Los acreedores tienen mejor memoria que los deudores (James Howell)
No existen diferencias entre mentiras blancas y mentiras negras, de hecho, son exactamente igual de falsas que las invenciones raciales. Las miradas étnicas consisten en tratar a una persona de manera no favorable por tener características asociadas con una raza; para algunos estos estereotipos definen su potencial perversidad. Las mentiras son consideradas un antivalor moral, casi siempre tiene una connotación negativa. Pero una mentira blanca no es los mismo que una mentira negra. La mentira blanca, como su color lo indica, tiene buenas intenciones, nunca un blanco podría dañar a los demás, tanto que hay mentiras blancas honestas. Las mentiras negras, por el contrario, se encuentran en el extremo opuesto. Se tratan de mentiras dichas para conseguir algún tipo de ganancia, son oscuras, misteriosas y dañan a terceros, son típicas del egoísmo.
En el camino de las mentiras, el gran economista Friedrich List, acuñó una frase inspiradora para el comercio, “pateando la escalera”: “Una vez que se ha alcanzado la cima de la gloria, es una argucia muy común darle una patada a la escalera por la que se ha subido, privando así a otros de la posibilidad de subir detrás”. La idea, en este caso, tenía que ver con el comercio y con un proteccionismo inteligente, implementado por los británicos que, posteriormente, se promovería globalmente como: las ventajas del libre comercio. Esto ocurrió solo cuando Inglaterra tenía el monopolio y dominaba la producción. Lo mismo se podría decir acerca de la deuda, el déficit público, el déficit externo y la emisión monetaria: haz lo que digo, no lo que hago.
El Tratado de Maastricht, denominado oficialmente Tratado de la Unión Europea, sentó las bases de la Unión Europea tal como la conocemos hoy. El déficit presupuestario anual de un país, según este tratado, no debe exceder del 3% del producto interior bruto y la deuda pública no debe superar el 60 % del PIB. Los datos del 2022 arrojan un déficit fiscal del 3.6% del PBI y una deuda del 91.6%, cuando en 2021 el déficit era del 5.1% y la deuda del 94.5%, es decir, se incumple de manera sistemática, pero los europeos son ampliamente flexibles en cuanto al desempeño de sus normas, siempre y cuando no sea del sur europeo.
Estados Unidos es el rey del descontrol macroeconómico, pero sin mayores reprimendas ni amonestaciones de los organismos internacionales que tanta pulcritud fiscal y crediticia le reclaman a los países endeudados. Al igual que Europa, que debería autosancionarse por no cumplir con sus tratados, Estados Unidos debería implementar un plan de austeridad de magnitudes indescriptibles si cayera bajo la supervisión del FMI.
Aquí se desata un debate realmente interesante para quienes quieren reflexionar sobre esta extraña y ambivalente mirada en cuanto a la aplicación de medidas de austeridad en países del sur global y el norte hegemónico, específicamente Estados Unidos, tan en boga por las magnitudes de su déficit fiscal, comercial y su infinita deuda. Al parecer la evaluación de los ajustes, déficit y endeudamiento son diferentes en el norte que en el sur, ¿o es posible que la austeridad tenga una agenda oculta?
Comencemos por despejar algunas confusiones instaladas en los medios acerca de la deuda americana y sus techos, el déficit, etc. Es claro que el problema es político, no económico, partiendo de la base que ningunos de los partidos estadounidenses tiene una ventaja apreciable sobre el otro para la presidencia, un golpe de efecto económico en campaña sería bienvenido, y no estoy hablando de las internas dentro de cada bloque, como detonaciones controladas a Trump por pagarle a una trabajadora sexual sin nombrar sus negocios con el Deep State, o los negocios con Ucrania y China de la familia Biden.
Con una recesión en puerta, un año de recortes de gasto –en atención médica, cupones de alimentos, seguro de desempleo, ayuda a estados y ciudades–, la discusión ronda justo para los republicanos en torno al paquete de medidas que se necesita para devolver a la presidencia a Donald Trump. Probablemente Biden también lo sabe, ya que sus índices de aprobación (entre 42 y 43%) son apenas iguales que los de Gerald Ford o Jimmy cacahuate Carter. (Como en Argentina, parecería que algunos jugadores clave están menos centrados en las elecciones que en buscar su próximo trabajo).
En primer lugar, como cuestión legal, el Tesoro de los Estados Unidos está obligado a hacer los pagos. El límite máximo de la deuda no anula esta obligación. La Secretaria del Tesoro, Janet Yellen, no tiene discreción legal para detener los pagos o elegir qué pagar y cuál aplazar. Si no se realizan los pagos podría ser destituida por no cumplir con la constitución americana, que dice (Enmienda XIV (julio 9, 1868) sección 4):
“La validez de la deuda pública de los Estados Unidos que esté autorizada por la ley, inclusive las deudas contraídas para el pago de pensiones y recompensas por servicios prestados al sofocar insurrecciones o rebeliones, será incuestionable…
El techo de la deuda, por el contrario, es una ley, muy discutida, por cierto. Ordena al Tesoro no que deje de hacer pagos, sino que deje de emitir valores más allá del límite de 31,4 billones de dólares; que se deje de endeudar. Pero el Congreso de los Estados Unidos ha impuesto techos sucesivos a la deuda nacional, cada uno más alto que el anterior. Esos excesos requerían préstamos para cubrirlos. Los préstamos se acumularon para alcanzar techos sucesivos. Un ritual altamente político de amenazas y contraamenazas que acompañó cada aumento del techo requerido por la necesidad de endeudarse para financiar los déficits.
Es economía elemental para cualquier país del mundo, si su Congreso aumentara los impuestos o redujera el gasto federal, o ambas cosas a la vez, no habría necesidad de pedir prestado y, por lo tanto, no sería necesario preocuparse por el límite máximo de los préstamos. El techo se volvería irrelevante o meramente simbólico. Entonces, el problema real es que, cuando el endeudamiento se acerca a cualquier techo, las opciones de política son estas tres: aumentar el techo (para pedir más prestado), subir los impuestos o recortar el gasto. Por supuesto, también serían posibles combinaciones de ellos.
En contraste con esta realidad, en el mundo en general, ante los problemas de deuda, los políticos engañan durante el debate. Tanto políticos, principales medios de comunicación y académicos, simplemente omiten considerar los aumentos de impuestos, todo gira en torno a la austeridad, jamás en torno a incremento de impuestos a quienes más ganaron con estas crisis. Alguien tiene que pagar los ajustes, los ricos o los pobres. El Partido Republicano exige recortes de gastos o, de lo contrario, bloqueará la elevación del techo. Los demócratas insisten en que elevar el techo es la mejor opción y después discutir los recortes.
Que el Gobierno discuta los techos de la deuda o el presupuesto son cosas diferentes. El Presidente muchas veces ha explicado que, a su entender, elevar el techo de la deuda no es una negociación, es una obligación el Congreso, siempre lo ha hecho, y el espera que cumplan con su deber, una vez más, de acuerdo con la Constitución y eso no es negociable. Por el contrario, discutir sobre el presupuesto es discutir sobre el gasto futuro, lo cual es apropiado para que la Casa Blanca y el Congreso debatan entre sí.
Pero también hay evidencia por la cual los republicanos quieren agrupar las dos negociaciones. En las últimas décadas, cuando los dos partidos no pudieron llegar a un acuerdo presupuestario y el Gobierno cerró, el resultado generalmente ha sido una victoria para los demócratas. Esta no es la primera vez que puede haber cierres gubernamentales por falta de presupuesto, de hecho, si el Gobierno cerrara sería la vez número 21, desde Gerald Ford en 1976 a Donald Trump en el 2018.
En el invierno de 1995 a 1996, el Gobierno cerró dos veces. Los republicanos en el Congreso aprobaron fuertes recortes a Medicaid y Medicare y cortes de impuestos destinados a personas con altos ingresos, esta idea se repitió en casi todos los cortes. El único cambio en un cierre mucho más largo ocurrió en el 2018 cuando Trump exigió fondos para un muro fronterizo con México, y el corte duró 35 días.
El Fondo Monetario Internacional advirtió sobre “repercusiones muy graves” para Estados Unidos y la economía mundial si la nación no paga su deuda, instando a demócratas y republicanos a llegar a un consenso sobre el límite de la deuda. Las discusiones se están llevando a cabo en un momento muy difícil para la economía global; la evaluación del organismo es que habría repercusiones muy serias, no solo para EE.UU. sino también para la economía mundial en caso de default de la deuda de EE.UU. Lo extraño es el trato, el formato delicado y deslucido del organismo en como se dirige a los Estados Unidos, opuesto a las condicionalidades y recomendaciones a países endeudados. En este caso puede haber consecuencias para la economía mundial; al parecer el FMI no tiene la misma mirada para el déficit, la deuda y la emisión monetaria de un país que hace 50 años tiene déficit fiscal, como se ve en el cuadro, e incremento de deuda.
El FMI ha sido llamado el “ bombero de la crisis financiera” del mundo, en el que confían los países miembros para hacer frente a la deuda soberana paralizante y evitar que el contagio se propague por todo el sistema financiero mundial. Un país miembro (hay 189 miembros a partir de 2020) generalmente convoca al FMI cuando ya no puede financiar sus deudas o ante la posibilidad de una crisis. El Fondo extenderá un préstamo al Gobierno y ayudará a organizar un nuevo cronograma de pago de la deuda que el país pueda manejar. A cambio, el miembro acepta implementar reformas que el FMI diseña para rectificar su macroeconomía, con políticas comerciales, monetarias, fiscales, etc. Las condiciones de préstamo están diseñadas no solo para garantizar el reembolso de los préstamos, sino también para garantizar que el dinero prestado se gastará de acuerdo con los objetivos económicos establecidos. El FMI no puede imponer su voluntad a los países miembros; los países aceptan la asistencia financiera condicionada del fondo de “forma voluntaria”.
Es más que obvio que el país tiene que solicitar ayuda al FMI, y Estados Unidos, inventor del organismo para endeudar y condicionar a los países, jamás pensará en pedir ayuda y menos recibir condicionalidades. Lo extraño es que el FMI no presione a los países del primer mundo con las medidas que usualmente pregona, que en general son primera plana del menú de salvataje. Uno de sus trabajos más difundidos, “Ajuste fiscal para la estabilidad y el crecimiento”, del año 2006, podía servir de recomendación en cada uno de los puntos para el gigante del norte, porque todo el índice, desde la página uno de dicho paper, ¿cuándo es necesario un ajuste fiscal?, hasta cómo debe llevarse a cabo el ajuste, se amolda a cada uno de los problemas americanos y las amargas soluciones del FMI.
A menudo se ha denunciado al Fondo como el principal culpable de las fallidas políticas de desarrollo implementadas en algunos de los países del mundo. Se argumenta que muchas de las reformas económicas que el FMI requiere como condiciones para sus préstamos (austeridad fiscal, altas tasas de interés, liberalización del comercio, privatización y mercados de capital abiertos) a menudo han sido contraproducentes para las economías, y en algunos casos devastadoras para las poblaciones locales. En el caso de la economía americana, el proteccionismo es el que prima, los aranceles que restringen el comercio de algunos bienes centrales para su desarrollo ocultándose en la seguridad nacional, frenan la competencia, estimulan el déficit fiscal y el mayor endeudamiento.
El Fondo también ha sido criticado sobre la base de la extralimitación o el «desplazamiento de la misión” en temas macroeconómicos que condicionan a los países, pero facilitan el negocio de las multinacionales americanas con negocios leoninos como privatizaciones, compras a precios de oferta de empresas o condicionamiento de deuda en moneda externa.
Hay un trabajo sobre la austeridad, dentro de tantos, que llegó a la lista de los mejores libros de economía durante el año pasado, según el Financial Times. Se titula “El orden del capital: cómo los economistas inventaron la austeridad y allanaron el camino hacia el fascismo”, de Clara Mettei. El libro examina la relación entre el pensamiento económico, las políticas de austeridad y el ascenso del fascismo utilizando los registros históricos en Europa para argumentar que la austeridad (apretar el cinturón, recortar los programas gubernamentales, etc.) tiene menos que ver con los presupuestos y la deuda y más con hacer deliberadamente la fuerza laboral se sienta insegura.
Mattei rastrea la austeridad moderna hasta sus orígenes en la Gran Bretaña y la Italia de entreguerras y revela cómo la amenaza del poder de la clase trabajadora en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial animó un conjunto de políticas económicas de arriba hacia abajo que elevaron a los propietarios, asfixiaron a los trabajadores e impusieron un régimen económico rígido y jerárquico. Esta lejana idea resulta muy presente en la austeridad actual.
De todas maneras, la idea motora es que más allá de que Estados Unidos no solicite al FMI su ayuda, el organismo no sólo no criticó abiertamente las políticas económicas comerciales, deficitarias y de endeudamiento de la nación septentrional, cuando son uno de los mandamientos para los países en vías de desarrollo a los que les presta dinero, así como tampoco critica o se opuso a los préstamos improcedentes, como el argentino o préstamos fallidos de un país en guerra (Ucrania), cuya factibilidad de reintegro es absolutamente inviable. Por ende, el FMI y los préstamos para países en vías de desarrollo, donde se pueden sacar ventajas en cuanto a condiciones y condicionalidad, es una cosa, para el primer mundo o países desarrollados, es otra. En una las mentiras son negras para sacar beneficio, en el otro caso las mentiras se venden como blancas disfrazadas de salvataje económico. Las dos son políticas a conveniencia.