¿Cuánto de lo anunciado se va a cumplir? Todo indica que durante el primer semestre de gestión va a hacer todas las reformas que pueda: vender todo lo que se pueda vender y cerrar todo lo que se pueda cerrar
Primera batalla. El individuo rey llamó a las armas y dijo: “Sabemos que hay gente que se va a resistir”. Mientras Javier Milei hablaba por primera vez como presidente, de fondo destellaba un logo circular con la frase “Presidente electo, República Argentina” y en su interior un dibujo de la Casa Rosada. Igual al que usa el gobierno de Estados Unidos. Mejor dicho, igual al que se usa en una película de bajo presupuesto sobre el gobierno de Estados Unidos. Durante las primeras horas del lunes, Milei dio los detalles de los nuevos enemigos: los medios públicos de comunicación, principalmente Radio Nacional, Televisión Pública y la agencia de noticias Télam. Radio Nacional y Televisión Pública tienen repetidoras en todo el país y, en muchos lugares, son los únicos que llegan con la señal. Para el individuo rey, el canal “tiene que ser privatizado. Lo mismo con Radio Nacional. La agencia Télam también. Todo lo que pueda estar en manos del sector privado va a estar en manos del sector privado”. El sindicato de prensa de Buenos Aires y la federación nacional llamaron a realizar asambleas en sus lugares de trabajo para comenzar a preparar la estrategia defensiva. La empresa estatal de petróleo YPF también entró como plato principal del menú de privatizaciones. Algo que ya había hecho Carlos Menem durante los noventa cuando vendió –regaló– todas las empresas del Estado y los servicios públicos a empresas extranjeras.
Neoliberalismo, capítulo mil. Sólo dos áreas sobrevivieron al desguace neoliberal de los noventa y a la crisis del 2001. La educación –en todos sus niveles– y la salud, las dos joyas argentinas, únicas en toda América y en gran parte del mundo, incluída la Europa no escandinava. En ningún otro país del continente el acceso a una universidad de calidad es abierto y gratuito como en Argentina. En ningún otro país del continente se tiene el servicio y la atención de un hospital público argentino. Habrá que esperar días, quizá meses para un turno, hacer largas filas, soportar las goteras en las salas. Pero hasta un turista cualquiera se podría atender de urgencia. Colombianos, venezolanos, chilenos, brasileros, paraguayos. Los que no vienen a curarse en los hospitales vienen a estudiar carreras que en sus países están reservadas a las elites, como Medicina o Ingeniería. Pero cuidado. Pensar que después de todas las olas liberales y neoliberales que sufrió la región, esos derechos estarían garantizados para siempre, es tan ilusorio como sentirse seguro dentro de un barrio privado en medio de una favela. Desde que Estados Unidos apuntaló su política exterior con la doctrina Monroe e intervino en la política interna de América Latina, extrajo sus recursos, financió dictaduras, e hizo lo que pudo para frenar el desarrollo y las autonomías regionales, las sociedades latinoamericanas sufren de poca movilidad social.
Latinoamericanización. Con los accesos a las universidades bloqueados debido a sus altas matrículas y a las cuotas imposibles de pagar, para las clases populares es poco más que un sueño tener educación superior de calidad. En Argentina, aun con las debacles económicas, el tejido social desgarrado, las crisis cíclicas, y la inflación crónica, la movilidad social producto de la educación pública todavía es una realidad. No sólo palpable sino también compartible. En Argentina se formaron cinco premios nobeles (dos de física, uno de Medicina y dos de Paz), Uno de ellos, Bernardo Houssay, creó el Conicet, el instituto público de investigación más calificado de Sudamérica que Milei prometió cerrar. México tiene un solo Nobel de ciencias duras. Brasil, ninguno. La lista de instituciones públicas que cimentaron la cultura y la identidad argentina cruza disciplinas como el cine, el deporte, la literatura. El domingo a la noche, el 55% de la población le dio la espalda a esa Argentina y el país dio un paso más en el proceso de latinoamericanización, comenzado en 1976 con la dictadura militar y el primer neoliberalismo. “No van a hacer lo que dice, no se preocupen, ahora somos libres”, quisieron tranquilizar algunos de los votantes en medio de los festejos amarillos y negros, los colores libertarios. La mayoría de los analistas señalaron que el triunfo de Milei se debe, en gran parte, al hartazgo de la gente con la política tradicional. A la mala gestión de Alberto Fernández. A los casos de corrupción. A la imparable inflación. A la corrupción. A la pobreza del 40 por ciento. Pero –y en esto insistieron muchos esos analistas– la población argentina no giró a la derecha. Si una población no se vuelve de derecha al elegir a un hombre como Milei para resolver alguna de estas cuestiones –o de todas– ¿cómo es cuándo se vuelve de derecha?
El centro. El mismo día que asuma Javier Milei y su vicepresidenta, la negacionista Victoria Villaruel –el 10 de diciembre– se cumplirán 40 años del regreso a la democracia. Ese mismo día será la primera vez que asuma un partido político con vínculos familiares, emocionales, y materiales con los militares genocidas. Como un caballo de Troya pero con carteles de neón, el Partido Militar –una entelequia sin sello pero con una organicidad y odio crecientes– acaba de ingresar a un gobierno de manera democrática. Además de negar la cifra simbólica de los 30.000 desaparecidos y denigrar constantemente a las Madres de Plaza de Mayo, Villarruel es hija y sobrina de militares condenados, y contó con el apoyo de los principales jerarcas torturadores que están presos por crímenes de lesa humanidad. Esa Argentina, la de la justicia histórica, la vanguardista en derechos humanos, la única en juzgar a sus dictadores, también se puso en discusión. Un país donde la mayoría le da la espalda a su historia más nefasta, ¿tampoco se vuelve de derecha? El error, quizá, es haber corrido hacia ese giro. Lo que se dice en la jerga política local, “centrear” la campaña presidencial. Como la sociedad giró a la derecha, vamos a darle el mejor candidato de derecha que se pueda conseguir. O consensuar con alguno de mis adversarios que quizá también tengan de adversario al mismo personaje. El peronismo, bajo la alianza Unión por la Patria, acudió al canto de sirena de la sociedad derechizada, prescindió de la épica y le entregó la mística a un economista de televisión. Sucedió cuando era el Frente para la Victoria en 2015 y también perdió en el balotaje con Mauricio Macri y volvió a pasar ahora, con un Macri en unas sombras no tan oscuras.
El pacto. Sucedió hace poco, en octubre, después de las elecciones generales, pero parece que fue hace mucho, cuando Milei le decía repugnante a Macri y montonera tira bombas a su candidata Patricia Bullrich. Muy atrás parece haber quedado el relato de su lucha contra la casta política –esa clase privilegiada y enriquecida a costa del pueblo– que lo instaló, primero en la televisión, después en las redes y finalmente en las urnas, como el outsider mesiánico capaz de revertir milagrosamente una crisis económica devastadora. Milei prometió sueldos en dólares, bajar la inflación y crear trabajo para todos. Que en Argentina es como decir que el plan de gobierno es querer todo lo bueno y nada de lo malo. Lo primero que hizo el nuevo presidente antes de abandonar el búnker del Hotel Libertador fue reunirse con Macri y con Bullrich, los líderes del PRO (Propuesta Republicana), que con la UCR (Unión Cívica Radical) integraban la coalición ́Juntos por el Cambio, implosionada con el pacto Milei- Macri. El acuerdo postelecciones generales fue transparente y funcional para ambos. A la vista de todos. Era la idea. Que se supiera. Ahora llegó Mauricio. Para ganar, Milei necesitaba la mayoría del 26 por ciento de los votos que había sacado Bullrich. Los tuvo todos. Macri necesitaba conservar el poder que había perdido ante Alberto Fernández en las elecciones de 2019. Apenas vio los resultados de las generales, levantó el teléfono y le propuso avanzar con lo pactado. Ya había dado muestras públicas durante la campaña de su relación con el libertario. Incluso a costa de su propia candidata. La aritmética electoral le dio perfecto. Si se suman los porcentajes de votos Bullrich a los de Milei en las generales, provincia por provincia –salvo en Córdoba– el resultado es prácticamente el mismo que el obtenido por Milei en el balotaje. O sea, el acuerdo con Macri terminó de garantizar el trasvasamiento de los votos de su espacio hacia la Libertad Avanza. En estas horas mantienen varias reuniones para definir un gabinete de ministros mixtos de ambas fuerzas. Unión por la Patria sólo ganó en tres de veinticuatro provincias y en una de ellas, la provincia de Buenos Aires, lo hizo apenas por el 1,5 por ciento. Ahí se encuentra otra de las explicaciones de la derrota. Si el peronismo no arrasaba en el distrito que se presume más peronista del país, pocas chances iba a tener para hacerlo en el resto del país.
Conflictividad social. ¿Cómo será el avance de Milei sobre el Estado? Todo hace prever que, a diferencia de la primera presidencia de Macri, esta vez aprovecharán el envión del primer semestre de gestión para meter todas las reformas que puedan. Es decir, vender todo lo que puedan vender. Cerrar todo lo que puedan cerrar. Como un novio recién separado con sus muebles, a Milei no le va a importar si vende mal alguna empresa estatal con tal de sacársela de encima. Echará a todos los trabajadores estatales que pueda a medida que vaya bajándolos de jerarquía de ministerios a secretarías o fundiéndolos en una sola cartera, como quiere hacer con Salud, Educación, Trabajo, y Desarrollo Social; todos en el Ministerio de Capital Humano. ¿Qué harán los movimientos sociales? ¿El nuevo gobierno eliminará los planes sociales destinados a millones de personas? ¿Cuánta presión soportará Javier Milei? ¿Cuántas plazas de Mayo llenas podrá aguantar? Su plan prevé que habrá miles y miles de trabajadores y trabajadoras en las calles en los próximos meses. ¿Que reacción tendrán los sindicatos y las centrales obreras?¿Será capaz de abrir y mantener todos los frentes de conflictos al mismo tiempo? ¿Habrá reforma laboral? ¿Los jubilados seguirán recibiendo sus bonos y sus medicamentos? ¿Gobernará por plebiscitos? ¿Se derogará el aborto y el matrimonio igualitario como pretende la vicepreisdenta? Al final de la gestión, ¿tendremos educación y salud públicas? ¿Será Axel Kicillof –el único candidato de UP que logró ganar y mantenerse al frente de la gobernación de Buenos Aires– el líder de la oposición? Las preguntas podrían seguir hasta las próximas elecciones presidenciales. La única certeza es que hoy acá, en este tobogán hacia el abismo, puede ocurrir cualquier cosa. Porque en Argentina –dicen– se aburre el que quiere.