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Lula

Fuentes: Rebelión

Los escándalos de corrupción afectan notoriamente la figura de Lula aunque hasta ahora él mismo no aparezca comprometido. Sin embargo las encuestas reflejan ya un creciente sentimiento de desconfianza hacia el presidente pues son muchos los que piensan que no es posible que una trama de corrupción de tales dimensiones haya podido organizarse sin que […]

Los escándalos de corrupción afectan notoriamente la figura de Lula aunque hasta ahora él mismo no aparezca comprometido. Sin embargo las encuestas reflejan ya un creciente sentimiento de desconfianza hacia el presidente pues son muchos los que piensan que no es posible que una trama de corrupción de tales dimensiones haya podido organizarse sin que Lula tuviese noticia de la misma. Si el presidente lo sabía es tan responsable -o más- que los autores directos. Si no sabía pasará a la historia como uno de los hombres más ingenuos del mundo. En ambos casos, la figura de quien hasta hace poco concitaba las simpatías universales queda por los suelos. A estas alturas, solo razones de utilidad desaconsejan su destitución: se dice que para el país es mejor que Lula termine su mandato de suerte que la economía y la estabilidad institucional no se vean afectadas.

La crisis ha sumido al Partido de los Trabajadores en el mayor desconcierto desde su fundación. Un partido que nació -entre otras- con la finalidad de ser alternativa a las prácticas corruptas cae ahora en el mismo mal que prometió combatir. Muchos dirigentes se retiran; algunos pasan a otros partidos de izquierda; los menos mantienen la esperanza en un arreglo interno de cuentas que salve lo mejor del PT; en fin, que nada podría ser peor. Hasta existen razones legales para pedir la disolución del partido puesto que en Brasil así lo establece la legislación cuando una organización política comete el delito de tener cuentas bancarias abiertas en el extranjero (que parece ser el caso del PT).

No menos desconcertado parece el pueblo que por una abrumadora mayoría dio su respaldo a Lula. Descubrir que la corrupción anida también en la única esperanza que quedaba de salvar la vida pública debe sumir a cualquiera en el desencanto, la tristeza y la rabia. La actitud de Lula, entre indecisa y desorientada, muy lejos del talante de gran líder que hasta ahora había mostrado no hace más que aumentar el desconcierto general. Por contraste, es la oposición y el gran capital quienes salen a quitar hierro al asunto y a intentar por todos los medios que la cuestión no se salga de madre; proponen que Lula termine su mandato manteniendo su actual política económica pero que no se presente a las próximas elecciones. De esta manera tan «generosa» los círculos empresariales, a quien no pocos señalan como los instigadores reales de todo el asunto, ganan por partida doble: por un lado, consiguen que se mantenga una política económica que les ha sido tan favorable, con un presidente debilitado y desprestigiado que les deja así todo el campo libre para ganar las próximas elecciones y, por otro, dan un golpe de gracia a cualquier proyecto alternativo en Brasil y en América latina….Lula y el PT se habrían encargado de demostrar que fuera del capitalismo neoliberal no hay salvación. Quedaría demostrado que la izquierda no solo también roba sino que para poder hacer las cosas bien tiene que gobernar con los programas de la derecha. ¡Mejor no podría resultar!

Y aquí esta realmente lo esencial de todo este asunto. Porque siendo tan condenable el comprar votos en el Parlamento o el hacer favores a grandes compañías para obtener financiación al partido o pagar a un publicista en paraísos fiscales, es mucho más grave incumplir las promesas electorales y defraudar no solo a los propios sino a los ajenos que en el mundo entero han puesto sus esperanzas en el proceso brasileño.

Es sintomático que los centros de poder (y sus instrumentos mediáticos) se hagan tanto eco de lo primero pero apenas mencionen lo segundo. Más aún, resulta muy expresivo que a ninguno de estos centros de poder (nacionales e internacionales) les preocupe en absoluto que las promesas a los pobres de Brasil se hayan quedado en agua de borrajas, mientas se deshacen en elogios hacia la política económica de Lula, calificado unánimemente como «un gobernante responsable». Y claro, todos desean que lo siga siendo; que pueda terminar su mandato sin mayores sobresaltos (tan perjudiciales para la buena marcha de los negocios) y que se frustre el proyecto de reformas sociales con un entierro de tercera.

Por supuesto, los elogios a Lula y su política vienen de quienes practican la corrupción a escala planetaria y son los principales responsables de la explotación infame a que se somete a los mismos pobres que Lula ha pretendido salvar. Quienes de momento no quieren sacar a Lula pero si eliminarlo para el futuro y quienes encuentran «responsable y sensata» su política económica son los grandes banqueros e industriales de Brasil, protegidos de toda política de redistribución en el país más desigual del mundo; son los diligentes funcionarios del FMI que saludan alborozados una política que asegura el pago de la deuda y sobre todo que el país seguirá confiando en el endeudamiento externo como uno de los pilares de su desarrollo; son las multinacionales que hacen su agosto saqueando la selva amazónica y plantando semillas transgénicas en dimensiones de verdadera catástrofe ecológica o explotando minerales estratégicos decisivos en esta época de nueva carrera de armamentos nucleares; y por supuesto, son los terratenientes brasileños a quienes no quita el sueño la temida reforma de la propiedad territorial. Los militares brasileños, los golpistas de toda la vida….bien gracias!.

Quienes deben estar muy descorazonados son los campesinos sin tierra, los 45 millones de pobres, los muchos millones de miserables, los asalariados que ven crecer los beneficios de las empresas al mismo ritmo que disminuye su participación en la tarta de la renta nacional y hasta las llamadas «clases medias» a las que tampoco favorece especialmente la rigidez presupuestaria y la rigurosidad en el gasto social. A todos estos la corrupción les duele, sin duda alguna; pero más les entristece ver cómo se desvanecen sus ilusiones de salir de la pobreza y la miseria, y cómo el mañana sin futuro se convierte en una especie de maldición bíblica.

Era común en este gran país sudamericano que los gobernantes intentaran elevar la moral de sus empobrecidos habitantes con un slogan que hizo época. «Brasil es el país del futuro»….decían, a lo cual con sorna criolla los brasileños respondían…»y siempre lo será». El PT ha sido una gran esperanza para todos – no solo para Brasil- y no es descabellado pensar que la reacción de Lula pueda ser precisamente un retorno radical a sus orígenes. El proceso que se abre a partir de ahora será pues decisivo para que Lula y el PT superen la crisis, depuren filas y salgan adelante, pero sobre todo para que su gobierno cumpla con las promesas hechas a los millones y millones de pobres e indigentes que han confiado en ellos. Si por el contrario el PT claudica definitivamente, entonces si que será actual volver a decir que Brasil sigue siendo el país del futuro…»y siempre lo será».