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Más acuerdos que desacuerdos en torno al decrecimiento

Fuentes: Rebelión

Previo: después de leer el artículo de Margarita Mediavilla, pensamos en no enviar esta respuesta ya que plantea bien nuestras principales preocupaciones en este debate, pero hemos creído conveniente hacerlo para quitarnos un cierto mal sabor de boca por la percepción que tuvo Juan Torres de nuestra primera respuesta. Comenzábamos el anterior artículo señalando que […]

Previo: después de leer el artículo de Margarita Mediavilla, pensamos en no enviar esta respuesta ya que plantea bien nuestras principales preocupaciones en este debate, pero hemos creído conveniente hacerlo para quitarnos un cierto mal sabor de boca por la percepción que tuvo Juan Torres de nuestra primera respuesta.

Comenzábamos el anterior artículo señalando que era bueno y necesario debatir con personas que estamos muy cercanas en la mayor parte del diagnóstico y las propuestas. Y que por tanto los puntos de discrepancia implican no considerar en ningún caso al discrepante ni como «adversario» ni como «enemigo» ni nada parecido.

Justamente el objetivo de acercar posiciones nos llevó a la crítica de lo planteado por Juan en su artículo. Es evidente que no hemos leído todo lo que ha escrito Juan Torres, pero sí bastante; de la misma manera que no creemos que nadie se haya leído todo lo que hay sobre decrecimiento.

Desde que surgió en España con fuerza el asunto del decrecimiento, las críticas de personas muy cercanas han sido constantes y eso no nos ha impedido seguir debatiendo y trabajando juntos. Y las personas que estamos defendiendo ese concepto tampoco hemos entrado a contestar a muchas de las críticas porque hemos entendido que eran fundamentalmente terminológicas.

Decidirnos a responder a Juan no ha sido por «combatirle» sino por que vemos que hay alguna diferencia más sustancial que es necesario seguir debatiendo. Si en algún momento ha parecido que entendíamos su artículo como un ataque a todo lo que hay detrás del decrecimiento, seguramente nos hayamos explicado mal, pero nos parece un exceso de dramatismo decir que eso es alimentar grietas; su respuesta, no obstante, nos ratifica en algunos de los argumentos que planteábamos.

Primero nos gustaría matizar que es posible que hayamos achacado a Juan propuestas que no son suyas, al igual que nosotros consideramos que Juan achaca al decrecimiento cosas que éste no plantea. Quizá esto tenga que ver con las limitaciones en extensión de lo que se escribe en un momento determinado, y que muchas veces tendemos a «inferir» lo que hay detrás de algunos párrafos, bien porque no se explican lo suficiente, bien porque dejan de decir algo que consideramos fundamental. Además nosotros nos apoyamos en citas textuales que Juan escribía en dicho artículo.

Un ejemplo de cierta «subjetividad» del propio Juan es su inferencia de que el decrecimiento es lo contrario del crecimiento y que por tanto se tiene que medir en términos de PIB. Desde el decrecimiento no se dice eso, y suponer que una frase de Taibo sobre el «cómputo final» daría muestra de esa visión, nos parece un argumento cogido por los pelos y que no responde de ninguna manera a todo el discurso decrecentista ni al del propio Taibo, que justamente está hablando de utilizar varios indicadores en la frase que recoge Juan.

Además, el decrecimiento no es un concepto meramente económico. Por eso no hay que medirlo solo en términos del PIB, sino que hay que introducir otras variables socioambientales. Esto ya forma parte del discurso del decrecimiento desde hace tiempo.

Por tanto, al igual que dijimos en el anterior artículo, al que nos remitimos para mayor profundidad, consideramos la «tesis principal» de Juan como una crítica incorrecta que no se ajusta a la realidad de lo que plantea el decrecimiento. Y en este sentido podemos alegrarnos de que pensemos lo mismo sobre la necesidad de disponer de más indicadores.

No vamos a negar que el término decrecimiento puede tener limitaciones porque nos obliga a especificar qué queremos que decrezca. Pero si estamos de acuerdo en la necesidad de un cambio de modelo productivo que utilice menos recursos materiales, lo mismo ocurre si hablamos de crecer («Lo que yo digo es que no es malo que crezca aquello que los seres humanos necesitan, pero eso no es ‘el crecimiento’ al que se refiere la economía convencional ni, creo yo, las tesis del decrecimiento»): también hay que decir qué queremos que crezca y qué no, e igualmente hay que dar explicaciones sobre que tipo de «crecimiento» queremos o qué entendemos por «crecer». El problema es el mismo desde el lado que se mire. Las cosas complejas siempre hay que matizarlas y adjetivarlas.

Entonces, si el asunto se limita a decidir qué es más conveniente desde el punto de vista político para conseguir mayorías, no creemos que tengamos una respuesta clara. Seguimos convencidos de que es mucho más difícil que la idea de «crecer» (e incluso «desarrollo» como plantea Naredo) sirva para hacer el cambio cultural e ideológico necesario; y por tanto conviene explorar nuevas ideas y simbologías. Y esa es la gran virtud que tiene el término decrecimiento en estos momentos. Por otra parte nos parece una discrepancia poco relevante: vayamos viendo qué términos (no tiene que ser uno sólo) atraen a más gente a nuestras ideas y propuestas y actuemos en consecuencia.

Creemos que en un debate tranquilo y sosegado estaremos muy de acuerdo en qué cosas tienen que crecer y cuáles tendrán que decrecer. Seguramente habrá puntos de desacuerdo pero será más por lo que cada persona consideremos «necesario» que debidas a las diferentes opiniones sobre el término decrecimiento.

Aunque derivadas de este asunto es donde vemos las mayores diferencias de enfoque que creemos necesario seguir debatiendo con el objeto de encontrar soluciones compartidas. Nos referimos al asunto de las necesidades, el consumo y la resolución de las desigualdades, y por tanto, las propuestas que tenemos que hacer para salir de la actual crisis y para dirigirnos hacia otro modelo social y ambientalmente sostenible.

Para nosotros no reconocer claramente que es imposible una salida equitativa global sin una reducción del consumo global de recursos materiales en España y demás países «ricos», es un diagnóstico peligrosamente equivocado y físicamente inviable. Lo que no significa que todo lo material tenga que decrecer ni que tenga que hacerse en igual proporción para todas las capas de la sociedad; esto es una tesis básica de cualquier decrecentista, especialmente en el asunto de la alimentación.

Pero nos preocupa que bajo ese matiz, se termine aparcando la necesidad del descenso del consumo material: esto no es una «generalidad«, es un imperativo básico para garantizar un mínimo futuro a las amplias mayorías mundiales y españolas.

Y termina siendo más que una posible preocupación cuando vemos las propuestas para la salida de la crisis desde los economistas progresistas. Vamos a aclarar primero que asumimos que lo que vamos a plantear a continuación, es un asunto complicado y difícil de resolver en el actual marco; que lo vemos también como una dificultad práctica a resolver desde el decrecimiento, pero que lo vemos como una contradicción (entendible pero que nos gustaría resolver) desde las propuestas económicas progresistas clásicas.

Un análisis que se está haciendo es criticar la idea de que «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades»: que los economistas liberales estén utilizando ahora esa idea para descargar la culpa de los principales responsables y exigir sacrificios a toda la población, no significa que no sea verdad que «España» ha vivido y vive por encima de lo razonable. De hecho muchos economistas críticos venían advirtiendo de ese asunto en los años de bonanza. Y eso tampoco significa que, al utilizar genéricos («España», «hemos»…), se esté aceptando la idea de que las responsabilidades y las salidas tengan que ser igual para todas las personas.

Ignorar que muchos de los préstamos que se pedían no iban para satisfacer la necesidad básica de la vivienda, sino que bastantes eran para segundas residencias, viajes de turismo, cambiar de coche o comprar otro, comprar otro televisor, cambiar de móvil, etc.., nos parece inadecuado. Y creemos que se ignora esto cuando se plantea que el problema de la crisis es fundamentalmente de debilidad de la demanda y de la capacidad de compra y que por tanto lo que hay que hacer es que la gente pueda comprar y consumir más para salir de la crisis. Es repetir la respuesta keynesiana tras la Segunda Guerra Mundial en un contexto de recursos físicos muy diferente al actual.

Esto nos plantea varios problemas: el primero es que implícitamente se termina aceptando que no hay problemas de «exceso de oferta» o sobreproducción y por tanto de modelo productivo en cuanto al volumen de lo producido. Segundo, seguimos asumiendo que la salida a la crisis consistirá en aumentar la demanda o capacidad de compra, apuntalando una sociedad de consumo altamente intensiva en materiales y energía. Tercero y como consecuencia de lo anterior, esta salida aparca, aplaza, nos aleja y dificulta las radicales decisiones que hay que tomar para variar el modelo de producción y consumo.

Todo esto nos lleva a pensar que aunque se hable de cambio de modelo productivo, de tener en cuenta los límites naturales, de reducir el consumo, etc, cuando se hacen propuestas concretas en las que hay que resolver situaciones difíciles, sacrificamos siempre la variable ambiental a la supuestamente social sin haber sido capaces de plantear un debate de más largo alcance ni propuestas que resuelvan satisfactoriamente la contradicción. Y eso nos va a terminar costando muy caro.

De alguna manera seguimos teniendo la sensación de que, a pesar de lo mucho que se ha avanzado en integrar la variable ecológica en el discurso de los economistas y fuerzas políticas transformadoras, cuando llega la hora de gestionar en lo concreto, casi todo lo ambiental se relega y se reproducen, sin querer, las respuestas económicas típicas.

También es cierto que desde el ecologismo social y el decrecimiento no hemos avanzado aún lo suficiente en traducir en variables económicas algunos de nuestros postulados. Por ejemplo: ¿cuántos empleos vamos a crear con «otro modelo de desarrollo» cuando cierren las fábricas de coches, las centrales nucleares y la industria del cemento? ¿Cómo se concreta el «reparto del trabajo»? ¿Cómo se concreta en números eso de que «hay que volver al campo»? Eso sí, como diría el otro, «estamos trabajando en ello»: algunas aportaciones recientes en este sentido tratan de avanzar, por ejemplo, en las propuestas que relacionen el decrecimiento con el empleo. Aunuqe pensamos que esa debe ser también una labor prioritaria de los economistas (no sólo de los ecológicos como Naredo u otros).

 

No obstante creemos que en los últimos dos o tres años, en parte gracias a la irrupción del término decrecimiento, ha aumentado mucho entre los economistas progresistas la preocupación por incorporar la variable ambiental y de los recursos naturales, y en ese sentido no nos queda más que agradecer este tipo de debates y discrepancias para ir afinando y acercando nuestros discursos y preocupaciones. Y para ir desarrollando nuevos instrumentos que den respuestas realistas a la crisis de recursos que tenemos encima.

Toño Hernández pertenece a Ecologistas en Acción

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