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La castración de Hollywood

Magnates contra cineastas

Fuentes: Rebelión

La amputación, la censura y la manipulación de las obras cinematográficas han sido objeto de un documental, que se exhibe en estos días en España, titulado /Cineastas contra magnates/, del realizador Carlos Benpar. Figuras como Sydney Pollack, Woody Allen, Liv Ullman, Arthur Penn y Stanley Donen hablan de la mutilación de sus obras tal como […]

La amputación, la censura y la manipulación de las obras cinematográficas han sido objeto de un documental, que se exhibe en estos días en España, titulado /Cineastas contra magnates/, del realizador Carlos Benpar. Figuras como Sydney Pollack, Woody Allen, Liv Ullman, Arthur Penn y Stanley Donen hablan de la mutilación de sus obras tal como fueron originalmente concebidas para ser adaptadas a las necesidades del mercado, de nuevos avances técnicos o de diferentes formatos de distribución.

En 1987 se emitió el /Manifiesto de Barcelona, /por un grupo de directores de cine, en el cual se exigía el derecho de /»ver llegar sus obras al espectador tal y como fueron concebidas originalmente»./ En el documental se ejemplifica esta castración con la anécdota de Felipe II quien mandó cortar un cuadro del Tiziano para que cupiera en el muro al que estaba destinado en El Escorial. El problema actual es que los derechos de autor deben someterse a una legislación atrasada que no contempla ciertas variantes de la creatividad moderna.

En determinadas coyunturas las modificaciones se deben a la necesidad de compatibilizar la obra de arte a las posibilidades de producción. Cuando John Huston decidió filmar la vida de Freud encargó a Jean Paul Sartre el guión. Tras meses de arduo trabajo Sartre le entregó el libreto y al hacer sus cálculos Huston se sorprendió al ver que la concepción original necesitaba un imposible filme de cinco horas de duración. Devolvió la obra con el ruego de que hiciese los cortes necesarios. Sartre trabajó tenazmente y cuando Huston tuvo en sus manos el nuevo guión percibió que la adaptación necesitaría un filme ¡de ocho horas!

Quizás ningún cineasta ha sufrido tanto los desmanes de los magnates como Orson Welles, quien tras su obra maestra /El ciudadano Kane, /se vio perseguido por los periódicos de Hearst y sometido a brutales presiones en la RKO. Hearst ofreció a la compañía comprar el filme para destruirlo, antes de su estreno, y no lo logró, pero al menos obtuvo que fuese enlatado tras unas pocas proyecciones iniciales, pese a su enorme éxito artístico y de prestigio en la crítica. Su segundo filme /Los magníficos Amberson /fue sometido a drásticas supresiones presupuestarias y a bárbaros cortes, igual que la película que intentó realizar en Brasil.

La censura en el cine comenzó en 1926 con la implantación del llamado Código Hays, nombre tomado del general Will Hays, quien había sido Director General de Correos y fue contratado por la MPAA, la poderosa Asociación de Películas de América para vigilar la moralidad en la industria. El nuevo código fue redactado por un cura jesuíta y pretendía que fuese un modelo moral para «/mostrar un nivel de vida correcto, construir caracteres, desarrollar ideales, inculcar rectos principios y proponer a la admiración del espectador hermosos tipos de carácter/». Hays prohibió los desnudos, las exclamaciones groseras y creó un puritanismo provinciano que llegó a prohibir que dos personas de sexo diferente se sentaran, aún vestidos, en la misma cama.

La Legión de la Decencia fue creada en 1933, para vigilar la producción cinematográfica, por la asamblea general de obispos católicos de Estados Unidos. Ello se facilitó debido a que la Banca Morgan, que poseía importantes acciones en la industria hollywoodense, tenía al Vaticano como principal cliente.

Las tensiones de la Guerra Fría crearon las condiciones para que el demagogo y corrupto senador, Joseph McCarthy, iniciara una cacería de brujas que comenzó por los funcionarios del State Department. La creación del Comité para la Investigación de Actividades Antiamericanas fue la señal de partida para desatar una espantosa intolerancia. En medio de una extendida histeria anticomunista fueron encausados 320 escritores, artistas y directores de Hollywood.

Figuras de tanto relieve como Charles Chaplin, Orson Welles, Aaron Copland, Leonard Bernstein Dashiel Hammet, Hans Eisler, John Garfield, Arthur Miller, Dorothy Parker, Lillian Hellman y Clifford Odets fueron investigados. Chaplin, como Brecht, se marcharon para siempre de Estados Unidos. En tiempos más recientes Robert Redford, Jane Fonda, Gregory Peck, Vanessa Redgrave y Jack Lemmon sufrieron las consecuencias de sus simpatías políticas de izquierda.

A nadie se le ocurre adquirir un óleo de un pintor famoso y pintar sobre él, con otras gamas, más de acuerdo con su gusto. Sin embargo, eso sucede todos los días en Hollywood. Los criterios de los productores, de la taquilla, de las distribuidoras, de las influencias del Pentágono o de las presiones políticas de la Casa Blanca, se hacen sentir cada día en la producción cinematográfica limitando la creatividad o deteriorando la intención original del creador, gracias a la intromisión de la sacrosanta economía de mercado.

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