Estamos ante una pandemia que durará unos cuantos meses o años. Desde los centros escolares se vive con preocupación. Las administraciones, como en otros muchos momentos, no están a la altura de sus responsabilidades. Hay un miedo difuso en toda la sociedad. No se confía en los gobernantes. Unos gobiernos insensibles que han suprimido las becas-comedor a medio verano, no han hecho los deberes y han dejado todo el trabajo a los centros escolares sin proporcionarles recursos suficientes.
Por todo ello no es extraño que algunos (o bastantes) alumnos no vayan a clase. Unas cuantas plataformas han estado animando a las familias a no llevar a sus hijos a la escuela, con diferentes argumentos. Se habla de la falta de seguridad, una carencia que la encontramos en la mayoría de espacios y situaciones actuales (lugares de trabajo, transportes públicos, tiendas, restaurantes, bares…). Pero seguramente el miedo que tenemos al Covid, a los contagios, a las enfermedades, a nuestra propia muerte o la de personas cercanas es la motivación que consciente o inconscientemente provoca las actuaciones de las plataformas que han recogido firmas. Ante estos sentimientos no sirve apelar al castigo, a obligar a llevar a las criaturas a la escuela; hay que ayudar a generar confianza con el profesorado, a percibir el espacio escolar como seguro y acogedor. Tan seguro como otros espacios y mucho más acogedor que la mayoría. Aumentar las facilidades para que las familias se sientan parte protagonista de la escuela nos ayudará. Es decir, implicarnos a la vez familiares y enseñantes, facilitando el entendimiento, la participación, compartiendo las angustias de la situación, pensando que intentamos lo mejor para las criaturas… Abrir de par en par las puertas de los centros escolares ayudará a la confianza mutua.
Es importante y necesario valorar las estrategias ante la pandemia para evitar más contagios: mascarillas [1] (¡transparentes!), higiene, limpieza, ventilación, distancia, grupos pequeños, espacios abiertos, actividades al aire libre, clases en otros edificios no escolares, bajas pagadas para los familiares que deban cuidar criaturas en cuarentena… Pero es también muy importante darnos cuenta de la necesidad de que TODO EL ALUMNADO esté escolarizado. Y el profesorado tiene un papel básico para conseguirlo. El riesgo cero no existe: lo sabían los monitores y monitoras que han estado los dos meses de verano organizando y trabajando en casas de colonias y campamentos. Ha habido contagios, pocos, los han atendido y han continuado las actividades. Los maestros deberíamos aprender de ellos: más actividades al aire libre, más salidas a equipamientos del entorno… y debemos aprender a convivir con los contagios que se producirán, como se producen en todas las actividades cotidianas en la actualidad. La escuela es un elemento más de la sociedad, no es una burbuja. El alumnado y el profesorado tenemos un nivel de riesgo parecido al del resto de personas. Si los docentes conseguimos vivir con confianza y seguridad podremos transmitir nuestra vivencia a las familias de nuestro alumnado, podremos ayudarlas a elaborar el miedo que todas y todos tenemos; a convivir con la pandemia y no aumentar los riesgos sobre la salud física y mental que la situación implica. También la red asociativa del entorno, los y las educadoras sociales… pueden colaborar. La educación es una tarea que implica a toda la sociedad.
En medio del enorme trabajo de sacar adelante un curso con la pandemia campando, deberíamos empezar a prever, a mirar más lejos; como me decían a mí cuando aprendía a ir en bicicleta: Mira unos cuantos metros por delante, no cerca de la rueda de la bici.
Porque además de los negacionistas del Covid, de los que hablaremos después, existen los poderes fácticos que siguen propagando que el cambio climático no se da, o no afectará a la vida de las personas. Negacionistas del cambio climático que demandan más producción y consumo. Los que tienen el poder defienden que no hay peligro, que los negocios no pueden esperar, que se puede echar a perder aún más el Ártico para poder extraer más y más carburantes fósiles…
Si no se interviene decididamente para contrarrestarlo, para invertir el proceso actual, la aparición de nuevos corovanirus continuará. ¿Qué haremos cuando llegue el nuevo Covid? ¿Mascarillas más gruesas, lavarnos con lejía, vacunas o medicamentos más potentes y con más efectos secundarios? Si no cambiamos la manera de vivir, más pronto que tarde, nos encontraremos con otra pandemia. Nuestros descendientes sufrirán en un planeta que será caluroso y desértico y con más virus esparcidos por las actuaciones irresponsables que se están llevando a cabo.
Es necesario reflexionar sobre el modelo de sociedad capitalista en el que estamos viviendo, sería un primer paso para empezar a cambiarlo y así frenar la amenaza de las nuevas pandemias.
La enseñanza y la educación tienen un papel fundamental en frenar la situación, en que no evolucione hacia peor, como está ocurriendo día a día. Otra enseñanza es posible, una que ayude a evitar nuevos covid, que anime a cambiar el paradigma actual. Debemos cambiar la manera de vivir, de consumir, de relacionarnos interpersonalmente, de valorar qué es prioritario tener o ser… Debemos implantar una educación que se base en el pensamiento crítico, con argumentos científicos, comprobados. Que potencie la confianza personal, el crecimiento madurativo para no depender de los miedos y de las influencias. Una educación a todos los niveles.
Porque, de momento, tenemos una sociedad donde proliferan terraplanistas, antivacunas, negacionistas de la pandemia, seguidores de falsas medicinas alternativas, y, en la enseñanza, pseudopedagogías sistémicas o la antroposofía, seguidores de Hellinger o Steiner… La educación del pensamiento crítico puede aportar mucho para contrarrestar y para ayudar a abrir los ojos a gran parte de la población.
¿Por qué hay negacionistas y otras ideologías acientíficas o esotéricas? La poca madurez personal provoca olvidar las verdades que no se controlan y refugiarse en unas mentiras que dan seguridad ficticia. Por eso el papel de la educación (en un sentido amplio y no sólo escolar) es básico para ayudar a crecer a niños y jóvenes, para ayudarles a tener seguridad y confianza en su vida y en su futuro, a darles herramientas y estrategias para vivir y sobrevivir en medio de una sociedad llena de incertidumbres, de contradicciones, de liderazgos negativos, de falsas informaciones…
Personas formadas, con criterios, con capacidad crítica, con equilibrio emocional, empáticas, con resiliencia, podrán contrarrestar las tendencias que nos quieren llevar al caos y a la destrucción de la humanidad.
No podemos dejar que el poder económico controle todavía más la enseñanza. La escuela pública debe estar al frente de la educación, del pensamiento crítico para promover unas vidas que en medio de la pandemia sean vidas de verdad. Las familias de clase alta, las escuelas privadas, darán una respuesta diferente a las incertidumbres del momento, seguirán apoyando los privilegios sociales para una minoría. La escuela que educa de verdad piensa en todas las familias y prioriza a las que más lo necesitan. Educar también implica dirigirse a las otras personas, sobre todo a las que malviven o sobreviven. En los barrios pobres es donde hay una cifra mayor de infectados por la Covid19. Hay gente que no tiene la capacidad real ni las condiciones de vida para aumentar la distancia física o confinarse adecuadamente.
Atención a la llamada “opinión pública” a la hora de justificar muchas medidas, pues las opiniones que defendemos, muchas veces, están influidas por la opinión publicada por los medios de desinformación y por las redes sociales. Volvemos a necesitar la educación, la consciencia crítica y el equilibrio emocional para pensar: quizás hoy se piensa poco, se escucha y se acepta o se rechaza sin rechistar lo que piensan otros; se hace difícil tener ideas propias y defenderlas con argumentos… ¡Cuánto trabajo para las escuelas y para todas las personas que se dedican a educar!
Cómo decían defensores de la República, la lucha se debe dar. Se puede ganar o perder, pero debemos hacerlo por necesidad vital, para ser personas.
Nota:
[1] Hablando de mascarillas me parece oportuno hacer un apunte breve sobre las personas sordas. La utilización habitual de las mascarillas es un drama para ellas: quedan aisladas. Tendríamos que pensar en usar mascarillas transparentes. Y también habría que tenerlo en cuenta para todo el alumnado, para puedan ver la sonrisa de los y las maestras. A menudo, las medidas de accesibilidad que nacen para ayudar a las personas CON discapacidad, acaban siendo medidas de accesibilidad universal que van bien al resto de la población.
Fuente: http://www.mientrastanto.org/boletin-194/notas/mas-escuela-menos-virus