el oficio de tornero mecánico y en 1979 fue elegido presidente del sindicato metalurgico de San Bernardo de Campo. El chico que soñaba defender los colores del club de fútbol Corinthians, sufrió tres derrotas electorales -una a manos de Fernando Collor y otras dos frente a Fernando H. Cardoso- antes de ocupar la primera magistratura.

Maria Leticia dice que su marido es un romántico incurable; que se le humedecen los ojos cuando escucha un bolero. Las asperezas de su cargo le ha obligado a vestir una coraza. Lula lloró como una Magdalena al aceptar la renuncia de José Dirceu, su amigo personal y co-fundador del Partido de los Trabajadores, (PT) en 1980. Lamentó en el alma cuando José Genoino, otro compañero de lucha, tuvo que dimitir a raíz de uno de los numerosos escándalos que han sacudido al Gobierno. A Ricardo Berzoini, jefe de campaña y al ex ministro de Hacienda, Antonio Palloci, los sacrificó en el altar de su propia supervivencia política, sin que le temblara la mano.

La primera vez que el estadista se abrazó con George W. Bush en la Casa Blanca, los radicales del PT treparon a las paredes de rabia. Con sus presuntos afines ideológicos, el argentino Néstor Kirchner y el venezolano Hugo Chávez, nunca fue tan efusivo. Lula aclaró a los perplejos, que en realidad él nunca ha sido de izquierdas: «Defensor a muerte de los pobres, sí. Marxista, jamás». ¿Y la barba al estilo Che Guevara? Cuestión de estética, para tapar las cicatrices que le dejó la viruela.

En 2005, el escándalo de las mensualidades estuvo a punto de costarle su puesto y cuando en la recta final de esta campaña estalló la bomba de los falsos dosieres, se pensó que su imagen quedaría hecha añicos. Pero el hombre sobrevive a los desastres con la misma desenvoltura que el cinematográfico James Bond a los suyos.

Durante su mandato, más de 11 millones de familias pobres han recibido subsidios estatales; el salario mínimo aumentó en un 32% y se han creado 900.000 nuevos puestos de trabajo. Pero estos beneficios sólo explican parcialmente el idilio que existe entre Lula y las clases postergadas, que conforman su base electoral.

Por encima del Luiz Inácio de carne y hueso, está el mito del tornero que llegó hasta donde nunca se pensaba que un paria podía llegar. Y a ese mito es al que votan la mayoría de los brasileños.