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Lula, los límites del progesismo y la enfermedad infantil del izquierdismo

Fuentes: Rebelión

El tema Lula no sólo divide aguas en la sociedad del hermano pueblo de Brasil y genera atención y preocupación en todo el mundo: también provoca polémicas en la inefable izquierda argentina. Es que, como ya es costumbre, el delirio y la incoherencia son parte inseparable de la mayoría de los innumerables grupos que la […]

El tema Lula no sólo divide aguas en la sociedad del hermano pueblo de Brasil y genera atención y preocupación en todo el mundo: también provoca polémicas en la inefable izquierda argentina. Es que, como ya es costumbre, el delirio y la incoherencia son parte inseparable de la mayoría de los innumerables grupos que la componen.

Brasil es la octava potencia económica por su PBI según el FMI, por encima de países como Francia y Gran Bretaña; de ahí su importancia en el mundo. Tiene, además, la diversidad biológica más grande del planeta y recursos naturales incalculables. Su territorio es enorme y de una riqueza extraordinaria, por lo cual siempre ha sido visto como «presa» para la burguesía imperialista que domina el mundo.

A pesar de semejante abundancia de recursos, la desigualdad es indignante y la pobreza es un flagelo que afecta a grandes sectores de la población. Según estadísticas oficiales, el 25% de los brasileros vive en situación de pobreza. Son unos 52 millones de personas. Eso, a pesar de que, de acuerdo a las estadísticas del Banco Mundial, alrededor de 30 millones de seres humanos salieron de ella entre 2004 y 2014, bajo la batuta Luiz Inazio Da Silva.

El hambre, la miseria y la desigualdad en el mundo moderno son consecuencias del modo de producción y la organización social, política y económica capitalistas. Es decir, la responsabilidad de semejantes iniquidades la tiene la burguesía en todo el orbe y, por supuesto, también en Brasil. La periódica agudización de la lucha de clases hace que a veces la clase dominante ceda en su prepotencia por concentrar la riqueza, pero eso constituye un espejismo dentro del sistema que le proporciona sus privilegios: las burguesías siempre pergeñan tácticas para encauzar el devenir de las cosas según su interés y conveniencia. Luego de las experiencias «traumáticas» que significaron para ellas las revoluciones obreras y campesinas triunfantes en el siglo 20, el «Estado de Bienestar» fue la salida que encontraron para evitar que toda la clase obrera mundial se hiciera comunista. Derrumbado el «campo socialista», el estado de bienestar ya no tenía sentido y se dedicaron a desarmarlo, pues había cumplido su «misión histórica». Sin embargo, eso afectó y afecta grandemente a los sectores populares asalariados y marginados, lo que llevó a las nuevas dirigencias surgidas de la derrota -impregnadas por concepciones pequeñoburguesas que sólo aspiraban (y aspiran) a acordar con las burguesías formas menos cruentas de explotación del hombre por el hombre-, a disputar la hegemonía en la administración del Estado Burgués. Esta concepción ha tenido muchas veces éxito al ganar los gobiernos en muchos países, pero obviamente no pretende destruir ni el sistema ni el poder de la burguesía como clase dominante y conductora y forjadora de la sociedad mundial.

Sin embargo, los burgueses no toleran ni siquiera eso. No toleran que ningún sector sujeto a su dominación pretenda sentarse a discutir con ellos cómo estructurar la organización de los pueblos y la distribución de la riqueza. Por eso, una vez que los progresistas encaminan la institucionalidad del sistema, los dueños del mundo se disponen para sacárselos de encima.

No entender eso, es no entender el mundo en el que vivimos.

No entender que el caso de Lula es parte de una estrategia global del imperialismo y que por ello hay que denunciar su persecución instrumentada por la institucionalidad brasileña, es no tener idea del desarrollo de la lucha de clases en la actualidad.

No solidarizarse con Lula es ponerse claramente del lado del imperialismo, aunque el líder del PT no juegue a fondo y se entregue.

Solidarizarse con Lula en esta situación, no significa acordar política, estratégica ni ideológicamente con él. Significa, simplemente, denunciar los planes del poder económico globalizado.

Se puede repudiar la persecución al ex presidente brasileño sin apoyar sus ideas, así como se puede repudiar la agresión imperialista contra el gobierno bolivariano de Venezuela sin dejar de ser crítico con sus políticas.

Sin embargo, la izquierda infantil, inmadura e incoherente que tan bien describiera Lenin en «El Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo», señala con dedo acusador al líder de millones de trabajadores brasileños y termina poniéndose del lado de la estrategia de la burguesía mundial… otra vez.

De la misma manera, esos sectores se oponen a un frente anti Macrista «porque eso significa acordar con el kirchnerismo». No entienden la diferencia entre táctica y estrategia, entre frente de lucha y frente propositivo. Ni hace falta decir que de esa manera, insisten en ser funcionales al interés imperial. Ni siquiera son capaces de ver que la base de apoyo social que tiene uno y otro sector son opuestos e irreconciliablemente contradictorios: mientras el macrismo es parte y representación de las clases dominantes y sus simpatizantes son mayormente sectores de la burguesía y la pequeña burguesía, el  kirchnerismo todavía genera esperanzas en amplias franjas de trabajadores, sector que la izquierda quiere disputar. Pero no sólo eso: la tarea de la hora es derrotar al gobierno, lo cual significaría no únicamente un avance en las condiciones de vida objetivas de los asalariados, sino fundamentalmente de su nivel de consciencia. Pero eso jamás podrá lograrse con la pequeña cofradía de los monjes rojos inmaculados y puros, ni siquiera con el acuerdo de toda la izquierda, sino con la unidad más amplia del campo popular, dispuesta y organizada para concretar ese objetivo.

Dice Lenin: «Sólo se puede vencer a un enemigo más poderoso poniendo en tensión todas las fuerzas y aprovechando obligatoriamente -con el mayor celo, minuciosidad, prudencia y habilidad- la menor «grieta» entre los enemigos, toda contradicción de intereses entre la burguesía de los distintos países y entre los diferentes grupos o categorías de la burguesía en cada país. Hay que aprovechar, asimismo, las menores posibilidades de lograr un aliado de masas, aunque sea temporal, vacilante, inestable, poco seguro y convencional. Quien no haya comprendido esto, no ha comprendido ni una palabra de marxismo ni de socialismo científico, contemporáneo, en general. Quien no haya demostrado en la práctica, durante un período bastante considerable y en situaciones políticas bastante variadas, su habilidad para aplicar esta verdad, no ha aprendido aún a ayudar a la clase revolucionaria en su lucha por liberar de explotadores a toda la humanidad trabajadora. Y lo dicho es aplicable por igual tanto al período anterior a la conquista del poder político por el proletariado como al posterior.» (Cap.»¿Ningún compromiso?«, de «El Izquierdismo, enfermedad infantil del Comunismo«). Lo escribe el Lenin líder de la Rusia Soviética, el de la Revolución triunfante, el poseedor de toda la experiencia revolucionaria, el Lenin de los últimos años.

La izquierda debe ayudar a generar la masa crítica suficiente como para derrotar al gobierno, sin dejar de criticar obstinadamente posturas reformistas, tibiamente progres o socialdemócratas, como las del kirchnerismo, ni las prácticas corruptas, o las políticas de precarización o represivas que llevó a cabo.

Resulta extraño que esta izquierda soberbia, autoproclamada, pedante, incoherente y extraviada -que entre otros delirios pasa sin escalas de defender el programa de La Falda y Huerta Grande al foco guerrillero, o asiste para solidarizarse a los auto-acuartelamientos de las fuerzas represivas que luego la muele a palos-, reniegue, desde un purismo bobo, de los que se solidarizan con Lula y sea, en muchos de sus componentes, la misma que no hace mucho tiempo atrás, durante el conflicto por la 125, no tuviera los mismos pruritos para marchar y cometer la afrenta de llevar las banderas rojas detrás de la Mesa de Enlace, la Sociedad Rural y la oligarquía, es decir, del conservadurismo y la derecha más rancia de este país.

¿Resulta extraño?

Puede ser comprensible la desorientación después de una derrota como la que sufrió el proletariado mundial con la caída del bloque soviético. Puede entenderse el estado permanente de debate para volver a encontrarle la punta al ovillo. Lo que de ninguna manera puede tolerarse después de casi 30 años del derrumbe, es la persistencia en el error, la autoproclamación, el sectarismo, la división permanente; la terca costumbre de pararse en el lado equivocado en la lucha de clases, para terminar siendo funcional al poder burgués que se dice combatir.

La izquierda, así, no sólo es un palo en la rueda para el desarrollo de la consciencia emancipadora de la clase trabajadora, sino el mayor impedimento para hacer realidad el sueño de la revolución que instaure el socialismo.

Así, no va más.

Habrá que parar la pelota, empezar de cero, pensar el futuro, conformar un «congreso de lo unido» y debatir con respeto y fraternidad las vías y la forma para la construcción de la herramienta que libere a la humanidad de todas sus cadenas.
 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.