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Milton Friedman y el Sur globalizado

Fuentes: Sin Permiso

Mientras los economistas alaban al recientemente fallecido Milton Friedman por ser «un paladín de la libertad cuyo trabajo transformó la ciencia económica y cambió el mundo», como anunciaba a toda página el New York Times, la gente del Sur recordará al profesor de la Universidad de Chicago como al ojo de un huracán humano que […]

Mientras los economistas alaban al recientemente fallecido Milton Friedman por ser «un paladín de la libertad cuyo trabajo transformó la ciencia económica y cambió el mundo», como anunciaba a toda página el New York Times, la gente del Sur recordará al profesor de la Universidad de Chicago como al ojo de un huracán humano que se abrió camino arrasando sus economías. Para ellos, Friedman se asociará durante mucho tiempo con dos cosas: reformas de libre mercado en Chile y «ajuste estructural» en los países en vías de desarrollo.

Poco después del golpe de estado contra el gobierno de Salvador Allende el 11 de Septiembre de 1973, licenciados chilenos del departamento de economía de Friedman, que pronto fueron apodados los «Chicago Boys», tomaron las riendas de la economía y lanzaron un programa de transformación económica con aires de venganza doctrinal. A la luz de su muy citada afirmación sobre cómo la libertad política va de la mano con el libre mercado, la ironía de que en Chile un paraíso del libre mercado estuviese siendo impuesto gracias a las bayonetas de una de las dictaduras latinoamericanas más sanguinarias no se le pudo haber escapado al gurú.

Y aún así Friedman visitó Chile durante la dictadura, abogando por el libre mercado más radical, pilar del régimen orientado a las exportaciones, elogiando al dictador General Augusto Pinochet por su compromiso con un «mercado totalmente libre como una cuestión de principios», y dando charlas con títulos como «La Fragilidad de la Libertad» que sólo podían ser irónicos en un contexto como el de Chile. Incluso tras acusar a sus críticos de empeñarse en «crucificarle» por los abusos del régimen sobre los derechos humanos, Friedman se enorgulleció de su inspiración doctrinal por lo que describió como el «Milagro Chileno».

EL EXPERIMENTO CHILENO

Cuando sus discípulos hubieron acabado con él, efectivamente Chile había sido radicalmente transformado… a peor.

Las políticas de libre mercado sometieron al país a dos grandes depresiones en una misma década, primero en 1974-75 cuando el producto interior bruto (PIB) cayó un 12%, y otra vez en 1982-83 cuando se hundió otro 15%.

Contrariamente a las expectativas ideológicas sobre el libre mercado y el crecimiento sostenido, el PIB medio en el período comprendido entre 1974 y 1989 – la fase jacobina radical de la revolución de Friedman y Pinochet – fue sólo del 2,6%, comparado con casi un 4% anual durante el período de 1951-71 en el cual hubo un rol del estado en la economía mucho mayor.

Al final del periodo de libre mercado radical, tanto la pobreza como las desigualdades habían aumentado significativamente. La proporción de familias viviendo por debajo de la «línea de la indigencia» había subido del 12 al 15 por ciento entre 1980 y 1990, mientras el porcentaje viviendo por debajo de la «línea de la pobreza», pero por encima de la de la indigencia, se había incrementado del 24 al 26 por ciento. Esto significó que al final del régimen de Pinochet, alrededor del 40% de la población de Chile, unos 5,2 millones de personas sobre 13 millones, eran pobres.

En términos de la distribución de la renta, la fracción de la renta nacional obtenida por el 50% más pobre de la población cayó del 20,4% al 16,8%, mientras la obtenida por el diez por ciento más rico creció dramáticamente del 36,5% al 46,8%.

En términos de la estructura de la economía, la combinación del crecimiento errático con una liberalización del comercio radical resultó en la «des-industrialización en nombre de la eficiencia y para prevenir la inflación», como lo describió un economista, con la fracción de producción manufacturera en el PIB cayendo de una media del 26% al final de los años sesenta a sólo un 20% al final de los ochenta. Muchas industrias del metal y otras empresas de manufacturas relacionadas con ellas se vieron en una economía orientada a la exportación que favorecía la producción agrícola y la extracción de recursos naturales.

MITIGAR EL FRIEDMANISMO

La fase radical Friedman-Pinochet de la contra-revolución económica en Chile tocó a su fin al principio de los años noventa, una vez la Concertación llegó al poder. En flagrante violación del Friedmanismo clásico, esta coalición de centro-izquierda aumentó el gasto social para mejorar la distribución de la renta en Chile, reduciendo la proporción de gente viviendo en la pobreza del 40% al 20% de la población. Este cambio, que aumentó el poder de compra interno, contribuyó a sostener la media anual de crecimiento económico del 6% de la época post-Pinochet.

Sin embargo, al no querer el nuevo régimen social-demócrata desafiar a las clases altas, se conservaron los rasgos básicos de una política económica neoliberal, incluyendo el énfasis en las exportaciones agrícolas y de recursos naturales. Esta focalización en exportaciones de productos primarios ha creado enormes tensiones medioambientales. La sobreexplotación pesquera en las costas de Chile ha ido de la mano de la desestabilización ecológica a causa de la expansión hacia el interior de viveros de salmón fresco y mejillones. Una industria maderera exportadora claramente en expansión ha fomentado el crecimiento de plantaciones de árboles a costa de los bosques autóctonos, con el resultado de que Chile se ha convertido en la segunda mayor área desforestada en América Latina, después de Brasil. La regulación medioambiental se ha reconocido abiertamente que no resulta efectiva, al ser sistemáticamente socavada por los imperativos de un crecimiento orientado a la exportación.

EXPORTAR LA «REVOLUCIÓN»



Chile fue el conejillo de indias de un paradigma del libre mercado que le fue endosado a otros países del tercer mundo durante los primeros años ochenta a través de los organismos del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM). Unas noventa economías en vías de desarrollo o post-socialistas fueron finalmente sujetas a «ajustes estructurales» de libre mercado. Desde Ghana hasta Argentina, la participación del estado en la economía fue recortada drásticamente, empresas estatales pasaron a manos privadas en nombre de la eficiencia, las barreras proteccionistas a las importaciones del Norte fueron eliminadas de golpe, se levantaron las restricciones a la inversión exterior y, mediante políticas para priorizar las exportaciones, sus economías domésticas fueron más estrechamente integradas en el mercado capitalista mundializado.

Las políticas de ajuste estructural (SAPs, en sus siglas en inglés), las cuales prepararon el terreno para la aceleradísima globalización de los noventa de las economías de los países en vías de desarrollo, generaron en muchos países la misma pobreza, desigualdad y crisis medio-ambiental que las políticas de libre mercado en Chile, exceptuando el crecimiento moderado posterior a la fase Friedman-Pinochet. Como admitió el economista jefe para África del Banco Mundial, «no pensamos que los costes humanos de estos programas podrían ser tan grandes, ni que los beneficios económicos tardarían tanto en llegar». Las SAPs llegaron a estar tan desacreditadas que el BM y el FMI pronto cambiaron su nombre a «Poverty Reduction Strategy Papers» (Trabajos Estratégicos para la Reducción de la Pobreza) a finales de los noventa.

Y aún así las políticas de ajuste y de libre mercado han sido tan concienzudamente institucionalizadas que, a pesar de que en todo el mundo se consideran disfuncionales, hoy siguen reinando. El legado de Milton Friedman seguirá en los países en vías de desarrollo durante mucho tiempo. De hecho, posiblemente no haya una inscripción más apropiada para la lápida de Friedman que lo que William Shakespeare escribió en Julio César: «The evil that men do lives after them, the good is oft interred with their bones» (El mal hecho por los hombres les sobrevive, el bien es a menudo enterrado con sus huesos).

Walden Bello es profesor de sociología en la Universidad de las Filipinas y director ejecutivo del instituto Focus on the Global South de Bangkok.