Los préstamos de muy pequeña escala se propagan a un ritmo vertiginoso con la participación de bancos e instituciones financieras privadas. Pero a muchos especialistas les preocupa la ingenuidad con que algunos defensores exponen sus beneficios.
En 2009 fueron 128 millones las personas que recibieron pequeños préstamos, según la Campaña de la Cumbre del Microcrédito. Se usa cada vez más para proyectos dudosos, desde la reconstrucción de Haití tras el terremoto y programas de negocios en Iraq hasta el apuntalamiento financiero para el consumo en épocas de escasez de alimentos en Bangladesh.
«El microcrédito tiene cierto atractivo populista», señaló Ha-Joon Chang, profesor de economía de la británica Universidad de Cambridge.
«Volcar dinero y esperar un buen resultado sin ofrecer servicios adicionales para aumentar la productividad, como depósitos, fertilizantes, mercados de exportación, investigación de mercado, etc. es reproducir la pobreza, no eliminarla», dijo a IPS.
Uno de los problemas es la saturación del mercado.
«Si le das un préstamo a una persona para comprar un teléfono y alquilarlo es posible que haga algo de dinero, pero rápidamente la imitarán y la competencia será fuerte. Las personas más pobres tienen a disposición un limitado rango de iniciativas en esos contextos y pocas posibilidades de generar ganancias», explicó.
El microcrédito aumenta las posibilidades de crear negocios, pero no es claro que esas iniciativas crezcan.
El profesor Abhijit Banerjee, del estadounidense Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), realizó una serie de pruebas aleatorias controladas de pequeños préstamos y concluyó que la evidencia de crecimiento empresarial es escasa.
«Se crean muchos negocios, pero pocos prosperan. Claro que no hay pruebas sólidas para decir que no puede ocurrir, pero por ahora la evidencia no apunta en ese sentido», señaló Banerjee.
Una de las consecuencias de la creación de empresas que no crecen es la formación de economías «atomizadas» con mucha actividad de pequeña escala y la falta de iniciativas medianas, alertó el profesor Aneel Karnani, de la estadounidense Universidad de Michigan.
«No aportan nada pues los recursos son limitados. El microcrédito atrae mucho dinero, capital humano y político, energía y entusiasmo de organizaciones no gubernamentales y gobiernos, que podrían volcarse a fomentar las pequeñas y medianas empresas, el verdadero motor de la creación de empleo», dijo a IPS.
La abrumadora mayoría de los pobres desean empleos formales, más que oportunidades de ser empresarios, indicó Karnani.
«El microcrédito se basa en la falacia de que la gente no sólo quiere ser empresaria sino que tienen la voluntad, la capacidad y el deseo de serlo», apuntó.
«La mayoría de la gente no es así. En Estados Unidos y Gran Bretaña, 90 por ciento de la población económicamente activa prefiere ser asalariada que empresaria. Si ocurre eso en países ricos, con buena educación y excelente infraestructura pública, ¿por qué creemos que en la gente de países pobres querría serlo?», añadió Karnani.
Denuncias de fraude y de malas inversiones motivaron reclamos para que se ofrezca capacitación adicional en cuestiones financieras, aunque el profesor de economía Dean Karlan, de la estadounidense Universidad de Yale, discrepa sobre el asunto.
«Me preocupa la escalabilidad de programas de capacitación en finanzas. Quizá tengamos que aceptar el conocimiento de la gente y trabajar con eso. El gobierno puede desempeñar un papel en la protección del consumo», arguyó. «Necesitamos pruebas, no suposiciones ni retóricas dogmáticas para saber cómo seguir adelante», arguyó.
Karlan, al igual que Banerjee, está interesado en conseguir pruebas para mejorar la evaluación de mecanismos de microcrédito y describe los estudios de «antes y después», empleados por defensores y opositores, como «tontería analítica».
El criterio mediante el cual se mide el éxito, si después de obtener un préstamo un cliente deja de «vender a precio de liquidación total en tiempos de crisis» es imposible de probar, señaló.
Las pruebas aleatorias controladas son una forma rigurosa de estudiar el impacto del microcrédito. Pero independientemente de la forma de evaluación, la preocupación de algunos especialistas se concentra en las consecuencias de las inevitables dificultades de no poder pagar o la preocupación personal de estar en esa situación, en gran parte derivada de la vergüenza pública asociada al fracaso.
«El argumento de que el microcrédito no implica daños colaterales es falsa», sentenció Kasia Paprocki, del Instituto Goldin. «Los financistas hacen un inventario de lo que tienes, ollas, sartenes, bienes de producción, carruaje, etc. y te lo confiscan si no pagas. Hay gente que ha perdido el techo, literalmente, por no poder pagar», dijo a IPS.
Hay casos de violencia física y sexual de prestamistas, indicó Paprocki. En Bangladesh, la gente vende alimentos donados por el gobierno en época de escasez para pagar préstamos. También señaló que muchas mujeres con dificultades para saldar su deuda terminan aisladas de la comunidad sin poder recurrir a sus redes sociales.
También le preocupada el entusiasmo de los donantes. Algunos, incluso, dicen a las organizaciones no gubernamentales que no les darán fondos a menos que sus programas adopten el microcrédito.
La mayoría de los críticos de esa herramienta reconocen que llegó para quedarse. Algunos, como Karnani, desearían que desapareciera. Otros, más moderados, como Chang, creen que pueden contribuir al desarrollo, pero en un contexto con más intervenciones.
Y otros más, los llamados «randomistas», como los de Yales y MIT, sólo desean mejorar el conocimiento sobre el impacto del microcrédito antes de seguir difundiéndolo. Lo que está claro es que se acabo la luna de miel.