Camiones en la frontera entre México y EE.UU. en Nuevo Laredo. PHOTO: REUTERS Si se pusiera música a la fuerte liquidación del peso mexicano tras la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos el 8 de noviembre, sonaría como una marcha fúnebre, con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte […]
Camiones en la frontera entre México y EE.UU. en Nuevo Laredo. PHOTO: REUTERS
Si se pusiera música a la fuerte liquidación del peso mexicano tras la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos el 8 de noviembre, sonaría como una marcha fúnebre, con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, por sus siglas en inglés) como difunto. El peso ha caído a un mínimo histórico de más de 20 por dólar, y el jueves el Banco de México elevó su tasa de interés de referencia para detener el desangre.
A los inversionistas en México les preocupa que Trump pueda creer de verdad -como argumentó durante su campaña- que el crecimiento de la productividad y la generación de empleo en Estados Unidos dependen de la renegociación del Nafta para desalentar las inversiones estadounidenses al sur de la frontera. Pero México no cederá fácilmente a un nuevo acuerdo que limite su acceso a los mercados de EE.UU. y reduzca su atractivo como destino para capital.
Si Trump aplica un aumento de aranceles en violación del Nafta, es probable que México responda con sus propias alzas de tarifas. Lo hizo con los US$2.400 millones de dólares en aranceles que aplicó en 2009 sobre importantes productos de exportación de EE.UU., luego de que su vecino del norte no cumpliera con las obligaciones previstas en el Nafta en materia de transporte por carretera. Incluso existe la posibilidad de que Trump lleve a cabo su amenaza de deshacer el acuerdo. No hay ganadores en ninguno de estos escenarios.
En los 23 años desde que entró en vigor el Nafta, México ha cultivado una clase media, una democracia más vibrante y una economía diversificada mucho menos dependiente del petróleo. El país envía ahora 80% de sus exportaciones a EE.UU. Una guerra comercial sería un desastre económico y abriría la puerta a la inestabilidad política.
Por lo tanto, no será tan fácil para Trump intimidar a sus vecinos. El orgullo nacional jugará un papel en el endurecimiento de la actitud mexicana. El gobierno del presidente Enrique Peña Nieto está dando señales de que tiene la intención de afrontar cualquier crisis mediante la profundización de las reformas estructurales, la puesta en orden de su situación fiscal y la búsqueda de nuevos socios comerciales. El mensaje tácito a Trump es que si él juega al proteccionismo, México está listo para elevar la apuesta.
La desaparición del Nafta también sería perjudicial para EE.UU., aunque el alza de las bolsas estadounidenses sugiere que el temor a una guerra comercial es exagerado. Se rumorea que Wilbur Ross, el magnate industrial del acero y los textiles, estaría en la lista para un puesto en el nuevo gobierno en Washington. Pero el vicepresidente electo, Mike Pence, es un partidario del libre comercio de Indiana, estado que en 2015 exportó US$4.800 millones a México, su segundo mayor mercado.
De vez en cuando Trump ha tenido destellos de sensatez en relación con el comercio. En agosto, en una conferencia de prensa conjunta con Peña Nieto en México, el entonces candidato Trump habló de la necesidad de «mantener la riqueza manufacturera en nuestro hemisferio».
Algunos esperan que el gobierno de Trump encuentre una manera de dejar en paz al Nafta mientras se ocupa de problemas comerciales legítimos como la práctica china de robo de propiedad intelectual. México parece querer ayudar en este esfuerzo y sabiamente ha decidido no escalar la retórica. No es necesario: los estadounidenses tienen mucho que perder si el Nafta es destruido.
Muchas empresas estadounidenses han invertido fuertemente en cadenas de suministro que atraviesan el continente para crear productos competitivos a nivel mundial. Estos procesos son la base de millones de empleos manufactureros en EE.UU. Decir adiós al acceso a México, libre de impuestos, bajo el Nafta afectaría también duramente a las exportaciones agrícolas estadounidenses.
El secretario de Economía de México, Ildefonso Guajardo, dijo a la agencia de noticias Reuters el 10 de noviembre que su gobierno estaba «dispuesto a hablar para poder explicar la importancia estratégica del Nafta para la región». Y agregó: «Aquí no hablamos… de renegociación, simplemente hablamos de diálogo».
Guajardo también dijo que México buscará nuevos mercados, aparte de los más de 40 acuerdos de libre comercio existentes. El país tenía la esperanza de que las oportunidades se ampliaran a través del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), un tratado de 12 naciones que incluye a EE.UU. y gran parte de Asia. Pero el presidente Barack Obama no logró la aprobación del pacto en el Congreso y Trump prometió hundirlo. Guajardo dijo que México buscará la posibilidad de un TPP más pequeño con los países que se espera lo hayan ratificado a fines de 2016. Nombró a Japón, Nueva Zelanda, Australia, Singapur, Vietnam y Malasia. Australia probablemente estaría ansiosa por reemplazar a EE.UU. como principal proveedor de alimentos de México.
Nada de esto compensaría para México la pérdida de acceso al mercado estadounidense bajo el Nafta, lo que acentúa la urgencia mexicana por aumentar su competitividad. Peña Nieto obtuvo históricas reformas constitucionales en energía y telecomunicaciones a través de su Congreso en 2013. La apertura de estos sectores a la competencia atraerá capital y mejorará la infraestructura para los productores, pero la implementación lleva tiempo.
Lamentablemente, la carga de la deuda del gobierno ha aumentado considerablemente en los últimos años y los impuestos han subido, lo que se suma a un desempeño económico decepcionante. Estos son errores que los políticos mexicanos no pueden permitirse si Trump juega a ver quién es el más valiente con el Nafta.
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Fuente: http://lat.wsj.com/articles/SB11094844722466913615704582449191706962080?tesla=y