El primer año del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Chile y Estados Unidos arroja señales que es necesario recoger e interpretar. Pocas, o muy pocas, de las proyecciones deseables de este acuerdo se cumplieron durante el 2004: las exportaciones hacia este mercado crecieron menos de la mitad que el promedio hacia otras áreas, las […]
El primer año del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Chile y Estados Unidos arroja señales que es necesario recoger e interpretar. Pocas, o muy pocas, de las proyecciones deseables de este acuerdo se cumplieron durante el 2004: las exportaciones hacia este mercado crecieron menos de la mitad que el promedio hacia otras áreas, las importaciones desde Estados Unidos se expandieron más que las exportaciones y la inversión norteamericana marcó cifras irrelevantes. En rigor, los embarques a Estados Unidos crecieron -según cifras de noviembre- un 21 por ciento respecto al año anterior, en tanto el promedio de las exportaciones chilenas aumentó cerca de un 50 por ciento.
Pese al TLC, las exportaciones hacia este mercado siguen concentradas en recursos naturales. Aproximadamente el 98 por ciento de las exportaciones chilenas a Estados Unidos corresponden a productos naturales o sus derivados. Los US$ 4.283 millones exportados a EE.UU. entre enero y noviembre -aproximadamente un 15 por ciento del total exportado, lo que mantiene a esta economía en el primer socio comercial individual chileno- estuvieron compuestos, básicamente, por productos de los sectores mineros, forestales, pesqueros y agrícolas. De hecho, el sector que registró el mayor crecimiento fue la minería, con una expansión en su facturación del 86 por ciento respecto al 2003.
Hay, sin embargo, algunas incipientes señales que apuntan hacia una eventual diversificación de los mercados, las que surgirían como uno de los efectos favorables del TLC. Los productos manufacturados, según proyecta Asexma, habrían crecido el 2004 en un 31 por ciento, en tanto las exportaciones del rubro textil, posiblemente el más favorecido por el acuerdo, en un 30 por ciento, aun cuando sus volúmenes son todavía muy pequeños.
Las importaciones norteamericanas, en tanto, se expandieron un 30 por ciento, cifra que es superior al crecimiento promedio de estos bienes hacia todos los otros mercados, que alcanzó en noviembre a un aumento del 25 por ciento respecto al año anterior. El dato es un cambio en la tendencia de las importaciones norteamericanas hacia Chile, las que registraron una declinación en su participación total entre 1997 y el 2003. La explicación del cambio de tendencia estaría en la apreciación del peso respecto al dólar, lo que estimula la internación de bienes desde este país.
Lo que observamos es, precisamente, el efecto menos favorable de un tratado de libre comercio. Aun cuando la balanza comercial es ampliamente favorable a Chile (US$ 1.400 millones), es posible que esta tendencia pueda revertirse en el mediano o largo plazo.
Uno de los principales argumentos levantados por los gobiernos de la Concertación para suscribir el TLC con Estados Unidos y con otras naciones ha sido el favorable impacto que tendrían sobre el empleo. Pero éste ha sido no sólo nulo, sin regresivo. Podemos ver con claridad que el modelo económico ha perdido su capacidad de crear empleo. Se observa una brecha entre el crecimiento de la economía y las exportaciones, por una parte, y el aumento del desempleo y deterioro de la calidad de los trabajos a través de las acciones empresariales que apuntan a flexibilizar las jornadas, funciones y salarios.
Las estadísticas oficiales de desempleo muestran un aumento sostenido de este indicador desde abril pasado, tendencia que no dio tregua durante todo el 2004. Así, pudimos ver que la última cifra para el año recién pasado, que en noviembre anotó una tasa del 8,6 por ciento, fue 0,5 puntos más alta que la de noviembre del 2003. La economía chilena, que se ha apoyado en la apertura comercial, no sólo no genera nuevos empleos, sino que los reduce.
El proceso de deterioro del empleo, no reviste, como hemos dicho, ninguna relación con el dinamismo que registra la economía, la que ha aumentado a una tasa promedio del 5,7 por ciento desde enero a noviembre del 2004, actividad estimulada, principalmente, por el empuje del sector exportador.
El TLC con Estados Unidos nos entrega una señal de la dirección que han tomado las políticas económicas y comerciales. Por cierto que hay generación de riqueza, pero altamente concentrada, lo que tiene, como consecuencia, un progresivo deterioro de la ya de por sí vergonzosa distribución de los ingresos. El proceso que aglutina los beneficios del comercio en un solo segmento corporativo y social, socavando a otras áreas de la economía y la sociedad, mediante la destrucción y el deterioro de empleos, constituye una espiral que, de no alterar de manera radical, amplificará y consolidará un modelo económico y social basado en la desigualdad. Así es como este proceso, de características un poco perversas, se reproduce en la educación -hemos podido ver que los resultados de la PSU favorecen a los estudiantes egresados de colegios particulares- en la salud, previsión social, en el acceso a la cultura, y, finalmente, en la capacidad de generar mayores ingresos que redunden en una mejor calidad de vida.