Es verdad que el potente movimiento del «nacionalismo negro» en los EEUU fue derrotado, neutralizado por la represión pero también integrado. Pero no lo es menos que esta derrota no fue, no pudo ser, definitiva ya que los factores sociales y políticos fundamentales, siguieron presentes. Una muestra de ello lo tenemos en los acontecimientos recientes, […]
Es verdad que el potente movimiento del «nacionalismo negro» en los EEUU fue derrotado, neutralizado por la represión pero también integrado. Pero no lo es menos que esta derrota no fue, no pudo ser, definitiva ya que los factores sociales y políticos fundamentales, siguieron presentes. Una muestra de ello lo tenemos en los acontecimientos recientes, otra en la revalorización de algunos de sus portavoces. En primer lugar, del más radical: Malcom X. El hombre que proclamó: Nuestro objetivo es la libertad completa, la libertad completa, la igualdad completa. Por todos los medios necesarios».
Como es sabido, en su trazos generales, el movimiento por los derechos civiles y por los derechos integrales de los afronorteamericanos, se dividió entre una mayoría que apostó por las vías pacíficas, en tanto que una minoría importante entendió que esto no era suficiente. El debate ha seguido abierto por ese Guadiana que ha seguido siendo la resistencia a la prepotencia racista desde entonces más refinada y se ha manifestado bajo diversos formatos. Uno de ellos, sin duda el que más nos ha llegado entre nosotros, ha sido el cine. Lo fue en su momento y lo siguió siendo. Entre los diversos cineastas que han abordado el asunto de la lucha de esa minoría que es neta mayoría en las cárceles, ha sido Spike Lee, tan interesante como discutido y discutible.
Spike Lee fue el que llevó las imágenes de la «autobiografía» de Malcom X a las pantallas de todo el mundo, a todas las casas. No fue lo que se dice una empresa fácil, requirió mucho esfuerzo, el más importante fue conseguir un buen guión. Durante años barajó diversas propuestas, la primera y la más importante fue el escrito por James Baldwin cuando los acontecimientos aún estaban frescos. Hubo otra tentativa por parte del prestigioso Calder Willingham habitual de Kubrick. Por su parte Sidney Lumet, un representante de la «izquierda dura» (así tildaban las autoridades neoliberales a los irreductibles), le encargó una adaptación al incisivo y brillante David Mamet, pero el proyecto les venía muy grande, las condiciones todavía no estaban dadas. Se habla de otro escrito por Charles Fuller, el guionista de Historia de un soldado, una de las mejores películas de Norman Jewison, arquetipo de la «izquierda blanda», pero muy sensible a la cuestión antirracista.
Spike Lee que siguió persistiendo en el proyecto durante años, rescató el de James Baldwin, el mejor escritor afro de su generación. Baldwin sabía muy bien de que iba el tema, conocía a Alex Haley jr., el autor que construyó la «autobiografía» de Malcom y célebre autor de Raíces, la serie que fue mil leguas más allá que Hollywood en la reconstrucción histórica de la trata de negros, con toda seguridad la página más infame de la historia humana, clave para entender la situación ulterior del continente africano. James Baldwin también había tratado con Malcolm X; incluso podría llegar a decirse que eran buenos amigos. Lee declaró sobre él «…no creo que haya mejor escritor que Baldwin para capturar el espíritu de Harlem y sus gentes. Creció en Harlem, era un afroamericano, reconocido defensor de los derechos humanos y un gran escritor». Tenía todos los ingredientes. El único punto en el que el guión flaqueaba era en el último acto, donde debería quedar perfectamente explicada la ruptura entre Malcolm X y Elijah Muhammad. O sea el único que llegaba hasta el final de la cuestión. Sin embargo, el guión definitivo lo firmó el propio Spike Lee en colaboración del blackliste Arnold Perl, entre otras cosas, coautor del guión de El Graduado. Eso sí, ambos se apoyaron en el de Baldwin, y buscaron un enfoque más espectacular. El referente era el gran ccine de David Lean, una gran producción que no se olvidaba de los personajes.
El estreno de Malcolm X en 1992 causó una auténtica sensación. Sus enemigos eran los que ahora dominaban el escenario económico, político y mediático, se quedaron muy sorprendidos. Creían que ya se habían echado siete llaves sobre la tumba de Malcom X, un tipo que no permitía palabras bonitas y halagos a los herederos como en el caso de Martín Luther King, quien también tuvo su película pero que no molestó a nadie. Se limitaron a rebajar los contenidos y no pasó nada. En su trabajo, Spike Lee demostró que habían trabajado los perfiles, la documentación, pero sobre todo que no admitía ninguna rebaja. El punto de mira estaba en las luchas de los sesenta, de ahí la presencia de Nelson Mandela ya preocupado por contener la radicalidad de los movimientos por abajo. El propósito de Lee era llevar a la pantalla la más fiel y completa visión de la figura del líder negro, algo que, en su opinión, «el paso del tiempo no ha hecho más que ayudarme. Sabemos quiénes fueron los asesinos…» Ahora podían llegar hasta el final, recrear ante las cámaras qué fue lo que provocó la ruptura entre Malcolm X y Elijah Muhammad», continúa Lee.
Tanto un empeño como otro se apoyan en la Aulobiografía de Malcolm X tal como fue narrada a Alex Haley, por lo tanto, parten de un profundo respeto al libro de Haley, que es lo mismo que decir que lo hacen a las propias palabras de Malcolm X que pudo revisar el original. Por su parte, el autor de Haz lo que debas, procuró ofrecer un mayor dinamismo a un proyecto de 2001, que habría sido más largo de no interponerse la Warner, por motivos propios pero -a mi juicio- razonables: la película habría quedado mucho mejor como una miniserie televisiva, lástima que no se haya pensado en un nuevo montaje.
En un principio, Lee pretendió regir de los esquemas del biopic, lo suyo es incuestionablemente un homenaje, un alegato pensado para su tiempo, para lo que ya estaba sucediendo, sucedería y sucederá. Su propósito combativo está bien claro, también lo está que, a pesar de sus limitaciones, es que lo consiguió. No es poca cosa que las sucesivas generaciones puedan acceder al conocimiento vivo, rico e intenso de uno de los personajes más emblemáticos de su tiempo, alguien que iluminó su época como lo hicieron Patricio Lumumba, Martín Luther King, Ché Guevara, etcétera. Alguien que era demasiado integro, demasiado lúcido, demasiado combativo para que pudiera caminar por las avenidas de Nueva York sin que una de esas tramas que también saben cocinar en Washington, acabara con él.
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