Varios libros coinciden en denunciar, por distintas vías, los oscuros intereses de la industria farmacéutica
El dinero anida en el corazón de la sociedad, es decir, habita, mediatiza y condiciona las relaciones entre las personas. Ya lo escribió Belén Gopegui en La conquista del aire, en cuyo prólogo ella misma acotó lo siguiente: “Esta novela plantea la posibilidad de que el dinero anide hoy en la conciencia moral del sujeto”. De hecho, antes de que empecemos a leer la historia en sí, Gopegui nos explica que el narrador que ha elegido se plantea hasta qué punto el dinero “empaña la hipotética libertad del sujeto”. Estábamos entonces en 1998, existía aún la peseta y poco imaginábamos que, veinticinco años después, saldría más barato dar servicio a los casi cien mil habitantes de Lugo que comprar un futbolista de los que copan las portadas y tertulias.
En esa línea gopeguiana, podría decirse que A doble ciego (Random House, 2023), la última novela del salmantino Víctor Sombra, plantea la posibilidad de que el dinero anide hoy en la conciencia moral de la industria farmacéutica. En sintonía con lo que nos muestra, por ejemplo, la miniserie Medicina letal (Netflix, 2023) sobre la crisis de los opiáceos en Estados Unidos, Sombra propone que ni siquiera el ámbito de la salud escapa a la mercantilización más extrema. En la balanza del sector farmacéutico, reflexiona en clave de thriller este autor, pesa mucho más la rentabilidad económica para un consejo de administración que el bien común, aunque este se mida en millones de vidas curadas o años de sufrimiento evitable. La lógica capitalista funciona aquí igual que en casi cualquier otro sector: el fin justifica los medios.
En última instancia, el dinero, como toda sustancia divina que se precie, sabe ocultarse detrás de cualquier ropaje y obrar las metamorfosis más inverosímiles con tal de maximizar su rendimiento. Los medicamentos son un velo como cualquier otro tras el cual disimular su verdadero rostro. El mismo capital que fabrica y vende medicamentos no tendría inconveniente en comercializar bombas de racimo, uranio enriquecido, criptomonedas o cualquier otro activo con tal de medir sus beneficios en millones de euros.
El dinero sabe ocultarse detrás de cualquier ropaje y obrar las metamorfosis más inverosímiles con tal de maximizar su rendimiento
El negocio de cronificar enfermedades
Dixon y Ben, dos de los personajes centrales de A doble ciego, conversan largamente sobre estos asuntos en la novela desde puntos de vista antagonistas. Ben es una joven negra experta en programación que pertenece a un descafeinado grupo activista compuesto por cuatro personas muy variopintas entre sí residentes en Oslo. Medio en broma, Ben y su grupo deciden presentarse a un concurso de emprendedores dotado con un premio de 400.000 coronas noruegas, y para el que improvisan un extravagante borrador de proyecto social.
Pese a que su propuesta –extraer masivamente datos de hospitales e instituciones sanitarias, tratarlos y buscar conexiones insospechadas que puedan ayudar a curar enfermedades– no sale ganadora, esta logra captar la atención de Dixon, una suerte de cazatalentos cincuentón con aspecto de hípster de no se sabe muy bien qué fondo inversor.
Después de algunas conversaciones preliminares, Dixon le ofrece 200.000 dólares al grupo a cambio de extraer información de la web sobre un medicamento. Lo único que tienen que hacer Ben y sus amigos es utilizar las arañas informáticas de las que hablaron en el concurso para otro fin: recabar la información existente sobre Noxtro, un eficaz medicamento contra el colesterol (y un invento ficcional de Víctor Sombra). Dixon quiere saber si es verdad o mentira la leyenda que envuelve a este medicamento, del que se dice que las versiones anteriores a 2002 también curaban todo tipo de arritmias.
De acuerdo con la rumorología farmacéutica, la empresa que fabricaba Noxtro modificó la molécula para eliminar deliberadamente esas propiedades extraordinarias contra las arritmias. En vez de comercializar un solo medicamento que funcionara como “una solución global y curativa”, la empresa propietaria de la patente optó por “desarrollar varios medicamentos paliativos”, y cronificar y diversificar la respuesta médica existente. En definitiva, Dixon quiere saber si la empresa antepuso su beneficio económico a la salud de millones de personas.
El trampantojo farmacéutico
Dixon proporciona el punto de vista de alguien que conoce las bisagras y los engranajes del sector lo bastante bien como para que su salario anual tenga seis cifras o más
Dixon es un tipo tan locuaz como esquivo a la hora de dar detalles sobre para quién trabaja o el fin último de la información. Sin embargo, hacia la mitad de la trama, Ben logra conversar a solas con él por razones que es mejor no desvelar para no estropear la lectura. A efectos de este texto, lo relevante es que Dixon, muy en su papel de hombre exitoso y narcisista al que le encanta mostrar lo mucho que sabe, le cuenta a Ben cómo funciona la industria farmacéutica. O, más exactamente, le da el punto de vista de alguien que, como él, conoce las bisagras y los engranajes del sector lo bastante bien como para que su salario anual tenga seis cifras o más.
Así, Ben, una huérfana de clase obrera, programadora informática con bajos ingresos y sin patrimonio familiar ni red de contactos de alto nivel, escucha cómo Dixon, entre paternal y evangélico, le dice: “No te engañes, Ben, no se trata de que confluyan dos principios, la salud y el beneficio económico, y que de su encuentro surja el medicamento. El dinero es el factor prevalente. Si generan dinero, los medicamentos se producen, aunque no curen. Escúchame bien: aunque sean inocuos o dañen la salud. Y si no generan dinero no existen, por muy vitales que sean”.
De ahí que la industria farmacéutica, agrega Dixon, sea un “trampantojo ordenado en función de la consecución de beneficios”. En otras palabras: mientras los departamentos de Marketing y Comunicación construyen un storytelling de compromiso social, los consejos de administración dirimen descarnadamente la compraventa de empresas, de patentes o de estudios académicos fraudulentos que avalen sus productos. Y todo con un mismo objetivo: ganar más y más dinero.
Dato: en un momento del documental ficcional Medicina letal, se explica que la farmacéutica Purdue, fabricante del OxyContin, una especie de heroína en pastillas que se vendía como analgésico para dolores de tipo medio y que causó la muerte a 300.000 personas, facturaba treinta millones de dólares a la semana. Otro dato: en 2022, España exportó medicamentos por valor de casi 27.000 millones. De cifras así habla Dixon cuando habla de la industria farmacéutica.
La esclerosis múltiple como ejemplo
En ese punto, la ficción que presenta A doble ciego puede conectarse con la realidad de la que hablan varios libros sobre la esclerosis múltiple, una enfermedad neurodegenerativa cuyo origen se desconoce y para la que no existe cura aún. Así, en Pies de elefante. Una crónica (muy) personal sobre la esclerosis múltiple (Ariel, 2022), la periodista Anita Botwin, diagnosticada desde 2013, afirma: “La industria farmacéutica tiene muchos intereses creados y le sale más rentable hacer crónica la enfermedad, porque eso les asegura un cliente de por vida”.
Según un estudio europeo del que se hace eco la web de Esclerosis Múltiple España, el coste de tratar esta enfermedad asciende, por paciente, a 20.600 € anuales en la etapa más leve, 48.500 € en la fase moderada y 68.700 € anuales en la fase avanzada. A eso hay que sumar, por ejemplo, 2050 € por cada recaída o brote (cada persona tiene un número indeterminado de brotes). Puesto que hay unas 50.000 personas diagnosticadas en España y 2,5 millones en el mundo, no es difícil hacerse una idea del volumen de negocio.
Además, como señala Botwin, la única alternativa que tiene el Estado a pagar esos precios es dejar de lado a las personas. Botwin lo explica citando la siguiente reflexión del también periodista Bruno Cardeñosa, autor de La vida se torció: mi día a día con la esclerosis múltiple (Cydonia, 2021): “Los tratamientos son tan inevitables para poder vivir que los Estados no se pueden negar a adquirir los tratamientos y pagar por ellos lo que sea necesario, porque, si no, los enfermos sufriremos todo tipo de problemas y, finalmente, la muerte”.
Según la también periodista María Paz Giambastiani, autora de 142.942. Esclerosis múltiple en primera persona (iMedPub, 2012), diagnosticada desde 2005, esta enfermedad es un negocio muy lucrativo para muchas empresas. Por videoconferencia, Giambastiani detalla que toma, “además de una pastilla diaria de Aubagio para intentar ralentizar la progresión de la esclerosis, más de una decena de medicamentos para combatir los múltiples síntomas asociados al avance de la enfermedad: disartria, disfagia, epoc, neuritis óptica, insomnio o dolor agudo”.
Asimismo, en estos casi veinte años como enferma, subraya, ha sufrido diez brotes, la han internado más de setenta veces en diversos hospitales y le han realizado más de un centenar de pruebas médicas entre resonancias magnéticas, punciones lumbares, estudios de potenciales evocados y otras similares. “Eso por no hablar –agrega– de que soy una persona dependiente desde 2022, lo que implicó no solo comprarme todo un ajuar ortopédico –muletas, andador, silla de ruedas (manual y eléctrica), cama articulada, máquina de oxigenoterapia, etc.–, sino contratar asistentes personales”.
¿Hasta qué punto la industria farmacéutica tiene verdadero interés en curar algunas enfermedades?
Si bien Giambastiani no ha tenido que pagarlo todo, pues ha contado con la ayuda de Osakidetza –sanidad pública vasca–, el Ayuntamiento de Getxo –el municipio donde reside–, la Diputación Foral de Bizkaia y la ayuda de amigas y amigos, su caso ejemplifica que la enfermedad es un negocio que mueve muchísimo dinero (público y privado). Puesto que la lógica del capitalismo es implacable, la pregunta cae por su propio peso: ¿hasta qué punto la industria farmacéutica tiene verdadero interés en curar algunas enfermedades?
Por último, un detalle más sobre esta imparable monetización de la esclerosis múltiple. En su diario Días simétricos (Alfaguara, 2023), Bop Pop relata que recibió la llamada inesperada de una asesora de su banco para preguntarle “si padecía alguna enfermedad crónica” y ofrecerle “un seguro de invalidez a causa de una enfermedad degenerativa”. Él, que hasta ese momento había gestionado con suma discreción su esclerosis múltiple, quedó en shock: ¿cómo se había enterado esa señora? A lo que él mismo contesta: “La empresa privada que gestiona el hospital público donde me tratan la esclerosis múltiple le habría pasado mi diagnóstico y mis datos”. En fin, de nuevo: el dinero como ingrediente esencial de cualquier asunto relacionado con la salud.
Un nuevo tipo de criminalidad que perseguir
Cronificar enfermedades es una tentación muy lucrativa para la industria. Esa manera de actuar ilustra la “criminalidad difusa de nuestros días”
Tanto los ejemplos anteriores sobre la esclerosis múltiple como lo que cuenta A doble ciego sobre otras enfermedades nos lleva al mismo punto: cronificar enfermedades es una tentación muy lucrativa para la industria farmacéutica. Esa manera de actuar ilustra lo que Michel, un excomisario ginebrino, llama “criminalidad difusa de nuestros días”, un tipo de asesinato que prolifera, entre otras razones, porque como sociedad miramos hacia otro lado o preferimos no saber sobre determinados hechos. Sin embargo, habría que perseguir y castigar esas conductas empresariales, pues suponen que millones de personas sufran más de lo que deberían o incluso que mueran antes de tiempo.
Anidada con esa forma de criminalidad, según la novela, emerge una segunda: la derivada del juego capitalista que permite y estimula el mercado, esto es, la compraventa de empresas farmacéuticas para apropiarse de patentes o acaparar cuota de mercado con el único fin de obtener la mayor cantidad de dinero posible. Poco hablamos, viene a decirnos A doble ciego, de cómo afecta a nuestra salud el virulento y siempre cambiante flujo de capitales en su intento por moldear el mercado farmacéutico a imagen y semejanza de sus intereses económicos. Tanto es así que el Ministerio de Sanidad debería obligar a que las cajas de medicamentos llevasen avisos como “El capitalismo farmacéutico puede ser perjudicial para tu salud” o, mejor aún, “El capitalismo farmacéutico mata”.
Nota. La criminalidad difusa que menciona este artículo se corresponde con lo que inglés se llama crowdkilling, un concepto que Víctor Sombra abordó en su trilogía “Verano negro”, “Las caminatas del Paso Enamorado” y “El orangután es la víctima”, y en esta reciente entrevista sobre A doble ciego, todo publicado en CTXT.