Los tiempos de turbulencia financiera se revelan como el momento en el que todas las contradicciones de un sistema financiero y bancario cada vez más liberalizado e internacionalizado se ponen abruptamente de manifiesto. Esas contradicciones revestirán un perfil más agudo si, además, la crisis financiera se produce durante una fase de recesión económica. Pero si […]
Los tiempos de turbulencia financiera se revelan como el momento en el que todas las contradicciones de un sistema financiero y bancario cada vez más liberalizado e internacionalizado se ponen abruptamente de manifiesto.
Esas contradicciones revestirán un perfil más agudo si, además, la crisis financiera se produce durante una fase de recesión económica.
Pero si todo ello se combina, para más inri, con un periodo en que la inflación se encuentra al alza (aunque lejos de tasas que pudieran ser consideradas preocupantes), no sólo se pondrán de manifiesto las contradicciones del sistema financiero en sí mismo sino también las de alguna de las instituciones de las que nos hemos dotado para tratar de regularlo.
Es en esos momentos en los que el papel que un banco central al que se ha dotado de independencia para la gestión de la política monetaria se sitúa en el ojo del huracán. La razón es que no sólo controla uno de los resortes más poderosos de la política económica de corto plazo para enfrentar la crisis, la política monetaria, sino porque el uso que puede hacer de ella escapa a la voluntad y control de las autoridades políticas y, en gran medida, condiciona el uso que éstas pueden hacer de otros instrumentos de política económica.
Esas son las contradicciones que se están viviendo actualmente en la escena europea, con sus principales economías en fase recesiva y sin encontrar el camino de la recuperación mientras que el Banco Central Europeo (BCE) -paradigma de banco central independiente- impone su propia lógica de tratamiento de la situación, más preocupado por la gestión de la crisis financiera y el crecimiento de la tasa de inflación que del crecimiento económico o el empleo en la eurozona.
¿Por qué puede permitirse actuar de esa forma, haciendo oídos sordos a las demandas de los gobernantes electos de los países miembros?
La razón es muy simple: porque esos mismos gobernantes o sus antecesores se dejaron convencer de que la política monetaria era una cuestión técnica y no política; porque aceptaron de buen grado transferir parte de su soberanía -la de la gestión monetaria- a una institución a la que iban a dotar del privilegio de no rendir cuentas ante la ciudadanía; porque admitieron que la estabilidad de precios era condición necesaria y hasta suficiente para promover el crecimiento económico y el empleo y que, además, dicha estabilidad podía ser alcanzada exclusivamente por la vía de la política monetaria.
De esa forma, aprovechando la creación del euro, se transfirió la política monetaria a un banco central independiente si bien no fue esa la única reforma importante cuyas consecuencias pagamos en estos momentos. Para evitar que el comportamiento de las variables fiscales pudiera influir en la estabilidad de precios y evitar interferencias sobre la política monetaria impuesta por el BCE se aprobó el Pacto de Estabilidad y Crecimiento en materia de política fiscal.
El BCE se convirtió, así, en la institución central de toda la política económica europea y su gobernador en uno de los personajes más poderosos a nivel mundial.
En sus manos -aunque sería más preciso decir que es en las del Comité Ejecutivo del banco que es, realmente, en donde se toman las decisiones- descansa la responsabilidad de modificar los tipos de interés; de decidir la intensidad con la que se persigue el objetivo que tiene asignado, promover y alcanzar la estabilidad de precios; o la de apoyar al sistema financiero y bancario en momentos de restricciones de liquidez como los experimentados recientemente.
Y de ello sólo responderá ante su propia conciencia porque a los ciudadanos europeos, ya sea de forma directa o de forma interpuesta a través de nuestros representantes electos, se nos ha negado la posibilidad de realizar cualquier tipo de control democrático sobre sus actuaciones y decisiones.
Así, y aprobando Constituciones de espaldas a los ciudadanos, es como se construye la democracia en Europa. Ver para creer.
Alberto Montero Soler ([email protected]) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga y miembro de la Fundación CEPS. Puedes ver otros escritos suyos en su blog «La otra economía».