Recomiendo:
0

Maquinaria ideológica

Fuentes: Rebelión

En los últimos meses Catalunya se halla inmersa en una apremiante cruzada a la pesquisa de su independencia y, por ende, de su funcionamiento por separado del resto del estado español. Ahora bien, si queremos ser mínimamente sinceros con el acontecer de los hechos, mejor deberíamos decir que son sus dirigentes quienes están inoculando ese […]

En los últimos meses Catalunya se halla inmersa en una apremiante cruzada a la pesquisa de su independencia y, por ende, de su funcionamiento por separado del resto del estado español. Ahora bien, si queremos ser mínimamente sinceros con el acontecer de los hechos, mejor deberíamos decir que son sus dirigentes quienes están inoculando ese discurso, en el seno de la sociedad civil catalana (y española), cual mantra chamánico se tratase. Según este discurso, la mayor parte de los infortunios y calamidades económico-sociales catalanas se verían extirpadas de raíz a la sazón de su emancipación del resto de España.

Pues bien, este discurso se yergue en un diáfano ejemplo de lo que desde la tradición marxista se estipula como ideología . Para Marx, este fenómeno designa las construcciones superestructurales que se encargarían de ocultar el auténtico funcionamiento de la realidad capitalista. Dicho en otros términos, la ideología se erige en esa construcción del poder que se encargaría de legitimarlo, a partir de la ocultación de su verdadera lógica. Por consiguiente, y si buscamos un concepto análogo, ideología sería sinónimo a falsa realidad .

Sin embargo, y con el desarrollo de las tesis marxianas por diferentes autores como Althusser o Zizek, entre otros muchos, el concepto de ideología vira su dirección y ya no se erigirá en un fenómeno que falsea la realidad solamente, sino que se convertirá en un elemento vertebrador y constitutivo de la experiencia del sujeto, que se encargaría de determinarlo, de tal manera, que no pudiese gestionar su experiencia de otra forma diferente a la que configura el discurso ideológico. De ahí no es de extrañar que Althusser no hable de ideología, sensu stricto , sino de aparatos ideológicos del Estado (dispositivos que tiene el poder para configurar y determinar la percepción y experiencia del sujeto: educación, religión, consideración de la familia, medios de comunicación…).

Sea como fuere, ambas maneras de entender el fenómeno pueden observarse sin ambages en la actual disposición del gobierno catalán, en su intento de legitimar la causa independentista. Por un lado, es ideología, en tanto que falsa realidad, puesto que ofrece una visión distorsionada de lo que es el estado de las cosas. Un ejemplo de este fenómeno estriba en la acérrima defensa de que una Catalunya independiente sería una de las potencias más importantes de la Unión Europea, a corto plazo. Ahora bien, el discurso de Mas se olvida que este presunto camino hacia el nirvana económico-social es un proceso que requiere de varios años (por no decir lustros). En primer término, debe procederse a la materialización de un referéndum, posteriormente, empezar los mecanismos legales para poder ejecutar lo establecido en el referéndum, discutirlo en el senado y parlamento, aprobarlo, proceder a la salida inminente de la Unión Europea, negociación con Europa para calibrar la posibilidad de ser país miembro de la Unión… Consecuentemente, ante la presunta celeridad de los acontecimientos, que se defiende desde el poder, la realidad es más bien otra, mucho más pausada y burocrática.

A su vez, es ideología, en cuanto modificación de la experiencia del sujeto, porque ha sido capaz de generar unas condiciones de posibilidad de experienciar un porvenir utópico catalán: una Arcadia catalana en la que las injusticias, recortes, desafíos económicos que genera el aumento del desempleo y de las prestaciones sociales, son aniquilados de la lontananza. Evidentemente, que esta nueva experiencia que genera este discurso, tiene como resultado la polarización de una sociedad civil maltrecha por las consecuencias devastadoras de la crisis económica.

Sin embargo, y mientras se sigue tejiendo y articulando este discurso ideológico, los recortes del gobierno de Mas continúan su acuciante ritmo. Las injusticias sociales (todavía sigue vigente la eliminación del impuesto de sucesión en Catalunya, por no hacer referencia a los impuestos que debe hacer frente la población, inflación de precios tanto de servicios públicos como privados…) siguen implacables. Se ha conseguido ocultar y desviar la atención de todos los atentados que el gobierno catalán está haciendo contra el estado de bienestar (recordemos que hay centros concertados que no cobran desde hace varios meses, verbigracia).

Soy catalán (mi nombre me delata) y me siento muy orgulloso de ello. Ahora bien, lo que no admito es que se venda un determinado discurso, cual panacea se tratase, para intentar esconder la auténtica realidad de la situación: el salvaje deterioro del los servicios sociales por intereses de una clase determinada. Lo que no debe admitirse es que se engañe (una vez más) a la sociedad civil. Si queremos hablar de independencia, debe hacerse sin engaños ni intereses.

Oriol Alonso Cano es Docente de Filosofía y Epistemología en la UOC e Investigador de Filosofía en la UB.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.