Iniciada la campaña electoral, es oportuno detenerse en la consideración de un enigma que la encuestología, esa disciplina a medio camino entre la prestidigitación y la ciencia , aún no logra despejar: ¿el electorado termina apostándole a ganador o se inclina por quien percibe como el candidato más débil? A primera vista, parece uno de […]
Iniciada la campaña electoral, es oportuno detenerse en la consideración de un enigma que la encuestología, esa disciplina a medio camino entre la prestidigitación y la ciencia , aún no logra despejar: ¿el electorado termina apostándole a ganador o se inclina por quien percibe como el candidato más débil?
A primera vista, parece uno de esos dilemas del tipo: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina? Evidencia de lo anterior sería que la mayoría de los encuestólogos prefiere escurrir el bulto, y responde con un lacónico «todo depende», porque después de todo puede suceder cualquier cosa, de acuerdo a las circunstancias, etc.
Visto más de cerca, el asunto se nos revela como lo que realmente es: como un falso dilema, una trampa lógica dirigida a sumar la voluntad de los distraídos. El detalle es que estos últimos suelen escasear en una sociedad tan politizada como la venezolana, lo que por cierto, y a despecho del antichavismo, se enuncia aquí como una virtud y no como un defecto.
¿A quién conviene la despolitización? Exactamente a los mismos que, en tiempos de campaña electoral, eluden el debate programático a fondo y lo sustituyen por un discurso plagado de clichés, promesas vanas, medias verdades y falsos dilemas.
Si la omnipresente maquinaria propagandística a disposición del ex gobernador Capriles promueve la imagen del candidato que compite en condiciones desventajosas, víctima constante del abuso de poder, del insulto y la vejación oficial, es porque le interesa hacer todo lo posible por despolitizar el debate público y desviarlo hacia el tema de la imagen de los respectivos candidatos.
De acuerdo a esta estrategia, lo sabemos de sobra, el comandante Chávez sería el candidato «ganador», pero uno que no es capaz de ganar en buena lid (por eso el ex gobernador Capriles jamás reconocerá al árbitro electoral); un candidato «poderoso», pero sólo en lo atinente a su «autoritarismo»; un hombre «enfermo», pero fundamentalmente de poder, que ya quisiera perpetuarse en Miraflores, donde ha decidido encerrarse, perdiendo todo contacto con la realidad.
Se trata, como puede verse, no sólo del falso dilema entre el ganador y el débil, una reedición del mítico David y Goliat , sino de un deliberado desconocimiento de la verdadera naturaleza de la lucha que tiene lugar en este tiempo, entre dos fuerzas antagónicas, entre dos proyectos históricos .
De allí, insisto, la importancia de no caer en la trampa de la atención excesiva en la imagen de los candidatos. Puesto que es eso, una trampa.
¿Quién puede dudar, a estas alturas, de que el ex gobernador Capriles ha hecho un admirable esfuerzo por labrarse la imagen de candidato gafo? Puede que incluso no se trate de un asunto de imagen, y que efectivamente Capriles sea tan gafo como aparenta ser. Pero como diría un amigo, lo único peor que un muchacho gafo, es un gafo con malas intenciones y peores compañías.
En el caso de Capriles ni siquiera cabe decir que está mal acompañado, como hubiera podido decirse de un Pablo Pérez o un Manuel Rosales, por sólo citar dos ejemplos. En su caso específico, sería más preciso afirmar que él pertenece a la clase que mal acompañó a los peores politiqueros de este país.
Capriles, por más que intente disimularlo con su gafedad, real o aparente, encarna a la misma burguesía que, luego de valerse durante décadas de adecos y copeyanos, para enriquecerse groseramente, hoy hace todo lo posible por no retratarse junto a ellos. Cada vez que se lo emplaza al respecto, dice cosas como ésta: « Yo creo en los partidos políticos, pero también creo en una unidad que trascienda, pero eso no significa que no trabajemos juntos «.
¿Cómo reacciona la vieja clase política frente a esto? Acusándolo de candidato insípido, entre otras linduras. Pero si sabe o no sabe, si sabe mal o quién sabe, si presume de «dulcito» aunque no sepa a nada, no es lo central de la historia.
El asunto, de nuevo, es que la clase a la que pertenece el ex gobernador Capriles siempre ha sido mala compañía y nunca ha tenido buenas intenciones. Son lobos disfrazados de mansos corderos.
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