Frente a la ofensiva del enemigo no puede haber cabida para tremendismos, y proporcionarle armas es inaceptable. En estos momentos la opción única para las y los militantes revolucionarios es apretar las filas, con la vista en lo fundamental, firmemente aferrados a la disciplina que nace de la conciencia. La crítica, respuesta necesaria a las […]
Frente a la ofensiva del enemigo no puede haber cabida para tremendismos, y proporcionarle armas es inaceptable.
En estos momentos la opción única para las y los militantes revolucionarios es apretar las filas, con la vista en lo fundamental, firmemente aferrados a la disciplina que nace de la conciencia. La crítica, respuesta necesaria a las imperfecciones del hacer humano, cuando corresponda ejercerla tiene que ser verdadera, oportuna, pertinente, soportada en la autocrítica como sobre una raíz y consciente de su propia posibilidad de imperfección. De ese modo es aporte, acción creadora, alimento de los procesos de cambio, luz que a todos nos ayuda, motor para el reimpulso revolucionario, y su ejercicio constituye un derecho y un deber.
Obviamente, la reacción a ella debe ser, no el rechazo automático o intemperante, o la actitud de «nos las sabemos todas», sino el análisis constructivo, dirigido a determinar la medida de su justeza, si la hubiere, y actuar en consecuencia.
No podemos perder de vista que estamos en presencia de un ataque en toda la línea. Las baterías mediáticas del imperio atruenan los espacios del mundo demonizando a Venezuela, a su gobierno revolucionario y a su líder, consecuente sucesor del gran presidente Chávez. Son cajas de resonancia y portavoces de las manipulaciones imperiales, centros de contrarrevolución, verdaderas máquinas de guerra.
Estamos viendo y padeciendo una apoteosis de perversión. Violación de los derechos humanos, cercenamiento de la democracia, ahogo de la libertad de expresión, violencia sistemática, narcotráfico, etc., todas las negaciones de la justicia y la legitimidad social, todo cuanto es expresión de las aberraciones del fascismo y el imperialismo lo vuelcan quienes las practican, como desde un espejo, sobre nuestra patria, en tanto se atribuyen las virtudes que pervierten. Y ello constituye el acompañamiento a ritmo de gran orquesta de la ofensiva criminal de mayor fuste que han lanzado por manos del cipayaje vernáculo.
La obsesión por nuestro petróleo los ciega. «Jamás hubo conducta más infame que la de los Estados Unidos contra nosotros», la admonición del Libertador muestra como nunca su profunda validez.
Y junto al país que se ha convertido en la sede históricamente más característica de la agresión, gestor universal de cuanta guerra de rapiña y bandidaje se enciende, burlador de toda legalidad y toda norma, forajido y terrorista internacional que ha batido las marcas del crimen de Estado, se alinean los cipayos, oligarquías, gobiernos e individualidades de alquiler, y la jauría ladra y busca flancos propicios para morder y destruir.
Enfrentamos máquinas de guerra. Por ello la denuncia o la crítica de las irregularidades, debilidades o problemas que haya o parezca haber, debe plantearse en el terreno exacto de la necesidad revolucionaria, cuidando de no traspasar la raya y caer en el del enemigo, que no da ni dará tregua, ni cede un ápice en su propósito estratégico de destruir la revolución.
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