El 21 de febrero se cumplieron cuarenticuatro años del asesinato de Malcolm X. Murió temprano. La gran ola de protestas y rebeldía en su país se desató poco tiempo después del crimen, y al cabo de una larga crisis se afirmaron cambios en diferentes aspectos de la vida del país y se plasmó […]
El 21 de febrero se cumplieron cuarenticuatro años del asesinato de Malcolm X. Murió temprano. La gran ola de protestas y rebeldía en su país se desató poco tiempo después del crimen, y al cabo de una larga crisis se afirmaron cambios en diferentes aspectos de la vida del país y se plasmó una reformulación de la hegemonía burguesa e imperialista. En las cuatro décadas transcurridas desde 1965, el mundo ha sufrido numerosas transformaciones de sentidos diversos. Pero aquí estamos hoy, reunidos y hablando alrededor de las ideas que expresó Malcolm X en los discursos y escritos de los últimos quince meses de su vida. ¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué nos sigue hablando hoy a nosotros Malcolm X, por qué sigue hablándoles a los pueblos del mundo? Trataré de hacer una breve contribución a las afirmaciones y las preguntas que sus palabras nos plantean, sin olvidar que ellas son sólo una parte apenas de lo que Malcolm nos demanda a todos.
Antes permítanme elogiar las iniciativas que, desde aquellos aciagos días de febrero de 1965 hasta hoy, han mantenido los compañeros del Partido Socialista de los Trabajadores de Estados Unidos y la Editorial Pathfinder. Ellos han recogido, publicado y divulgado su pensamiento. La edición cubana reproduce a la de ellos de 1993 -con un prólogo de nuestro compañero Esteban Morales–, y con ella presentamos la cuarta reimpresión de Pathfinder y el reciente número 8 de la revista Nueva Internacional. En esta aparece un profundo y amplio ensayo, «Revolución, internacionalismo y socialismo: el último año de Malcolm X», de Jack Barnes, Secretario Nacional del PST. Saludo a mis compañeros y amigos Mary Alice Waters, Martín Koppel, Jonathan Silberman y Roger Calero, aquí presentes. Esta edición cubana es digna continuadora de las numerosas publicaciones de las ideas de Malcolm y de otros norteamericanos que siguieron sus pasos, aparecidas en Cuba en aquellos años sesenta en que estaban frescos los hechos, la palabra y la imagen del que un día de 1960 fue a ofrecer su solidaridad a Fidel durante su primera visita a la ONU.
En aquella etapa final de su vida, Malcolm X avanzó decididamente por un camino de radicalización de su pensamiento y su posición política, que hoy podemos constatar con admiración. Intento sintetizar esos avances suyos en siete aspectos: a) pasó del predominio de una identidad al de una conciencia revolucionaria; b) por consiguiente, de combatir en defensa de una parte de los oprimidos a combatir por todos los oprimidos; c) transitó del nacionalismo negro a una prédica decidida de la unión de todos los que quieran actuar; d) amplió el campo de su estrategia, hasta ganar más comprensión de las luchas de los negros por derechos civiles y políticos y el hermanamiento con los blancos que combatieran contra el sistema; e) condenó las agresiones y crímenes del imperialismo norteamericano en África y en Viet Nam, y condenó al imperialismo como sistema; f) tuvo la decisión de practicar el internacionalismo; g) comenzó a plantear la necesidad de oponerse al capitalismo como sistema, y derrocarlo.
Los hechos y las ideas de Malcolm X, la rica experiencia de su vida y su legado constituyen un acervo extraordinario para el camino hacia la liberación del pueblo de Estados Unidos y para las causas de liberación de los demás pueblos. Pero si no tomamos ese resultado como algo que inevitablemente debía suceder, y lo relacionamos además con sus condiciones de producción, nos brindará más enseñanzas y se acrecentará, a mi juicio, su valor. Me pregunto, ¿cómo pudo este joven, delincuente y preso entre los 20 y los 27 años de edad, alcanzar tanto desarrollo, tanta relevancia, influencia y trascendencia, si utilizó la mayor parte de su corta vida para llegar a lo que se considera su fase de certera claridad e inicio de su madurez revolucionaria?
Ante todo, hay que reconocerle dos logros previos. Del primero destaco tres aspectos: la voluntad de forjarse como una persona altruista puesta al servicio de una comunidad; la entereza moral que asumió como rectora de sus actos y pensamientos, en vez de someterse a las exigencias de ascender socialmente y adquirir una posición personal segura, algo que siempre es tan valioso para quien no ha tenido nada; y el orgullo de ser negro en vez de la vergüenza de serlo o el disimulo, simbolizado en el abandono del Little -su marca de nacimiento– y la adopción de la X, en memoria de tantos apellidos robados a los esclavos africanos. El segundo logro fue que su práctica rebelde durante los años previos constituyó en sí misma una gran escuela para él, que le brindó vivencias, conocimientos y formación como luchador, y que al mismo tiempo lo hizo conocido y le dio prestigio más allá del medio en que militaba. Además, esa práctica suya seguramente produjo aportes y avances, a pesar de que nuestro análisis nos revele puntos de partida erróneos de su posición.
«Mientras el Tío Sam esté contra ti, sabes que eres un hombre bueno», le dice a Fidel en el Hotel Theresa este activista negro que ya posee una brújula en 1960. Tres años después, el orador Malcolm X acude a un símil entre dos posiciones y actitudes del esclavo ante el amo, al proclamar ante miles de personas en la clausura de una conferencia en Detroit: «Yo soy un negro del campo», por oposición al negro doméstico, domesticado . Reclama unirse pese a todas las diferencias y reconocer al enemigo común; ser negro en Estados Unidos, ser «de color» allí y en todas partes del mundo. Su clave es: el enemigo es blanco. Pero Malcolm no se limita a denunciar al racismo, lo califica de explotador y opresor, de colonialista, muestra su entraña y proclama la necesidad de las revoluciones, su violencia y su objetivo de obtener la tierra como medio de producción y de vida. El nacionalismo negro es su ideología, pero la política que impulsa ya no cabe en él. A mi juicio, el orador acierta en su concepción radical, pero yerra al condenar sin apelación por colaboracionistas a los líderes negros que luchan por derechos civiles, cuando el movimiento se ha vuelto real, de masas y muy combativo. Quiere forzar la coyuntura de 1963, más que aprender y enseñar dentro de ella, para conducirla hacia opciones más subversivas.
Aún hoy nos impresionan mucho la radicalidad y la agudeza de las propuestas de Malcolm X, su firmeza sin concesiones en tantos campos y dilemas –sutiles o brutales–, y sus desafíos formidables a lo establecido y a las adecuaciones de las protestas a las reglas del sistema. Un ejemplo es su condena a la preferencia por Lyndon Johnson como «el mal menor» durante la campaña electoral de 1964, con aquella frase suya tan lapidaria: «la única manera de hacerte correr voluntariamente hacia la zorra es presentarte un lobo». Malcolm desprecia al «sueño americano» y aclara que se trata de una pesadilla; dice que él no es norteamericano, sino una víctima de los Estados Unidos. Pero nada sale de la nada, y el rebelde Malcolm X le debe mucho a un pueblo y una clase trabajadora que han producido un gran número de resistencias y rebeldías, y una multitud de movimientos de la sociedad, esfuerzos que están en la base de cambios culturales que se han ido afirmando paulatinamente. El próximo 8 de marzo sería muy buena ocasión para recordar que al calor de la gran huelga de trece semanas de veinte mil textileras en Nueva York, que enfrentaron toda la represión y ganaron sus demandas, se convocó la manifestación para ese día, hace exactamente un siglo, exigiendo derechos para las inmigrantes, fin del trabajo infantil y el voto femenino. Y recordar que el sistema fue capaz de asesinar 146 obreras textileras con bombas incendiarias en esa ciudad, por haber tomado la fábrica en que las explotaban.
Mientras Malcolm X iba avanzando en sus ideas y sus acciones, su país estaba entrando en un ciclo de intensos combates sociales. Los tímidos pasos oficiales en cuanto a los derechos de los negros a ir a escuelas públicas integradas, usar el transporte público y votar, fueron desbordados por un movimiento cívico que crecía sin cesar y se tornaba de masas. Los jóvenes negros de Misisipí que conversan con él en Harlem el 1º de enero de 1965 han vivido las jornadas heroicas del Freedom Summer, en las cuales miles de personas enfrentaron los golpes, los incendios y las balas. Malcolm trata de minar en ellos la fe ciega en la no violencia, es decir, aumentar la conciencia que ya están adquiriendo y proponerles encontrar los caminos más eficaces . Pero ahora él está consciente de la centralidad de hacer política cuando se es revolucionario, y de que la violencia no puede reducirse a una forma más alta de resistencia, sino que tiene que ser un vehículo necesario de la política de los dominados si pretenden cambiar realmente la sociedad . Y ahora comprende que el horizonte de lucha racial es necesario, pero no suficiente, para que los oprimidos se reconozcan, unan sus fuerzas, combatan y obtengan liberación para todos .
No cabe duda de que las características del individuo tuvieron un peso decisivo en este caso. Malcolm X era un extraordinario orador de palabra incisiva e imágenes muy sugerentes, que como cuadro de la Nación del Islam debió aprender a comunicarse con la gente común y humilde con el fin de elevarla, pero aprovechó todo eso a un grado descollante. Sin duda poseía carisma, y supo reunir sus condiciones de líder barrial, su valentía personal y su oratoria para convertirse en un dirigente. Al escoger el camino de la rebeldía contra el sistema tuvo que enfrentar el dilema entre ella y la Nación del Islam, entre su maestro y un futuro muy incierto. Su ética y su férreo apego a principios le permitieron tomar el camino de la separación, seguramente al costo de una fuerte desgarradura íntima. Su nuevo camino y sus cualidades excepcionales lo llevaron necesariamente a hacer política, y me parece natural que comenzara por un nacionalismo negro. Lo singular es la rapidez y la resolución con que recorrió la ruta hacia el revolucionario completo, que sólo la muerte pudo interrumpir. Pero ningún revolucionario escoge su momento.
Malcolm X fue pionero de la radicalización de las protestas y las rebeldías en los Estados Unidos de los años sesenta. Supo ver como nadie en su momento la capacidad del sistema de dominación para modernizarse, absorber la protesta y mantener su hegemonía, y no sólo su entraña opresora, explotadora y criminal. Se dio cuenta del potencial subversivo que contenían los anhelos de derechos y de reformas existentes en su medio y en su país, y trató de convertirlos en conciencia y en movimiento revolucionario. Fue muy sensible a la dimensión internacional y comprendió el carácter mundial del sistema moderno, capitalista, que produjo la esclavitud, el colonialismo y el racismo, y vio la necesidad de que los pueblos oprimidos se entiendan y unan sus esfuerzos, y de practicar el internacionalismo. Era un hombre demasiado peligroso, porque crecía sin cesar, y no era posible cooptarlo ni neutralizarlo. Había que matarlo, por eso el sistema lo asesinó.
Pero a los hombres como Malcolm X hay que seguirlos matando, porque pueden renacer y crecer una y otra vez. Se utilizan entonces otros muchos medios del poder, que van desde denigrarlos y convertir mentiras acerca de ellos en moneda común, hasta organizar su olvido. Si no basta, o las circunstancias lo aconsejan, se les puede erigir algún altar o colocarlos sobre un solio, es decir, hacerlos visibles, pero donde no molesten. A Malcolm le administraron con fuerza el primer tratamiento, antes y después de muerto , pero el recurso fundamental contra él ha sido el olvido. No lo hacen por haber sido un racista rencoroso pero explicable en una época que afortunadamente ya pasó, es por haber sido un revolucionario negro que señaló la esencia del sistema y un camino para que todos, blancos y negros, luchen por la justicia y la liberación. Es porque la cuestión principal contra la que combatió sigue en pie, y su mensaje y su ejemplo no son manipulables.
Al intentar explicarme el impacto tan grande de la breve trayectoria de Malcolm X, y su impronta tan fuerte en el imaginario popular, pienso que concurrió también el hecho de que para la gente humilde y los que logran percibir la dominación, Malcolm fue lo que se llama «uno de los nuestros». Un hombre de abajo y negro, que a los seis años quedó sin su padre, asesinado por racistas, después perdió su rumbo en la vida hasta llegar a ser delincuente y preso común desde los veinte años, pero que «se salvó a sí mismo como persona», logró salir del fango de la cárcel y el error, y sin embargo lo hizo para entregarse en cuerpo y alma a los oprimidos. No fue el héroe popular que se pone al margen de la ley individualmente, ni la persona que entrega toda su vida a cuidar enfermos, a instruir o a otras formas del mejoramiento humano. No era un líder proveniente de las capas sociales que producen los líderes, excepto en los tiempos en que están sucediendo revoluciones profundas; como no era un tiempo de estas, sus méritos resultan mayores. No le tocó guiar la gran ola ni ejercer el mando, y esto les da a sus ideas, su ejemplo y su legado una autonomía que los hace más utilizables, y un aire de profecía por cumplir.
Entre otras enseñanzas que proporciona el estudio de la obra y la vida de Malcolm X está la de que los movimientos revolucionarios que aspiran a movilizar, hacer conciencia y conducir a un pueblo deben partir de la materia misma de ese pueblo, de sus culturas, de sus formas de sentir, comunicarse, comprender, resistir. Sólo así podrán aprender y enseñar, forjarán su prestigio y se convertirán en revolucionarios, y lograrán, en un proceso único, transformar en subversivos a los que siempre vuelven a adecuarse a la dominación, y transformarse a sí mismos. Malcolm había emprendido decididamente ese camino. «El error más grande que ha cometido nuestro movimiento» -dice en una entrevista que resultó póstuma– «ha sido tratar de organizar a un pueblo dormido alrededor de metas específicas. Primero hay que despertar al pueblo; entonces si habrá acción». La entrevistadora le pregunta si es para que descubran su explotación, y Malcolm responde: «No. Para que descubran su humanidad, su valor propio y su historia» .
Malcolm X ha estado entre nosotros a lo largo de estas décadas, con su imagen desafiante, su palabra y sus luchas, su foto con Fidel en Harlem. Ha sido para los cubanos uno de los símbolos señeros de la protesta y la resistencia del pueblo norteamericano. Recuerdo que en aquel año crítico de 1993, cuando el movimiento hip-hop incluyó en su encuentro anual habanero un concurso para elegir el mejor rap, el ganador fue uno que reiteraba: «Yo quiero ser como Malcolm…» Estos esfuerzos editoriales de 2009 vuelven a poner a poner en manos de los lectores las ideas del destacado revolucionario.
Quiero terminar expresando una necesidad que tenemos todos los pueblos del mundo: que en la coyuntura actual Malcolm X sea una de las figuras morales rectoras de las acciones y los valores del pueblo norteamericano. Hoy se está planteando en Estados Unidos una posición favorable a la integración racial, que dice comprenderla además dentro de cambios más generales de la conducción y de la vida del país. Esa posición puede defender y reforzar innegables mejoras obtenidas por sectores de la población negra, ampliar mucho las esperanzas de los demás y significar otro desarrollo para la cuestión racial. Pero si se detiene ahí, será al mismo tiempo una renovación y un fortalecimiento del consenso popular al sistema de dominación y de explotación imperialista, con todas sus funestas consecuencias para el mundo entero y para los propios Estados Unidos. Y la población norteamericana, de todos los colores de piel, merece cambios más reales y profundos, que puede llegar a obtener si consigue hacerse consciente de las cuestiones fundamentales y unirse, es decir, si le da continuidad y profundiza el camino que emprendió Malcolm X en la última etapa de su vida.