En los últimos años la polémica en torno al fin del trabajo ha tamizado los debates centrales de las ciencias sociales. En las discusiones que de una u otra manera hacen alusión a la temática, generalmente se asimilan conceptos bien diferentes (como trabajo y empleo), cuando no se mixturan niveles de análisis (el de modo […]
En los últimos años la polémica en torno al fin del trabajo ha tamizado los debates centrales de las ciencias sociales. En las discusiones que de una u otra manera hacen alusión a la temática, generalmente se asimilan conceptos bien diferentes (como trabajo y empleo), cuando no se mixturan niveles de análisis (el de modo de producción, el de las formaciones sociales e históricas concretas), o se hace referencia a fenómenos diversos que se utilizan tanto para afirmar como para refutar la desaparición del trabajo (aumento / decremento del empleo, el desempleo, la precarización del mismo, los cambios en la composición del trabajo, en las formas de organizarlo, entre otros).
Para poder desentrañar las consecuencias de la transformación del trabajo en la actualidad es necesario, para nosotros, realizar una tarea previa. Esta supone elucidar de qué hablamos cuando hablamos de trabajo, y, desde allí, poner el acento en el proceso que genera su transformación.
En este escrito intentamos aproximarnos a la problemática del trabajo haciendo un aporte a la polémica presente, centrándonos en lo que para nosotros es la clave para la interpretación de las condiciones en que el trabajo se realiza hoy y que pauta e impulsa la situación cada vez más miserable de los que se ven compelidos a subsistir a través del trabajo, bajo el comando del capital.
I. En torno al trabajo
Existen numerosas formas de ‘entrar’ al tema / problema del trabajo. Hemos resuelto tomar uno de los múltiples caminos, basándonos en la preocupación actual acerca de los cambios producidos en el trabajo y las consecuencias que estos tienen para los trabajadores. Por ello nos parece pertinente comenzar por desentrañar el concepto de trabajo.
En la obra de Karl Marx, el trabajo es planteado, como concepto central, desde diversos niveles de abstracción, con diferentes connotaciones. Una primera aproximación es «trabajo» como categoría simple y abstracta. En este nivel, el trabajo sirve para pensar no solo el modo de producción en el capitalismo, sino cualquier producción. Trabajo, es entonces, el común denominador que caracteriza a la humanidad, aún independientemente de su configuración histórica. En este sentido, Enrique Dussel ha interpretado a qué alude Marx cuando habla de la esencia del trabajo:
Momento esencial o abstracto es para Marx lo mismo. Momento esencial o determinación común o general […] son idénticos. De lo que se trata, entonces, para poder fijar ante los ojos la esencia de un fenómeno o apariencia, es abstraer las determinaciones comunes a todos ellos y articularlas constructivamente. Sabiendo siempre que el nivel de la abstracción no es el nivel histórico-concreto de lo real (Dussel, 1991: 33).
El hombre es un ser de necesidad. Para su reproducción, para la vida, necesita arrancarle a la naturaleza sus frutos. El trabajo es aquella capacidad que despliega el hombre en relación con esa necesidad primaria y fundamental:
El trabajo es, en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso que este realiza, regula y controla mediante su propia acción su intercambio de materias con la naturaleza […] Y a la par que de ese modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando potencias que dormitan en él y sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina (Marx, 1965: 147).
El trabajo es un proceso de transformación y en transformación, por ello se realiza de diferentes maneras a través del tiempo. La mutación del trabajo en el tiempo es resuelta por Marx con otra categoría, la de producción. En este nivel de análisis, la producción es abstracta, es un común denominador de las sociedades humanas; lo histórico vendrá a través de los modos en que la misma se consuma: «En la descripción esencial hay dos planos en un primer nivel de generalidad, la producción en sí, como un todo independiente […] En un segundo nivel, la producción entra a codeterminarse, en un plano más concreto (pero siempre abstracto), con respecto al consumo, la distribución y el intercambio» (Dussel, 1991: 33).
Toda producción, entonces tiene unas notas esenciales: un hombre que produce (la humanidad), un objeto (la naturaleza), un medio (desde su propia mano en más). Aquí, en el nivel más abstracto, es donde aparece el trabajo como categoría simple:
Para un sujeto-productor las cosas aparecen como instrumentos para producir a partir de la naturaleza los objetos-satisfactores que se necesitan: que faltan. La producción es así negación (gasto de energía, muerte) para negar la negación (el hambre como necesidad). La producción es actualidad de la vida para reproducción y subsistencia de la vida […] (Ibíd.: 36).
Más allá del capitalismo y de cualquier forma de producción, el hombre necesita suministrarse su supervivencia. De manera tal que el trabajo conforma el hilo conductor en el análisis de la producción y la reproducción de la sociedad; sin embargo son las formas que el mismo adopta en el seno de las sociedades concretas las que le aportarán su especificidad. Así, la categoría simple (trabajo) se realiza en formas históricas distintivas que comprenden un complejo entramado de múltiples determinaciones y es entonces que: «La abstracción de la categoría trabajo, el trabajo en general, el trabajo sans phrase […] es el punto de partida de la economía moderna» (Ibíd.: 51).
Moviéndonos en este plano de análisis las cosas son resueltas en forma ‘simple’, por Marx, en coincidencia también con la economía clásica. Lo cual sirve para hacer foco en el trabajo humano. Pero ya en este nivel de abstracción el trabajo está esbozado en sus múltiples connotaciones históricas, económicas, políticas, sociales. El trabajo en el capitalismo, adquiere un formato específico, dado por las relaciones sociales de ción. Lo propio del ser genérico (el trabajo) pasa por la malla, el formato, de las relaciones sociales, de clase. Una de ellas es propietaria de todo aquello que el hombre necesita para subsistir, la tierra, los medios de producción. La otra, solo posee su ‘capacidad de trabajo’. Ambas se ponen en relación en el mercado; el hombre (despojado, no propietario) debe vender esta capacidad para poder subsistir; transformándola, pues, en mercancía. La característica del trabajo en el modo de producción capitalista se conforma entonces «[…] como consumo de la fuerza de trabajo por parte del capitalista» (Marx, 1965: 153).
Hasta aquí, podemos anticipar dos connotaciones que hacen a la utilización de la categoría de ‘trabajo’, a saber, su continua transformación y los contornos específicos dados por las relaciones sociales concretas. Lo propio del modo de producción capitalista, la propiedad privada, dará entonces su impronta al trabajo en nuestras sociedades[2]. El trabajo es ‘alienado’ y ‘el trabajador’ queda rebajado a mercancía, a la más miserable de todas las mercancías [3].
La potencia creadora y transformadora de la capacidad humana se subsume y restringe inmersa en las relaciones sociales. Como consecuencia, son las relaciones sociales las que para su ‘hacedor’ harán, de su propia obra, un objeto extraño, ajeno:
En este modo de producción […], el trabajo se realiza como trabajo alienado […] la propiedad privada es trabajo, pero tal trabajo que, en determinadas condiciones de producción, es objetivado en un producto apropiado en forma privada y, de esta forma, separado de su productor directo […] en cuanto el capitalista se apropia del objeto de trabajo, se apropia del plusvalor que anida en él. Pero esto supone, además de una cuenta impaga, una perversión del proceso productivo como esencia del hombre, es decir […] al enajenársele el producto se le enajena también su humanidad (Vommaro y Wilkis, 2003: 159).
La condición para que la capacidad del hombre, en el proceso productivo de transformación de la naturaleza, se torne una actividad ‘alienada’, estará fundada en las formas sociales en que esta se realiza o lo que es lo mismo, su carácter extraño depende de unas ciertas relaciones sociales, que suponen la dominación de unos hombres por otros, y la apropiación -privada- del producto del trabajo.
Cuando hablamos del trabajo, ya situados en el contexto de nuestras sociedades actuales, nos referimos fundamentalmente al trabajo enajenado, al trabajo bajo el dominio del capital. Este es un trabajo deshumanizante y extraño. Sea directamente explotado por un capitalista o no, el trabajo está atravesado por la condición social que subsume al trabajador a su objeto o a cualquiera de sus productos.
Retomando entonces lo dicho hasta aquí, esta actividad humana entraña una triple relación: del hombre con la naturaleza, de los hombres entre sí, del hombre con su producto, con su obra. La categoría de alienación es central, para nosotros, con vistas a pensar el trabajo hoy; trabajo que se realiza bajo esta condición específica que distancia al trabajador del producto de su hacer, pero que lo distancia en el mismo momento de su ser genérico.
La enajenación del trabajador en su producto significa no solamente que su trabajo se convierte en objeto, en una existencia exterior, sino que existe fuera de él, independientemente extraño, que se convierte en un poder independiente frente a él; que la vida que ha prestado al objeto se le enfrenta como cosa extraña y hostil (Marx, 1984: 106-107).
El principio y el fin del trabajo alienado son las relaciones sociales de dominación, que se refuerzan mutuamente: «[…] la afirmación de que el hombre está enajenado de su ser genérico quiere decir que un hombre está enajenado del otro, como cada uno de ellos está enajenado de la esencia humana» (Holloway, 2002: 78).
Sin embargo esta no es la única característica que hace del capitalismo una forma de explotación específica, sino que, a partir de esta, lo propio del capitalismo es la forma en que realiza su reproducción social, es decir, el modo como subsume toda forma de producción y reproducción de la vida a la manera (forma) de la mercancía. Es decir que el capital vuelve ‘mercancía’ toda la producción humana e, integralmente, los medios que se utilizan para hacerla posible:
La constitución del trabajo capitalista como la forma de actividad humana productiva y social predominante y el proceso de subsunción real implicaron un cambio cualitativo en la sociedad [4] […] Es decir, trabajo no es simplemente la actividad orientada a la producción de mercancías en el proceso productivo y por ende un aspecto de la sociedad capitalista entre otros, sino la forma de constitución y transformación de la sociedad capitalista misma (Dinerstein, 2001: 7).
Concebir el trabajo imbuido en la mediación del capital, como el metabolismo, no solo de transformación de la naturaleza sino de transformación social, nos lleva a pensar las múltiples determinaciones que el capital impone, esta vez más allá del trabajador ‘directamente’ explotado por aquel. La tendencia del capital, entonces, no es solo a revolucionarse continuamente para permitir la expropiación del trabajo y de sus productos, sino a ocupar la totalidad del espacio social y subsumir bajo su lógica el conjunto de las relaciones sociales, a totalizarse o a ‘devenir capital el mundo’ (Gandarilla, 2003: 72). Esta concepción del trabajo, permite comprender que se excluya una parte sustancial de la fuerza de trabajo de la explotación directa del capital, pero que esa parte sea ‘incluida’ en tanto miembro del ‘obrero colectivo o social’ e integrada al proceso de valorización global del capital. Es decir, nos proporciona la pauta de comprensión de aquellos trabajadores que son parte, siendo un a-parte.
II. El trabajador excluido
En general, cuando se habla del obrero social, de la apropiación global por parte del capital del trabajo social (por ejemplo, de los frutos del avance científico o tecnológico) se deja de lado la participación de aquellos que, compelidos a su subsistencia, colaboran con la reproducción social desde el lugar más débil de la cadena productiva; estos son ciertamente excluidos solo de la explotación directa del capital, mas de ninguna manera de la valorización del mismo:
La competencia capitalista presiona cada vez más a fundamentar la producción sobre la base de la fuerza productiva del trabajo general, pero tiende a agrandar la brecha con respecto y entre los trabajadores que, para asegurar el mantenimiento de sus empleos, negocian condiciones de valorización de la fuerza de trabajo cada vez más desventajosas o son contratados bajo situaciones cada vez más precarias o flexibles o de plano no encuentran sitio en el mercado de trabajo y viven su explotación como fuerza de trabajo excluida (Gandarilla, 2003: 203).
Los trabajadores que conforman ‘el mundo del trabajo sin empleo’ y sin medios para proveerse su subsistencia, contribuyen a la valoración como muro de contención frente a la desvalorización del capital, cuyas variables de ajuste cíclicas (para remontar la caída tendencial de la tasa de ganancia), se dan en el proceso, no de producción, sino de reproducción del capital, y una vez que este se manifiesta en crisis:
A diferencia del circuito Dinero-Mercancía-Dinero […] , donde el capital utiliza la mercancía fuerza de trabajo para producir mercancías, Dinero-Dinero prima (D-D’) representa un momento de no materialidad donde el capital parece saltar al futuro sin el trabajo. […] Este salto al vacío requiere, por supuesto, de una mayor explotación de otros trabajadores para incrementar la productividad y obtener una tasa de retorno rápida que sostenga la apuesta al futuro (Dinerstein, 2001: 12).
Aunque no directamente explotados, y fuera de la producción, bajo una subsistencia de consumo mínimo admisible para su propia reproducción, son parte de la valorización del capital, en tanto la exclusión se conforma como una herramienta que permite la fuga del capital-mercancía hacia el capital-dinero, y funciona como resguardo del propio capital en crisis. Es necesario, entonces, contener a los excluidos bajo la categoría general y abstracta de trabajo, puesto que no solo se constituyen como trabajadores en cuanto necesitan vender(se) como mercancías, sino en tanto la imposibilidad de ‘venta’ de la misma proporciona al capital la ‘ventaja’ de detener la crisis (momentáneamente), bajo la forma de valorización financiera, cuya materialidad, por otra parte, se asienta en la mayor productividad del trabajo presente y pasado expropiado por el capital.
El trabajo excedentario y sus sujetos pueden ser comprendidos bajo la relación social de ción en un momento particular del desarrollo del capital, como manifestación concreta de la crisis por la que él mismo atraviesa:
En este caso, en el proceso de abstracción por el cual el trabajo concreto deviene trabajo abstracto socialmente necesario, el trabajador ‘desocupado’ está compelido a vender su fuerza de trabajo y no puede vender su fuerza de trabajo, pues ‘la capacidad del trabajo solo puede actuar como trabajo necesario si el trabajo excedente tiene valor para el capital. Si esto no sucede entonces la capacidad del trabajo aparece como por fuera de las condiciones de reproducción de su existencia y el trabajo necesario aparece como superfluo, porque lo superfluo no es necesario […] El trabajador experimenta este hecho literalmente como de vida o muerte (Dinerstein, 1999).
Sin embargo, es necesario detenernos aquí para adicionar un componente más a la comprensión del trabajo y su relación con la población. La discusión, acerca del aumento exponencial de la desocupación, y en términos más generales, la población excedente y la población no ‘directamente explotada’ por el capital, no es extraña al pensamiento latinoamericano, interesado en explicar las ‘anomalías’ del desarrollo periférico y sus consecuencias. Profundizando los análisis realizados por Marx y Engels en torno a la ley de la población y en referencia al pauperismo, José Nun (hace más de treinta años) elaboró, a partir de una relectura de las categorías propuestas por Marx, un aporte que hoy consideramos sustancial para evaluar el fenómeno de la exclusión social desde la categoría de ‘masa marginal’ (Nun, 2003).
Este autor, sintetiza su punto de partida, teniendo en cuenta los siguientes argumentos [5]: 1) los trabajadores y los medios de producción constituyen factores fundamentales de todas las formas sociales de producción; 2) sin embargo, mientras permanecen separados son solo factores en estado virtual: «[…] para cualquier producción es preciso que se combinen. La manera especial en que se opera esta combinación es la que distingue las diferentes épocas económicas por las cuales ha pasado la estructura social» (Marx; 1968; II, pág. 36); 3) la forma específica que asume esta combinación establece en cada caso el tamaño de la población que puede considerarse adecuada: «Sus límites dependen de la elasticidad de la forma de producción determinada; varían, se contraen o se dilatan de acuerdo con estas condiciones (Marx, 1968: II, 107); 4) la parte de la población que excede tales límites permanece en el estado de mero factor virtual, pues no consigue vincularse ni con los medios de su reproducción ni con los productos: es lo que se denomina superpoblación: «[…] son los medios del empleo y no los medios de subsistencia los que hacen ingresar al trabajador en la categoría de superpoblación» (Marx, 1968: II, 109); 5) por tanto: a) los límites de la población adecuada fijan a la vez los de la superpoblación, ya que la base que los determina es la misma; b) el excedente de población es siempre relativo, es decir, es una relación histórica; c) las condiciones de producción ntes deciden tanto el carácter como los efectos de la superpoblación.
Así, Nun interpreta que no toda superpoblación relativa es ejército de reserva o, en otros términos: «[…] cuando este trabajo excedente deja de ser necesario para el capital, es el trabajo necesario para el trabajador el que se vuelve excedente y, por tanto el trabajador mismo pasa a ser superfluo» (Nun, 2003: 61). Así, la superpoblación no siempre es funcional al capitalismo del modo en que directa o indirectamente lo es el ejército de reserva (como categoría concreta de la superpoblación relativa que aparece en un momento singular de la acumulación del capital). La funcionalidad o no de la superpoblación estará determinada por las formas en que se realiza la acumulación del capital «la existencia de una población obrera excesiva para las ‘necesidades medias de explotación del capital’ aparece así como ‘producto necesario de la acumulación de la riqueza dentro del régimen capitalista (Marx, 1956: I, 509)» (Nun, 2003: 69-70).
En tal sentido la masa marginal (o población excedentaria) es esa parte afuncional o disfuncional para el capital, de la superpoblación relativa «[…] este concepto se sitúa a nivel de las relaciones que se establecen entre la población sobrante y el sector productivo hegemónico. La categoría implica así una doble referencia al sistema, que, por un lado, genera este excedente y, por el otro, no precisa de él para seguir funcionando» (Ibíd.: 87). De tal manera, la teoría de la ‘masa marginal’ nos da una pauta para la comprensión de la situación actual de los trabajadores excluidos en tanto trabajadores, y de su producción (como población sobrante, potencia y capacidad en estado ‘virtual’) por el régimen social de acumulación.
Más allá de estas consideraciones específicas, hasta aquí hemos intentado establecer las distintas formas de comprensión de la categoría de ‘trabajo’, tratando de establecer distintos niveles de abstracción: ‘trabajo simple’ y ‘trabajo alienado’, ‘trabajo necesario’ y ‘trabajo excedente’ (en relación con la población) en un modo de producción específico. Desde esta elaboración teórica, se impone, entonces, la necesidad de abordar el trabajo, esta vez, como categoría económica (en sus complejas concreciones singulares e históricas).
Estos trabajos concretos son los que -dependiendo de la forma de acumulación social del capital, la división internacional del trabajo- mutan, al compás de transformaciones que tienen como escenario a la sociedad en su conjunto, el interior de las ramas industriales y en cada proceso de trabajo particular, en cada unidad económica específica.
De qué depende, entonces, este cambio. La entrada general que adoptan los estudios sobre la cuestión social actual llama asiduamente la atención acerca de la mutación del trabajo (más intelectual, más o menos calificado, más intensivo, menor en cantidad). Sostendremos aquí que el trabajo puede o no cambiar, sin embargo esta no es la cuestión o en el mejor de los casos, no es esta la respuesta a la transformación en ciernes. Para nosotros es la relación capital-trabajo la que explica las transformaciones que conmueven rl mundo del los trabajadores hoy.
III. Metamorfosis del Capital
De alguna manera, la forma en que titulamos nuestros textos sintetiza qué y por qué producimos y hasta para qué lo hacemos, en fin, de qué trata nuestra investigación. No hay duda, y así lo traslucen los escritos de Marx, de que el interés central estaba puesto en la condición de los trabajadores. Una condición de explotación y ción, que guió su obra hasta el final. Sin embargo, no denominó a su obra El Trabajo, sino El Capital y asimismo El Capital como Crítica a la economía política.
Esta obra de crítica, de deconstrucción de las apariencias, como señala Dussel, tiene para nosotros como objetivo, en su programa de investigación, desentrañar la «esencia» de un orden social, tomado hasta ese momento como dado, natural, inmutable. La de Marx no es solo la elección de un título para su obra sino, más profundamente, la síntesis de la exposición de su método. Para llegar a comprender qué produce la condición, cada vez más miserable, de la vida de los trabajadores, Marx se impone develar el movimiento del capital[6].
El problema que se presenta si partimos del trabajo (y no del capital) en el orden del método (dialéctico), es que este se conforma en el lugar de la afirmación. Proponer el trabajo como afirmación, es decir, como origen de las transformaciones que hoy vivimos tal como lo señalan Castells (1998), Gorz (1989; 1998), Negri y Hardt (2000), conduce (en el plano de lo concreto) a sortear la ción del capital sobre el trabajo y por ello a postular que la emancipación humana se obtiene a través de la negación del trabajo, vaciado de su carácter relacional y su constitución social. Desde otra perspectiva (en un análisis de las consecuencias en tanto sujeto), esta negación también supone inhibición de la capacidad potencial de emancipación en el ‘hacer’ (tal como lo denomina Holloway, 2003), es decir, negar al hombre como ser de necesidad y negar el trabajo como principio creador, transformador.
Partir del trabajo sin pasar por la relación capital-trabajo que hace del trabajador un ser deshumanizado y de su propia creación un objeto extraño, no implica solo perder de vista el capitalismo como ción (del hombre, la naturaleza, sus productos), sino que empaña por qué se transforman las condiciones del trabajo concreto [7].
Bajo la denominación de ‘capital’ se considera la categoría compleja y central, que contiene el trabajo como relación subordinada. Este es al mismo tiempo capital más trabajo (vivo), pero en tanto capital, conformado por trabajo humano (apropiado, ajeno), esta vez, como fruto de la actividad pasada, objetos producidos con anterioridad por el hombre:
El capital se manifiesta también bajo la forma de trabajo pasado -en la máquina automática y en las máquinas puestas en movimiento por él-, se manifiesta, como es posible demostrar, independientemente del trabajo vivo; en vez de someterse al trabajo vivo, lo subordina a sí mismo; el hombre de hierro interviene contra el hombre de carne y hueso (Dussel, 1988: 158).
Poner entonces en el centro del análisis la metamorfosis del capital (no su consecuencia, la metamorfosis del trabajo), permite dejar al desnudo la triple relación de subordinación; del trabajo al capital; del trabajo al objeto, del trabajo vivo al trabajo pretérito. Es en el desarrollo del capital donde encontramos el porqué de las condiciones y condicionamientos del trabajo concreto, del trabajo desarrollado por seres necesitados, que deben arrancar a la naturaleza su sustento, pero que para ello, en el capitalismo, deben venderse a sí mismos como mercancía. El trabajo concreto, las múltiples capacidades que pone el trabajador en juego para la producción, pasan por el tamiz de la ción, que no se restringe solo a la relación directa entre capital y trabajo, sino que trasunta esta ción, para colonizar el conjunto social.
En su mutación, el capital -con el fin de obtener cada vez mayor ganancia- aumenta la explotación del trabajo vivo, al mismo tiempo que revoluciona permanentemente los medios de producción con vistas a hacer más productiva a la fuerza de trabajo. Más explotación, mayor jornada; más extorsión del trabajo, mayor «trabajo muerto». El trabajo no pierde su centralidad, pero esta centralidad está en función de la necesidad de realización y reproducción del capital:
Ha de producirse, pues, una revolución en las condiciones de producción de su trabajo, es decir en su régimen de producción, y por tanto, en el propio proceso de trabajo […] no basta, ni mucho menos, que el capital se adueñe del proceso de trabajo en su forma histórica tradicional, tal y como lo encuentra, limitándose a prolongar su duración. Para conseguir esto, tiene que transformar las condiciones técnicas y sociales del proceso de trabajo, y por tanto el mismo régimen de producción hasta aumentar la capacidad productiva del trabajo, haciendo bajar de ese modo el valor de la fuerza de trabajo y disminuyendo así la parte de trabajo necesaria para la reproducción de ese valor (Marx, 1985: 255).
Los cambios en los regímenes de producción, las formas concretas en que el capital revoluciona las condiciones de producción estarán atravesadas por esta ‘Ley General’ en la composición del capital, que Marx enuncia en un nivel de generalidad que comprende la formas como el capital se produce y reproduce, ahora no solo entendiendo la lógica del capital ‘individual’ sino de ‘los capitales en forma conjunta’, es decir de su reproducción social. Para comprender esta mutación es necesario, entonces, situarse al nivel de los procesos concretos históricos que adopta el modo específico en que se realiza la acumulación del capital.
Es decir: lo que se pondrá aquí en consideración al intentar el análisis de la metamorfosis del capital es el régimen social de acumulación:
[…] que debe ser concebido como una matriz de configuración cambiante en cuyo interior se van enlazando diferentes estrategias específicas de acumulación y tácticas diversas para implementarlas, de manera que […] el proceso de acumulación del capital ni es autónomo ni posee una lógica propia, y por eso necesita de un amplio conjunto de instituciones sociales (estructuras políticas e ideología incluidas) que la tornen viable. Son ellas las llamadas a asegurarle una cierta estabilidad y predictibilidad a este proceso, mediante la regulación tanto de la propia competencia de los capitales en el mercado como de los conflictos entre el capital y el trabajo y entre distintas facciones del capital […] tal regulación dependerá de las características y de la intensidad que asuman esos conflictos y esa competencia, lo cual equivale a decir que es siempre indisociable de una historia concreta y que las soluciones cambiarán según las épocas y los lugares (Nun, 2003: 280-281).
El principio (la afirmación) para elucidar las condiciones del trabajo es, pues, para nosotros el capital en sus formas históricas concretas, considerando las características de una particular forma de acumulación. Frente a él, contra él y a pesar de él, se impone la negación. En palabras de Holloway:
La primera señal de divergencia es la inversión de los signos. Al comenzar por el grito hemos sostenido que la teoría anti-capitalista debe entenderse como una negativa, que el movimiento de lucha es un movimiento de negación […] la única manera en la que podemos construir relaciones de dignidad es negando esas relaciones que niegan la dignidad (Holloway, 2002: 237-238).
Siguiendo nuestro planteo, el capital debe realizarse, entrar en competencia con otros, ingresar a la circulación; en esa competencia se impone la explotación cada vez mayor del trabajo. El capital se configura también como relación con otros capitales. Por ello, necesita revolucionarse permanentemente, para remontar la caída tendencial de la tasa de ganancia[8]. La ganancia, como otras categorías de Marx, es relación de los capitales en competencia entre sí, e, indirectamente, del capital con el trabajo. Tal como lo enuncia Eduardo Sartelli:
La actividad propia del capitalista es la producción de plusvalor, pero dicha actividad no está limitada a su fábrica sino al conjunto de la producción social […] La explotación es un hecho social, no individual. El mecanismo que consagra este fenómeno global y no particular es, la formación de la tasa media de ganancia, es decir, el momento en que cada capitalista concurre a la bolsa general de plusvalía a tomar parte de lo que le corresponde según la magnitud de su capital y su composición orgánica (Sartelli, 2000).
Pero asumir la mudanza del capital es asumir su crisis: en el contexto de producción teórica que marcó los años ’90 es comprensible que la polaridad se mudara hacia la crisis del trabajo o de la sociedad salarial y no a la del ‘capital triunfante’. La caída del socialismo real, la crisis del Estado (benefactor) imponían este tipo de tesis, donde el capitalismo aparece una vez más, como una entelequia ahistórica, como el propio ‘fin de la historia'[9].
El concepto de ‘crisis’ constituye otra de las categorías que Marx propone para develar el movimiento del capital, nuevamente, desde diferentes niveles de análisis. De manera abstracta y general, la crisis recorre el desarrollo constitutivo del capital mismo y se vincula al proceso que constantemente arroja a este a su desvalorización; empero, esta crisis adquiere una dimensión de sentido histórica particular que, como señala pertinentemente Gandarilla Salgado, solo corresponde a la producción capitalista y puede entenderse como «[..] el límite de la producción capitalista en un momento históricamente determinado, o la limitación singular del capital» (Gandarilla, 2003: 38).
De tal manera, para entender la mudanza del capital en su actual fase, no es la categoría de ‘crisis’ en abstracto la llave que nos permitirá abordar este proceso y su impacto en la transformación del trabajo, sino la ‘crisis particular’ como momento identificable y situado (atravesada por las múltiples determinaciones de lo concreto), de tal manera de «saber por qué […] la forma de posibilidad, se convierte de posibilidad en realidad»[10].
El proceso que presenciamos de deterioro flagrante de las condiciones y relaciones laborales se remonta, en lo concreto, a la crisis del capitalismo que se produce desde fines de los ’60 y comienzos de los años ’70 y que se puede sintetizar como el fin del capitalismo de posguerra. Así, «[…] hacia fines de la década de 1960 y principios de la de 1970, comienza a modificarse estructuralmente la dinámica de acumulación capitalista a escala internacional. La caída de las tasas de ganancia de los conglomerados productivos más importantes, los menores niveles de productividad, el aumento de la inflación y el creciente déficit de los sectores públicos son los signos más destacados del panorama internacional que se abre en esos años» (Rofman, 2000). Las notas más importantes en el desarrollo de esta crisis y que en general ostentan un consenso generalizado entre analistas de diversas corrientes, se pueden sintetizar en los siguientes puntos:
– El fin de los acuerdos de Bretton Woods, que impone un nuevo sistema de liberalización de los mercados monetarios y financieros y que impone a los EEUU como el centro de atracción del ahorro mundial[11].
– Las transformaciones que operan en el gran capital productivo internacional (articulado al financiero), fundamentalmente a partir del accionar de Empresas Multinacionales, que operan integrando el proceso productivo en diferentes espacios nacionales.
– La ‘necesaria’ transformación al interior de los Estados nacionales con el fin de destrabar regulaciones al capital internacional. Desmantelamiento de los instrumentos keynesianos y bismarckianos como barreras a la liberalización del capital y a la flexibilización del trabajo [12].
– De la forma de organizar el trabajo taylorista-fordista, con dos consecuencias: límite técnico-económico (disminución de la productividad y la imposibilidad de aumentar la misma bajo el parámetro del fordismo); límite social (las luchas salariales y las huelgas masivas por mejorar las condiciones de trabajo, resistencia a la disciplina fordista, pugna por la homogeinización salarial, crisis en el reclutamiento de nueva mano de obra), ambos en mutua interrelación.
No intentamos aquí realizar una exposición exhaustiva en torno a las descripciones que se realizan de este momento de inflexión, sino exponer la relevancia en la configuración de la crisis del capital como momento decisivo para la reconfiguración del trabajo. En lo que para nuestro tema importa, podemos decir que esta crisis del capitalismo puso en juego y tensión ambas relaciones en él inscriptas: la competencia entre los Estados Capitalistas y las nuevas formas de extracción del plusvalor (de disciplinamiento de la clase obrera).
El cambio en la dinámica del patrón de acumulación impone esta mirada compleja, en la que el neoliberalismo formalizará la respuesta política a la competencia entre capitales (liberalización de las relaciones económicas en un mercado abierto de bienes y capitales, modificación del papel de los Estados nacionales) y al mismo tiempo se impondrá revertir la revuelta obrera y la baja productividad de la fuerza de trabajo (flexibilización de las relaciones laborales, nuevas formas de intensificación del trabajo).
La respuesta del capital será múltiple: liberar las trabas del capital y liberar las trabas del trabajo. Esto no entrañará emancipación alguna, sino una mayor libertad de expropiación. Por tanto, considerar la mutación del capital como respuesta a la crisis del mismo, nos permitirá evaluar el contexto actual como ‘momento’, ajeno a la eternización de ciertas condiciones y condicionamientos sociales, como proceso sujeto a contradicciones múltiples:
Este proceso de restauración de las condiciones correctas de valorización del capital funciona al modo de influencias contrarrestantes a la caída de la tasa de ganancia, las que inhiben, retardan y en parte paralizan dicha caída […]. Estas siempre son soluciones violentas momentáneas de las contradicciones existentes, erupciones violentas que restablecen por el momento el equilibrio perturbado (Gandarilla, 2003: 45).
Notas
[1] Dra. en Ciencias Políticas y Sociales. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales – UNCuyo. CONICET – INCIHUSA, Mendoza. Colaboradora de Herramienta.
[2] Sobre modo de producción, cfr. Dussel, 1991: 95-96.
[3] Cfr. Marx, 1984.
[4] Subsunción real es el proceso histórico mediante el cual, el capital «[..] modifica toda la forma real del modo de producción […] se efectúa una revolución total (que se prosigue y repite continuamente), en el modo de producción mismo, en la productividad del trabajo, y en la relación entre el capitalista y el obrero» (Marx, 1985: 72-73).
[5] Cfr. Nun, 2003: 41 y ss.
[6] Como expone Daniel Bensäid: «Ya sea que se trate del valor, de las clases o el capital, no se encuentran en Marx definiciones cómodas y tranquilizadoras. El comienzo imperfecto de una totalidad, que vuelve a comenzar sin jamás terminar, prohíbe el inventario ilusorio de criterios exhaustivos. La restitución del todo en sus partes no se produce a través de abstracciones unilaterales condenadas a subsumirse en el mismo lugar, sino de abstracciones determinadas que se acercan a lo concreto» (Bensäid, 2003: 364-365). [7] Si partimos del trabajo y no del capital y por tanto no de las relaciones que lleva inscriptas, percibimos solo la relación alienada del hombre con su trabajo y el producto de su trabajo. De ahí que este tipo de planteo no solo no niegan al capital (como salida emancipadora) sino que decantan en la «huida de la sociedad salarial» (Gorz, 1998) o en el mejor de los casos, al no ser el capital la causa de las condiciones laborales infrahumanas o de la expulsión de la población excedentaria, concluimos que necesitamos de la explotación del capital tal como en «El horror económico» deja entrever Forrester (1997).
[8] Cfr. Marx, 1985: 205.
[9] Cfr. Fukuyama, 1992.
[10] Marx, citado en Gandarilla 2003: 38. De esta manera G. Salgado acierta en presentar la necesaria mediación entre la teoría abstracta del valor y el movimiento del capital en lo concreto fenoménico: «Cuando hablamos de un tratamiento más concreto de la crisis capitalista nos referimos al hecho de que ya no solo hablamos del proceso de valorización del valor, sino que entran en consideración los elementos del proceso productivo y de trabajo -el capitalista y el trabajador asalariado y la relación de ción y explotación de este último-; la acumulación del capital y con ella la reproducción a escala ampliada […]» (Ibíd.: 41-42).
[11] Cfr. Arceo, 2001.
[12] Acerca de las características de ambos tipos ‘Estado’ cfr. Isuani, 1991.
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