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Maldita infamia del paro

Fuentes: Rebelión

El tratamiento que en España se viene dando al problema del desempleo y a las cifras del paro demuestra bien a las claras la profunda miseria moral y la quiebra política en la que nos encontramos. Tanto tiempo falseando las cifras, ocultando su impacto y desvirtuando sus efectos para quienes carecen de empleo, que hemos terminado por aguantar con resignación cantidades enormes de mentiras, de infamias y de indignidad que han acabado por impermeabilizarnos moralmente. De tal forma que por enorme que sea la barbaridad, por gigantesco que sea el engaño o por infame que sea la ofensa que escuchemos, parece que nos resbala, como la lluvia cuando cae sobre los cristales. Sin embargo, posiblemente hablemos de uno de los mayores dramas humanos contemporáneos, de proporciones tan devastadoras que en muchos casos supone una deliberada muerte en vida de los millones de personas y familias que lo sufren.


 

 

 

 

El paro en España no es una consecuencia divina ni inexorable ante lo que poco se puede hacer, más allá de resignarnos y ver si de manera espontánea y con el tiempo se evapora, sino que el paro es el resultado de fuerzas económicas y decisiones políticas deliberadas. Y esas fuerzas económicas tienen intereses muy precisos que les lleva a generar más o menos desempleo, actuando en sociedades que son reguladas por las instituciones públicas, dirigidas por partidos políticos en regímenes más o menos democráticos, como el que existe en España. La tiranía del neoliberalismo ha logrado convencer a grandes sectores que el funcionamiento de la economía exige determinados sacrificios, entre los que se encuentra el paro masivo, y nuestros responsables políticos no hacen sino poner las bases para ello.

 

Un paro con nombres y apellidos

De esta forma, el paro tiene responsables muy concretos, con nombres y apellidos. Los mismos que cada cierto tiempo prometen la creación de millones de puestos de trabajo a sabiendas que no lo van a hacer. Los mismos que cuando se difunden las tasas de paro, de ocupación, las cifras de afiliación a la Seguridad Social o las características de los contratos laborales nos ofrecen explicaciones mentirosas e insultantes sin ningún rubor. Los mismos que no reparan en fotografiarse delante de las colas del INEM prometiendo que ellos eliminarán el paro en dos años, y pasado ese tiempo y después de que España alcance los máximos niveles de desempleo entre los países occidentales, no se den por aludidos. Los mismos que al ser preguntados por su opinión sobre las cifras de la última EPA que recogen 5.933.390 parados declaran sentirse «muy contentos«, algo que pasará a la historia mundial de la infamia. Los mismos que se empeñan en vendernos una grandiosa recuperación económica en España basada en la adulteración de cifras y estadísticas, mientras los bancos de alimentos y los comedores sociales se encuentran repletos de necesitados.

 

De la misma forma que para curarse de una enfermedad hay que hacer un buen diagnóstico y reconocer la patología que se padece, para poder superar el pavoroso paro que existe en España hay que reconocerlo en toda su dimensión, algo que nadie quiere hacer desde hace tiempo, como si no se dieran por aludidos ante la magnitud de un problema tan formidable. La sociedad en España vive una situación de auténtica emergencia a la vista de la persistencia, la profundidad y la magnitud alcanzada por el desempleo, y esto es algo que no admite matices ni interpretaciones. Pero, siendo éste uno de los mayores problemas que tiene España, quienes deberían afrontarlo no lo hacen porque ni si quiera reconocen la magnitud del problema y sus devastadores efectos entre los ciudadanos.

 

El resultado del colapso moral y político

Pero, ¿cómo se puede haber alcanzado en este país tal grado de perversión sobre un problema tan sobrecogedor para tantos millones de personas y familias? Sin duda, ello es el resultado del colapso moral y político sobre el que avanza este país, que va mucho más allá de una crisis de deuda o financiera, al haber perdido nuestros responsables políticos toda empatía hacia los ciudadanos. Solo así se pueden entender tantas barbaridades, tanto desprecio y tanta infamia como se comete en cuestiones tan esenciales como son el paro y el empleo. Y solo así se puede comprender también que no se pongan en marcha medidas urgentes y excepcionales a la altura de la gravedad de la situación planteada y con toda la energía, recursos y esfuerzos necesarios, una gran estrategia para la creación de empleo estable y de calidad. Mientras, en lo que se viene trabajando es en la progresiva corrosión del empleo para hacerlo cada vez más precario, cada vez más barato y cada vez más inestable, como si de una gigantesca máquina de picar carne se tratara.

 

Tampoco Europa, sus instituciones y Estados miembros -que ven a países como Grecia, Portugal, y particularmente España desangrarse desde hace tiempo por una hemorragia de austericidio- hacen nada, más allá de advertir sobre la magnitud de las cifras. Ni la Unión Europea lo hace, ni sus instituciones lo plantean ni los países del Sur de Europa lo exigen, desdibujando con ello los cimientos sobre los que se construyó una Europa de solidaridad colectiva.

 

Una gigantesca anestesia

Ahora bien, ese valor de indignación ciudadana en todos aquellos que sufren el desempleo se transforma en no pocas ocasiones en pasividad, cuando no en apoyo hacia los responsables de su situación, como si viviéramos bajo una gigantesca anestesia que nos lleva a tener un síndrome de Estocolmo colectivo hacia nuestros verdugos. Si los parados se rebelaran, no habría fuerza que los detuviera, mientras tanto, los poderes económicos y políticos juegan con su indefensión.

 

Todos aquellos que tienen los medios políticos, económicos y materiales para reducir el paro en España tienen la obligación de hacerlo y las instituciones tienen que desplegar todas sus competencias para que así sea. No es aceptable que sigamos llamándonos país y Estado mientras dejamos en la cuneta, fuera de la sociedad, a millones de personas a los que condenamos a no tener vida, a no tener futuro, a un sufrimiento infinito. Maldita infamia del paro. Una y mil veces maldita.

 

Carlos Gómez Gil es Sociólogo. Twitter: @carlosgomezgil. Puedes encontrar más artículos suyos en el Blog: www.carlosgomezgil.com

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.