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¿Más consumo, menos crisis?

Fuentes: Rebelión

Paradójicamente, se plantea en estos tiempos de comienzo de la probable recesión que es preciso incrementar la inversión y el consumo para impedir lo que se ha dado en llamar la «desaceleración» de la economía, y poder seguir «creciendo». Y decimos paradójicamente porque, por un lado, estamos entre las sociedades del Planeta que consumen más […]

Paradójicamente, se plantea en estos tiempos de comienzo de la probable recesión que es preciso incrementar la inversión y el consumo para impedir lo que se ha dado en llamar la «desaceleración» de la economía, y poder seguir «creciendo». Y decimos paradójicamente porque, por un lado, estamos entre las sociedades del Planeta que consumen más recursos por habitante y, por otro, porque en el origen de la crisis que vivimos se encuentra precisamente, como factor determinante, el incremento en el consumo: Jare Diamond, el autor de Colapso (Debate, 2006) nos recordaba recientemente en The New York Times que los países ricos utilizan una media de 32 veces más recursos que los de los países pobres. A poco que los más opulentos han querido mantener ese ritmo frenético y algunos de los pobres han hecho por – tímidamente – acercarse a patrones de consumo del Norte, el Planeta ha puesto el cartel de falta de saldo, y se han disparado los precios de todo.

 

Lamentablemente, no toda la culpa de lo que ocurre es de la especulación, manipulación de precios e inescrupulosos agentes económicos. También hay límites. Nos cuesta entender que nos haya tocado vivir en tiempos de imposibilidad física de seguir creciendo con esa velocidad a nivel global, pero desde hace décadas multitud de expertos advierten de que la Tierra no es un archivo al que se le pueda hacer un duplicado. El deterioro inconmensurable de nuestro Medio (que habíamos olvidado, es el que nos mantiene vivos) es uno de los efectos del consumo de recursos finitos; el otro, es llegar, mediante el consumo creciente, al natural declive de disponibilidad de aquello de lo que se existe en forma de yacimientos no reproducibles.

 

Estamos atrapados en lo que el sociólogo John Bellamy Foster ha denominado con acierto la «rueda de la producción», una especie de viciosa noria, alimentada por los mensajes de crecimiento, en la que todo es siempre poco, y que no puede dejar de rodar de forma cada vez más veloz. En esa noria se hace depender el bienestar y la paz social de consumir cada vez más recursos no renovables, lo que augura al invento un estrepitoso y frustrante final. Como la máquina depende del crecimiento exponencial, se acelera el agotamiento de los recursos, que son procesados de forma más «competitiva» por quienes ofrecen menos costes, lo que a su vez estimula la inmisericorde explotación de las personas y el Planeta. Cuando la máquina llega a los límites, vomita de su noria a quienes ya no pueden, por falta de recursos para todos, seguir esa velocidad de reproducción. Entonces surge la exclusión social, el desempleo y los «Estados fallidos», una nómina creciente actualizada singularmente por Foreign Policy, que refleja la enorme vulnerabilidad y crisis abierta en multitud de países del Mundo, excluidos del consumo global de recursos.

 

Promover el incremento del consumo, como práctica ordinaria de este círculo suicida de la producción, incrementará también el problema que se pretende «solucionar» e incrementará los riesgos para nuestra sociedad; pero forma parte de la sagrada y oronda vaca, del «fetiche del crecimiento», del que nos habla Clive Hamilton (Laetoli, 2006). Qué duda cabe que salir de ese veloz mecanismo moderno – que, por otro lado, nos permite disfrutar de las ratios de consumo más inverosímiles para muchos otros pueblos – es una tarea ímproba, porque precisamente aquellos que se desplazan a mayor velocidad son los que tienen más problemas para no salir malparados en el frenazo. Pero ese frenazo es inevitable, y lo viviremos: cuanto más queramos crecer, consumir, invertir y producir, peor será el golpe de los límites del crecimiento.