I Hoy es domingo 8 de noviembre y se cumplen ochenta y cinco años de la muerte en prisión del general Pedro Pérez Delgado, a quien los pueblos de la inmensa sabana llamaron «El último hombre a caballo». Por allí se me van los recuerdos en estas líneas de hoy. Pero los recuerdos se entrelazan […]
Hoy es domingo 8 de noviembre y se cumplen ochenta y cinco años de la muerte en prisión del general Pedro Pérez Delgado, a quien los pueblos de la inmensa sabana llamaron «El último hombre a caballo». Por allí se me van los recuerdos en estas líneas de hoy. Pero los recuerdos se entrelazan con la historia real, la historia viva, la que palpita en el corazón de la tierra Patria. Hoy, casi medio siglo después, recuerdo haberlo oído clarito, mientras jugábamos en el patio trasero que daba con la selva por donde cruzaba un camino bordeado de grandes matas de mango y por el cual se podía llegar, allá a lo lejos, a la carretera negra. Era aquella la casa grande de la bisabuela Marta, allá en las riberas del Caño e´ Raya, donde comienzan las antiguas selvas de Mijagual que se entregan luego en brazos del impetuoso Río Apure. Sí. Lo oímos clarito. Éramos un grupo de niños de entre 6 y 10 años, Adrián, Guillermo, Chiche, Adán, Nacho… Y yo que era de los más pequeños, con el cabello amarillo y hecho todo un amasijo de chicharrones, por lo que todos me decían «bachaco». En verdad era un bachaquito más, en medio de aquellos campos llaneros donde se mezclaron todas las razas; la india, la blanca, la negra, todas.
Lo oímos clarito y salió de la cocina donde hacían la comida, tomaban café y conversaban hombres y mujeres de la familia, entre ellos mi padre y mi madre. Fue como un rayo. «Ese era un asesino» dijo alguien. Hablaban de Pedro, el abuelo de Elena, mi madre. Pedro Pérez o Maisanta. Pedro Pérez Delgado, pues.
Me traje por muchos años aquella especie de condena, «ese era un asesino», y nunca supe por qué, pero siempre la sentía como un peso grande sobre mis hombros, como una espina clavada en mi corazón de niño.
Me aliviaba mucho oírle a mi padrino Eligio Piña sus cuentos de cosas viejas. Así los llamaba él, desde su inolvidable silleta en la esquina de la calle «El Llanero». Mi padrino contaba de un guerrero que vivió en Sabaneta, allí mismo a pocas cuadras de la «Madre Vieja». Que montaba un caballo negro llamado «Bala» y que sobre su lomo se fue, por los rumbos del Apure, con un fusil al hombro, alzado contra Gómez, el General que mandaba en Caracas. Le decían Maisanta o el Americano. Un día me dijo, mientras yo me iba apurado a seguir vendiendo arañas hacia la Calle Real: «Epa bachaquito, tú llevas la sangre de Maisanta por dentro. Tu mamá es hija de Rafael Infante, uno de los hijos del Guerrero del Caballo Negro. ¡Ese era un revolucionario!».
Salí como disparado por la Calle Real y cuando le pregunté a la mamá Rosa si sería un asesino o sería un guerrero revolucionario, la abuela me dijo que se oían muchas cosas, muchos cuentos y que al final no se sabía la verdad.
Pues bien, han pasado casi cincuenta años y la vida me permitió conseguir la verdad:
¡Ese era un guerrero revolucionario!
Y hoy podemos decir con Fidel: ¡Maisanta, la historia te absolverá!
II
Hombre, mujer, joven, niño, niña, compatriota que me lees. Quiero invitarte, reflexivo como estoy ahora mismo, bajo esta fuerte lluvia que cae esta tarde en la que escribo, a colocarnos en la perspectiva del tiempo. Con ello estoy recordando a Meszáros y su obra «El desafío y la carga del tiempo histórico».
El desafío que hoy tenemos frente a nosotros es realmente grande, para decirlo a lo Meszáros, pues se trata de lograr la articulación, desde lo teórico pero sobre todo en lo práctico concreto de la vida del pueblo como colectivo conformado por hombres y mujeres individuales, entre «el tiempo limitado de los individuos y el tiempo radicalmente ilimitado de la humanidad».
En verdad está comprobado mil veces: el individuo o grupo de individuos poseídos por la llamada lógica del capital, son incapaces de elevarse sobre la perspectiva del corto plazo y por sobre la visión egoísta que coloca al yo y al ahora por sobre el nosotros y el futuro en construcción.
Sólo la conciencia (y la conciencia, como lo dice Víctor Hugo «es el acumulado de ciencia que tenemos en nosotros mismos»), libera al ser humano de la tiranía del «tiempo sin futuro».
Puede decirse algo más: Hay una fuerza tan poderosa como la conciencia y esa es el amor. Para decirlo con Cristo, cuando ama al prójimo como a sí mismo, entonces el ser humano es capaz de empinarse por sobre las miserias del egoísmo y las cadenas del cortoplacismo.
Hoy, ya entrado el mes de noviembre de 2009, preciso es tener conciencia de que estamos llegando a la mera mitad de este período constitucional de gobierno.
Dentro de apenas un mes se cumplirán tres años de aquella resonante victoria en las elecciones presidenciales de 2006. Y en enero de 2010 se iniciará entonces la segunda mitad del período. Los años 2010, 2011 y 2012 serán de una poderosa ofensiva que nos permitirá continuar solucionando los numerosos problemas que aún aquejan a Venezuela.
Serán tres años de dura batalla, para continuar elevando el nivel de vida de todo el pueblo, satisfaciendo sus más sentidas necesidades.
Ello sólo será posible, en verdad os vuelvo a repetirlo, por el camino del Socialismo.
En esa perspectiva del tiempo histórico y su desafío, este tu gobierno, nuestro gobierno, seguirá desplegado junto a ustedes, al calor del alma popular, con el combustible inigualable del amor del pueblo, enfrentando todas las tareas y dificultades que se atreviesen en el camino.
Y es que la revolución socialista tiene como fin esencial precisamente ese, el de darle a todos y todas la mayor suma de felicidad posible, para decirlo con Bolívar.
Hoy domingo, por ejemplo, estaremos en Portuguesa, entregando un importante número de viviendas al pueblo de aquel Estado llanero. Forman parte de un gran lote de más de 80.000 nuevas viviendas que actualmente está construyendo la revolución.
¡Viviendas dignas para nuestro pueblo!
Espaciosos apartamentos de 70 mts. cuadrados, de 80 mts. cuadrados, con todos los servicios y un muy humano urbanismo, y cuyo precio no supera los 180 mil Bsf, menos de la mitad de lo que cobra el mercado capitalista. Además, el gobierno subsidia parte de ese precio, cobra tasas de interés del 4,5 %, a 30 años de plazo…
¡Ah, que le entregaron vivienda a mis vecinos y a mí todavía no… la respuesta está allí en la conciencia y en el desafío que enfrentamos como la carga de nuestro tiempo histórico!
Y la respuesta la tiene también el gobierno, con la aceleración de los programas de vivienda y el incremento de la eficiencia y la calidad revolucionaria.
¡¡Maisanta, que son bastantes!!
¡Maisanta, que venceremos!