Los sustantivos turbulencia, epicentro, tormenta, terremoto, tsunami o marejada, aplicados a la volatilidad de las bolsas y a la crisis financiera derivada de los impagos de las hipotecas de alto riesgo (subprime mortgages) en los EEUU, no resultan inocuos ni inocentes sino que nos trasladan la idea soterrada de la imposibilidad de su control y, […]
Los sustantivos turbulencia, epicentro, tormenta, terremoto, tsunami o marejada, aplicados a la volatilidad de las bolsas y a la crisis financiera derivada de los impagos de las hipotecas de alto riesgo (subprime mortgages) en los EEUU, no resultan inocuos ni inocentes sino que nos trasladan la idea soterrada de la imposibilidad de su control y, por tanto, de cualquier responsabilidad política en su gestación, como si de un fenómeno de la naturaleza se tratara. Así el ciudadano y los inversores corrientes olvidan que el actual sistema financiero globalizado es una creación política reciente como «el espacio financiero europeo» donde nos encontramos.
Pero muchos son los interrogantes que hay que plantearse. El FMI anuncia lo obvio (que la inestabilidad va para largo y que tendrá repercusiones en la economía real) y el Banco de España afirma la solidez de los grandes bancos globalizados con sede central en Madrid; sin embargo, la propia Asociación Española de Banca fue incapaz de acordar una declaración conjunta que demostrara la solvencia común porque no todos podían ofrecer cuentas auditadas que reflejaran los activos respaldados por hipotecas de alto riesgo; que obran en su poder.1
Desde luego, reconocer la opacidad de los mercados financieros sería hablar de política. Porque ante todo estamos inmersos en los efectos de un comercio global liberalizado, desregulado y carente de transparencia para los activos financieros; ni se conocen realmente las cuentas de los bancos globales, ni la calidad de los productos financieros, ni la formación de los precios en los mercados informales ni es posible la evaluación de los riesgos. 2 La opacidad es consustancial al negocio financiero basado en la duda y la incertidumbre como las apuestas de cualquier casino.
El tema no está en que la «mortgage» estadounidense no tenga las garantías de registro público que tiene la hipoteca a la española sino que los préstamos hipotecarios con escasas garantías concedidos en Oklahoma sirven para generar unos bonos o cédulas hipotecarias con extrañas denominaciones que se comercializan mediante operaciones apalancadas, es decir, con préstamos superiores al 80 % del valor de la adquisición. De entrada, se busca sacar esos créditos de la contabilidad de los prestamistas y colocarlos en mercados sin cotizaciones oficiales; mediante los hedge funds o fondos de inversión de alto riesgo propiedad de grandes bancos y aseguradoras y registrados en paraísos fiscales offshore sin transparencia, desde donde especulan en los mercados. Desde la isla de Jersey vinculada a la City, operaban las dos sociedades gestoras de activos hipotecarios subprime del IKB y del Sachen LB, los dos bancos alemanes entrampados en este juego; y, entre otros, el Banco de inversiones Bear Stearns, uno de los primeros afectados, tenía sus hedge funds en las Caimán.
Y esa opacidad del sistema globalizado sin controles facilita que los riesgos del impago de esas hipotecas estadounidenses a gente poco solvente, se repartan entre los bancos y fondos de inversión que adquieren los bonos o cédulas respaldadas por esas hipotecas de cobro dudoso. Porque ¿realmente quien garantiza la protección del pequeño inversor o los cortafuegos que impidan el contagio mundial?
No existe una autoridad ni supervisor global u europeo ni estatal que pueda asegurar la solvencia de ese tipo de bonos hipotecarios con su incierto riesgo asociado y adquiridos por operadores de todo el mundo, incluido el Banco de China. Porque así funciona la conversión de deudas en valores mobiliarios o titulización, cuya aparición y generalización con anotaciones extracontables de la banca fue una innovación importante y decisiva para la inserción de las finanzas entre el público estadounidense y su posterior difusión mundial. La titulación o emisión de valores respaldados por créditos integró el proceso denominado de financiarización de las economías con el consiguiente sobreendeudamiento de los bancos y luego de los hogares; y la posibilidad de empaquetar las deudas y venderlas en el mercado mayorista permitiendo a los bancos eliminar de su balance esos activos y seguir concediendo préstamos. Es uno de los elementos básicos del modelo de economía financiarizada gestionado centralmente por el sector privado estadounidense, por Wall Street amparado por Washington, que le da a EEUU un poder estructural sobre el resto del mundo.3
Cuatro grandes firmas auditoras (Pricewaterhouse; KPMG; Deloitte & TT; Ernst & Young) con filiales en todos los países, incluida Suiza y otros centros offshore, facilitan los abusos financieros y la evasión fiscal de las grandes corporaciones, según las investigaciones del Senado estadounidense. Y el sector privado estadounidense regula en exclusiva la evaluación financiera de bancos, corporaciones y Estados mediante las reverenciadas agencias de rating o de calificación (Standard & Poors; Moody´s; Morningstar; Value Line; Stanford C.Bernstein & Co.) acusadas ahora como responsables de la actual crisis. No solo porque ante los impagos hipotecarios bajaron las valoraciones de los activos subprime creando desconfianza, deteniendo los préstamos apalancados y generando la falta de liquidez crediticia que dicen los expertos, sino porque, sobre todo, la crisis ha dejado ver la arbitrariedad de sus valoraciones como actores y jueces al mismo tiempo, dado su interés como accionistas de las entidades a las que juzgan y de las que perciben remuneraciones.
Y ante esa globalización financiera, la vulnerabilidad europea resulta obvia. Dejando a un lado las discutibles intervenciones del BCE y del Banco de Inglaterra ante el temor a las repercusiones sobre la economía real pero animadoras de la especulación financiera, hay que cuestionarse el marco europeo en que nos movemos.
¿Por qué el BCE, que no controla la solvencia de los bancos nacionales, decide efectuar préstamos a los grandes bancos?
¿Por qué la UE es solo un espacio financiero sin fronteras y sin una autoridad financiera comunitaria sino con veintisiete supervisores?
¿Por qué el art. 56 del TCE-versión Niza prohíbe a los Estados miembros cualquier restricción de los movimientos de capitales no solo entre los socios, que es lo convenido para un mercado común, sino con países extracomunitarios, incluidos los paraísos fiscales offshore?.