Un fantasma recorre Europa en busca de las fiscalidades más favorables para las fortunas personales y familiares. Son las SICAV. Sí, esos fondos de inversión con los que los ricos evitan pagar impuestos, andan a la deriva en busca de alguien que se apiade de ellos. Recordarán ustedes la reciente humorada gubernamental de que se […]
Un fantasma recorre Europa en busca de las fiscalidades más favorables para las fortunas personales y familiares. Son las SICAV. Sí, esos fondos de inversión con los que los ricos evitan pagar impuestos, andan a la deriva en busca de alguien que se apiade de ellos.
Recordarán ustedes la reciente humorada gubernamental de que se iban a subir los impuestos a los más ricos. También recordarán que finalmente ha acabado en poco más que una subida del IVA, ese impuesto que todos pagamos por igual. Pues bien, justo despues del equitativo anuncio, alguien añadió que primero tendrían que aparecer los ricos. Porque como ha declarado en varias ocasiones GESTHA, el sindicato de inspectores de Hacienda, sólo el 3% de la población declar ganar más de 60.000 euros al año y el 75% de los empresarios tributa como mileurista. A pesar de que sesenta mil napos no están nada mal y de que se haya oído asegurar a Florentino Pérez que él hace dos días era becario y que está contratado por obra y servicio, nos consta que por ahí fuera se está moviendo pero que mucha más pasta.
Entonces, cuando todo el mundo sabe que hablar de dinero es de mal gusto, alguien tuvo la falta de delicadeza de mencionar la palabra SICAV y de recordar que estos engendros legales pagan un miserable 1% de su patrimonio frente al 30% del impuesto normal de sociedades. Esta notoria falta de tacto no ha pasado desapercibida entre los elegidos de nuestro país que han entrado en una fase melancólica y han amenazado con llevarse sus ahorritos a Luxemburgo inmediatamente si no se les demuestra un poco más de cariño. El mal ya está hecho, ellos estaban dispuestos a pagar lo que fuera, pero se les ha señalado a ellos y a sus sociedades. Se van.
Por cierto, lo de Luxemburgo nos recuerda que no todas las medidas redistributivas que anuncia el gobierno caen en saco roto. Por ejemplo, se prometió trabajar para acabar con los paraísos fiscales y se ha hecho. Luxemburgo ya no es paraíso fiscal, y eso sin cambiar su régimen fiscal. Basta con que les dejemos de llamar así. No hay por qué menospreciar las soluciones sencillas.
¿De que sirve tener un patrimonio de millones de euros si luego no vas a poder evitar que te insulten por la calle? Y, lo que es peor, que te cobren impuestos. Lo primero tiene fácil solución: no se pisa la calle y, si es inevitable pisarla, se privatiza. Pero para lo segundo no hay cura posible que haga olvidar tanta ingratitud y tanto resentimiento. Así lo ha confirmado recientemente un tal Suárez de Figueroa (¿será de los de toda la vida?) en una de las pocas tribunas de la que disponen regularmente los muy adinerados en este país: la entrevista de la última página de El País (la única página de un periódico en la que el desórbitado precio de los menús importa más que el entrevistado). Entre las muchas majaderías que dice este gestor de SICAVs destaca una: «Hay mucha demagogia. En este país se está estigmatizando a los ricos. Parece que haber acumulado un patrimonio alto es un insulto. Detrás de estas personas hay historias de trabajo y esfuerzo». Efectivamente, lo acertaron, esa degradación a la que se quiere someter a sus laboriosos clientes se llama Hacienda. Suerte que el gobierno, que prefiere sus propias demagogias, no quiere ni oír hablar del asunto. Pero, acto seguido, Figueroa no puede evitar decir que «a veces somos más sus confesores que sus gestores». Algo habrán hecho.