Hay dos paradojas para los defensores de la libertad de mercado. Una es que la libertad no se puede garantizar por sí misma a través del mercado, y el otro es que el mercado tiende a la planificación motivado por el interés de los individuos y de las organizaciones. No les falta paradoja a los […]
Hay dos paradojas para los defensores de la libertad de mercado. Una es que la libertad no se puede garantizar por sí misma a través del mercado, y el otro es que el mercado tiende a la planificación motivado por el interés de los individuos y de las organizaciones. No les falta paradoja a los defensores de coartar la libertad mediante el estado (las administraciones públicas, cualquiera que sea la forma adoptada o el nivel político-administrativo al que se dé), pues deben confiar en seres humanos que tienen sus intereses individuales, que buscan la libertad de maniobra para hacer lo que quieren y someter a los demás -mercado incluido- a sus intereses; que el disfraz sea el interés colectivo no cambia las cosas y tenemos pruebas de hace mucho tiempo ya.
La connivencia de intereses de los que hacen beneficios en las grandes empresas con los políticos en las diversas instituciones, es una realidad que se puede conocer a los medios de comunicación, así sea en la puntita del iceberg, pero está presente para quien quiera verla y deducir otras no es muy difícil, sin necesidad de ser revolucionario. Sea la obsolescencia programada (y tolerada por los políticos que hacen las leyes); sean los acuerdos de precios en sectores oligopolísticos, sean las autorizaciones por el sector público de precios en empresas de suministro básico (donde aparecen, por un arte que no es magia, políticos de un partido o de otro ocupando cargos de favor); sea acordando un precio fundamental para la casi totalidad de la población, como el Euribor, del que se investiga ahora la fijación artificial. Sean cuales sean, la inmoralidad es manifiesta y son corresponsables los que están al frente tanto de empresas que operan en un supuesto mercado como aquellos que tienen el poder de las administraciones públicas; pero sobre todo es responsabilidad de los ciudadanos que no quieren hacer el esfuerzo de ocuparse de estos asuntos, prefiriendo distraerse y quejarse lacónicamente.
No se desvanecerán las paradojas entre mercado y estado. Es necesaria la voluntad de la gente para situar en su lugar las cosas, hay que ser exigente y no condescendiente con aquellos políticos que traicionan la voluntad de la gente que les ha otorgado la confianza, como se le retira a quien no nos libra el producto o servicio como es debido y lo hemos pagado en el mercado.
Fernando G. Jaén es Profesor del departamento de Economía y Empresa. UVIC
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