Dice Álvaro que está cansado de tanta discusión sobre el machismo. Si habláramos de clasismo, dice, sería distinto. Él, reconoce, es clasista aunque intenta no serlo. Por ejemplo, cada vez que oye hablar a alguien puede decir si es de clase alta o no. No es el acento de los pijos, dice. Tampoco depende del […]
Dice Álvaro que está cansado de tanta discusión sobre el machismo. Si habláramos de clasismo, dice, sería distinto. Él, reconoce, es clasista aunque intenta no serlo. Por ejemplo, cada vez que oye hablar a alguien puede decir si es de clase alta o no. No es el acento de los pijos, dice. Tampoco depende del vocabulario, sino de haber vivido siempre rodeado de cierto tipo de personas. Es una seguridad, fonema a fonema, que no ha necesitado ganarse: no tiene nada que demostrar, no tiene que ser pedante porque sabe que es distinto, mejor. Pedro le contesta que con el género pasa algo parecido. Los varones, dice, hacemos gala de una seguridad que no hemos tenido que ganarnos. Mientras que las mujeres han de remontar una inseguridad de siglos, y cuando lo consiguen procuran no parecerse a los desclasados que exhiben su triunfo individual, porque ellas saben bien que no hay triunfo individual.
Álvaro no le ha oído y sigue hablando. Lo malo del clasismo, dice, es que me hace condescendiente aunque no quiera. Porque mi patrimonio, mi cultura y mi fuerza están en mis orígenes. Si a mí me pasa algo no es como si le pasa a alguien de otra clase, a ti, por ejemplo. Aunque las cosas están cambiando, no cambian tanto. Los míos han sido ministros, figuras célebres, han gobernado el mundo a menudo en la sombra para no tener que mancharse. Pedro dice: Yo reconozco esa condescendencia en los varones que podemos citar a las personalidades más relevantes del siglo XX sin nombrar, si queremos, a una sola mujer.
A mí no me importa que me recuerden que soy clasista, continúa Álvaro. Esa pobre gente muy obediente, con sus apellidos vulgares y su pretensión de dialogar conmigo, tiene razón, la democracia es buena, todos pueden participar un poco. Lo que sí me molestaría, desde luego, es que me dijeran que el clasismo impregna mis creaciones. Por favor, no es que las impregne, es que debe impregnarlas. Porque yo me gusto; porque creando expreso lo que soy. Estoy obligado a despreciarles para ponerles en su sitio, es mi esencia. ¿Y esos muertos de hambre van a opinar sobre mi esencia?
Opinamos y escupimos sobre eso que tú llamas tu esencia, dice Pedro, pero cuando te des cuenta para ti ya será tarde.