La automatización preocupa a los economistas desde los albores de esa disciplina. La inquietud es que las máquinas roban o destruyen empleos, con todas sus implicaciones sociales. En su obra, David Ricardo introdujo un capítulo para descartar estos miedos afirmando que la destrucción de empleos se acompañaba a la postre de una mayor creación de […]
La automatización preocupa a los economistas desde los albores de esa disciplina. La inquietud es que las máquinas roban o destruyen empleos, con todas sus implicaciones sociales. En su obra, David Ricardo introdujo un capítulo para descartar estos miedos afirmando que la destrucción de empleos se acompañaba a la postre de una mayor creación de puestos de trabajo.
Mucho tiempo después, John Maynard Keynes escribió en su ensayo sobre las Posibilidades económicas de nuestros nietos que el progreso técnico en la economía llevaría a un incremento sin precedente en el bienestar de la población mundial. Según él, en unos cuantos años la semana de trabajo podría reducirse a unas 15 horas. En las sociedades humanas habría más tiempo para el cultivo de las bellas artes y las disciplinas de la ciencia. Pero, cuidado, advertía Keynes: durante algunos años todavía necesitaremos que la avaricia y la usura sigan siendo nuestros dioses, pues sólo así podremos salir del túnel de la necesidad económica y descubrir la luz del día.
Pero las máquinas no se construyen por la naturaleza, señaló Marx en los Grundrisse. En respuesta a las ingenuas consideraciones de John Stuart Mill (y de Keynes) explicó que tampoco tienen por objeto reducir el esfuerzo físico que realizan los seres humanos. Su destino es extraer la mayor cantidad de plustrabajo bajo el sistema de explotación capitalista.
Hoy estamos frente a una nueva oleada de innovaciones que está remplazando fuerza de trabajo con máquinas a un ritmo inusitado. Esta automatización toma la forma de la robotización en las actividades más disímbolas, desde la aplicación de una soldadura ultra fina hasta la preparación de una hamburguesa, pasando por el cambio de pesados troqueles en una prensa o el uso de algoritmos en la especulación financiera. Se calcula que en Estados Unidos están amenazados más de 50 millones de empleos directos por la creciente robotización. Eso es equivalente a un tercio de la fuerza de trabajo. Las cifras a escala mundial son también sobrecogedoras: los escenarios contemplan el remplazo de entre 400 y 750 millones de puestos de trabajo en el próximo decenio. En un proceso en el que buena parte de la fuerza de trabajo se hace redundante, ¿qué le sucederá a países como China?
La generación de empleo para una economía capitalista es clave por varias razones. La primera tiene que ver con la creación de valor, pues por sí solas hasta las máquinas más sofisticadas son incapaces de crear algo. Pero si bien el trabajo directo sigue siendo un componente clave en el proceso de producción, cada vez lo es menos en la automatización. Y aquí surge la segunda razón que está relacionada con lo que Marx llamaba la pequeña circulación: los salarios adelantados por los capitalistas regresan a sus manos cuando los trabajadores en su conjunto compran las mercancías que han producido. O como dice un aforismo atribuido a Kalecki, cuando los trabajadores gastan lo que reciben, los capitalistas reciben lo que gastan. El problema es que si los trabajadores intervienen cada vez menos en el proceso de trabajo, ¿quién va a comprar las mercancías producidas por la economía capitalista? Se puede pensar que este problema podría resolverse con un mecanismo que distribuya poder de compra a la población para garantizar una demanda agregada suficiente y ganancias adecuadas para los capitalistas. Pero todo esto requiere una arquitectura macroeconómica distinta. Sin duda, el futuro del capitalismo se anuncia complicado.
Hoy, la llamada inteligencia artificial no rebasa la fase en que una computadora realiza millones de operaciones en un milisegundo. Eso sirve para la especulación financiera, para distinguir visualmente la forma de un objeto para manipularlo o para identificar la ruta más rápida dadas las condiciones de tráfico. Pero eso es suficiente para remplazar a millones de operadores humanos en funciones muy disímbolas. Sin embargo, está muy lejos el día en que podamos tener una discusión significativa con una máquina. Se puede fantasear sobre la llegada en el futuro de la singularidad, palabra acuñada por Von Neuman para denotar el momento en que las computadoras/máquinas tengan conciencia de sí mismas, pero el proceso puede tardar cientos o miles de años. ¿Existirá el capitalismo todavía ese día?
Para abordar esa pregunta vale la pena considerar lo que sucederá cuando se profundice el proceso de producción de máquinas por máquinas. Marx señala en los Grundrisse que cuando la mayor parte de la riqueza sea producida por máquinas, entonces la apropiación del tiempo de trabajo ajeno aparecerá como una base insignificante de la riqueza frente a esta nueva fuente que es el complejo de máquinas creada por la gran industria. En ese momento, continúa Marx, cuando el trabajo en su forma directa deje de ser la gran fuente de riqueza, el tiempo de trabajo dejará de ser la medida del valor de cambio. Pero, en ese caso, ¿existirá la explotación todavía? Y si la ley del valor de Marx desaparece, ¿eso acontecería antes o después de haber desaparecido el capitalismo?
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2018/04/11/opinion/025a1eco