Con los mitos económicos ocurre como con los mitos religiosos: a fuerza de narrarse una y otra vez y de documentar alguno que otro milagro ocasional, terminan por convertirse en parte del imaginario popular y en punto de referencia imprescindible cuando se trata de explicar y/o justificar el funcionamiento de la realidad. En torno al […]
Con los mitos económicos ocurre como con los mitos religiosos: a fuerza de narrarse una y otra vez y de documentar alguno que otro milagro ocasional, terminan por convertirse en parte del imaginario popular y en punto de referencia imprescindible cuando se trata de explicar y/o justificar el funcionamiento de la realidad.
En torno al crecimiento económico se han tejido una serie de leyendas y fábulas que funcionan como artefactos ideológicos que se utilizan para mantener ilusionadas a las masas con la promesa de empleos, igualdad y bienestar en el futuro sí se crean en el presente las condiciones necesarias para que las empresas tengan el clima de negocios (ganancias) que les estimule a invertir y a aumentar la productividad.
Sin embargo, las tendencias del empleo y de los salarios durante la fase de recuperación de la economía mundial ponen al descubierto que esta mitología se encuentra muy lejos de la realidad.
El informe 2015 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) advierte sobre el proceso de «mutación» que está ocurriendo en el mercado laboral a nivel mundial a medida que las economías recuperan las tasas de crecimiento existentes antes de la crisis de 2007. Esta mutación consiste en la progresiva trasformación de los empleos estándar (con contratos permanentes, con horarios establecidos, con protección social y con salarios promedio) en empleos precarios (empleos temporales de corta duración, sin horarios establecidos, sin protección social y con salarios menores a los salarios promedio). Actualmente, 6 de cada 10 trabajadores asalariados en el mundo están ocupados en esta modalidad de empleo no estándar.
En Japón, por ejemplo, el 48% de los empleos son temporales, con contratos de muy corta duración y con salarios que representan la mitad del salario promedio existente en los contratos permanentes. En España, el porcentaje de empleo precario pasó de 8.7% en 2004 a 15.8% en 2013, y se estima que el 90% de los nuevos empleos creados en 2015 fueron temporales y/o parciales. En Estados Unidos se han creado casi 9 millones de empleos desde el fin de la recesión de 2007, pero el 73% de estos nuevos empleos tienen salarios inferiores a los $13.52 la hora, es decir, tienen salarios inferiores a los salarios promedio.
Paradójicamente esta precarización del empleo ha estado acompañada por un incremento en la productividad laboral, y por un divorcio creciente entre ésta y el nivel de los salarios. De acuerdo a la OIT (2015), entre 1999 y 2013 el crecimiento de la productividad laboral en las economías desarrolladas y en las economías emergentes superó el crecimiento del salario real, y esto se tradujo en una menor participación de los salarios dentro del Ingreso Nacional y en una mayor participación de los ganancias del Capital en dicho ingreso.
Lo anterior ha dejado al descubierto la falsedad de otro de los grandes mitos económicos de nuestra época, que recomienda que la clase trabajadora debe contener en el presente sus demandas por mayores salarios para concentrarse en mejorar su productividad, para que en un futuro no muy lejano, esta mejora en la productividad se traduzca en mayores salarios y en una mejora de la participación del trabajo en la renta nacional. Nada más distante de la realidad.
El año pasado, el Fondo Monetario Internacional (FMI) premió una investigación titulada «La distribución del ingreso y su papel en la explicación de la desigualdad», elaborada por los economistas Carlos Mulas y Maura Francese a partir de datos de 81 países a lo largo de cuatro décadas. De acuerdo a este estudio, la evidencia disponible muestra que el aumento en la desigualdad en los países desarrollados y en los países emergentes se explica fundamentalmente por la creciente polarización del mercado laboral, es decir, por la existencia de una minoría de empleos con altísimos niveles salariales que contrastan con la existencia de una mayoría de empleos con bajísimos salarios. El estudio de Mulas y Francese concluye que esta tendencia del mercado laboral ha sido el resultado de tres procesos concatenados: la globalización económica, la pérdida del poder de los sindicatos en la determinación de los salarios y el debilitamiento de los Estados durante ese período.
La recomendación implícita de este estudio es que sí se quieren disminuir los efectos de la desigualdad en un contexto de economía globalizada, se tiene que fortalecer la regulación gubernamental sobre los salarios reales, al mismo tiempo que se debe fortalecer el poder de negociación de la clase trabajadora frente a la clase capitalista. Por supuesto, todo lo contrario a lo que propone el FMI a través de sus programas de estabilización y ajuste, y muy diferente a lo que las cámaras empresariales argumentan para oponerse a la subida de los salarios mínimos y/o una mayor participación sindical.
Sin embargo, a pesar de toda esta evidencia para refutar esta mitoeconomía, mucha gente igual continúa soñando con las falacias que el Capital y sus intelectuales orgánicos repiten sin cesar en cada espacio mediático o pseudoacadémico que se ofrece como púlpito para esta divulgación.
Ciertamente a los seres humanos nos gustan los cuentos con finales felices, y nos molestan los aguafiestas que nos advierte que detrás de esos cuentos se esconde una manipulación de la realidad. Por tanto, el problema no es que nos gusten los mitos económicos, el problema es que creamos en ellos.
Julia Evelyn Martínez es profesora de la escuela de economía de la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» (UCA) de El Salvador.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.