En los días pasados, asistimos a otro ejemplo de la dirección que adopta el gobierno venezolano, con Nicolás Maduro a la cabeza. En uno de los actos del «gobierno de calle», en el estado Bolívar y frente a trabajadores, fundamentalmente de la empresa SIDOR, se volvió a hacer un ejercicio de toma de partido por […]
En los días pasados, asistimos a otro ejemplo de la dirección que adopta el gobierno venezolano, con Nicolás Maduro a la cabeza. En uno de los actos del «gobierno de calle», en el estado Bolívar y frente a trabajadores, fundamentalmente de la empresa SIDOR, se volvió a hacer un ejercicio de toma de partido por la visión socialdemócrata.
En esta ocasión, el Presidente, citando a Ignacio Ramonet, hecho que ya nos anticipaba cuál sería la orientación del comentario, criticaba la forma de producción de la URSS. Y no es que una valoración crítica del sistema soviético no sea procedente y necesaria (lo cual también implica reconocer su enorme valor, no se olvide…), pero lo sorprendente fue la naturaleza de esa crítica. Tras repetir el dogma del «capitalismo de estado», Maduro parafraseaba al reformista francés para afirmar que las empresas soviéticas «no eran productivas»; que eran más bien «productoras de trabajadores» y, por tanto, que tenían demasiados empleados en relación a su rendimiento.
Bueno, lo cierto es que tan rocambolesca valoración, basada en una «apreciación personal» del «intelectual» galo, no sólo es ridícula sino que es inútil para el mejoramiento de nuestro Proceso, incluso, tal vez, encubra cierto original modo de concebir los derechos laborales. Tal vez, la tan anunciada ley del trabajo que se aprobó recientemente, quizá ustedes la leyeron en profundidad, no sea tan buena como nos dijeron y se esté dejando la puerta abierta a un alto beneficio para las empresas.
Tal vez valorar que es «necesario ajustar las plantillas» y no tener «demasiad@s» trabajador@s, son eufemismos que tienen más que ver con visiones capitalistas que con lo que se declara ser y buscar. Tal vez.
Por otro lado, no es necesario extenderse sobre la cuestión de cómo con un envidiable nivel organizativo, con una gran disciplina; en suma, con una enorme capacidad productiva, los soviéticos lograron transformar, en un periodo brevísimo, su gigantesco país en una potencia económica y militar. Todo ello, partiendo de una estructura casi feudal y tras sufrir las más graves pérdidas humanas y los mayores destrozos materiales en dos guerras mundiales y en una «guerra civil» (léase agresión imperial contra la naciente revolución).
Si algo creemos que debemos aprender del enfoque soviético, de uno de los elementos que, usando palabras del Che, se pudieran calificar como «herramientas melladas del capital», es precisamente su erróneo énfasis en ser «más productivos que el capitalismo». Hoy debemos tener claro, a estas alturas, que no se trata de producir más sino mejor; que lo que posibilita el sistema socialista, como marco, es precisamente poder decidir políticamente qué es necesario producir y qué no. Y decimos como marco porque el socialismo es exactamente eso. No es la solución a los problemas de la humanidad sino su precondición. Es decir: es la condición necesaria, pero no la suficiente, como ha demostrado la historia. Dentro del socialismo lo podemos hacer bien, mal o regular; dentro del capitalismo no hay salida.
En casi todo el mundo, bajo condiciones capitalistas, la política ha estado y está secuestrada por la «economía» (por la crematística, en realidad) 1 Sabemos que en ese sistema no es el ser humano sino el capital lo que importa, aunque a veces nos empeñamos en pedirle que resuelva problemas que no corresponden a su «lógica» o, lo más habitual, que han sido generados por ella. Por eso, los que habitualmente consideramos bajo el capitalismo como errores o fracasos, en realidad son aciertos (por ejemplo, la elevada tasa de paro, para disponer del muy «útil» ejército de reserva) o, como mínimo, consecuencias «lógicas» (como por ejemplo la contaminación suicida de tierra, aire y agua…. ) de que el objetivo sea la maximización de beneficios y no una vida razonable, pacífica y sensata para la gente, y armónica con el resto de la naturaleza.
El socialismo es, por tanto, lo que puede volver a poner la resolución de las necesidades humanas en el centro del sistema económico y político, y no la reproducción de capital. Ésta última funciona según una «lógica» perfectamente funcional a la dominación de unos grupos sobre otros y a la acumulación de poder, pero también es en buena medida autorreferente; es un mecanismo autista por el que se crece para poder seguir creciendo. Es una dinámica cancerígena, o, más bien, cancerosa, como se puede observar si se piensa un momento en la analogía. El capital no sólo es un sistema genocida, etnocida y ecocida. También es un camino hacia el abismo; un sistema que además de criminal es suicida.
En este sentido, y al decir de Walter Benjamín, se puede entender también el socialismo, no como un acelerador de la producción sino como un freno de emergencia. Devolver a los pueblos la capacidad de decidir qué producen y qué consumen; establecer las condiciones para romper con ese crecimiento por el crecimiento y caminar hacia el equilibrio; recobrar, en suma, la normalidad robada, como denomina Santiago Alba al socialismo, es lo que puede y debe hacerse en ese marco. No necesariamente producir más: es necesario hacerlo mejor. Y por supuesto, sin explotación de hombre por el hombre ni del hombre al resto, (puesto que somos...), de la naturaleza.
Demasiado a menudo escuchamos denigrar el «socialismo del siglo XX». En definitiva, creemos que hay más de inconsciencia e incluso de presunción que de una real vocación de avanzar superando errores pasados y reconociendo también, más que los aciertos, lo esencial, es decir, dónde está la diferencia cualitativa respecto al capitalismo.
En este sentido, la mencionada alocución del presidente Maduro es reveladora, cito: «El objetivo de una empresa, sea socialista, sea capitalista, sea en «capitalismo de estado» es el mismo: producir» No, obviamente no es cierto. El objetivo de una empresa bajo condiciones capitalistas de producción es conseguir la reproducción ampliada de capital, se produzca o no. El ciclo «económico», crematístico, no se pone en marcha sin esa condición, (casi) independientemente de que se necesite producir algo o no.2 Maduro debería saberlo… Dentro del socialismo, en cambio, podemos producir para resolver necesidades independientemente de que se amplíe capital o no; es otra la lógica.3
Además, podemos observar elementos contradictorios. «Arrebatarle el poder a la burguesía apátrida», como tanto repite el Presidente (mientras las últimas medidas van exactamente en la dirección contraria), en la práctica, parece ser «cosa el pasado», no del rimbombante, posmoderno y, por el momento, inexistente, socialismo del siglo XXI. Sin embargo, si atendemos al objetivo número dos del Plan para la Patria, observamos que éste habla de la construcción del socialismo «en base al desarrollo de las fuerzas productivas». Bueno; vemos que se denigra el «socialismo del siglo XX», como decíamos, con propuestas de tono posmoderno, y resulta que se acaba tomando como base el elemento, entendemos que a corregir, que antes comentábamos. Y no es que no haya que desarrollar la producción en algunos ámbitos, ni que no haya que trabajar con buen desempeño, entiéndasenos bien, pero el enfoque no es ese. Optar por producir en «alianza» (imposible) con la «burguesía nacional», sin cambiar completamente la estructura de la propiedad no puede resolver el problema. Dejar que las empresas privadas, en este caso principalmente una, en condición casi monopólica en el sector alimentario, extorsione al país, es la garantía para no poder avanzar. Esas otras cuestiones «trasnochadas», como la expropiación para retomar el control público de los sectores estratégicos (y, en primer lugar, el de la alimentación), son las que habría que recuperar, y no el énfasis en la producción, (combinado con la ausencia de campañas contra el consumismo, por cierto…), en ciernes de la mayor crisis energética que conoció la humanidad.4
Iremos finalizando con otro intento de debatir términos. Actualmente, escuchamos muchísimos discursos sobre «la construcción el socialismo», pero de nuevo nosotros le daríamos un matiz a esa aseveración. El socialismo debe ser (casi) un punto de partida no un punto de llegada. Desde el momento en el que los medios de producción, déjennos que reivindiquemos términos «clásicos», pasan a ser propiedad común (y ahí sí que habrá que investigar y debatir las fórmulas, pero sin obviar esa imprescindible precondición), entonces podemos empezar a transformar la realidad en profundidad. En profundidad porque, obvio, es necesario un camino previo; por eso volvimos a decir «casi». Pero hablando de camino, no vamos por el adecuado si nuestros referentes teóricos son de la orientación de Ramonet, y si no salimos de la lógica del capital, sea en su versión neoliberal, sea en su versión socialdemócrata; la cual, por cierto, a pesar de la retórica, vemos avanzar en Venezuela.
Luchemos, pues; sigamos luchando por que las palabras se adecuen a los hechos. Por conseguir que el socialismo y la revolución dejen de ser palabras manidas, a las que se dignificó en su día, pero que ahora tan en vano se invocan.
En Venezuela y en el resto de Abya Yala y del mundo continuaremos empujando por lograr un cambio de cosmovisión que nos permitirá (re)construir sociedades dignas de ese nombre.5 Trabajaremos, pues, por recuperar esa condición necesaria para que se pueda producir una evolución hacia modos de producción, de relación, hacia modelos de sociedad, en definitiva, centrados en la resolución de las necesidades humanas en armonía con el resto del planeta. Modelos que verdaderamente busquen el cumplimiento de los Derechos Humanos; o incluso, como dicen los «atrasados» indígenas colombianos, de los Derechos Cósmicos.
Ni un paso atrás. Luchemos para que la humanidad pueda tener un futuro.
Patria socialismo o muerte.
Venceremos.
Notas:
1 Hablamos normalmente, también por engaño, de «economía» sin serlo: sabemos que bajo dominio del capital el término se mantiene pero no la función. Éste «oiko nomos», las normas de gestión de la casa y, por extensión, de la sociedad, se eliminan para convertirse en «crematística», «el «arte» de acumular riquezas»…para algun@s, claro.
2 Evidentemente, allí donde hay una necesidad, el capitalismo ve una oportunidad de negocio, y sólo si tal cosa existe, si el beneficio es suficiente, se pone en marcha el mecanismo de la producción. Por eso a veces coincide la resolución de necesidades con la producción, pero no porque al capitalismo trate de resolver ninguna necesidad distinta del enriquecimiento de las élites.
3 Por eso además insistimos en que debemos ser conscientes de que la contradicción central, no se da entre democracia representativa y democracia participativa), sino entre democracia y el fraude, esa democracia contemplativa de mercado, que se da bajo condiciones capitalistas de producción.
Es obvio que la democracia burguesa es el modo más acabado, más efectivo y evolucionado de dominación del capital. L@s actor@s de la politiquería correspondientes tienen poder de decisión sólo sobre cuestiones mínimas, y por eso es ficticia la ya limitada «elección»; no son, estructuralmente hablando, más que la correa de transmisión de los intereses del capital, aunque también son beneficiarios, claro, de abundantes privilegios por cumplir ese papel. Pero no pretendemos descubrir la rueda; para eso están los textos «clásicos», no hay más que releer lo ya escrito sobre la democracia burguesa y sobre la relación entre el mantenimiento de esa gran farsa y un ejercicio banal tetranual.
4 No podemos extendernos aquí sobre el tema de la crisis energética en general, con la superación del Pico del Petróleo como principal variable; un tema del que, por motivos obvios, se habla poco en nuestro país de abundacia, y donde, además, la conciencia medioambiental es una de las que más necesita ser trabajada. Para cualquier información, consultar la excelente página www.crisisenergetica.com
5 El capitalismo es un sistema «asocial» por definición; no crea sociedades sino agregaciones de individuos. No lo denominaríamos «anti-social» porque sí necesita que las sociedades sigan existiendo en algunas de sus dimensiones para poder funcionar, para «mantener vivo al organismo», pero, en cualquier caso, éstas existen a pesar del capital, y no gracias a su extensión.
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