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La Gente Feliz se pronuncia

Mi noche en los Oscares

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés al castellano por Germán Leyens, miembro del colectivo de traductores de Rebelión y asimismo de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística ([email protected]). Esta traducción es copyleft

El tema que ha dividido a Usamérica por la mitad como una cuña, como si fuera un limón reventado por un martillo neumático, no es la raza, ni la clase, ni la religión. No es la afiliación política. Es un desacuerdo fundamental sobre la naturaleza misma de la realidad. Para una mitad de Usamérica (una mitad formada por aproximadamente un veinte por ciento de sus ciudadanos, en su mayoría blancos, psicópatas ricos y clínicos, grupos que son en gran parte intercambiables), todo es maravilloso. Estamos sacándoles la mierda a los negritos y Jesús H. Cristo está en camino. Para el resto de nosotros, para los que no se aproxima el Salvador, para los que la preservación del orden natural en la Tierra es importante, para los que abstracciones como la paz y la justicia actúan como salvaguardias tangibles, las cosas van mal. A fin de cuentas es el Mundo Real contra la Gente Feliz. No siento placer al confesar que pertenezco a la tan vilipendiada mitad de la ecuación que vive en la realidad.

Acabo de asistir a la 78 ceremonia de los Premios de la Academia en el Teatro Kodak en Hollywood, California. Con una falda escocesa, Comando, ya que me lo preguntan. Normalmente no me interesan particularmente estas fiestas de la industria, sobre todo porque mis probabilidades de ganar un Oscar se parecen a las que tengo de que me dé en la cabeza un tenedor de plástico lanzado desde la Estación Espacial Internacional. Pero en esta ocasión mi amiga (perfecta desde todo punto de vista, fuera de su miserable gusto cuando se trata de hombres) fue nominada para uno de esos brillantes hombrecitos, así que pensé que sería de buen gusto si mostraba mi nariz en las festividades.

Caminamos por la alfombra roja, que señalo que no es verdaderamente roja sino Pantone 201 C. Mis rodillas salieron en la televisión japonesa. La proporción de gente extremadamente famosa en comparación con trogloditas como yo, era aproximadamente de dos a uno, pero como no tengo la menor idea de quién es quién, no me sentí particularmente intimidado. Las mujeres son altas y los hombres pequeños. Durante unas pocas horas delirantes, formamos parte de un selecto grupo de Gente Feliz, la elite del negocio del cine, admirada por todos. Pude ver su atracción, rodeado de personal de seguridad que miraba en sentido opuesto, sin tener que abrir una puerta o pagar por un trago. Y pude ver cómo, después de verse expuesto prolongadamente a este tipo de tratamiento, uno podría perder contacto con lo que es la vida real. Cuando se es rico y famoso, no hay asperezas. Uno comienza a preguntarse de que se quejan los plebeyos.

Ganó el Oscar, a propósito. Eso (y, naturalmente, la fiesta de Vanity Fair), la oportunidad de felicitar a Graydon Carter por impedir que Christopher Hitchens se quedara sin techo. Pero la realidad, ese medio interminablemente desasosegado en el que nosotros, la gente corriente, estamos suspendidos como afídidos en agar, irrumpió por la mañana para recuperarnos. ¿Qué ha cambiado? Ahora mi amiga no puede obtener seguro de renta y tiene a ese pequeño hombrecito dorado estacionado sobre la repisa de su cocina, al lado del microondas. Aparte de eso, nada. Los dos volvimos el día siguiente a nuestros respectivos trabajos, intoxicados con alcohol, pero intactos. Pero mi respeto por la gente de Hollywood en general ha aumentado. Vivir en ese mundo todo el tiempo y seguir estando por sobre el promedio en el terreno de la conciencia social (hasta llegar a ser odiados por Washington), no es una nimiedad.

Mientras tanto, para la Gente Feliz, todos los días son días de Oscar. Se sientan en sus coches de lujo y conducen en medio de comfort filtrado por HEPA desde sus casas atractivas hasta sus agradables actividades, sin que los toque la pobreza, la enfermedad, las malas escuelas, la inseguridad en el puesto de trabajo, la desnutrición, o una transmisión que no marcha en tercera. Es la gente que ha estado estableciendo nuestras prioridades nacionales. Cito de una carta del 27 de febrero de 2006 al Boston Globe escrita por una de los más felices de los Felices, Linda Gosselin:

«Sería difícil considerarse feliz si una está convencida de que su propio país consiste de ocupantes imperialistas que tratan de apoderarse del mundo. Pero si se comprende que el verdadero camino a la libertad sucede cuando las democracias conducen a sociedades prósperas, una se siente harto bien ahora mismo.»

Vea, es de lo que estoy hablando. Es como si alguien macerara un montón de temas de conversación republicanos en una juguera, luego trasvasara el lodo resultante en un enema y lo inyectara en el oído derecho del autor. Ni Thomas Friedman podría embrollar una frase de modo tan horrendo. Temo que la señora Gosselin no ha vivido nunca en una nación ocupada por un ejército extranjero, Tampoco ha sido investigada por sedición.

«Tenemos una alternativa cada mañana cuando tenemos la suerte de abrir los ojos. Podemos contemplar nuestras vidas y nuestra sociedad de un modo positivo y trabajar por un mundo mejor para nuestros niños o podemos concentrqarnos interminablemente sobre cada aspecto negativo de la vida que hayamos visto.»

La palabra clave en esto es «contemplar», y estoy bastante seguro de que esto es lo que Linda hace cada día con su vida y la sociedad. Excepto que tal vez una vez por año escribe un cheque para UNICEF o envía algo de ropa al Ejército de Salvación. Y cuando dice: «un mundo mejor para nuestros niños», quiere decir específicamente sus propios niños, Tiffany y Jack Henry, para los que el instante principal de la vida hasta ahora ha sido cuando se sacan los frenos de los dientes a tiempo para el Baile de Bienvenida. Y apostaría que Linda es blanca. Tal vez me equivoque – podría ser una pobre aparcera negra que trabaja en los campos de tabaco en Braintree. Pero sus observaciones rebosan de privilegio. Estoy seguro de que nunca ha tenido dientes en mal estado o un cheque de pago del alquiler rechazado o un trasero que pica porque le cortaron el agua y no se ha duchado durante cuatro días. Nunca ha dejado a sus niños con los vecinos porque no pudo salir a tiempo del trabajo para acostarlos. En realidad, nunca ha visto que a sus bebés se los han comido vivos los conejos, pero esto sucede menos y menos en todos los niveles de la sociedad usamericana desde que se acabó la bárbara práctica del cebo con lechuga.

«¿Podrá ser», postula Linda con un humor reflexivo, «que nosotros los conservadores tengamos una visión más positiva del mundo? ¿Y una visión nacional más positiva? ¿Una visión más positiva de la religión? ¿Una visión más positiva de nuestras carreras? ¿Una visión más positiva del futuro?»

Son preguntas excelentes, y la respuesta obvia es «no, ustedes los conservadores viven en una burbuja ilusoria de petulante auto-satisfacción, váyanse al diablo». Pero algo así no es pensamiento positivo. Sería mejor decir: «sí, Linda, ustedes los conservadores tienen visiones más positivas. ¿Sabías que tu hija tiene citas con un negro?» Pero la respuesta real es: Linda tiene la razón. Si eres un auténtico conservador, es decir rico (hay muchos falsos conservadores que en realidad son minarquistas, es decir, personas interesadas en un pequeño gobierno con el papel estricto de proteger los derechos de sus ciudadanos), la vida es harto buena. Se pueden permitir la mejor atención médica, educación, y alimentos orgánicos; pueden /como el ‘presidente’ Bush) permitirse tener un rancho sostenible con lo último en tecnología eficiente en el uso de los recursos, y pueden permitirse la vida en sitios en los que la gente común no puede diseminar enfermedades y donde no hay disturbios o botillerías o gente sin hogar.

Yo también tendría una visión más positiva del mundo, como Linda, si me dieran el tratamiento del Oscar todos los días. Pero supongo que podría ser feliz, feliz, feliz como ella incluso si no fuera rico y protegido. Después de todo, como ella dice, cada mañana tenemos una alternativa si tenemos la suerte de abrir los ojos. Me pregunto, sin embargo, si en realidad ha abierto sus ojos.

Ben Tripp es cineasta independiente. Su libro «Square In The Nuts», está en venta en CounterPunch y en: http://www.lulu.com/Squareinthenuts. Su animal preferido es el rinoceronte. Para contactos: [email protected].

http://www.counterpunch.org/tripp03112006.html