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Uruguay

Mercosur o TLC con Estados Unidos – The window is open

Fuentes: Brecha

Fue el presidente Vázquez quien mencionó por primera vez la posibilidad de empezar a negociar un TLC con Estados Unidos, una vez que se firmara el acuerdo bilateral de protección de inversiones. Lo hizo en una entrevistada con Búsqueda el 22 de setiembre de 2005. La idea original había sido de su antecesor, Jorge Batlle

El camino hacia el Jardín de las Rosas ha sido sinuoso, pero el caminante lo recorrió sabiendo desde el principio desde dónde partía y adónde quería llegar. La historia abunda en paradojas. Una de ellas es que, más allá del desconcierto de muchos de sus votantes, Tabaré Vázquez logró lo que Jorge Batlle siempre quiso y nunca pudo.

La foto de los sonrientes presidentes George W Bush y Tabaré Vázquez que hoy ilustra las portadas de los diarios tiene una historia de poco más de siete meses (fecha en que el presidente uruguayo deslizó declaraciones alusivas en Búsqueda). Y fue tomada a metros de otra, registrada hace casi dos años del otro lado de la reja de la Casa Blanca, que mostraba a dos de los principales agonistas de esta historia: el presidente uruguayo y su actual ministro de Economía, Danilo Astori, que acababa de ser elegido como tal por Vázquez para el caso de que ganara las elecciones de 2004.

El argumento de la historia se refiere a la inserción internacional del país y su punto de partida está contenido en una definición del programa de gobierno del Frente Amplio que en principio hacía imposible tomar esta foto de hoy: «Rechazamos el actual proyecto alca y los eventuales acuerdos bilaterales con Estados Unidos conseguidos en este marco, en tanto no resultan favorables a nuestros objetivos de consolidación del país productivo».

Entre los dirigentes uruguayos, los actores protagónicos han sido el presidente y los tres ministros que lo acompañan en este viaje: el propio Astori, el de Industria y Energía, Jorge Lepra -cuya participación ha sido mucho más trascendente de la que suele atribuírsele- y el canciller Reinaldo Gargano. Astori y Lepra, abanderados del acercamiento a Estados Unidos y al comercio con todo el mundo, apoyados en Washington por el embajador Carlos Gianelli; Gargano defensor acérrimo de la integración regional como prioridad absoluta y navegante solitario de esa causa, más allá de su condición de acompañante de Vázquez en viajes clave. Pero el desempeño de los cuatro ha estado muy condicionado por otros actores de primer nivel -como los presidentes de la región y el de Estados Unidos- y por hechos que convulsionaron recientemente a América Latina, incluidos varios cambios de gobierno, la pérdida de incidencia del Mercosur y su bilateralización entre los socios mayores, así como por problemas como el déficit energético y algunos conflictos entre países vecinos (en el caso uruguayo, el de las plantas de celulosa en primerísimo lugar).

Otros actores de la peripecia uruguaya han sido los dirigentes de la oposición, padres del Mercosur, que hoy son proclives a los TLC (en algún caso, como el de Jorge Batlle, llegan a afirmar que el Tratado de Asunción de hecho está muerto y enterrado, y en algún otro, como el de Luis Alberto Lacalle, afirmar que lo primero que necesita el presidente es un buen canciller, broma ruidosamente festejada por Julio María Sanguinetti). También las cámaras empresariales, partidarias de un drástico «cerrá (el Mercosur) y vamos», y las organizaciones sociales -Pit-Cnt, fucvam y Feuu entre otras-, que defienden el Mercosur y rechazan tanto el Alca como los Tlc, a los que consideran sus sucedáneos.

Se ha cuestionado al presidente Vázquez sus zigzagueos a lo largo de estos siete meses. Ha habido sin duda idas y vueltas y declaraciones en principio contradictorias, pero en realidad forman parte de una misma línea que sólo podía recorrer de este modo. El objetivo, en lo interno, fue el de modificar el compromiso establecido en el programa del FA y, en lo externo, sortear las obligaciones impuestas por el acuerdo regional. No era sencillo pasar del «más y mejor Mercosur», la consigna inicial, a un Mercosur que no sea un impedimento para tener, también, más y mejor intercambio comercial con Estados Unidos (el mayor comprador de Uruguay en 2005, con más del 22 por ciento del total), de ser posible -y sobre todo para no generar mayores dificultades- manteniéndose dentro del Tratado de Asunción y, en caso contrario, alejándose de él, ya sea de modo parcial (como Estado asociado) o en último caso, totalmente, yéndose con la música a otra parte. Después de todo, como ha sostenido Vázquez una y otra vez, el Mercosur, así como está, no sirve. Es exagerado entonces afirmar que el gobierno uruguayo se propone dejar el Mercosur, pero sí se puede asegurar que está dispuesto a hacerlo si ésa llega a ser una condición sine qua non para lograr un mejor intercambio comercial con otros países.

Itinerario sinuoso

Fue el presidente Vázquez quien mencionó por primera vez la posibilidad de empezar a negociar un TLC con Estados Unidos, una vez que se firmara el acuerdo bilateral de protección de inversiones. Lo hizo en una entrevistada con Búsqueda el 22 de setiembre de 2005. La idea original había sido de su antecesor, Jorge Batlle, y la había planteado sin éxito tres años antes, apenas después de la caída de la plaza financiera.

El viernes 4 de noviembre, durante la IV Cumbre de las Américas, celebrada en Mar del Plata, Vázquez -en su calidad de presidente pro témpore del Mercosur- expresó el rechazo de sus cuatro socios al ALCA, lo cual fue un duro revés para Estados Unidos que intentaba resucitar su proyecto regional en esa reunión. Sin embargo, el presidente uruguayo fue el único que se reunió en privado con Bush, y el canciller Gargano firmó en esa ocasión el tratado de protección de inversiones.

El 20 de diciembre, en vísperas de la aprobación por el Senado de ese tratado, durante la fiesta de fin de año de la Cámara de Comercio Uruguay-Estados Unidos, el presidente de esa institución, Horacio Vilaró, gerente general del Banco de Boston, lanzó la idea de impulsar un TLC con Estados Unidos. El otro orador en esa celebración, el ministro Lepra, ex directivo de esa misma Cámara y ex vicepresidente de Texaco Uruguay, insistió en el pragmatismo como idea central de la política comercial y, si bien se declaró partidario del Mercosur, señaló las trabas que Argentina y Brasil imponen a Uruguay y dejó planteada la conveniencia de buscar además «socios más capacitados».

Diez días después el ministro Astori recogió la misma idea en una entrevista con Búsqueda (5 de enero). Astori afirmó que «Uruguay tiene que comenzar a hacer esfuerzos para llegar a tener un tratado de libre comercio con Estados Unidos». Agregó que el TLC «a Uruguay le vendría muy bien para diseñar una estrategia equilibrada en el mundo, que lo mantenga vinculado a la región pero que le abra posibilidades fuera de ella» y que «también le va a permitir a nuestro país incrementar las posibilidades de negociación en la región, en la que Argentina y Brasil han tomado actitudes bilaterales que dañan las posibilidades de los países pequeños». Dijo también que la idea era negociar este año el tlc con Estados Unidos: «cuanto antes mejor».

Esas declaraciones generaron, como era previsible, un alud de reacciones. Las hubo, por un lado, de los socios del Mercosur: los cancilleres de Brasil y Argentina recordaron que los estados miembros sólo pueden negociar en forma conjunta con terceros países y que si lo hacen en forma individual, a menos que obtengan una habilitación especial, deben abandonarlo. Dentro del partido de gobierno el canciller Gargano fue quien enfrentó más duramente el planteo de Astori: en entrevista concedida a BRECHA (13 de enero), recordó la posición del programa del FA y sostuvo que, para cambiarla, haría falta convocar a un nuevo congreso y reunir los votos necesarios. Dijo también que no tenía sentido suscribir un TLC con Estados Unidos, cuya lista de excepciones a la apertura de su mercado es de unos 300 productos, entre ellos todos los que Uruguay exporta. Y aseguró también que la posibilidad de firmar un tlc con Estados Unidos no estaba en la agenda del gobierno de Vázquez, una formulación que se volvería recurrente en los meses siguientes.

Mientras varios gobernantes y dirigentes del FA respaldaron a Astori -entre ellos el vicepresidente Rodolfo Nin, Lepra, el ministro Héctor Lescano y el senador Rafael Michelini- y algunos más, como los del MPP, preferían mantener el perfil más bajo posible, la posición de Gargano recibía el respaldo -no muy ruidoso- de su propio partido y del comunista, así como el de los sectores de izquierda sin representación parlamentaria.

Yo no cambié; fue la realidad.

El 16 de enero tuvo lugar en Suárez la primera reunión del año del Consejo de Ministros. En ese ámbito el presidente planteó que si bien el programa del fa era muy claro en cuanto a la inserción internacional del país, ese texto había sido elaborado en 2003 y desde entonces la realidad había cambiado. Sostuvo que había que rediscutir esas definiciones y encargó al ministro Jorge Brovetto que iniciara la discusión interna en el FA. Le pidió a Gargano que oficiara de vocero de la reunión, y el canciller señaló que «si bien todos somos partidarios del libre comercio» hay «trabas objetivas que lo impiden» con Estados Unidos, mencionando como ejemplo sus cuotas de importación, subsidios y elevados aranceles.

Tres días después, desde Brasilia, el presidente Néstor Kirchner dice en su nombre y en el de Lula, con quien venía de reunirse, que ni Brasil ni Argentina le impedirían a Uruguay hacer una buen negocio, de modo que, llegado el caso, el Mercosur le permitiría firmar un TLC. Era una simple declaración de intenciones, y no la respuesta a una solicitud formal, que hasta hoy no se ha planteado. El 23 de enero, al término de una reunión de la Mesa Política del FA, Brovetto sostuvo que la discusión sobre un TLC con Estados Unidos no estaba en la agenda del gobierno.

El 5 de febrero, en ocasión del Consejo de Ministros de Santa Teresa, Vázquez mencionó el caso de Vietnam, un país con un gobierno comunista, que en 2001 suscribió un TLC con Estados Unidos y que logró desde entonces un importante desarrollo de su economía. Al día siguiente, la Mesa Política del FA convocó al Plenario Nacional para discutir, el 25 de marzo, la inserción internacional del país. Cuatro días después, ante la Comisión Permanente del Poder Legislativo, el canciller Gargano sostuvo una vez más que la firma de un TLC con Estados Unidos no estaba en la agenda del gobierno y aclaró que no se trata de un problema ideológico, sino de conveniencia.

En los primeros días de marzo, durante un viaje a Estados Unidos, Lepra planteó la voluntad de Uruguay de intensificar el comercio con ese país, más allá de que no sea mediante un TLC, una nueva formulación que el gobierno de Vázquez manejaría desde entonces. Con ese fin volvió a funcionar una comisión bilateral -de efímera duración- creada por Batlle en 2002.

El 11 de marzo, en Santiago, Vázquez se reunió durante media hora con la secretaria de Estado Condoleezza Rice y luego declaró que se estaba viendo la forma de ampliar el intercambio comercial con Estados Unidos. Tres días después, en Caracas, junto a Chávez, el discurso de Vázquez volvió a parecerse al de Mar del Plata. Además del consabido «no está en la agenda del gobierno», dijo mientras golpeaba la mesa: «Los países grandes siguen fijando cuotas, aranceles altos y subsidios a su producción. ¿Cómo vamos a firmar así un tlc? ¿Dónde está el libre comercio?».

El 20 de marzo, en declaraciones a la prensa de Estados Unidos, Astori reiteró el interés del gobierno uruguayo de incrementar los vínculos comerciales y señaló la debilidad por la que atraviesa el Mercosur.

El 25 de marzo el Plenario del FA aprobó una declaración de gran ambigüedad, que de hecho habilita al gobierno a proceder del modo que considere más oportuno. Se planteó la necesidad de trabajar por fortalecer el Mercosur y, a la vez, «ampliar y diversificar» el comercio exterior «a fin de lograr una mayor independencia de un único mercado regional». Se señaló asimismo que «la opción bilateral es legítima mientras no comprometa el proyecto de país productivo y la integración regional, que es la prioridad estratégica de nuestra fuerza política».

Los símbolos.

Desde esa reunión del Plenario, el presidente ha sostenido, en la línea allí reafirmada, que el objetivo estratégico sigue siendo el Mercosur. Pero se ha sentido liberado para ampliar sin límites los horizontes comerciales, dando por sentado que esa resolución dejó sin efecto la definición del programa. Por añadidura, hubo una innovación adicional: si de esa búsqueda de nuevos mercados resulta la salida del bloque, se saldrá. El objetivo estratégico ya no será el mismo.

El contexto también está plagado de paradojas. El mismo día de la reunión Bush-Vázquez, se encontraron, en la otra punta del continente, Lula, Kirchner, Hugo Chávez y Evo Morales, quien acaba de disponer la nacionalización de los hidrocarburos de Bolivia. Lo más llamativo es que un presidente de izquierda -el primero de la historia uruguaya- sea recibido bajo palio en la Casa Blanca por uno de los presidentes más cuestionados de la historia de Estados Unidos, que su discurso sea fervorosamente aplaudido por empresarios (David Rockefeller entre los más entusiastas) y altos funcionarios de gobierno en el Consejo de las Américas, y que sea afectuosamente saludado por la secretaria de Estado. Algo no cierra.

En todo este contexto resultó llamativo un comunicado de la cancillería uruguaya, de ayer jueves a la tarde. Aun después de la reunión Bush-Vázquez y de la conferencia de prensa del presidente uruguayo, en la cual no quedó descartada la firma de un TLC -el objetivo es alcanzar «un acuerdo lo más amplio posible»-, la cancillería emitió un comunicado con declaraciones de Gargano, según el cual «mientras se mantengan los subsidios, el no libre acceso a los mercados y los altos aranceles, no estarán dadas las condiciones para la discusión de un tratado de libre comercio; como lo ha dicho el señor presidente de la República, este preciso tema no está en agenda».

Está claro que Uruguay tiene un par de ventanas abiertas. Una en el Mercosur, que le permitiría salir, incluso con el beneplácito -más temperamental que racional- de Kirchner; la otra en la Casa Blanca, para entrar, aprovechando que a su inquilino cualquier socio le viene bien, y más si ayuda a resquebrajar molestas unidades regionales.