Esta semana despertó particularmente violenta en Bagdad: secuestros masivos perpetrados por individuos en uniforme policial y más muertes de civiles. El martes 6 aparecieron en sendos canastos de fruta nueve cabezas sin cuerpo, y esto parece obra de los escuadrones de la muerte que organizan y arman los servicios de inteligencia estadounidenses El presidente W. […]
Esta semana despertó particularmente violenta en Bagdad: secuestros masivos perpetrados por individuos en uniforme policial y más muertes de civiles. El martes 6 aparecieron en sendos canastos de fruta nueve cabezas sin cuerpo, y esto parece obra de los escuadrones de la muerte que organizan y arman los servicios de inteligencia estadounidenses
El presidente W. Bush calificó alguna vez de «manzanas podridas» a los soldados yanquis que torturan y matan civiles en Irak. No deben ser pocas: es larga la lista de las matanzas de iraquíes inermes a manos de las tropas ocupantes que, cubierta por una pesada capa de impunidad tendida por los jefes, sólo ahora se está empezando a conocer. Los marines que asesinaron a mansalva a 24 civiles en Haditha el 19 de noviembre pasado tuvieron mala suerte: Taher Tabet, vecino de las víctimas, no sólo es cofundador de la Organización Hammurabi de Derechos Humanos y Vigilancia de la Democracia, también es periodista y filmó la escena cuando los efectivos se retiraron.
El mando norteamericano sostenía que las 24 personas habían muerto por el estallido de una bomba casera plantada al borde del camino. «Los comandantes de los marines en Irak supieron dos días después (de la matanza) que esas muertes de civiles iraquíes fueron provocadas por armas de fuego y no por una bomba, pero no consideraron necesario investigar el hecho» (The New York Times, 3-6-06). Ese mismo día el jefe del Pentágono Donald Rumsfeld declaraba que «el 99,9 por ciento de las tropas (norteamericanas) se comportan de manera ejemplar» (Baltimore Sun, 3-6-06). En efecto, dan ejemplo. El escándalo de Haditha crece y puede superar al que causó Abu Ghraib. Al encubrimiento suele seguir la absolución de los culpables, o condenas muy leves, suponiendo que se investigue la matanza.
El jefe de los marines que el 15 de marzo ejecutaron en una casa de Ishaqi, a 80 km al norte de Bagdad, a seis adultos y cinco niños, incluidos un bebé de seis meses y una anciana de 75 años, no fue inculpado porque «había cumplido las normas de combate». La versión oficial pretende que los marines fueron atacados a tiros desde la casa y que respondieron con fuego de mortero: «Las acusaciones de que las tropas ejecutaron a la familia que habitaba esta casa de seguridad y que luego realizaron un ataque aéreo para ocultar el presunto crimen son absolutamente falsas», estableció el comunicado militar (The International Herald Tribune, 4-6-06). Mala suerte otra vez: la BBC proyectó un video con «evidencias -se lee en su web- de que las fuerzas de EE.UU. pudieron haber sido responsables de la muerte deliberada de 11 civiles iraquíes inocentes». El vocero de la 101ª división de tropas aerotransportadas declaró que el 18 de marzo se había dado muerte a siete «atacantes terroristas» en la aldea sunnita de Dhuluiya, a 90 km de Bagdad, pero la policía iraquí informó que las víctimas eran un niño de 13 años y sus padres, acribillados en su casa (Reuters, 3-6-06). Y entonces llegan las justificaciones.
Los «halcones-gallina» no se quedan cortos en la materia. Peter Beinart dirige The New Republic y explica: «Esta historia horrible de Haditha subraya la visión liberal… no somos ángeles… los estadounidenses pueden ser tan bárbaros como cualquiera. Pero lo que nos vuelve una nación excepcional capaz de conducir y de inspirar al mundo es nuestro reconocimiento de los hechos… de ese modo nos diferenciamos de los jihadistas» (www.haffingtonpost.com, 1-6-06). Claro que reconocer -los crímenes que se reconocen porque no hay más remedio- no significa hacer justicia o detener esa barbarie. Ya se ha visto.
William Kristol, impulsor del Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense que preconiza la dominación norteamericana del planeta, le corrige la plana a Beinart: «Lo que nos hace excepcionales es que estamos por la libertad y que queremos luchar por la libertad. No necesitamos ‘probar’ que somos diferentes de los jihadistas llevando ante la Justicia a nuestros propios soldados, si hicieron algo mal. Por supuesto debemos hacerlo y lo haremos. Pero hacerlo no ‘prueba’ nada. Incluso aunque hubiere diez Hadithas, no tendríamos por qué probar que somos ‘diferentes de los jihadistas’. La idea sería ofensiva si no fuera absurda» (The Weekly Standard, 12-6-06) (…).
Esta semana despertó particularmente violenta en Bagdad: secuestros masivos perpetrados por individuos en uniforme policial y más muertes de civiles. El martes 6 aparecieron en sendos canastos de fruta nueve cabezas sin cuerpo en la localidad de Hadid, al noroeste de la capital, y esto parece obra de los escuadrones de la muerte que organizan y arman los servicios de inteligencia estadounidenses. Se asesina a sunnitas y se vuelan santuarios chiítas para atizar una guerra civil que «justificaría» la ocupación permanente de Irak. Según la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, «las tropas de EE.UU. son aquí la solución, no el problema» (AFP, 56-06). Menos mal.