Sin un partido propio, Bolsonaro se enfrenta a una recuperación de los partidos tradicionales, a cierto agotamiento de su retórica antiizquierdista como el eje de su discurso y a la propia desorganización de sus fuerzas. Nada asegura que su destino sea el de su aliado Donald Trump y su base conservadora sigue ahí, pero los resultados son una fuerte señal de alerta para el presidente brasileño.
Con 533.000 candidatos a intendentes y concejales compitiendo en alguno de los 5.570 municipios y ciudades del país, las elecciones municipales brasileñas constituyen uno de los mayores ejercicios de democracia en el planeta, algo solo comparable a los eventos de su tipo que ocurren en la India. Tal contienda tiene lugar cada dos años, en la mitad del mandato presidencial. Por lo general, los ejes de las campañas electorales recaen sobre asuntos locales, como pueden ser el acceso a guarderías y jardines de infantes o la calidad del transporte público. En ocasiones, sin embargo, la coyuntura nacional se hace sentir más fuerte, y el pleito municipal acaba adquiriendo algunas de las características de las «mid-term elections» estadounidenses.
Las elecciones municipales del 15 de noviembre noviembre de 2020 han sido un claro ejemplo de esto último, puesto que en su desarrollo y resultados hubo señales inequívocas para la política nacional y particularmente preocupantes para el gobierno del presidente Jair Bolsonaro. Electo en 2018 en medio de una ola conservadora que sorprendió al mundo político, Bolsonaro fue el gran derrotado de la reciente disputa.
Tras haber asegurado que se mantendría al margen de las elecciones sin darle apoyo explícito a ningún contendiente, el mandatario cambió de idea y se lanzó sobre la marcha a hacer campaña en favor de algunos candidatos que defienden valores cercanos a los suyos. Pero, una vez cerradas las urnas, lo que quedó en evidencia fue un rechazo inocultable por parte del grueso de los votantes a los discursos fuertemente recargados y polarizados.
En total, y por medio de lives transmitidos desde su residencia oficial en el Palacio de la Alvorada (un accionar que se encamina a ser investigado por posible uso indebido del aparato administrativo), Bolsonaro llamó a votar a 59 candidatos, mayormente en ciudades pequeñas o medianas. Pero solo trece de ellos resultaron electos.
Las derrotas más estrepitosas se dieron en los grandes centros urbanos. Los candidatos apoyados por Bolsonaro en grandes capitales como Recife, Belo Horizonte y Salvador obtuvieron muy bajo porcentaje de votos. En la ciudad de San Pablo, que además de ser la más grande es el termómetro político de Brasil, la campaña del candidato presentado como defensor incondicional de las ideas de Bolsonaro, Celso Russomanno, fue desinflándose a medida que el presidente le propinaba más apoyo publicitario. Russomanno terminó cuarto, con cerca del 10% de los votos.
En Río de Janeiro, la segunda ciudad más importante del país, el intendente Marcelo Crivella, que apunta a renovar su mandato, logró pasar a segunda vuelta, pero todo indica que saldrá ampliamente derrotado en su contienda con un candidato centrista. Evangélico y conservador como el presidente, Crivella abusó de un discurso recargado y sumamente agresivo contra las minorías, que terminó hartando a muchos de los que lo apoyaban con cierta moderación.
En las grandes ciudades, el electorado se orientó hacia los candidatos de centro, mayormente adscritos a alguno de los partidos políticos tradicionales del país. Y eso en parte se debió a la desorganización en la cual el bolsonarismo está sumido. El presidente no tiene partido político desde fines de 2019, que fue cuando rompió con el Partido Social Liberal (PSL) con el que llegó al gobierno.
Caracterizado por un vago ideario conservador, el PSL es un típico representante de eso que en Brasil se llama «partido de alquiler», sin principios doctrinarios claros ni lazos enraizados en la sociedad. El PSL, cuyos líderes desde hace décadas provienen todos de una misma familia, representó para Bolsonaro el vehículo necesario hacia la presidencia, puesto que la legislación brasileña prohíbe las candidaturas independientes.
Tras la salida del PSL, Bolsonaro y sus seguidores se lanzaron a la creación de un nuevo partido, Aliança Pelo Brasil, de corte netamente conservador y con buenas chances de insertarse exitosamente en un espacio político como el brasileño, donde al menos un tercio del electorado se define como adepto a los valores y principios de derecha. Sin embargo, la falta de organización y los obstáculos planteados por la pandemia impidieron que se juntasen las firmas necesarias para el reconocimiento institucional de la Aliança, que hasta el momento carece de una perspectiva real de ser lanzada. El resultado fue que no hubo un vehículo partidario propio para los aliados del presidente, que acabaron diseminándose en chapas y fórmulas de lo más variadas. Tal dispersión tuvo mucho que ver, sin duda, en la debacle bolsonarista.
Pero lo dicho hasta acá es solo una parte de la historia. También hay que señalar que hubo un fortalecimiento innegable de los partidos tradicionales; incluidos los del denominado centrão. Uno de los ejemplos más claros fue el desempeño que obtuvieron los Demócratas, partido de derecha comparativamente moderada y uno de los descendientes de la vieja Alianza Renovadora que dio sustento político al golpe militar de 1964. En los últimos veinte años, Demócratas padeció una serie de derrotas en elecciones nacionales y municipales. De haber llegado a ocupar una posición dominante en el Congreso, su presencia parlamentaria se contrajo un 70%. Pero en esta ocasión conquistó algunas de las intendencias más importantes en ciudades como Curitiba, Salvador y, según todo indica, Río de Janeiro.
Otro ejemplo es el Partido Social Democrático (PSD), también de centro, y que se hizo con la jefatura de la ciudad de Belo Horizonte, la capital del estratégico estado de Minas Gerais. A Minas Gerais se la suele describir como la «Ohio brasileña», en tanto aglutina características geográficas y demográficas que sintetizan a todo Brasil. Y es virtualmente imposible ser electo presidente sin haber sacado un buen apoyo en ese estado. La gran incógnita que se nos presenta de aquí en adelante es cuál va a ser el impacto de estas elecciones municipales en la próxima y decisiva contienda de 2022, en la que Bolsonaro buscará un segundo mandato.
Sería un error creer que la suerte del presidente ya está echada, o que los resultados que acaban de darse habrán de ser determinantes para una disputa a la que todavía le faltan dos años. Más ajustado sería decir que estas elecciones municipales nos muestran hacia dónde sopla hoy el viento político. Si realmente quiere imponerse en las urnas, Bolsonaro tendrá que tener muy en cuenta las señales que la ciudadanía le envió.
El fuerte sentimiento antiizquierda que Bolsonaro alimentó y que le permitió llegar a la presidencia se dio en el contexto de un fuerte desgaste del Partido de los Trabajadores (PT) tras trece años de gobierno, una grave crisis económica y una sucesión de escándalos de corrupción. Ex-capitán del Ejército, Bolsonaro fue diputado federal durante 28 años, lo que no le impidió agitar un discurso en contra de la «vieja política» y a favor de la necesidad de renovación.Para llegar al Ejecutivo fue crucial el apoyo de sectores con una fuerte penetración en el electorado conservador: evangélicos, productores rurales, militares, policías y el llamado «lobby de las armas». Contó asimismo con un eficaz despliegue en las redes sociales, fundamentales para mantener activa a su ciertamente enérgica base de apoyo. Inspiradora en este sentido fue la utilización de Twitter por parte del presidente estadounidense Donald Trump, con quien se suele comparar a Bolsonaro: posteos agresivos e informaciones distorsionadas o simplemente falsas son un componente central de esa estrategia.
Finalizada la campaña, en ningún momento el presidente moderó su retórica. Brasil ha vivido, desde su asunción en enero de 2019, una sucesión de crisis y conflictos desatados a partir de frases del presidente o de alguno de sus aliados o hijos políticos. Quien está al frente de la estrategia digital es Carlos Bolsonaro, hijo del mandatario y concejal en Río de Janeiro. Él es quien coordina al grupo de asesores presidenciales conocido como «gabinete del odio», que se dedica a atacar sistemáticamente a los adversarios del gobierno.
Las recientes elecciones dejan traslucir un cierto cansancio en la ciudadanía frente a esa política signada por la confrontación. Si bien Carlos logró ser reelecto, lo hizo con una notoria caída en la cantidad de votos respecto de elecciones anteriores. La polarización ideológica no menguó siquiera en el contexto de la pandemia, que el mismo Bolsonaro se encargó de minimizar. Todavía es difícil medir el impacto del covid-19 en el humor de la población, y para eso el año próximo será decisivo.
Partidos como Demócratas y el PSD, entre otros del centro o la centroderecha, reforzaron su posición en el escenario político y sin duda constituirán una fuerza considerable a la hora de trabar alianzas de cara a 2022. Para Bolsonaro cualquier maniobra va a ser delicada. No puede correr el riesgo de defraudar a su aún numerosa base de apoyos conservadores, por lo cual no sería muy viable adoptar una nueva estrategia de moderación en el discurso y las prácticas. Al mismo tiempo es evidente que el escenario de las elecciones de 2018 no existe más, y que las condiciones son otras.
Al desgaste de la izquierda, en definitiva, lo reemplazó en gran medida el desgaste del propio presidente, que enfrenta días de estancamiento económico y altos niveles de desempleo. Hoy existen, de hecho, dentro del abanico de férreos opositores a Bolsonaro, diversos grupos de gente que dos años atrás lo habían apoyado con fervor. Todo indica que algún tipo de alianza con sectores más moderados y de presencia activa a lo largo y ancho del país acabará plantándose como un factor del orden de lasupervivencia para el actual presidente.
En los últimos meses Bolsonaro comenzó, en efecto, a ensayar movimientos de ese tipo, acercándose a experimentados congresistas, líderes de diversas agrupaciones políticas, en busca de apoyo legislativo para su gobierno. Así, el candidato que alguna vez se rebeló contra el centrão termina pactando con ellos. Esos acuerdos tienen también por objeto silenciar las movidas que buscan abrir un proceso de destitución (impeachment) del presidente.
El problema para Bolsonaro es que esos partidos de centro, hoy fortalecidos tras las elecciones municipales, bien pueden apuntar a un proyecto propio para 2022. Ya está articulándose, de hecho, la formación de una llamada «tercera vía», bajo una fórmula que se presente alejada tanto de la derecha bolsonarista como de la izquierda tradicional.Diversos actores políticos de centroderecha vienen hablando de la necesidad de unir fuerzas, entre ellos el ex juez Sergio Moro, responsable de la Operación Lava Jato y ex ministro de Justicia de Bolsonaro hasta su renuncia a comienzos de 2020.
A fines de octubre, Moro se reunió en su casa en Curitiba con Luciano Huck, popular presentador de TV que desde hace tiempo viene dando claras señales de su intención de lanzarse a la política, y que incluso ya es visto por muchos como un potencial candidato a presidente. En esa reunión, la posibilidad de una alianza fue tema central.Ni Moro ni Huck tienen un partido que los sustente, pero podrían asegurarse el apoyo de uno o más órganos tradicionales. Demócratas ya dio señales de que estaría dispuesto a apoyar a Huck.
Otro candidato de centro que tiene posibilidades es el gobernador del estado de San Pablo, João Doria, Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), bloque antagónico tanto de Bolsonaro como de la izquierda. Y una sumatoria de esfuerzos entre el PSDB, Huck y Moro no puede descartarse.Una candidatura con ese perfil trataría de arrojar señales amistosas hacia los dos polos del electorado. En ella habría una defensa firme de la apertura en la economía, vieja bandera de la derecha brasileña que en cierta forma Bolsonaro agitó, y en paralelo haría eje en la lucha contra la desigualdad social, cuestión prioritaria para los votantes de izquierda. Sería una plataforma potencialmente atractiva, aunque no asoma nada sencilla la tarea de hacer cambiar de opinión a muchos sectores que apoyaron a Bolsonaro o a la izquierda.
Para esta última, las recientes elecciones municipales también dejaron muchos interrogantes. El principal partido dentro de este campo, el PT liderado por Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff, vio por primera vez cómo su hegemonía al interior de la izquierda quedaba cuestionada de manera rotunda.
El PT describió su desempeño como una victoria, insistiendo en que obtuvo más votos que en la anterior elección municipal en 2016. En efecto, el partido mejoró sus resultados sobre todo en las ciudades medianas, las cuales ostentan una gran influencia estratégica cuando la intención es retomar el control del país. También sorprendió en la importante capital nordestina de Recife, bastión tradicional de la izquierda brasileña. Pero la comparación con 2016 es vana, ya que significa estar algo mejor respecto del peor momento del partido, en el auge de la crisis política que derivó en la destitución de Dilma.El desempeño del PT quedó muy lejos de los resultados de 2012, cuando logró ganar 632 alcaldías. Esta vez fueron apenas 178.
La gran novedad en la izquierda fue el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), que surgió en 2004 como una escisión del PT. Usualmente considerado un actor menor dentro de la política brasileña en función de sus posiciones ubicadas más a la izquierda, el PSOL logró que uno de sus líderes, Guilherme Boulos, llegue a segunda vuelta en la ciudad de San Pablo, haciéndose de un fuerte apoyo en las clases medias.
Boulos, que se inició políticamente en una organización de defensa del acceso a vivienda, Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST), encarna una izquierda ligada a las nuevas formas de activismo con ejes en los colectivos de mujeres, negros, jóvenes, indígenas y LGBTI. Inspirado en partidos como Podemos en España, el PSOL podría tener fuerza electoral en 2022.
Una frase muy citada en Brasil dice que la política es como las nubes, que se mueven todo el tiempo. El retrato de un determinado momento puede borrarse muy pronto, y de igual modo las señales emitidas en esta última elección pueden transformarse por completo en cuestión de meses. Es muy factible que 2021 sea un año volátil políticamente. No solo por la pandemia, cuyas consecuencias aún son imprevisibles, sino también por la incertidumbre económica que impera.
La respuesta del gobierno de Bolsonaro a la crisis desatada por el coronavirus fue contra los instintos ultraliberales de su ministro de Economía, Paulo Guedes. Se inyectaron cuantiosos recursos públicos para dar, siguiendo recetas keynesianas, algún alivio a cerca de 60 millones de habitantes que perdieron su fuente de ingresos. Eso ayudó a preservar el alto grado de popularidad del presidente, especialmente en áreas muy carenciadas como el nordeste, tradicional reducto del PT.
Sin embargo, se trata de una política inviable a largo plazo, en virtud del enorme costo fiscal que trae aparejado. En 2021 esa inyección de recursos sin duda se cortará o se verá drásticamente reducida. Y siendo tan alto el nivel de desempleo, todo sugiere que la pérdida de capital político para el actual gobierno federal es un riesgo considerable. Las condiciones en las que Bolsonaro habrá de llegar a la próxima contienda electoral son muy inciertas. Al acecho están no sólo las candidaturas de centro y de izquierda sino incluso otras alternativas de derecha.
Nada de esto significa, sin embargo, que Bolsonaro esté condenado a repetir la desgracia de su ídolo Trump y acabar siendo un presidente de un solo mandato. El sentimiento conservador floreció en Brasil en los últimos años, y Bolsonaro sigue siendo su representante indiscutido. No es fácil imaginar que quede afuera de una segunda vuelta.
Algo está claro: los resultados de las elecciones municipales son una fuerte señal de alerta para el presidente. Hace falta ajustar el discurso y la estrategia. Eso es lo que la población le reclama en este momento.
Traducción: Cristian de Napoli, para NUSO.