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Mario Monti no se equivoca del todo

Fuentes: larevueltadelasneuronas

«Digamos la verdad: ¡qué aburrido es tener un puesto de trabajo fijo toda la vida! Es más hermoso cambiar» Mario Monti, Primer Ministro Italiano. ¡Qué aburrido es tener un puesto de trabajo fijo toda la vida! Las palabras del primer ministro italiano Mario Monti acerca de la situación laboral de los jóvenes, han provocado una […]

«Digamos la verdad: ¡qué aburrido es tener un puesto de trabajo fijo toda la vida! Es más hermoso cambiar»
Mario Monti, Primer Ministro Italiano.

¡Qué aburrido es tener un puesto de trabajo fijo toda la vida!

Las palabras del primer ministro italiano Mario Monti acerca de la situación laboral de los jóvenes, han provocado una gran polémica y rechazo. Pero vayamos por partes. ¿Qué es lo que ha molestado de la frase? ¿ Haber puesto el acento en el aburrimiento que implica un mismo puesto de trabajo para toda la vida? En esto no tengo nada que objetar, ya que, simplemente está repitiendo las principales demandas de los jóvenes estudiantes y proletarios del Mayo Francés, o el 69 y el 77 italiano: No queremos ser un engranaje más de la máquina, no queremos ser reducidos a tiempos rutinarios y mecánicos en la línea de montaje que esquilman el espíritu y genera enajenación con respecto al fruto de nuestro trabajo.

Una situación que Marx ya analiza en sus Manuscritos de economía y filosofía de 1844, donde apunta que, cuanto más crece el volumen de la producción, más aumenta el nivel de enajenación del trabajador. Esa es la situación que se dio a mediados de los años 70 en Europa. El saber -el trabajo-, quiso levantarse y emanciparse contra el mercader -capital- protegido por el guerrero -fuerzas del orden-: El sabio quiso, salir de la fábrica y volver a pensar negándose a repetir actos y gestos como un mono. Lo consiguió, pero perdió.

Entonces, ¿nos debe molestar que Monti afirme que un trabajo para toda la vida es aburrido? En absoluto. Debemos mirar más allá y no hacia atrás, porque la nostalgia puede ser un lastre para el presente. No se puede pretender «revivir» un tipo de trabajo pensado para un modelo específico de crecimiento y consumo. Porque además de suponer una total involución cultural, fueron las mismas fuerzas del trabajo las que quisieron superarlo en su momento. Es decir, fuimos ayer los que nosotros y nosotras somos hoy, quienes pusimos en duda la rutina del trabajo.

«Es más hermoso cambiar»

En esto también tiene razón, o acaso ¿vamos a defender ahora el estancamiento conservador de una vida premeditada, planeada de antemano, como si de una flecha unidireccional se tratara?. Ahora bien, aquí es donde se siente realmente  la intención neoesclavizadora que arrastran las palabras de Monti.  ¿Sobre qué base cambiamos de trabajo? ¿Qué garantía tenemos cuando ya no existe ninguna garantía laboral? Ese debe ser el objeto de la discusión y nunca repetir ideas de hace más de 50 años, que huelen a viejo y tienen sabor añejo. Tomar el presente y nunca más replegarnos en utopías industriales gastadas, agotadas en sí mismas: La utopía contemporánea no pasa por buscar el pleno empleo, sino por la liberación del tiempo sobre el empleo.

En un reciente estudio del Instituto de personal y desarrollo – Chartered Institute of Personnel and Development- del Reino Unido, llevan a cabo un estudio comparativo entre el mundo laboral de los años 50` y el presente. La conclusión viene a ser que hoy se trabaja un 30% más de media y se disfruta de la mitad de las vacaciones, 16 días de media. Lejos quedan aquellas predicciones de Wiston Churchill que, apoyándose en el avance tecnológico se «daría al trabajador lo que nunc había tenido; cuatro días de trabajo y luego tres días de diversión».  Se produce entonces un hecho aparentemente paradójico: Al mismo tiempo que el empleo se convierte en un recurso escaso, el tiempo que le dedicamos cuando se tiene no para de aumentar. Aceleración de los ritmos, del estrés y la incertidumbre para los que lo tienen, exclusión y precariedad absoluta para quien no lo tiene y lo necesita.

A grandes rasgos lo que ha sucedido a lo largo de los últimos 30 años, es una reducción de la demanda y necesidad de empleo. Lo que en términos marxistas sería, una disminución en el volumen del trabajo socialmente necesario. Pero que no haga falta tanto empleo, significa que se trabaja mucho más, ya sea dentro o fuera de la empresa, esté uno empleado o no.  ¿Cómo puede suceder esto? Básicamente porque las mismas relaciones sociales y comunicativas se han convertido en relaciones de producción, en una sociedad cuyo motor de crecimiento es el trato de la información y el conocimiento.

Las nuevas tecnologías parecen haber añadido nuevos objetos que nos vinculan constantemente con el trabajo y más que liberarnos del mismo, nos ha esclavizado aún más. Los Smartphone, Ipads, redes sociales y demás instrumentos aumentan los niveles de comunicación en sociedad. En España esto es algo que ocurre especialmente, dada la idiosincrasia cultural de «hacer política por los pasillos de la empresa« , donde abundan las conversaciones extraoficiales y fuera del horario laboral. De no hacerlo así, se corre el riesgo de convertirse en un bicho raro. Es tanta la importancia que se le da a los aspectos propios de acciones cognitivas, que surgen empresas que buscan medir la influencia. Algo que, por su propia naturaleza se genera de una forma imposible de calcular en un horario cerrado.

Desde el actual prisma capitalista, una mayor comunicación implica un aumento en las relaciones de producción, en la generación de riqueza colectiva que se gestiona de forma privada.

En un estudio de Cisco, sobre la Generación Y entre estudiantes del Reino Unido revela que uno de cada tres estudiantes y empleados de menos de 30 años(33%), prioriza la libertad en relaciones de comunicación social, flexibilidad y movilidad en el trabajo, sobre un mayor salario a la hora de aceptar un trabajo. Un 56% de los estudiantes universitarios a nivel mundial, responde que, de encontrar un trabajo en una empresa que impida el uso de medios de comunicación social, o no aceptaría el trabajo, o aceptarlo y encontrar la manera de salir de allí en cuanto pueda.  En torno a este tema, me remito a otro artículo ya publicado.

En España según un estudio del Instituto Internacional de Estudios sobre la Familia – The Family Watch (TFW)-, habla de una tasa de sobrecualificación laboral del 43% entre los jóvenes que tienen empleo y del  50% entre los que están en paro. España es el país de la UE con mayor porcentaje de jóvenes sobrecualificados, muy por encima de la media europea del 19%. La lectura reaccionaria es la de culpar al elevado número de universitarios, en lugar de cebarse con la realidad laboral impresentable, todo un lastre que arrastra la generación más formada de la historia.

Existe un exceso de conocimiento social que sobrepasa el actual panorama laboral, el cual se ve sometido al mecanismo salarial de la prestación laboral. El capitalismo al nutrirse de conocimiento y no sólo de lo producido en la jornada laboral, puede permitirse el lujo de precarizar su gestión. Pensar en superar la sociedad laboral en lugar de buscar una solución en ella, es quizá la forma más inteligente de afrontar políticamente la situación socioeconómica. Buscar métodos que hagan del empleo un súbdito a los tiempos y necesidades humanas, es poner toda esa comunicación, todas las tecnologías y el conocimiento compartido, al servicio común y no empresarial.

Garantizar la flexibilidad pasa por separar ingreso de empleo, potenciando formas de relacionarse liberadas de la precariedad, facilitando el acceso a tareas de todo tipo que queremos llevar a cabo y el empleo o su búsqueda nos lo impide. Si queremos acabar con la incertidumbre y con el miedo, no podemos pensar políticamente en aras del pleno empleo, sino en la distribución de riqueza. Pensar en una sociedad donde el empleo vaya gradualmente desapareciendo proporcionalmente, al aumento del trapajo autopoyético, sin valor de cambio.

http://larevueltadelasneuronas.wordpress.com/