Moldavia se ha convertido en un paraíso de producción de ropa para marcas extranjeras, debido a los ínfimos sueldos de las trabajadoras y a la falta de regulación del mercado laboral por parte de las autoridades.
Escaparate de una tienda de Zara, la principal enseña del grupo textil Inditex, en Zurich (Suiza). REUTERS/Arnd Wiegmann
Ana trabaja algunos días desde las cinco de la madrugada a las 21 de la noche con una hora de pausa para comer. Acepta la entrevista sólo bajo la condición de cambiar su nombre porque le da miedo perder su trabajo. A medida que explica su vida como trabajadora en un taller textil insiste en una pregunta: «¿Y si lo dejo, adónde puedo ir?». Tiene 35 años y trabaja en una fábrica de Chișinău. Como ella, miles de mujeres de Moldavia sufren jornadas de más de diez horas en talleres que producen básicamente para conocidas marcas extranjeras como Versace, Dolce Gabana, Nike, Armani, Zara, Primark, Naf Naf, Calvin Klein. «En principio el horario es desde las 7 a las 16, pero como cobramos en función del número de piezas que entregamos, la mayoría de las mujeres se queda hasta mucho después de las 16. Y hasta vienen a trabajar los fines de semana».
En general, las trabajadoras de la industria textil son contratas por el salario mínimo, unos 2.000 lei moldavos netos, 100 euros. Ana aclara que incluso este exiguo sueldo está supeditado a acabar un numero mínimo de encargos que muchas veces implica sobrepasar la jornada laboral. «Al principio se pagaban las horas extras, ahora no. Es obligatorio estar disponible y acabar los pedidos.
Además tienes un número de pedidos fijado para cada día, y te quedas hasta que acabes, sin que importe tu horario». Durante una jornada suele coser 200 prendas si se trata de un modelo difícil, y si el modelo es fácil, el numero de prendas aumenta. «Las chicas hacen horas extras debido a los sueldos tan bajos y a veces necesitan hasta doce horas al día para poder ganar 5.000 o 6.000 lei», que serían alrededor de 250 o 300 euros al mes. Es el caso de Ana , que trabaja en el taller desde hace un año. «Duermo y trabajo, no hay nada más», resume su día a día.
Explica que a sus hijos, aunque estén a su lado, los cuida sobre todo su madre. Pero la suma que gana, que en los meses que hace horarios de más de 12 horas llega a unos 6.000 lei moldavos (300 euros) apenas es suficiente para cubrir las necesidades mínimas, es decir la comida y la ropa para los niños, sin pensar en ningún otro gasto. Sin esta cantidad de horas extra dice que no podría permitirse ni algo tan básico como comprar la comida. «No puedo ahorrar, ni puedo contar con un dinero para hacer frente a un imprevisto». La única alternativa para Ana sería la emigración, pero ya ha trabajado en Rusia y ahora quiere estar al lado de sus hijos. «Estoy harta de los viajes, aquí estas en casa y no en otro país.» Relata que en su fábrica trabajan más de cien mujeres y la ropa se destina a la exportación a otros países, entre ellos Italia o España. «La peor situación es la de las chicas que viven en el campo. Tienen contrato y reciben algo más de dos mil lei moldavos (100 euros), aunque algunas no llegan a los dos mil. Si no fuera por los productos de sus campos, no podrían sobrevivir».
Ponerse enferma sería un lujo para ella, ya que durante la baja médica, aunque sí tenga un seguro médico, no se cobra. «Estoy tan cansada que a veces no quiero ir a trabajar. Espero las vacaciones en invierno y en verano. Si trabajo desde las 5 hasta las 21 saco hasta seis mil al mes (300 euros) o más. Pero eso lo aguanto pocas días».
El paraíso de las grandes marcas de ropa
Tres talleres de Chisinau con los que hemos contactado por teléfono no nos han querido dar detalles sobre el número de horas y las condiciones de trabajo de sus empleadas. Tampoco sobre sus clientes finales, amparándose en la «confidencialidad». Pero la historia laboral de Ana no es algo aislado, el abuso está generalizado y es alimentado por unos sueldos muy bajos.
Según un estudio reciente realizado por la Fundación Friedrich Ebert dentro de la campaña Clean Clothes, entre 1.000 y 1.500 pequeñas empresas estarían produciendo ropa y zapatos para conocidas marcas extranjeras y el numero de empleados que en ellas trabajan estaría alrededor de los 4.5000, en su gran mayoría mujeres. No sólo en la capital de Moldavia, también en varias localidades rurales funcionan estas fábricas, que en algunos casos son el único medio de trabajo para todo el pueblo.
Igualmente estas fábricas se han extendido por Transnistria, que se considera a si mismo como un país independiente, aunque la Comunidad Internacional la trate como una parte de Moldavia. A pesar de las difíciles relaciones entre Chisinau y Transnistria, cuya economía funciona gracias al apoyo de Rusia, con moneda y pasaporte propios, las grandes marcas extranjeras no han encontrado barreras para contratar talleres que produzcan para ellas. El sistema para poner en marcha estas empresas es el llamado LOHN. «Es una fórmula reciente de comercio internacional. Es un régimen aduanero mediante el cual se exporta para la producción y vuelven a importar la ropa sin pagar tasas de importación» explica el sociólogo Vitalie Sprînceană, uno de los autores del estudio. «Para Moldavia, eso quiere decir que marcas extranjeras de ropa radicadas en Europa exportan de forma temporal a Moldavia para confeccionar la ropa. A la vez ofrecen indicaciones exactas sobre cómo confeccionarla. Ulteriormente las fábricas moldavas montan las piezas de una prenda añadiendo incluso la etiqueta Made in Moldova o Made in Italy y los productos van a este país», añade la antropóloga Lilia Nenescu, autora del mismo estudio. No obstante, las empresas extranjeras que son los clientes finales no suelen difundir el nombre de la empresa textil moldava con la que trabajan.
Las grandes marcas producen en los talleres de Moldavia preferidos precisamente gracias a la mano de obra tan barata. Sin embargo, para los empleados, el salario mínimo, tanto en Moldavia como en otros países de Europa del Este, no es suficiente para cubrir las necesidades básicas, por lo que se conoce como el sueldo de la pobreza: a pesar de tener un trabajo con jornadas que pueden superar las ocho horas de trabajo, el sueldo no alcanza ni para que una persona se alimente durante un mes. En 2017 el sueldo mínimo bruto rondaba en Moldavia los 114 euros, unos 2380 lei moldavos. Vitalie Sprînceană calcula, sin embargo, que los ingresos mensuales totales necesarios para una familia con dos hijos, que paga un piso, deberían alcanzar unos 1800 euros.
Debido a los empleos basados en este salario mínimo, Moldavia no es un campo de producción textil sólo para empresas de la UE, sino incluso para vecinos como Turquía. En la Republica de Gagauzia, zona autonómica de Moldavia, Turquía ha abierto empresas textiles, puesto que la mano de obra les resulta más barata que en la propia Turquía. Las autoridades han aceptado estas inversiones alegando que crean plazas de trabajo.
Por su parte, los empleados se debaten entre emigrar o aceptar esas condiciones laborales. «Todas las mujeres que he entrevistado durante la investigación se quejan de los sueldos minúsculos y de lo difícil que es cubrir las necesidades básicas. Ahorran en comida y en ropa. Muchas no conocen sus derechos, y muchas, sobre todo las de las zonas rurales, dicen estar contentas de tener un trabajo, teniendo en cuenta que no hay otra alternativa. En el caso de que estas fábricas no existieran, algunas mujeres dicen que habrían debido dejar el país y emigrar» cuenta la periodista Anastasia Nani que ha participado en el citado estudio. Ana ha emigrado ya una vez a Rusia y su marido ha estado durante años separado de su familia trabajando también en Rusia.
Mientras tanto, las autoridades de Chisinau anuncian facilidades, descuentos fiscales y apoyos para atraer a más inversores en el país, según los medios moldavos. «Mi punto de vista es que Moldavia es atractiva para los inversores precisamente por su mercado laboral donde los sueldos son extremadamente bajos» completa Anastasia Nani.
Ana se plantea emigrar a la UE si no consigue seguir soportando físicamente las largas jornadas de trabajo. ‘Yo me iría pero aquí tengo a los niños ¿y quién me espera a mi fuera? Creía que no necesitaríamos irnos de aquí».