Hace 2.000 años anduvo por este barranco civilizado un hermano nuestro predicando el amor: «Ámense unos a otros» dicen que decía Jesús. Pero murió clavado a la cruz, víctima del odio, la cobardía, la traición y los intereses del poder. El mundo que él quiso transformar lo aplastó, pero sus ideas sobrevivieron y andan esparcidas […]
Hace 2.000 años anduvo por este barranco civilizado un hermano nuestro predicando el amor: «Ámense unos a otros» dicen que decía Jesús. Pero murió clavado a la cruz, víctima del odio, la cobardía, la traición y los intereses del poder. El mundo que él quiso transformar lo aplastó, pero sus ideas sobrevivieron y andan esparcidas por doquier en las voces infinitas que hoy proclaman que otro mundo es posible.
Hace 2.000 años no existía el capitalismo, ni el imperio norteamericano, ni las transnacionales, ni el neoliberalismo, pero en el mundo campeaban la opresión, la explotación, la dominación imperialista de los romanos, existía la esclavitud y se practicaban, como ahora, las guerras de conquista, saqueo y colonización contra pueblos y naciones. La barbarie de entonces era muy parecida a la barbarie de hoy, sólo que ahora cuenta con una gran sofisticación tecnológica y una justificación mediática.
Con las diferencias del caso, y con dos milenos de por medio, el mundo que nuestro hermano Jesús enfrentó es el mismo mundo que hoy enfrentamos: injusto, cruel, inhumano, reino de la desigualdad, violencia, discriminación… ¿De qué mundo hablamos?: Del mundo de la barbarie civilizada.
Hoy los que luchamos por un mundo nuevo no sólo debemos enfrentar y trascender el capitalismo neoliberal globocolonizador, sino, y esto es lo más importante, debemos trascender el orden civilizado construido desde la visión guerrerista del humanismo patriarcal, para construirnos un nuevo orden humano, partiendo de una nueva concepción y visión de la vida integradora, capaz de abolir las relaciones de dominación, explotación, opresión y competencia que actualmente nos rigen para sustituirlas por relaciones de igualdad, solidaridad, convivencia y complementariedad.
La civilización responde al proyecto de vida de los grandes guerreros de la historia. Por ello la historia de la civilización no es sino la historia de terribles guerras genocidas para imponer la dominación de unos sobre otros. La civilización surge desde la guerra y se nutre y desarrolla por la vía de los grandes proyectos guerreristas (¿Para qué otra cosa sirve el poderoso bastión industrial militarista con que cuentan los Estados Unidos y otros países ricos? ¿Para que la invasión a Irak y la amenaza de nuevas invasiones a otros países?). La respuesta es obvia: Para garantizar la supervivencia de la civilización.
Pero hoy sabemos que la brutalidad e irracionalidad de la barbarie civilizada tienen condenada a la humanidad a un potencial exterminio. La destrucción ambiental provocada por un desarrollo industrial irracional y la producción de armas cada más letales de destrucción masiva son los principales agentes de una catástrofe apocalíptica.
Desaparecieron el imperio romano y el modo de producción esclavista pero la humanidad continúa irredenta. Entonces, ¿cuál es el camino para la construcción del mundo de amor, paz, justicia, igualdad y libertad por el que murió Cristo? El socialismo. Pero, ¿cuál socialismo? He allí la cuestión.
El presidente Chávez se ha declarado socialista, él está persuadido de que eliminar la pobreza y la exclusión social es imposible dentro del marco del capitalismo, y ha planteado la necesidad de definir el socialismo del siglo XXI. Es un reto para la elaboración intelectual, una invitación al debate conceptual.
Algunos profesan el socialismo cristiano, otros se definen socialistas marxistas, otros tienen la cachaza de llamarse socialistas de la tercera vía o «socialistas» neoliberales, y son aliados de Bush, epígonos del neoliberalismo y defensores a ultranza del ALCA y de la globocolonización.
Yo soy socialista progenésico. Comparto muchas ideas con los cristianos y marxistas, ninguna con los «socialistas» neoliberales.
El capitalismo es el árbol, la civilización el bosque; si talamos el árbol y dejamos el bosque intacto, muy poco habremos cambiado al mundo; y la injusticia, desigualdad y violencia seguirán imperando. El capitalismo es un sistema dentro del orden civilizado, es imperativo trascender tanto el sistema capitalista como el orden civilizado.
La civilización es enseñada como sinónimo de progreso, bienestar económico, desarrollo material y cultural. Pero es sólo para los que ocupan la cúspide de la pirámide social, para los que controlan el poder, porque para la mayoría sólo hay pobreza y exclusión. Civilización es sinónimo de violencia organizada, de estratificación y jerarquía social. Y ella debe ser sustituida por el orden progenésico: punto de partida para un nuevo devenir humano (nueva génesis), construido por y para toda la progenie humana. La humanidad está viviendo en el filo de la navaja: sino la devora la hiena (la destrucción ambiental), se la traga la anaconda (los arsenales de armas de destrucción global en poder de los imperialistas). Defender el planeta y salvar la humanidad son tareas urgentes, y esto no puede hacerlo una clase social, una raza o un género, es un compromiso que involucra a toda la progenie humana.
Es necesario conformar un movimiento de resistencia y solidaridad mundial para crear conciencia acerca de los peligros que amenazan a la humanidad y propiciar un proceso de organización y movilización para aislar y derrotar a las fuerzas de opresión imperialistas y simultáneamente adelantar los cambios para la construcción del mundo nuevo.
Ni por la vía de la dictadura ni de la guerra será posible construir el mundo nuevo. Esos son instrumentos de opresión. La guerra es para oprimir, la revolución para liberar, ésta puede ser pacífica o violenta, eso depende de cada circunstancia, pero será revolucionaria y liberadora nuestra acción. Condenar la guerra y practicar la revolución, he allí nuestro axioma.
Es necesario abolir la propiedad privada sobre los medios de producción, estos tienen que ser de propiedad colectiva. Los medios de producción en manos de particulares consagran la desigualdad y la apropiación indebida de los bienes que son frutos de la acción productiva de toda la sociedad. Y no habrá paz ni justicia ni amor mientras unos pocos monopolicen la propiedad sobre los medios de producción.
Para construir el mundo de amor, igualdad, paz y justicia que soñaba nuestro hermano Jesús, el gran majadero de la historia, como afectuosamente le decía ese otro gran majadero, nuestro hermano Simón Bolívar, es necesario librar una lucha tenaz en el plano de las ideas para abolir y sepultar los conceptos, valores y principios del discurso civilizado, creador de una falaz conciencia y una espiritualidad enfermiza, distorsionada. No es posible construir un mundo nuevo con las ideas, conceptos, valores, principios y modelos del decadente mundo construido desde el humanismo patriarcal-guerrerista.
Queremos construir un mundo nuevo pero nuestro discurso y praxis están profundamente influidas por el modelo de pensamiento y acción del mundo de la opresión y dominación. Por ejemplo: deseamos un mundo de paz y justicia, pero queremos ser más civilizados. Queremos la paz, pero nos llamamos guerreros y cada acto de nuestra vida lo relacionamos y enmarcamos dentro del concepto guerra. Defendemos la solidaridad pero vivimos practicando la competencia, la rivalidad, sumidos en el deseo enfermizo de ser mejor que los demás, cuando deberíamos intentar en cada momento el acto heroico de ser mejor con los demás. Postulamos la igualdad pero utilizamos el concepto «hombre» para referirnos a todos los seres humanos, varones y hembras; o a todo lo malo, indeseable o detestable le endilgamos el epíteto «negro»: decimos «un día negro» en lugar de un día pavoroso, «una campaña negra», en vez de una campaña mediática sucia. Es decir, nos pretendemos revolucionarios pero reproducimos constantemente el discurso y praxis de los opresores. ¿Cómo vamos a cambiar el mundo repitiendo las ideas y conceptos del discurso opresor?
Guerra es a civilización como justicia es a paz. Civilización es a competencia como paz es a convivencia. Competencia es a desigualdad, rivalidad, egoísmo y traición como convivencia es a solidaridad, gratitud, amor y lealtad. O nos vaciamos de los anti -valores, vicios, perversiones y de cuantas lacras inmorales ha inoculado el mundo civilizado en nuestro ser, y nos llenamos de auténticos sentimientos de amor y valores nuevos de solidaridad, igualdad y convivencia, o seguiremos viviendo la mentira de pretender cambiarlo todo pero a dejando que todo siga igual, o peor.
Si queremos transitar las alamedas de un mundo nuevo no podemos pretender ser ni guerreros, ni civilizados, ni competitivos, tenemos que comprometernos a ser más revolucionarios, más progenésicos, más humanos, más solidarios.
El Socialismo del Siglo XXI no será construido por una clase social, ni por un género dominantel, ni por una raza ni por una nación. Es tarea que compromete a la humanidad entera. Si el mundo continúa la senda trazada desde los grandes centros de poder, particularmente si sigue la ruta de las políticas económicas, sociales y guerreristas orientadas desde el gobierno de los Estados Unidos, la destrucción del planeta será irreversible y la desaparición de la humanidad y de toda forma de vida, será cuestión de unas cuantas décadas, y en este panorama no se salvarán los ricos y morirán los pobres, o sobrevivirán los judíos o los arios y desaparecerán todos los demás, no, desapareceremos todos: ricos y pobres, blancos y negros, judíos y cristianos, protestantes y musulmanes, varones y hembras, todos, todos seremos arrasados.
De lo anterior se desprende la misión del Socialismo del Siglo XXI: salvar al planeta y a la humanidad; sus objetivos: refundar las relaciones entre los seres humanos y entre éstos y la naturaleza, iniciar una nueva génesis para el devenir humano, abolir el mundo civilizado y el humanismo patriarcal-guerrerista, definir una nueva visión humanista como punto de partida para construir las nuevas instituciones que sirvan para la convivencia, la solidaridad y complementariedad entre las diversas nacionalidades y pueblos, y que serán la base para levantar los cimientos del nuevo orden humano y del mundo nuevo, que entendemos como posible y necesario.
Las tareas de los socialistas de este siglo están vinculadas con los objetivos señalados: Producción teórica e intelectual para deslindarse conceptualmente del discurso y pensamiento civilizado, generación de una conciencia mundial acerca de los grandes peligros que acechan a la humanidad y sobre la necesidad de buscar y encontrar soluciones comunes, construcción de un gran movimiento unitario a escala planetaria para la solidaridad y defensa de la vida que permita aislar, neutralizar y derrotar las políticas de los centros hegemónicos de poder.
Los socialistas del siglo XXI no podemos limitar las perspectivas de nuestra lucha, no podemos encerrarnos en nuestras pequeñas aldeas, encasillar nuestro pensamiento y acción sólo en el estrecho marco de nuestras localidades, regiones o países. No, nuestra lucha y misión trascienden el sistema capitalista y el orden civilizado, implica por lo tanto trascender un tiempo que dura ya varios milenios y un espacio que va mucho más allá de las fronteras regionales y nacionales. Desmontar una cultura, transformar una espiritualidad construida desde las relaciones de dominación, poder y competencia, y que son percibidas por la gran mayoría como naturales y eternas, no es misión que podamos cumplir desde una visión provincialita, aldeana. No se trata tampoco de caer en la megalomanía, sino de comprender cabalmente las dimensiones del reto que tenemos por delante. Valgan las reflexiones de ese gran hermano nuestro, revolucionario cubano y latinoamericano, José Martí, quien en su extraordinario ensayo, Nuestra América, decía: «Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.»