Mi propuesta de elevar hasta el 70% los impuestos en ingresos de más de 15 millones de dólares, al 60% en ingresos entre 5 y 15 millones, y al 50% en ingresos entre 500.000 dólares y 5 millones ha generado un debate considerable. Algunos progresistas han calificado esta medida de quimera, como Andrew Leonard, columnista […]
Mi propuesta de elevar hasta el 70% los impuestos en ingresos de más de 15 millones de dólares, al 60% en ingresos entre 5 y 15 millones, y al 50% en ingresos entre 500.000 dólares y 5 millones ha generado un debate considerable. Algunos progresistas han calificado esta medida de quimera, como Andrew Leonard, columnista de Salon, que ha afirmado: «Un tipo impositivo del 70% destinado a los norteamericanos más ricos es pura fantasía, e incluso me atrevo a sugerir que esta propuesta refleja una desconexión tan esencial con el mundo tal como es hoy día que sería difícil de entender que se pudiera tomar en serio. Me preocuparía profundamente por la cordura de un presidente demócrata que propusiera algo así».
¿»Fantasía»? No sé cuál es la edad de Leonard, pero quizá esto pueda disculparle de no recordar que, entre los últimos años de la década de 1940 y 1980, el tipo marginal más alto fue de un 70% de media. Bajo la presidencia del republicano Dwight D. Eisenhower estuvo en el 91%, y no fue hasta la década de 1980 cuando Ronald Reagan lo redujo drásticamente hasta un 28%. (Por cierto, muchos consideraron una «fantasía» la propia medida de Reagan hasta que esta fue propuesta). A lo largo de esos años, los ingresos brutos estuvieron mucho menos concentrados en la parte más alta a como se encuentran ahora. A mediados de los setenta, por ejemplo, la franja más alta pasó del 1% a alrededor del 9% de ingresos totales. En 2007, consiguieron el 23,5%. En todo caso, el argumento de un tipo marginal más elevado podría ser más realista ahora que cuando se daba por descontado.
¿»Una desconexión tan esencial con el mundo tal como es hoy día»? Este es exactamente el motivo por el que propongo esta medida. Durante años, los progresistas se han quejado del compromiso de los presidentes demócratas (Clinton y después Obama) con los republicanos, mientras que los presidentes republicanos (de Reagan a George W. Bush) se han mantenido en sus trece, con el resultado de que el centro del debate político ha estado escorándose sin parar hacia la derecha. Esta es la razón de que el mundo sea como es. ¿Acaso no ha llegado la hora de que los progresistas tengan el coraje de ir a por lo que creemos, con la esperanza de devolver el debate a donde había estado?
¿Podría estar loco «un presidente demócrata que propusiera algo así»? En absoluto. De hecho, las urnas muestran el enfado de un sector creciente del electorado con un establishment -en Wall Street, los despachos de las corporaciones y en Washington- que ha estado barriendo para casa a expensas del gasto público. El Tea Party no es sino la manifestación de la amplia percepción de que el juego está amañado en favor de los ricos y poderosos. Y lo que es más importante: pronto se hará evidente para la mayoría que la única forma de reducir el déficit presupuestario, mantener los programas que la clase media considera esenciales y no elevar los impuestos a la clase media, será gravando a los de arriba.
Durante los últimos 30 años, los republicanos han hecho un trabajo magistral para convencer a la sociedad de que cualquier incremento dirigido a las clases altas equivale a una subida de impuestos para todos, vendiendo la teoría de la cascada de la riqueza desde las capas sociales más altas a las más bajas y la patente mentira de que la mayoría de las personas de clase media podrían, eventualmente, convertirse en millonarias. Un presidente demócrata haría bien en refutar estas falsedades proponiendo unos tipos verdaderamente progresivos.
¿»Lo rechazarían los ricos»? Otras críticas a mi propuesta señalan que es imposible establecer impuestos verdaderamente progresivos porque los ricos siempre encontrarán formas de evitar sus impuestos gracias al trabajo de sus inteligentes contables y abogados tributarios. Pero este argumento va demasiado lejos. Independientemente de dónde se fije el tipo marginal más alto, los ricos siempre intentarán pagar menos. Durante la década de 1950, cuando su tipo estaba en el 91%, se aprovecharon de lagunas jurídicas y deducciones que, en la práctica, redujeron el tipo efectivo entre un 50 y un 60%, e incluso este es considerablemente alto para los estándares actuales. La lección que se debe extraer de ello es que el Gobierno debe reclamar por lo alto, dando por hecho que los contables bien retribuidos conseguirán reducir de todas maneras lo que deban pagar los ricos.
Algunas críticas muestran la inquietud de que, si el tipo marginal se elevara demasiado, los más ricos, simplemente, moverían su dinero hacia otra jurisdicción más hospitalaria, lo que es bastante probable y, de hecho, ya ha sucedido en algunos casos. Pero pagar los impuestos es una obligación fundamental de todo ciudadano, y aquellos que saquen su dinero de EEUU con el objetivo de evitar los impuestos deberían perder la ciudadanía norteamericana.
Finalmente, hay algunos que dicen que mi propuesta lleva las de perder porque los ricos ostentan demasiado poder político. Es cierto que, así como los ingresos y la riqueza se han movido hacia las capas más altas de la sociedad, la influencia política se ha elevado hacia lo más alto también. Pero sucumbir al cinismo y pensar que es imposible un cambio progresivo debido al poder de los de arriba es dar la batalla por perdida antes de que ni siquiera haya empezado. ¿Acaso de esto no tenemos ya suficiente?
Robert Reich es ex secretario de Trabajo de EEUU. Catedrático de Políticas Públicas en la Universidad de Berkeley
http://robertreich.blogspot.
Traducción de Lucía Álvarez
Fuente: http://blogs.publico.es/